martes, 28 de octubre de 2008

Llueve mientras corrijo


Artemisia Gentileschi, Magdalena como la melancolía, 1622-1625
Como siempre, me sumerjo en ese libro como si no lo hubiera escrito yo. Los distintos personajes entrevistados, escritores de los Balcanes, vuelven a contarme sus historias, experiencias y reflexiones sobre la guerra, y yo aún descubro algo nuevo. Pero sobre todo me vuelve esa extraña emoción del descubrimiento y de mis peregrinaciones allí. Tengo que hacer full immersion y entregarlas enseguida. La lluvia me acompaña en mi encierro. Me encanta corregir ese libro, releerlo, publicarlo y hablar de él. Espero que transmita toda mi pasión investigadora y balcánica.
Corregir a mano es mejor para mi persistente pinzamiento. No participaré en el debate de la FNAC de hoy, aunque tal vez asista otro día, y eso me permitirá hacer algo por mi brazo. Mientras, llegan noticias de cercos imaginarios que se estrechan, con reacciones que evocan escenas de la historia y que no excluyen una densa capa de tristeza, un manto que me envuelve... por un momento. He intentado contárselo al hombre que llamaba demasiado, pero él es radical y ahora está en el otro extremo; no llama nunca y tal vez prefiere no recibir mis llamadas. Por suerte, hay margen para compartimentar, un cajón donde poner esa tristeza, que a ratos hay que sacar y airear, y luego se guarda ahí y se queda como un convidado de piedra, como una mirada más junto con la risa y las celebraciones otras y los sueños y las esperanzas, que son unas hierbas que crecen deprisa y se vuelven leñosas y altas, con la aceleración de Corioli.
Yo seguiré escribiendo: es lo que me salva. Le he mandado mis cuentos (¡son quince! esta vez supongo que los lectores no se quejarán de que sea corto, como pasó en Crucigrama) a mi amigo serbio porque necesito su consejo (él sabe mucho de estructura y me ha dado buenos consejos importantes, aunque hay cuatro cuentos en los que disentimos y en los que yo tengo que seguir mi propio criterio) para decidir cuál será el primero y cuál el último cuento.
Por la mañana temprano ha llegado mi pequeña estantería nueva y sólo he empezado a llenarla con libros de las autoras sobre las que investigo para conferenciar y de escritores de la guerra civil y la posguerra de este país, para un artículo. Ordenar un poco más mis libros me produce una rara y pequeña felicidad (ahora necesito un archivador más para papeles). Mis ex suegros han venido a verme justo después: son gente culta e inteligente, con sentido del humor; nuestra afinidad se mantiene con el tiempo, y al parecer, el tiempo observa con ellos una amable consideración: tienen muy buen aspecto, tal vez por el espíritu que les anima.
Ésta es una de las raras ocasiones en que me alivia que llueva y cuanta más agua y más fuerza, mejor me parece. Lo mismo me ocurrió en la muerte de mi padre, aunque por razones otras. Entonces cayó una auténtica tempestad y en el tanatorio de Cerdanyola, la sala acristalada mostraba el bosque agitado por el agua y el viento mientras yo leía, demasiado deprisa como siempre, mi texto escrito ese mismo día, intentando que no se me rompiese la voz. Ayer leí parte de un libro de sueños de T.W. Adorno y me impresionó ver tanta actividad onírica alrededor de la muerte... y los burdeles. Lo que más me gustaba era la presencia de su G., no sólo por el nombre, sino por lo que implicaba en los sueños.
Intento encontrar a un escritor de paso por Barcelona, le llamo a su hotel, pero los que contestan al teléfono no saben hablar castellano o catalán, ni inglés, francés o italiano; no sé de dónde son. Les pregunto si puedo dejarle un recado, me dicen: "No", le pregunto por qué: "Porque yo no sé..." Le pregunto: "¿Y no hay nadie por ahí que sepa apuntar algo?" Me pasa con otro que también acaba de llegar de lejos. Es una ocasión para localizar a ese escritor, porque acaba de cambiarse de casa en la ciudad europea donde habita, ¿lo lograré?...
La gata Gilda duerme. La lluvia le produce un profundo sopor y apenas se mueve para cambiar de postura.

lunes, 27 de octubre de 2008

Hoy era un día difícil


Foto: No sé de quién es la foto, me la mandó ARV, sin firma ni fecha...
Al salir de casa me crucé con la mujer triste y el hombre rabioso. Hace años que los veo por el barrio, ella anda siempre como zombi, con expresión y gestos de una densa tristeza medicada, amordazada, sonámbula, medio muerta. Y sin embargo se mantiene año tras año, envejeciendo lentamente en su estrategia depresiva. Él es un tipo maleducado que un día se negó a apartarse cuando yo pasaba con un maletón hacia mi casa y sólo me faltaban unos metros para llegar a la puerta, pero según él, yo tenía que desandar toda la calle hasta el semáforo porque esa acera es sólo para los peatones que van hacia el Besós, nunca para los que andan en dirección Llobregat, y aunque viviese ahí, no tenía derecho a llegar a mi casa por esa acera. Yo dije que no me movería y al final su mujer (que no es una mujer triste, sino corriente) tuvo que arrancarle de allí mientras él gritaba sus insultos y yo sonreía y les saludaba con la mano. Debería haber considerado un mal presagio cruzarme con los dos casi en el mismo momento, y no debería haber emprendido ninguna iniciativa, pero no suelo hacer caso de esos signos.
En mi casa, las obras habían recomenzado a todo estruendo con sonido dolby y sensorround. Cada diez minutos llamaban a la puerta: parece que es la única puerta donde hay que llamar, vaya uno adonde vaya. Por suerte, estaba aquí G. y también Mari, y podíamos reírnos. G. iba a comprarse un libro que yo ya tenía y que espero que le haya gustado, aunque tal vez era yo quien lo necesitaba hoy. La consolación de la filosofía de Boecio. Le he contado que el pobre Boecio las escribió en la cárcel y que le condenaron a muerte, no sé si con la cicuta o cómo. Le ha hecho gracia que la Filosofía le visitase para explicarle la iniquidad del destino... He recibido quejas porque un archivo que he mandado no sé cuántas veces no había llegado. Luego, otra llamada para avisarme de que mañana es el debate crítico de la ciudad donde estoy invitada a participar, con motivo del aniversario del Triangle/Fnac, lo que echaría por tierra mis planes de ir a yoga; pero tengo mis dudas. Han llamado de movistar para ofrecerme por décima vez mandarme las noticias por móvil; les he dicho como siempre que no me interesa, pero la mujer-robot seguía hablando, así que le he colgado y no he vuelto a coger. Y en esa mañana absurda, se me ha ocurrido una mala idea que no contaré aquí, sino en un cuento, y que sólo me ha traído problemas y malos entendidos. Pensaba que la comida con JC me animaría, pero aunque me ha contado cosas interesantes, ha estado de acuerdo en convertirse en personaje de mis cuentos y el pescado era delicioso, pero por alguna razón misteriosa, yo me he concentrado en sus ausencias... Se ve que hoy necesitaba yo una atención absoluta que era imposible. O quién sabe, tal vez fuese todo lo contrario. En el camino he llamado a otro de los personajes: me ha dicho que se sentía muy honrado, aunque estaba muy ocupado y concentrado en sus búsquedas particulares.
Al salir de allí me he dado cuenta de que estaba cerca de uno de esos raros e inmensos establecimientos donde venden la harina que necesitaba para hacer un pan. Me he encaminado hacia allí pero no la encontraba y un empleado hosco me ha dicho que se había acabado. He ido a una de mis librerías favoritas a buscar unos libros de Isabelle Eberhard que no tenían (pero los he pedido). Entonces se me ha ocurrido ir a buscar alguna pequeña y vieja estantería al único anticuario que conocía que no exageraba los precios, pero en algún momento desde que le compré el último mueble ha decidido subirlos. Tampoco tenía nada perfecto. En el anticuario de al lado, más clasicón, estaba mi pequeña y vieja estantería y a un precio humano. Por lo menos podré ordenar un poco mis libros sobrantes, he pensado aliviada.
Al volver a casa he pasado por los pakistaníes. Hace dos semanas que, cuando les pregunto si recibirán uno de mis tés preferidos para el desayuno, me dicen: "Mañana". Hoy he comprendido que para ellos, "mañana" significa el futuro, un futuro impreciso e incierto como nuestra economía. Pero ya no tenía fuerzas para bajar a la calle Llibreteria o a Balmes Gran Via para buscarlo. Además, hoy es el día que he elegido para dejar de tomar la tóxica vitamina B, que calmaba el dolor de mi brazo pero me causaba muchos otros efectos secundarios, además de envolverme en un olor medicinal, no sé si real o imaginado.
Me he sentado a mi mesa de trabajo y le he abierto la puerta de la terraza a la gata Gilda, pero había uno de esos vecinos que mantienen conversaciones estentóreas en sus terrazas o balcones, al parecer para preservar sus secretos de los de su casa prefieren que los oigamos los vecinos, también en estéreo. Así que he puesto el disco de Monteverdi que me sirve de escudo: el Vespro de la Beata Vergine. Ayer me dejaron un libro de Adorno sobre sus sueños que tal vez me inspire a recordar los míos. Creo que voy a cerrar mi libro de cuentos y empezar a hablar con editores posibles. Mientras andaba por la calle se me han ocurrido dos maneras de empezar mi otro libro, pero las he olvidado. JC me ha enseñado una tienda rusa de Passeig de Sant Joan, llena de productos interesantes sin traducción de la Generalitat. (Por cierto, NO iré a la FNAC esta tarde, sino que dedicaré esas horas a la mejoría de mi brazo dolorido. Con todo, es posible que participe en otro debate sobre la ciudad de esa serie).
Pero sería injusto no decir aquí que una llamada insólita, inesperada y sugerente me ha devuelto a mi mismidad. ¿Cómo ha podido adivinar mi interlocutor lejano que también a él le había convertido en personaje? Empiezo a creer en el misterioso efecto llamada de mis cuentos porque otro de esos personajes me ha escrito para preguntarme algo, después de un silencio de siglos (me he limitado a responder a su pregunta con un escalofrío; aunque en su caso da lo mismo, nunca me ha leído ni me leerá), dos me citaron sin saberlo, otro reapareció más o menos y el viernes tengo que comer con otro y tal vez le lleve su historia: sé que le gustará. ¿Pero hasta dónde llega el efecto de esos cuentos en lo supuestamente real?

