Foto: The Guerrilla Girls en acción
Es difícil situar la frontera entre lo que sólo es mal gusto y las imágenes que realmente contribuyen a transmitir visiones degradantes e insultantes para las mujeres o para cualquier sector de población oprimida o que ha sufrido históricamente. Vicente Verdú o Javier Marías, en nombre de un supuesto sentido común, suelen ridiculizar las protestas feministas por imágenes como las del anuncio de Versace que escenificaba y estetizaba una violación de grupo. En un lugar donde las mujeres no fueran constantemente violadas, maltratadas y muertas con números muy superiores a las víctimas del terrorismo, una imagen así no tendría importancia. Y es cierto que a veces se protesta por fotos que sólo muestran mal gusto o que sólo añaden su pequeña porción de ideología misógina y nadie dice nada de otras mucho más poderosas. Pero es fácil ridiculizar lo que la derecha americana calificó hábilmente de "corrección política". En El País hay una comentarista irónica e ingeniosa especializada en ridiculizar justamente eso. Pero su discurso acaba siendo el mismo que el de la derecha más rancia, por muy revestido de modernidad que parezca. Cuesta entender por qué algunas mujeres parecen detestar tanto su género, pero seguramente es sólo uno de los efectos de la misma situación desequilibrada, que desprestigia y devalúa la etiqueta de "lo femenino".
También algunos ridiculizaron las críticas contra el famoso "negro de Banyoles", el cuerpo disecado de un africano que se exhibía en el Museo Darder. De no haber existido una historia de opresión y salvaje crueldad racista, ese cuerpo no habría ofendido a nadie. Lo que esos comentaristas no comprenden es que las niñas crecen rodeadas de imágenes de mujeres sometidas, de cuerpos fragmentados y gigantescos ofrecidos sin rostro en la publicidad de la calle, de mujeres elegantes que lavan y friegan y cocinan en los anuncios. Ellos no comprenden que oír decir con frecuencia en las noticias "la vicepresidenta del Gobierno" es algo curativo y restaurador. Que recordar y ver mujeres científicas, artistas, escritoras etc. es importante para la construcción de esas niñas y la curación de las heridas de autoestima e inseguridad de mujeres de todas las edades.
He visto un documental sobre la reconstrucción del puente de Mostar. Allí también, las heridas de la guerra hacen que gestos como la matanza de un cordero para celebrar el inicio de las obras en la comunidad musulmana, o la cruz gigante clavada en una colina por la comunidad católica croata puede ser ofensiva para la otra comunidad. "La cruz simboliza la reconciliación" dice un cura católico croata. Pero históricamente, la cruz ha significado también expulsión, exclusión, guerra santa. Detrás de esa sensibilidad hay hechos importantes. Vemos al arrogante general que según la mayoría de testimonios ordenó la destrucción del puente (la reconstrucción ha costado 15 millones de euros) sentado tranquilamente en un café de Zagreb, aclamado como un héroe por los suyos. No es ninguna excepción. Esa política de dejar impunes y en sus cargos a tantos responsables es la misma que ha prevalecido en este país nuestro. Esas heridas internas no resueltas, no aireadas, no cicatrizan y se reabren con cualquier imagen, con cualquier gesto.
Es difícil situar la frontera entre lo que sólo es mal gusto y las imágenes que realmente contribuyen a transmitir visiones degradantes e insultantes para las mujeres o para cualquier sector de población oprimida o que ha sufrido históricamente. Vicente Verdú o Javier Marías, en nombre de un supuesto sentido común, suelen ridiculizar las protestas feministas por imágenes como las del anuncio de Versace que escenificaba y estetizaba una violación de grupo. En un lugar donde las mujeres no fueran constantemente violadas, maltratadas y muertas con números muy superiores a las víctimas del terrorismo, una imagen así no tendría importancia. Y es cierto que a veces se protesta por fotos que sólo muestran mal gusto o que sólo añaden su pequeña porción de ideología misógina y nadie dice nada de otras mucho más poderosas. Pero es fácil ridiculizar lo que la derecha americana calificó hábilmente de "corrección política". En El País hay una comentarista irónica e ingeniosa especializada en ridiculizar justamente eso. Pero su discurso acaba siendo el mismo que el de la derecha más rancia, por muy revestido de modernidad que parezca. Cuesta entender por qué algunas mujeres parecen detestar tanto su género, pero seguramente es sólo uno de los efectos de la misma situación desequilibrada, que desprestigia y devalúa la etiqueta de "lo femenino".
También algunos ridiculizaron las críticas contra el famoso "negro de Banyoles", el cuerpo disecado de un africano que se exhibía en el Museo Darder. De no haber existido una historia de opresión y salvaje crueldad racista, ese cuerpo no habría ofendido a nadie. Lo que esos comentaristas no comprenden es que las niñas crecen rodeadas de imágenes de mujeres sometidas, de cuerpos fragmentados y gigantescos ofrecidos sin rostro en la publicidad de la calle, de mujeres elegantes que lavan y friegan y cocinan en los anuncios. Ellos no comprenden que oír decir con frecuencia en las noticias "la vicepresidenta del Gobierno" es algo curativo y restaurador. Que recordar y ver mujeres científicas, artistas, escritoras etc. es importante para la construcción de esas niñas y la curación de las heridas de autoestima e inseguridad de mujeres de todas las edades.
He visto un documental sobre la reconstrucción del puente de Mostar. Allí también, las heridas de la guerra hacen que gestos como la matanza de un cordero para celebrar el inicio de las obras en la comunidad musulmana, o la cruz gigante clavada en una colina por la comunidad católica croata puede ser ofensiva para la otra comunidad. "La cruz simboliza la reconciliación" dice un cura católico croata. Pero históricamente, la cruz ha significado también expulsión, exclusión, guerra santa. Detrás de esa sensibilidad hay hechos importantes. Vemos al arrogante general que según la mayoría de testimonios ordenó la destrucción del puente (la reconstrucción ha costado 15 millones de euros) sentado tranquilamente en un café de Zagreb, aclamado como un héroe por los suyos. No es ninguna excepción. Esa política de dejar impunes y en sus cargos a tantos responsables es la misma que ha prevalecido en este país nuestro. Esas heridas internas no resueltas, no aireadas, no cicatrizan y se reabren con cualquier imagen, con cualquier gesto.
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