domingo, 11 de junio de 2006

De presentaciones y hombres

(Burka negra pescada en Internet) Gracias Isabel. Por tu lucidez. Por tu generosidad. Por tus espléndidos cuentos. Te envio las impresiones, escritas a vuelapluma, de la presentación y de la lectura de tu libro. Rogelio: contentísimo de que leyeses en voz alta Autobús, es su cuento favorito. Que te lo diga. Un abrazo Al volver de la presentación: Isabel ha buscado unos presentadores de su obra extraños. Dos profesionales de prestigio, ambos más pendientes de sí mismos que de la obra que debían presentar. Carles Hac Mor se cartea por correo electrónico con Isabel, a quien sus mensajes le sirven de acicate para unas respuestas espontáneas, tan bellas que él le insta a publicarlas. La estimula, le ha alabado todos y cada uno de los cuentos que Isabel le ha ido enviando: debe de sentirse en deuda con él, si no, no lo entiendo. ¿Por qué se presta a que sus cuentos sean presentados por un tipo a quien le parece un elogio decir que no son cuentos morales? Ha leído uno, apenas un par de páginas: es un cuento moral, un espléndido cuento moral. Pero el presentador es tributario, él sí, de sus apretaditas ideas a la contra, de su apretadito discurso de vanguardista canoso, de su apretadito discurso de rancio y sedicente progresismo. Isabel se ha parapetado tras una sonrisa defensiva, pero no creo que su discurso le haya gustado. Casi le da un síncope cuando la ha comparado a la Duras, en lo que ha insistido dos veces, sin dar ningún tipo de motivo, con aires de “si me dignase se lo sabría demostrar”. Yo siempre me he resistido a leer a la Durás. Ahora, una vez la vi por la tele, y dijo que ella había empezado a escribir para librarse del colegio. Escribir me libró del colegio: una frase que no he olvidado, y que quizá se pudiera aplicar a Isabel, no lo sé, porque si no es por eso... El segundo presentador, Manuel Delgado, más simpático, con más tablas, más cálido. Pero cuyo discurso ha girado, sobre todo, alrededor de sí mismo: él llega sin papeles, los demás pueden pensar de él que..., él siempre hace..., su método es,.. para acabar diciendo de sí mismo que es un señor calvo y simpático. Bien es verdad que ha dado un par de buenas pistas: el crucigrama como acertijo en el que cada palabra tiene sentido por sí misma pero también en relación con el conjunto. El crucigrama como mapa, como líneas que van de punta a punta de la ciudad. Isabel asentía, con una sonrisa franca, ¡menos mal! Lo peor de todo, aparte de decirle que le había movido a leerlo el morbo de saber de su vida, es que al final le ha tirado los tejos de una forma excesiva: querría salir en el próximo libro como uno de sus amores. Isabel ha puesto sonrisa de circunstancias. El tipo era simpático, pero el comentario estaba de más. Se ve que lo conoció hace años, en su época comunista, y lo reencontró hace poco, precisamente presentando otro libro, y como le gustó le pidió que le presentara el suyo. Alguien con una relación con ella poco actualizada, y con una relación absolutamente tangencial con la literatura. En fin. Quizá Isabel es tan guapa que los hombres no pueden soportarlo. Pero no puedo imaginarme la situación inversa, la de un escritor hecho y derecho al que la presentadora de un libro suyo se le insinúa. Nikos Kazanzakis, Zorba el griego: Els homes joves són com els galls, que no es miren la gallina, es miren la cresta, i així, què volen saber de l’amor? Frase que leí a los 18 ó 20 años, cuando yo misma apenas sabía nada del amor, y que nunca he olvidado. ¿Serán los intelectuales un especimen de hombre eternamente joven, en lo que a compulsión por mirarse la cresta se refiere? Al volver de la presentación: Isabel. Niña Isabel. Me da miedo leer sus cuentos. Miedo de que escriba desde la academia, desde la necesidad compulsiva de presumir de lecturas y saberes. Miedo de que escriba desde la corrección política, espiando por el rabillo del ojo la cara con la que serán recibidas sus palabras, queriendo evitar el juicio presto de quien se permite sentenciar lo que es aceptable y lo que no. Miedo de que escriba desde una imagen de sí misma rígida en exceso, una imagen tributaria de su educación, o de su grupito social, o de su juventud comunista, o de la probable militancia feminista, o de cualquier otro de los ismos que entorpecen el pensamiento en este país pequeño y pacato. Después de leer Crucigrama: Miedos que no eran más que proyecciones de mis propios miedos, fruto de mis limitaciones, que no las suyas. Isabel escribe de forma desenvuelta, elegante, firme, discreta, midiendo una a una las palabras para no reclamar nuestra atención en vano: la buena educación llevada al límite. Con una mirada lúcida, madura, sin juzgar, sin justificarse, sin saltarse nada. Con una voz muy personal, sin dar nada por supuesto, sin apoyarse en lo previsible o en el tópico, sin tomar sentimientos o ideas de prestado. Con una contención que no le impide crear imágenes potentes: las hojas de La Vanguardia volando como extraños pájaros, los enormes desnudos en blanco y negro, tan reales que creo haberlos visto –quizá en verdad los viese-. Cuenta una peregrinación de casa en casa que es una peregrinación en busca de sí misma, de una punta a otra de la ciudad, del pasado al presente, de la culpa al alivio, de una a otra noche de San Juán. Una peregrinación re-cordada, pasada por el corazón. En una ciudad trans-formada, que cambia su forma por el tiempo, y también por la prosa precisa que la describe. Crucigrama: cuentos morales, sin duda alguna. Cuentos que dejan poso. Cuentos en una espléndida voz de mujer. PS. Espero no haberme pasado A veces me paso, se activa mi lado crítico y entonces me olvido de decir lo más importante, lo que doy por sabido: tuviste dos presentadores de lujo, con una personalidad muy marcada, y los dos te aprecian, eso se notaba, y te alabaron a su modo. sólo que cuando se lo expliqué a r. me fui calentando, y luego escribí esas líneas exageradas... Hasta pronto. C

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