domingo, 26 de octubre de 2008

Otra vez aquí

Caspar David Friedrich, La Luna saliendo sobre el mar, 1822
El viernes salí de mi sesión maratoniana con el dúo de dentistas argentinos. Es curioso, en la sesión con él, a pesar de tener esas obras excavadas en la boca (abierta), con vibrante estruendo y molestias, me dormía todo el tiempo. Cuando se lo dije, me contestó que eso era un elogio para un dentista. Luego pasé a ella, mucho menos delicada, por no decir brutal, y la cosa fue muy distinta. Me destrozó el labio y la mejilla, no se acababa nunca y salí dando tumbos. "Te va a doler y es en serio", me anunció. "Tómate ya lo que tengas". Me fui a casa y la homeópata me recordó los remedios: belladona y árnica alternadas y así empecé. Necesitaba andar y me las llevé conmigo. Ese viernes estaba lleno de acontecimientos culturales. Me habían invitado a ver a Dave Eggers en Kosmópolis (por alguna extraña razón la invitación sigue llegando de Facebook), pero esa hora había pasado en la silla del dentista (dejando a Lou aparte), me habían invitado a ver a Pierre Assouline hablando con Sergio Vila-San-Juan en el Caixafòrum, pero mi energía no me llegaba para andar hasta allí, ni podía arriesgarme en mi estado, aunque me habría encantado escucharles. Y finalmente estaba el Espai Freud, una conferencia de Miguel Morey sobre Foucault, en el Palau Robert. Me pareció menos arriesgado. Si no podía soportar el dolor, me iría discretamente andando a casa. Fui para allá y no me arrepentí.
El lugar estaba abarrotado y de un público heterogéneo, de todas las edades y de distintos backgrounds. Morey estuvo claro y brillante, dibujó un retrato personal de Foucault, no sólo su pensamiento sino la persona que hay detrás, pero sobre todo, con su pasión filosófica retrató al Foucault combativo, rebelde, su trayectoria desde la Historia de la locura a Les mots et les choses, Vigilar y castigar y la Historia de la sexualidad, su activismo contra las cárceles, sus respuestas frente a la estupidez acusatoria de su vida sexual, su defensa de que somos más libres de lo que pensamos. Alguien preguntó que si Foucault viviera, se enfrentaría al psicoanálisis (como si el psicoanálisis fuese "la amenaza"). Morey le contestó muy atinadamente que Foucault ya había dicho lo que pensaba en ese sentido y que él creía que, si viviera, Foucault se ocuparía de los medios de comunicación. Lo que nadie dijo, y me extrañó, porque había psicoanalistas entre el público, y yo sentí que debían decirlo ellos y no yo, fue que pese a la aversión de Foucault por toda institución y aparato y luchas de poder y estancamiento, incluidas las organizaciones psicoanalíticas, lo que allí se estaba diciendo coincide estrechamente con la posición psicoanalítica, al menos con la parte subversiva y rebelde del psicoanálisis, en esa escucha y despenalización de la locura, ese desenmascaramiento del poder que encierra a quienes no se avienen a razones, les quita la mordaza y les devuelve la palabra, en los caminos que abrió Freud y que reabrió Lacan, en la oposición a la postura carcelaria y represiva o conductista de psiquiatras y psicólogos. Pero fue realmente magnífico (Por cierto, podéis escuchar la conferencia en la web del Espai Freud). De la frase final como idea básica de lo foucaultiano: "No tenemos por qué obedecer", que nos inspiró a todos, un joven con rastas, tal vez más dominado de lo que creía, dijo: "Pero si no hay por qué obedecer, entonces yo no esperaría el orden de palabra o me pondría a dar gritos aquí..." Morey le respondió preguntándole: "Ah, ¿tú haces eso por obediencia y no por sentido común o cortesía? Yo creo que es cuando nos dan palo cuando perdemos esa consideración por los otros..." Me pareció muy tristemente sintómatico de este país sometido por la dictadura franquista y su opresivo e inmenso legado que un joven (con rastas) confunda el sentido común y la consideración a los otros con el sometimiento. Es una clave. De por qué antes había rebeliones que intentaban cargarse un sistema y ahora sólo hay estallidos de violencia ciega contra los más vulnerables o contra cualquiera, contra los indigentes o los inmigrantes o cualquier coche que pueda quemarse. De por qué predomina esa falta de sentido común y de consideración por los otros, pues la cortesía sólo es eso, consideración por los otros. No tirar basuras al mar, ni a la calle ni al jardín del azufaifo, no imponer a los demás nuestro propio ruido ni nuestra propia música, ofrecer un buen trato a quien no nos ha hecho daño, cuidar el entorno y la ciudad, no destruir lo que puede servir también a otros, cosas así que parecen haberse perdido en este pobre país, gracias a aquella herencia violenta de la dictadura. Como los colegios represivos donde la rebeldía consiste en destrozarlo todo. Uno difícilmente aprende a cuidar o a apreciar el entorno si no le dejan vivir, si se acostumbra a los palos.
Volviendo al tema anterior, un artículo en el suplemento de El País semanal habla o pretende hablar del éxito de la serie In Treatment (En terapia) que comenté aquí: el artículo lo confunde todo, no sé si por ignorancia de quien escribe o por esa insistente perversión de las cosas. La periodista, que no parece saber nada, llama psicólogo al psicoanalista (cuando esa escucha suele ser opuesta, opuesta la perspectiva , el psicólogo intenta apagar el síntoma, el psicoanalista lo observa y traduce, lo considera una forma de llegar a lo que hay detrás; el psicólogo lo pone todo fuera y da consejos; el psicoanalista no juzga, no moraliza, le interesa más escuchar el deseo y la necesidad interna, acoger al niño y al monstruo que nos habitan, darles la palabra, asumirlos, y no da consejos ni intenta integrarnos ni que encajemos necesariamente en esa realidad sometida); el artículo atribuye a "los americanos" la necesidad de esa escucha, cuando la tenemos todos o cualquiera. La fascinación de esa serie (que no interesa a Cacho y sí a V) es para mí precisamente contemplar esa escucha en la tv, en este país donde tanta falta hace, donde la gente hace equilibrios y carambolas para huir, donde la mayoría prefiere doparse y negar antes que saber lo que les pasa por dentro. Y donde cada vez que hablo de estas cosas me llegan mensajes insultantes de personas que detestan ese lenguaje, que por alguna razón se sienten amenazadas por su mera existencia, como si alguien pudiera obligarlas a psicoanalizarse. Que exista esa opción les altera. En lugar de distanciarse e ignorar aquello que no les interesa, prefieren seguir leyéndolo con furia, en un desesperado diálogo consigo mismos, sin lograr acallar un interrogante que les hiere. Es un misterio.
También me cuesta entender a aquellos que se enfurecen porque algunos defendamos los árboles de esta ciudad. Como si eso les impidiera algo o molestara a sus vidas. Como si no pudieran aceptar que no todos pensamos lo mismo y que algunos necesitamos el oxígeno para respirar. Como si eso impidiera a alguien dedicarse a otras cosas (por cierto, mi libro balcánico, cada vez más cerca).
Y hay gente que se siente amenazada por el trabajo de memoria histórica necesario en este país. Quien escuche o lea los testimonios de tantos que se recogen en el proyecto de Teresa Morandi y Anna Miñarro (Trauma psíquic i transmissió) comprenderá enseguida que es un proceso necesario para recobrar la salud mental de este pobre país. "Un país de cagats", decía Casasses el otro día en una entrevista. "Ningú no s'atreveix a dir res". Y efectivamente. Leyendo el Quanta, quanta guerra de Mercè Rodoreda, ¿cómo alguien puede pensar que hay que pasar página, amordazando a todos los que aún sufren traumas heredados de aquello, y dejar impunes a los perpetradores y que ni siquiera se señalen sus nombres, y que la justicia renuncie a su trabajo simbólico?
Tiene razón J., que me ha recomendado el artículo de Sagarra de hoy en La Vanguardia. Y aún no he leído a V.M. en El País...
Llevo dos mañanas andando por el bosque e intentando desintoxicarme cerca de los árboles. Si todo va bien, el jueves volveré al Montseny. He acabado mi cuento de cuentos y con él, el libro; sólo me queda tomar una decisión, incluir o excluir aquellos otros tres cuentos de mis dudas. Y empezar a pensar en ese otro nuevo proyecto... Antes de salir, he acompañado a Ana y le petit (grand) Nicolas a ver al azufaifo. El jardín se veía armonioso y olía a tierra. Al fondo, seguían allí las ratas de siempre.
Firmen aquí para que no talen plátanos y palmeras de la Diagonal, ni almeces de Joaquim Folguera ni... (y ni caso a la demanda de dinero, es cosa de la web, no nuestra, ignórenla!!!)

viernes, 24 de octubre de 2008

El azufaifo en su jardín y la historia

Foto: Eph, el azufaifo, hace meses... 2008
Ayer al fin, gracias al esfuerzo mediático, al Avui y a Localia, alguien vino a desbrozar y llevarse la basura del jardín del azufaifo. Yo ni siquiera lo vi, pasé dos veces corriendo por su lado y entre los coches y la gente no pude acercarme a la otra acera. De noche, Abel me avisó por email, así que me puse los zapatos, después de ver la serie En terapia (que Rodrigo García sólo ha adaptado de una serie original israelí), de madrugada y lo vi.
Como todas las brigadas de limpieza, arrasaron y cortaron seguramente de cuajo el bosquecillo de azufaifos que había crecido alrededor. También desataron, quizás con furia, los lazos verdes reivindicativos que había atados a la reja.
Pero se veia tan radiante el árbol sin basuras ni ratas, al fin en su jardín (casi como antes, aunque sin su bonita reja ni la casa que lo protegía de construcciones siniestras) y ya no en un vertedero, sin ese abandono espantoso que recuerda el vandalismo analfabeto y zafio de este pobre país, muerto su espíritu en esa guerra y sañuda posguerra, cadáveres amontonados en las zanjas, sin nombre, y gente culpable que se opone con fiereza a que se sepa la historia, a que se reconozca lo que ocurrió y la justicia señale a los culpables, ¿de qué son culpables los que se niegan? ¿En qué se identifican con los agresores? Ayer escribí sobre esto aquí.
Me gustó tanto el jardín del azufaifo que respiré de otra manera esa noche.
Escribo deprisa; otra vez ha vuelto el blanco orejudo carrolliano con su reloj. Ayer un osteópata de Barbados se dio cuenta de que nuestra infancia se parecía (en los golpes y el abandono) y me contó una historia que me recordó a la de Jean Rhys. Me dijo que dejase los remedios para mi brazo y me fuese al bosque y abrazase los árboles y respirase. Turn your senses inward. No era el primero. Tú no estás enferma, me dijo. Hay una fuerza... Parecía contento con sus descubrimientos. Es verdad que llevo demasiado tiempo en la ciudad y hoy me toca una sesión maratoniana de dentista, que tal vez acabe de rematarme. Pero el azufaifo, él, parece tranquilo y armonioso.
Por cierto, el programa de Sánchez Dragó donde participé se verá el 15 de diciembre en Telemadrid o en el 91 de Canal Satélite. Si hoy muero en la silla del dentista os habré dejado un recordatorio.

lunes, 20 de octubre de 2008

¿Existe el fin de semana?

Frederick Edwin Church, Dämmerung in der Wildnis, 1860
Ese espacio silencioso, ese paréntesis esperado, ese racó dels mals endreços o cajón de sastre donde a veces yo también intento encajar todo lo que me sobra o me falta, lo que no puedo hacer durante la semana, lo que deseo y lo que debo, o simplemente no hacer, adoptar una ociosidad que tal vez sólo sea un ritmo algo más perezoso y desordenado, una lentitud que aprovecha el silencio (como si cayera un manto sobre las obras, sobre los llantos de la guardería, sobre los camiones, los autobuses y cláxons y todo el griterío infernal de la semana) para, como mandan los chamanes, turn your senses inwards, escuchar las propias voces internas, y además de leer, escribir.
Pero a veces parece que alguien me haya sustraído ese tiempo, que el hipotético y deseado fin de semana se haya desvanecido, engullido en vida social, en algún encuentro intenso que me adentra en un torbellino, en pedazos de cosas, sin que haya logrado siquiera descansar.
Si pudiera mirar ese tiempo como quien contempla un cielo nocturno y apacible, sin la contaminación lumínica de estas pobres ciudades, las tres estrellas que más brillaban en mi fin de semana (acabado, pasado, desaparecido y enterrado por un pérfido lunes de una semana ya demasiado e imposiblemente llena) han sido la película Faces de John Cassavettes (y esas imágenes y escenas de intimidad, sensualidad empática y rabia misógina, perplejidad de las relaciones, alcohol y dificultad de decir se han quedado impregnándolo todo, sobre todo las caras de ellas, las protagonistas femeninas, tan de cerca, y las multifacetas de lo vital y amoroso, de la vejez y la juventud mezcladas), mi tarde de domingo, dedicada a escribir un largo cuento cuyo título homenajea y parodia una pieza de Dorothy Parker, y la visión de ese recital rodorediano de Casasses, que me descubrió el blogger Iluminaciones y que tuve que poner ahí, conteniendo el aliento. EC ha seleccionado lo mejor de Quanta, quanta guerra y ha añadido alguna de las Flors de Mercè Rodoreda y los dice, con esa entente perfecta entre el piano de Comelade y su voz, con toda su teatralidad natural, su charme trobadoresco. La tristeza de la guerra de Rodoreda, donde la ensoñación infantil, la violencia y la pérdida están entretejidas con la sensualidad, resulta vibrante y espectacular en la voz de EC. Lo he dicho al reverso y se lo he dicho a él: siempre me sorprende que la gente tenga que pagar un potosí para ver un espectáculo de Peter Brook, Bob Wilson o Pina Bausch, por poner ejemplos dignos, y no sea lo mismo para un espectáculo como éste. Al margen de los costes de cada espectáculo (pero yo vi unas cartas de Chéjov y Olga, con Michel Piccoli dirigido por Peter Brook, que no tenían decorado apenas, Ta main dans la mienne) Claro que el setting de Casasses-Comelade-Rodoreda era también propicio, con ese zócalo de mosaico y ese aire de casino antiguo.
En cuanto a mi nuevo cuento-manantial, estoy en pleno extravío, apenas puedo decir nada, es más largo que todos los demás y me pregunto si encajará en el libro, si tendrá finalmente cara i ulls, si lo acabaré o será inacabable, si se transformará en otro libro, si será un fiasco... Después de un mes sin apenas escribir, es una felicidad haber osado intentarlo. Y que mis hipotéticos (¿existen de verdad?) lectores no se confundan: ésta vez no ha sido el bloqueo, no podía excusarme con ese cerramiento de los muros en el que sólo veo piedra o cemento ¡ni siquiera! No, esta vez sólo era yo misma poniéndome excusas para no sentarme a acabar los cuentos pendientes. Fue también una llamada de una editora amiga y una propuesta de la semana pasada que abre la puerta a otro viejo proyecto mío (¿podré hacerlo? Curiosamente no me di cuenta y tuvo que intervenir otra interlocutora cercana, que me desveló la posibilidad en una comida lluviosa de Mandri. "Pero, Bel, eso significa que puedes escribir aquel libro que querías...") la que de pronto me hizo ponerme en marcha con mi escritura: tengo un libro de cuentos casi acabado, esperando mi decisión -incluyo o no en ese libro tres cuentos algo distintos, pero emparentados-, y esperando a escribir uno de esos gérmenes nacidos hace un mes, tres frases anotadas en un cuadernillo... Y de pronto, aquí estoy, de nuevo luchando con las palabras. Porque... Each venture is a new beginning, a raid into the inarticulate... y ese cuento de cuentos (formado por muchos a la vez) se ha levantado como aquellas figuritas de niñas danzantes que recortábamos de una hoja de periódico diez o quince veces plegada y de pronto aparecía un corro y sólo había que pegar dos extremos... ¿Los mantendré juntos? ¿Los separaré? ¿Se los mostraré enseguida a mi amigo serbio, que acaba de enviarme los suyos en castellano? ¿Y qué haré con esos tres otros, distintos y vinculados al mismo tiempo? Nada sé de todo esto, pero revivo aquella sensación placentera de John Gielgud en Providence. De momento, hoy tengo una entrevista pendiente que, por alguna razón, me produce inquietud. Y después... la posibilidad de escritura es un auténtico week-end interior, a pesar del griterío urbano, un espacio silencioso en mi mente donde se escuchan murmullos acuáticos, respiraciones, extraños juegos de luces y sombras, recuerdos fantasmáticos, metáforas que yo misma no sabría descifrar...

domingo, 19 de octubre de 2008

viernes, 17 de octubre de 2008

Hay imágenes


Foto: Manel Armengol, Jesuites de Casp, 2008
Que despiertan pensamientos y deseos de escritura. Ésta es de una serie de Manel Armengol de nocturnidad urbana, con esa mirada exploradora que me hace pensar en la infancia, en el asombro y el deseo de desvelar, de averiguar los secretos del mundo adulto o de averiguar lo que ocurre cuando no miramos, cuando todos duermen. Recuerda vagamente a la cubierta de un barco. No sé si es la luz, la extraña quietud inquietante que transmite; es una imagen misteriosa.
Yo no debería estar aquí, sino trabajando, pero la foto me ha traído, sin saber cómo, quería mostrarla, mirarla en mi espacio virtual...
Después de muchos meses he encendido BTV mientras desayunaba, estaba esa emisión matinal de com radio y hablaban de fosas abiertas (y yo corrigiendo ese libro de psicoanalistas sobre trauma y memoria histórica); ha llamado un solo oyente y era una psicoanalista llamada Neus (como mi interlocutora en la Fundación que publica el libro) para hablar de las mujeres que elegían no participar en la vida pública. He recibido un mensaje de unas jornadas sobre ciudad y memoria histórica. Es esa misma sensación de las canciones que hablan de nosotros, de lo que nos pasa, de lo que estamos pensando. Llevo dos días leyendo las interesantes memorias de Moisès Broggi para una entrevista. Me gusta el personaje que dibuja en el libro: un humanista, lleno de sentido común, agradecido a todos los gestos y pequeñas y grandes ayudas de amigos o de gente empática, agradecido a su suerte, capaz de recordar, contar e intentar entender el mundo. También me gusta la Barcelona de su infancia, un Eixample lleno de descampados y vaquerías donde compraban la leche, los primeros coches solitarios... Me alivia ver cómo se daba cuenta de las cosas, cómo sabía diferenciar la violencia arbitraria de los descontrolados de la CNT/FAI de aquella otra violencia sistemática y organizada desde arriba, utilizada como arma de guerra por el bando franquista y luego como instrumento represivo durante 40 años de franquismo. Cómo distinguía en medio de esas mareas a las personas. Cómo apreciaba la diferencia de nivel cultural de la Universidad e instituciones de la República y el zafio analfabetismo y la pobreza espiritual y cultural del franquismo. Cómo se da cuenta de que para que la democracia funcione, el nivel cultural de los ciudadanos es esencial (por eso no funciona la nuestra).
He acabado y entregado las segundas galeradas de mi libro balcánico a Alba; me han pedido la foto para la web, aunque de momento sólo sale mi traducción de Jacob Riis en esa página, un libro magnífico que también arrastra recuerdos y conecta con el humanismo de MB. La sensación es de que mi libro está cada vez está más cerca. Ayer me invitaron a Berlín justamente en enero, pero para coger un billete tengo que tener en cuenta las fechas de salida de mi libro y las del curso en el Institut d'Humanitats. Parece que los meses se llenan como las semanas y todo debe encahar como un puzzle (lo cual choca con mi apego a lo improvisado, a lo libre, al tiempo ocioso, a no saber lo que haré y a decidir en el último momento).
Ayer comí cerca de Santa Caterina con un político municipal dispuesto a escuchar y una amiga común que quiso ponernos en contacto. Yo pude decir mi malestar y mi impresión de que las cosas no funcionan, de que no hay vehículos de conexión, de que al recurrir a los distritos topamos con un muro de arrogancia y rigidez, de que las personas que ocupan muchas veces esos cargos están completamente cerradas, ignoran lo que significa vida democrática, repiten eslogans, se toman cualquier asunto de forma personal e infantil, incapaces de ver más allá de sus narices, mi impresión de que el discurso de la sostenibilidad y del verde choca con políticas que sólo favorecen el cemento, destruyen el paisaje, empeoran la vida cotidiana, nos usurpan la ciudad que conocemos, entierran la memoria, degradan todo. Me invitó a escribir sobre mi experiencia con La plaza del azufaifo y mis conclusiones.
Vi una película extraña, en cierta manera fallida (ese final, frustrante y absurdo, ¿era así en la novela?), basada en una novela de B. Malamud que no había leído (y al buscarlo veo que mi entrevistado Aleksandar Hemon escribió un prólogo!). Escritores obsesionados por su obra, arrastrados a la marginalidad mientras luchan con sus libros, abandonando la vida, y la violencia que acaba por engullirlo todo. No me interesó la relación con la violencia en la película, aunque la historia me gustaba y la mirada del actor también. El otro día empecé a ver una película de los Coen del año pasado: tanta violencia inexpresiva me aburrió, me saturó y apagué y me volví a mis libros.
Y ahora me voy, me voy, pero esta entrada no está terminada, la acabaré más tarde...

Seguid firmando aquí los que no queréis que talen los árboles de la Diagonal, de la plaça Joaquim Folguera, de la Ciutadella...Y no hagáis caso de esas peticiones de dinero de la web, nada tienen que ver con este manifiesto...

miércoles, 15 de octubre de 2008

Del hombre que llamaba demasiado y la resaca social


Foto: I.N. El mar, no muy lejos de Palma, 2008.
A veces, cuando suena el teléfono me sorprendo implorando a los hados o a los dioses griegos: "Por favor, que no sea él". No es que no resulte simpático, inteligente o interesante como interlocutor, todo lo contrario, pero yo todavía conservo la fantasía de que el teléfono (fijo) pudiera traer una buena noticia, la realización de un deseo secreto, un premio inesperado. Y este hombre llama demasiado. Ayer justamente me contó que en la telefónica le dijeron que consumía en exceso. ¿Por qué llama tanto? A veces he pensado que se resiste a aceptar su no presencia en mi casa y en todos los demás lugares donde alguna vez ha estado. Tanto llama que cuando deja de llamar, el silencio -su silencio- se hace estrepitoso. El efecto es potente: deja de llamar y todos (sus elegidos) pensamos en él. Sé que ha habido algunos que no han podido soportar ese silencio tan ruidoso y le han llamado para preguntarle si le pasaba algo, tanta era la costumbre. Yo aprovecho su silencio para valorar el estado de mi popularidad; aunque la mayoría de gente que quiere conectar conmigo, fuera del trabajo, "no suena", me escribe por email (alguno incluso por Facebook, sin importarles que sus mensajes sean transparentes, vistos por otros) para quedar, o por sms, y otros llaman al móvil (todo depende de la percepción: según G., a mí siempre me están llamando y no paro de hablar por teléfono... Lo mismo pienso yo de él...) El problema es que, cuando el fijo suena y no es el hombre que llama demasiado, puede ser una compañía, y eso es muchísimo peor. Ahora ya me desahogo con ellos antes de colgarles: "Mire -le dije a uno ayer-, no me interesa; para mí, todas las compañías telefónicas son una panda de forajidos, auténticos chorizos, y el chorizo mayor es el gobierno, que no les pone límites. Adiós". El hombre de Orange, que era argentino y tal vez llamaba desde Buenos Aires, se echó a reír antes de despedirse y colgar. Me acordé de ese amigo americano que les pide su número privado para llamarles a esta hora, o que les dice que se esperen un momento y tira el móvil a un sofá. Pero volviendo al hombre que llama(ba) demasiado, sus intercambios con las compañías y bancos tienen gracia, porque es ingenioso y tiene reflejos para contestar siempre como yo sólo puedo hacerlo casi cuando ya he colgado. Tal vez por eso llama tanto, porque le divierte medir su lengua viperina en cada situación. Una vez, cuando me quejé a una antigua amiga de esas llamadas, me dijo: "¡Al menos te llama un hombre! Yo tengo la sensación de que sólo me llama mi madre." Él suele llamar cuando entra en un taxi. Dice "Hola" y enseguida: "Vamos a la calle tal..." A veces lo dice en portugués y deduzco que está en Lisboa. También llama mucho desde aeropuertos (cuando le conocí, tenía horror a volar...!). En realidad nunca sé dónde está, y aunque a veces aparece por aquí, en mi mente vive en un espacio virtual, telefónico, entre taxis, estaciones y aeropuertos. Llama tanto que olvido preguntarle porque para mí, siempre está ahí, al otro lado de mis teléfonos. Si comunico, me llama al otro e insiste. Alguna vez le he preguntado por sms: "¿Qué querías?"... "Nada", responde. Y como siempre está ahí, acabo informándole de muchas cosas que no pensaba decirle, acaba demasiado bien informado, aunque a veces me niego a contestar a sus interrogatorios. Con todo, es casi imposible llamarle y encontrarle. Si uno quiere decirle algo, vale más esperar que vuelva a llamar. (Pero espero que el hombre que llamaba demasiado no se enfade: esto es una especie de homenaje a su silencio de hoy).
Anteayer fui a la presentación de un libro que pinta muy bien y que leeré pronto, un libro de memorias de alguien inteligente y buen observador de la realidad. En mi impresionable espíritu, el ambiente se me antojó una pesadilla. Naturalmente, hablo sólo desde mi subjetividad, extremadamente sensible a las leyes de la hospitalidad. No me gusta estar allí donde no me siento bien recibida. El porcentaje de personajes típicamente barceloneses que sólo me saludan si me ven hablando con uno de los importantes o codiciados era muy superior al de la gente cordial o que simplemente disfruta con la conversación y l'esprit. Vi a Cacho brillando saludado por todos, pero no iba a colgarme de él o de los homenajeados como ese bonito pez que se llama rémora. Vi editores que sólo me saludan si me doy a conocer humildemente, y tras hacer un esfuerzo de memoria más selecta que selectiva. A traductores que me miran de soslayo o vuelven la mirada, aunque en situaciones distintas me hayan saludado con entusiasmo artificial y me hayan escrito mensajes. A escritores que me han presentado muchas veces, siempre partiendo de cero, como si nada: coincido después con uno de ellos en los ferrocarriles, porque vive en mi barrio, pero nos alejamos sin decirnos nada, aunque veo siempre en sus ojos la leve bombilla del reconocimiento, como el gesto táctil de las hormigas al encontrarse. A mí, esas situaciones me devuelven a la inhospitalidad absoluta de mi infancia, y me remueven el higadillo. Así que no esperé a Cacho ni a Chapuis, que lo estaban pasando bien, y me escabullí de La Central del Raval, donde además, ni siquiera tenían mis libros (hace unos días, La plaza del azufaifo estaba en la mesa, me dijo alguien. Y luego supe que al menos ése lo tenían pedido, pero ese día todo parecía hostil, y tan distinto a La Central de Mallorca, donde siempre me cuidan y apoyan). Yo iba justo después a una reunión nocturna de la memoria histórica y el trauma, con la misma ilusión que un animal hacia el matadero. Necesitaba disfrutar de la soledad tras la indigestión. Pero allí me encontré inesperadamente bien, casi evaporado mi cansancio, en atmósfera afín, escuchando cosas que me interesaban, en intercambios y conversaciones reales. La conclusión: me temo que faltaré a todos los próximos eventos sociales en una buena temporada barcelonesa y me limitaré a ver a mis amigos (me falta tiempo para mí y para ellos y para el ocio y los deberes, por favor, que alguien le ponga un par de horas más a cada día...) en lugares donde mi presencia sí es grata; esos lugares existen incluso en esta ciudad, aunque anteayer, a pesar de los libros, pareciera imposible. Un amigo de hace mucho me hizo llegar ayer su deseo de verme, invitándome a comer "un viernes" en ese lugar (para mí lejano) donde transcurre su actividad, rodeado de jardín urbano compartido y con una "cantina", no muy lejos del mar y en esa otra Barcelona contemporánea que aparecía en la portada de mi Crucigrama. Iré: quisiera contarle que le he convertido en personaje de uno de mis cuentos nuevos, tal vez leérselo. Y quizás esa resaca de indigestión social hace que luego aprecie más la curiosidad receptiva y el afecto de mis amigos, que late en otra frecuencia...
Y en mi obstinación de salvar árboles en este país arboricida, podéis firmar aquí el manifiesto (NO paguéis dinero, son los de la web los que intentan recaudar, nada que ver con el manifiesto arbóreo) y podéis ver un ´breve vídeo de Aardman, la oveja Shaun, aquí: Saving a Tree que me acaba de traer G. Me dice Juan Manuel Grijalvo que dice Ole Thorson sobre el proyecto de la Diagonal: "El proyecto no está hecho. Ha habido muchas propuestas durante los últimos años y espero que saldrá una idea más respetuosa con los árboles. Se puede hacer".

lunes, 13 de octubre de 2008

A veces, un espíritu energético se abre paso...

Rembrandt, paisaje.
Y atraviesa la grisaille celeste. Leo sin querer el fragmento del poema de Pavese que aparece en la portada de Lavorare stanca, no sé qué hace en ese poema que lo que podría ser fatal (cursi o convencional o demasiado clásico) se seque y se someta a la inteligencia o al nervio del poeta. A lo mejor es mi forma de leerlo, quedándome prendida de algunas imágenes, algunas palabras o cosas que me obsesionan, como los muros de piedra seca y la luz, o la idea de respirar la hierba, el tacto del pelo, la fruta, o la palabra sussulto (sobresalto), sussulto del sangue. Se llama "Estate", verano.
C'è un giardino chiaro, fra mura basse
di erba secca e di luce, che cuoce adagio
la sua terra. È una luce che sa di mare.
Tu respiri quell'erba. Tocchi i capelli
e ne scuoti il ricordo.
Ho veduto cadere
molti frutti, dolci, su un'erba che so,
con un tonfo. Cosí trasalisci tu pure
al sussulto del sangue. Tu muovi il capo
come intorno accadesse un prodigio d'aria
e il prodigio sei tu. C'è un sapore uguale
nei tuoi occhi e nel caldo ricordo.
Ascolti.
La parole che ascolti ti toccano appena.
Hai nel viso calmo un pensiero chiaro
che ti finge alle spalle la luce del mare.
Hai nel viso un silenzio che preme il cuore
con un tonfo, e ne stilla una pena antica
come il succo dei frutti caduti allora.
Alguien me ha pedido que contactara con Enric Casassas y como no lo encontraba (yo tengo que hacer las cosas al momento, sino me olvido; eso desconcierta a algunos: si no contesto a los mensajes cuando los leo, se me pierden; si no aprovecho los impulsos iniciales con personas y cosas, abandono sin darme cuenta, me engulle el burbujeo constante del mundo y de mi pensamiento o el sussulto del sangue), he mirado en Internet para ver si veía dónde estaba. Pero en vez de ver ningún bolo del momento, he encontrado esta pequeña entrevista en you tube. Me encanta cómo dice el primer poema y cómo dice (con fuerza) la última estrofa y que rime policia con gelosia. Es algo así como

Cadenes, tot el que neix
cadenes, la policia
Cadenes, tu mateix
Per la puta gelosia.
Pero yo no tengo tiempo ni derecho a escribir aquí. Me esperan las galeradas de mi libro balcánico y la última lectura del libro de Miñarro y Morandi sobre el trauma psíquico de la guerra civil y la dictadura en este pobre país, y reseñar un libro de Daniel Handler que he acabado y... mis cuentos, que empiezan a rebelarse y a levantarse como muertos desenterrados, aunque risueños o hilarantes, pero exigiendo ser escritos. Me convierto una vez más en el white rabbit de la carrolliana Alicia, Oh dear! Oh dear! I shall be too late!... y "Oh my ears and whiskers, how late it's getting!"
Se me olvidaba. Misteriosamente, los artículos de Vila-Matas (aunque yo no esté entre sus blogs) los domingos, ese nuevo Dietario voluble escapado del primer libro, me producen un efecto tranquilizador. Creo que la idea que subyace es que, si alguien que sí se preocupa porque corten los árboles de la Diagonal (perdonen pero hoy un joven arquitecto me ha removido el higadillo con la falacia de que en Bcn hay más árboles. ¡Cómo se deja engañar tanta gente por una frase, con los ojos vendados! ¡Qué listo fue Porcioles con su invención de cómputo falso, que siguen usando sus sucesores municipales!), sigue sumergiéndose en lo literario y en lecturas y pensamientos, no todo está perdido.
Seguiré más tarde. Me he acordado de que un profesor de latín que tuve en Unitec, que era maravilloso (¡¡¡por desgracia he olvidado su nombre!!! si alguien supiera) empezaba siempre la clase con un poema o una frase filosófica porque, decía, eso ayudaba a la concentración y a la reflexión necesarias para traducir. Y tenía razón... Pero yo sigo sin saber por qué estoy contenta de pronto, sin que haya cambiado apenas nada...
Retiro lo dicho. ¡Han vuelto las obras a este edificio! Esta vez con permiso municipal. El fragor nos tiene de nuevo envilecidos. Alguien se ha propuesto expulsarnos de aquí. Mañana emigraré, a trabajar por ahí, ordenador en mano...
Para ver la denuncia de las basuras que rodean al azufaifo en LOCALIA TV, pinchad aquí

viernes, 10 de octubre de 2008

Telarañas



Foto: Telaraña encontrada en la red...

He visto Spider, me ha parecido tristísima. , es el peso del pasado en el presente, pero también es la impotencia de la infancia, una hostilidad fría y despiadada que hace enloquecer al niño, un niño que sigue cobijado en la psicosis del protagonista. Está tan bien construida que no he podido dejarla, a pesar de que yo no soporto esas historias, y nadie me había dicho que tratase de la infancia y de cómo el horror de esa infancia había hecho enloquecer al protagonista. La gestualidad de Ralph Fiennes es sobrecogedora y está llena del sufrimiento de la enfermedad mental. ¿Quién no ha sentido nunca esa proximidad, esa posibilidad dolorosa? Y las imágenes: el mundo se ve como un lugar despiadado y a la vez comprensible, es decir, que toda esa hostilidad fría resulta cercana. Me pregunto cómo se quedaría RF después de hacer eso. De pronto he visto a Cronenberg de otra manera, matizando Existenz, Promesas del Este, etc. Mientras estaba hablando, J. me ha llamado para hablarme de un personaje de mi infancia, que tiene que ver con esa alucinación dolorida de la película, ese peso del pasado en el presente. Tal vez esa tristeza conectada con la infancia me despierte en cierta forma de mi extraño letargo creativo (según la Belle Elaine, un parón necesario después de tanta escritura seguida).

Hoy he dado mi pequeña conferencia balcánica en la Fundació Jaume Bofill. El público era predominamente joven. Temo haberles abrumado con tantos interrogantes, tantas ideas, tantas conversaciones de escritores balcánicos llevadas allí sobre las causas de la guerra, la conexión con la II Guerra Mundial, la falta de una historia rigurosa sustituida por el mito, la manipulación de las viejas heridas, la complicidad colectiva, la necesidad de la memoria, etc. Al acabar me han aplaudido. Espero que les haya gustado.

Por cierto que iba yo por la calle sumida en mis pensamientos, había atravesado un rodaje de lluvia en Còrsega esquina Enric Granados y seguía bajando, abstraída, cuando he chocado violentamente con alguien y al volverme a mirar: ¡Era Cachodepan! Los dos nos hemos quedado impresionados. Poco después le ha llamado Ch. y Cacho le ha dicho que había chocado con "esa mujer", es decir, yo. Ha sido un momento extraño. ¿Quién decía algo de sincronías ayer...? Vaya encontronazo...

Hay unas telarañas como las cuerdas que Spider ataba en el techo de su habitación, unas telarañas en el rincón de mi mente donde descansan mis cuentos, los dos que apremian por salir y los que vienen detrás. Espero que entre mañana y pasado encuentre un momento para despejarlas... G. ha venido un momento a cenar y contarme historias de gatos y veterinarios, antes de salir a su fiebre del viernes noche. Yo le he contado que me había cruzado con una chica que llevaba el pelo cortado a la garçon, pero terminado en una multiplicidad de largas rastas, con el aire de un personaje de ciencia ficción ciber punk o medievalizante, casi como aquellas parejas de Jeff Noon eternamente unidas por sus rastas (por cierto que yo traduje tres libros de Jeff Noon y aún recuerdo la locura de sus respuestas larguísimas a cada una de mis dudas, llenas de sentidos y referencias a canciones; en lugar de resolver me complicaban más y más y temía preguntarle, hasta que al fin me dijo: "Bueno, ahora déjalo ya porque tengo que acabar mi siguiente novela"). Gilda duerme, expande ondas de confort a su alrededor. Conversaciones telefónicas en el sofá, estilo Doris D. Me ha llegado el juego de segundas pruebas de mi libro balcánico. Espero acabar pronto la corrección. No me he atrevido a mirar si los acentos serbocroatas siguen ahí. Junto con el manuscrito, me han llegado dos libros de Alba: Renoir mi padre, de Jean Renoir, maravillosa biografía que por esas extrañas leyes del mercado no ha encontrado aún su público. Sólo la he empezado y me ha atraído de forma casi irresistible. Creo que vale la pena que la busquen, sobre todo si son como yo fans del cineasta Renoir. Pero volveré a hablar de esto. El segundo libro es más duro, colección Alba oscura, pero pinta interesante: voy a proponerlo para reseñar. Conversaciones con un verdugo. En la celda del teniente general de las SS Jürgen Stroop. Y primero voy a acabar mis otras lecturas...

A la mañana siguiente: He empezado a mirar las galeradas de mi -ya famoso aquí- libro balcánico. En un primer momento me asusté al ver el manuscrito y lo que me esperaba. Pero empiezo a leer y me siento transportada allí, a mi aventura balcánica, y algo se anima en mí y laten todos esos cruces de ideas y de pasión por saber, entre ruinas humeantes por las que planean metáforas y mitos y heridas históricas familiares, manipulados en la coctelera que organizó la guerra, y la sombra de los criminales de guerra y la pasión de los escritores antiguerra y el lenguaje distorsionador de los implicados y las feministas y el pensamiento patriarcal y la arquitectura turca mezclada con los edificios austrohúngaros y las catedrales ortodoxas y la urbanización de estilo soviético y los altos ex yugoslavos y la profusión de antenas parabólicas y el turbofolk y los árboles altísimos y el cruce del Danubio y el Sava en Belgrado o la pequeña ciudad vulnerable del río Miljacka y las colinas, la dividida Sarajevo y las terrazas repletas de gente en Zagreb y su funicular y las mujeres que bajan de las montañas a vender flores con pañuelos de colores y la calvinista austrohúngara y ordenada Ljubljana... Todo eso y mis peregrinaciones por sus exilios europeos y mis lecturas balcánicas, todo eso se agita en mí y tal vez por eso dejé un poco abrumados a los jóvenes que me escuchaban en la Fundació Jaume Bofill, pero yo podría seguir conferenciando y contando lo que descubrí, aunque debería montar mi material filmado... "Parece la prosa", dijo mi amigo serbio de esas escenas de la entrevista a Ozren Kebo por la Sarajevo dividida y minada... Mi propio libro me interesa, pero es que refleja una aventura apasionante para mí, llena de descubrimientos, y además, al menos una gran parte lo han escrito ellos, los escritores de esa guerra de escritores, los "ingenieros de almas" de Stalin, lo han escrito oralmente y yo sólo he tenido que escucharles, transcribir y contar mis paseos y lecturas. Por eso me hace tanta ilusión ver este libro publicado... y a veces pienso en hacer algo entre Rusia, Georgia y Chechenia cuando hayan pasado los deberes de presentación y prensa de Si un árbol cae. Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes, pero mis amigos balcánicos me dicen que no lo haga, que la antigua Yugoslavia es la montaña de Heidi comparada con aquello...

Links: En una web canaria hablan de La plaza del azufaifo. Ana S. Pareja, de Melusina, habla de la crítica a la ciudad en dos libros...

Y recordad que podéis firmar aquí para evitar la tala de árboles en la Diagonal, la Ciutadella y la plaça Joaquim Folguera. Hay trazados alternativos para esas indraestructuras. No firméis anónimamente; ¡no sirve de nada! Y no hagáis caso de las peticiones de dinero de la web; ¡No tienen nada que ver con nuestro manifiesto!

jueves, 9 de octubre de 2008

Corrientes internas


Foto: I.N., Terraza en Madrid, 2008

Hay una extraña fuerza que amordaza el deseo de escritura, que encuentra maneras de llevarme otra vez a la aridez del bloqueo. Y pese a todo, en algunas conversaciones se filtran trozos de esos cuentos de escritora que no escribe. Me pasó ayer contándole algo a mi hermana italiana. Ella lo notó y dijo: "Tendrías que escribir eso". Yo lo sabía; es fácil reconocer esos desbordamientos y desviaciones, como aquel mensaje de correo electrónico que le mandé a mi amigo serbio hace años. Yo me di cuenta y él también. Luego perdí el mensaje y él tampoco lo conservaba, pero el cuento fue una reconstrucción tardía de aquello, que estaba en mi memoria viva, la más abstracta e inconsciente: utilicé el mismo título del "asunto" o subject del mensaje y la misma estructura, sólo que ampliada. Fue tiempo después, seguramente meses, pero hay obsesiones que crecen en la cabeza y se fijan ahí con sus raíces simbólicas, y a veces descubro en una página de cuadernillo que no he leído frases y cosas idénticas de un cuento que luego he escrito directamente en el ordenador. En cambio otras parecen volatilizarse en la memoria como los sueños, que a veces pasan un momento por la mente al despertarse, a veces abstractos como una atmósfera, una sensación, unos colores, y se vuelven al inconsciente tal vez para siempre. Lo cierto es que ahora tampoco me siento exactamente bloqueada; al contrario, tengo la sensación de que podría en cualquier momento ponerme a escribir, sólo si hiciese el esfuerzo de volver... Cuesta entender cómo esa escritura que me transporta inmediatamente a un estado de rara felicidad me produce también tantos reparos y huidas...
Ayer salió otra de mis reseñas en La Vanguardia (Peter Hobbs). Fue una de las pocas cosas buenas de un día pesado y cargado. Acabé trabajando hasta tarde, integrando nuevas correcciones en el libro de Miñarro y Morandi sobre "trauma psíquico y transmisión" (memoria histórica).
Mañana iré a una comida en la Fundació Jaume Bofill, que financió una parte de mi proyecto (y me permitió emprender los últimos viajes balcánicos), a explicarles mi experiencia allí. Hablar de ese libro balcánico siempre me hace ilusión y yo siento que hay una mezcla de asombro e interés en los que me escuchan. Ojalá los editores alemanes se decidan a quedárselo en Frankfurt.
El otro día, en una conversación con madrileños, ellos me recordaban esa idea de que aquí (per aquests topants, como decía la buena traducción de Parcerisas de los cuentos de Beatrix Potter que compré para G cuando era pequeño... Aquí la gente imagina que se trata de cuentos cursilones o naïf, pero es alta literatura, y si no, lean El sastre de Gloucester, por poner un ejemplo... Naturalmente yo no quise ver esa película estúpida que la banalizaba, pero siempre que voy a algún lugar rural o veo un huerto se me aparece el pérfido Mr. McGregor y los conejos que le sisaban, o aquel cuento en que las ratas apresan a un gato e intentan cocinarlo envolviéndolo en una masa) vivimos en una isla, no estamos rodeados de ese clima del PP que les envilece allí, incluso en el mundillo cultural, y que por ejemplo, en un diario de esa ciudad, un escritor puede preguntarse anhelante dónde está nuestra Sarah Palin (¡y defender un creacionismo sui generis abandonando toda razón!), como si esa figura hiperderechista y deprimente (ya tuvimos a la Tocino: aunque su aspecto fuese mucho menos glamoroso, diría que no se atrevió a defender la pena de muerte ni el dichoso creacionismo, pero era ese mismo modelo de madre de mil hijos, etc) tuviese un atractivo político. Aquí siempre hay gente dispuesta a mirarla sólo por su aspecto, pero si ganase McCain y ella llegase a presidenta todos la sufriríamos (¿cómo íbamos a imaginar que podía haber algo peor que Bush?). Como señalaba la psicoanalista Maria José Muñoz hablando de Zizec, es intolerable que llamen postfeminismo (y hay casos peores, como un titular de El País que decía: "Sarah Palin, ¿un nuevo feminismo?") lo que sin duda es prefeminismo, en el sentido de prehistoria y no de "conducir a", ya que su ideología niega, en pleno siglo XXI, todas las conquistas históricas de las mujeres entre el XIX y el XX, además de negar las leyes de Darwin, etc. Yo comprendo que, cuando uno tiene que oír o leer escritores que defienden el creacionismo y al personaje político de SP, la percepción de las cosas y el humor son otros. "Nosotros también tenemos nuestras cruces", les dije yo a los madrileños. De hecho llevamos una racha espantosa. Después de veintiséis años de pujolismo, cuando al fin llega "la izquierda" a gobernar, nos encontramos que siguen prácticamente las mismas políticas en educación, medio ambiente, cultura, etc. Que sólo cambian una perversión del lenguaje por otra. Que siguen favoreciendo a la escuela privada y religiosa. Que desdeñan la paridad en los cargos importantes. Que destruyen el paisaje, el medio ambiente y el patrimonio sin escrúpulos ni límites. Que continúan con las comisiones y la corrupción y se caen los túneles. Que siguen con la política del cemento y la llevan a sus extremos. Que sólo parece importarles "la cuestión nacional", pero no logran ninguna negociación que cambie el hecho injusto de que los catalanes paguemos más impuestos y recibamos menos que el resto del país, mientras el resto del país nos considera insolidarios.
Hace una tarde silenciosa y sé que se lo debo a la lluvia, que obliga a parar el estruendo de las obras. Cómo me gustaría prolongar este tiempo... Voy a seguir con Daniel Chandler... Por cierto, he visto gracias a Eph una interesante web de Vila-Matas (pero yo no estaba entre los blogs, como en la canción de AM).
El lugar de firmar para salvar los árboles de la Diagonal y la Ciutadella es éste, pero recordad que a aquellos que eligen la opción de que su nombre no figure no podremos contarlos, su firma habrá sido inútil, lo mismo que aquellos que firman sólo con un nombre de pila (como Jose o Artur), desaparecerán de la lista cuando la publiquemos. Y también recordad que esa casilla de la web donde se pide dinero para otras campañas no tiene nada que ver con nuestro manifiesto, ignoradla y seguid... Y por favor, enviad el link a todos aquellos que podrían firmar, advirtiéndoles que añadan su profesión en la casilla de comentarios, que no oculten su nombre y que ignoren esa petición de dinero...

miércoles, 8 de octubre de 2008

Post-Madrid

Caspar David Friedrich, El árbol solitario.
El lunes cogí el AVE por primera vez para ir a Madrid. Aunque en esa feísima estación, que huele a dudoso aceite de coche frito, hubo un caos considerable, nos hicieron cambiar de cola porque se les había estropeado el aparato de control de equipajes y esperar lo suyo, lo cierto es que sólo se trataba de pasar las maletas por el escáner, y comparado con el horror que implica ya coger un avión, me pareció bastante llevadero. (Viajé sin compañero de asiento en la ida y en la vuelta, y eso es importante). En cuanto el tren arrancó y empecé a ver el paisaje corriendo por la ventanilla sentí la vieja felicidad reflexiva y fecunda de los trenes. Duró poco, pero yo estaba advertida. Aún no han hecho aquí, como en otros lugares de Europa, vagones sin móvil, y la gente más grosera está siempre ahí, dispuesta a contarnos toda su banalidad y los pormenores de su trabajo a gritos y desoyendo la petición de renfe de que bajen el volumen de los timbres. No me había dado tiempo a adaptarme un trastito de esos que acumulan música, así que llevaba un aparatejo obsoleto y más grande con unos cuantos cds, y me lo puse enseguida para ensordecerme ante la zafiedad. Como yo nunca escucho la música así, en los oídos, me molestaban los casquillos, y por otra parte, escucharla tan cerca, confundida entre los latidos y sutiles mareas internas de mi cuerpo, me confundía y sentía unos deseos irresistibles de bailar, como si aquellas melodías formasen parte de mi fisiología, procedieran de mi memoria o mis emociones. La idea de arrancarme allí (aunque no por bulerías) a cantar y/o bailar me hizo pensar en esa irrealidad caprichosa y teatral de los musicales, o en la película de Bjorg y Lars Von Trier, donde los personajes, en cualquier contexto cotidiano, se levantan, cantan y danzan en coreografías simétricas que nunca podrían ser espontáneas, ilustrando lo que acaba de ocurrir. Sólo que, mirando a mi alrededor, me pareció imposible que aquellos viajeros supieran desempeñar su papel, así que me abstuve.
En Madrid, además de disfrutar de la hospitalidad, los tés, la belleza del entorno y la conversación inteligente de mis anfitriones, fui al programa Las noches blancas, de Sánchez Dragó, junto con José Ovejero, Luisgé Martín y José Machado para hablar de la antología de Funambulista con cuentos (o fragmentos de blog, en mi caso) de nosotros cuatro y de Enrique Vila-Matas, Cristina Grande, Colectivo Todoazén, Rosa Montero, José Maria Merino, Fernando Aramburu, Antón Castro y Mercedes Cebríán. Pasé el trago del maquillaje, que siempre me produce aprensión, y no miré a la cámara como es debido, sino todo lo contrario, por reflejo inconsciente de camera shy. Hay que reconocer que Sánchez Dragó se prepara bien sus programas, se lee los libros con atención y no sólo deja hablar sino que escucha a sus invitados. Para mí, eso resulta más importante que el disenso o consenso ideológico en un programa de libros. (Y también la receptividad: de momento, no me quisieron -ni a mí ni a La plaza del azufaifo ni Crucigrama- en el único programa de libros que hay por aquí, y me consta que no ha sido porque no les gustaran mis libros. Naturalmente no cupo todo lo que yo quería, hablé de mis libros, me dejé cosas, sobre todo porque un contertulio planteó el tema de la memoria histórica, la guerra civil y etcétera desde una posición bastante opuesta a la mía (él quiso objetar a lo que José Ovejero había escrito en el prólogo y el epílogo del libro, para mí afín y muy atinado) y eso nos llevó a todos por otros derroteros; pero aún ahí, y ese tema es una de mis obsesiones, creo que pude decir algunas cosas que me parecían importantes. Luego nos fuimos a cenar los cuatro, aunque por un accidente o un exceso de prontitud, en la tv habían pedido un taxi para cada uno y llegamos al restaurante, en la calle Libertad, en cuatro coches. En la cena (el lugar era uno de esos sitios castizos con zócalos de mosaico y pescado en adobo) pudimos intercambiar información editorial y de revistas, repasar personajes del mundillo y despotricar de nuestras respectivas ciudades: ellos aún no se han dado cuenta de la degradación que está acabando con BCN, ni de los árboles que aún tienen en Madrid, pero claro, saben mejor que yo de las lacras de ruido, cemento y errores que allí les tocan. Más tarde, ya en casa y de madrugada, estuve viendo el programa de ese día (el nuestro saldrá seguramente en noviembre, nos avisarán y mandarán copia), una entrevista a Jaime Bayly absolutamente genial, por el personaje gracioso, excéntrico y talentoso y porque de nuevo SD se había leído sus libros con atención y parecía disfrutar de esa conversación.
Al día siguiente, con la lentitud forzosa de las interrupciones y la conversación, fui con mi anfitriona al museo Thyssen para ver la exposición ¡1914! La vanguardia y la Gran Guerra. Es una muestra amplia, con esa amplitud que tanto se da ahora, lo cual implica casi siempre o por fuerza irregularidad, es decir, junto a piezas maravillosas, cuya contemplación supone un privilegio gozoso que justifica la visita y la caminata, se ven otras sin interés o que no pueden compararse. Egon Schiele, Otto Dix, Paul Klee, Brancusi, Goncharova, Emil Nolde, sutiles y maravillosos Kandinskis, Léger!, Man Ray, Chagall, Picasso e tutti quanti, más la triste pequeña reproducción de cuadros que había que irse ver en la Fundación Caja Madrid, ya que la muestra se reparte en dos espacios. Otro problema era la señalización inexistente, que nos llevaba constantemente a aterrizar en salas donde se exponía la colección permanente: esa colección incluye pinturas maravillosas (Caspar David Friedrich es un ejemplo) y era imposible resistir la tentación de mirar un poco, de asomarse a esos paisajes que yo querría atravesar, entrar en el cuadro reviviendo mi viejo deseo de niña, de huir del mundo espinoso y hostil que me rodeaba adentrándome en la atmósfera sugestiva de muchos cuadros (algo que sólo pude hacer leyendo, naturalmente).
Encontrar un sitio para comer algo fue difícil, pero al menos, me consoló la frondosidad de Madrid, que está llena de árboles gigantes e inmensos, abetos, magnolios, plátanos y tantos otros y esos árboles (algunos salvados por la baronesa, en el gracias a ella aún hermoso Paseo del Prado... Por cierto que en el programa me preguntaron: "¿Y tú no tuviste que atarte al árbol?" No había tiempo de explicar mi espíritu impaciente e inquieto, pero sí conté de tantos ofrecimientos de amigas y conocidas, algunas célebres, que me dijeron cosas como: "Si hace falta yo me ato al azufaifo, pero tendrá que ser esta noche, porque mañana salgo de viaje, o sólo de 7 a 8, o mañana por la mañana antes de mediodía, ya que luego tengo que hacer una comida, tengo una reunión..." Diría que todas eran mujeres.) Y no tuve tiempo de ver a mis amigos, así que la próxima vez procuraré ir más días. Yo siempre he sido bien acogida en esa ciudad, a pesar y al margen de quien la gobierna, y para mí, las leyes de la hospitalidad son sagradas.
Volví de noche, de nuevo en un AVE que me parece carísimo, auténtico latrocinio como ya casi todo en este país, pensando en un cuento de Daniel Handler donde todo vale millones de dólares y el dinero se le acaba a la protagonista en 9 días. Pero es que aquí, hablar por móvil vale mucho más que en el resto del mundo, y la verdura y los productos básicos son muy caros respecto a los bajos sueldos, y eso, unido al fragor de las obras, a los árboles talados, a los edificios antiguos y valiosos derruidos hace que la vida no sólo se haga difícil y nuestras ciudades inhóspitas, sino que además, lo cotidiano sea áspero e irritante. Volví preocupada por un dilema espinoso que me tiene preocupada y encontré a G, que me enseñó una vieja animación que me encanta: animales de plastilina entrevistados y hablando con acento y gestos muy británicos de sus condiciones de vida en cautividad y sus quejas (Aardman).
Se me olvidaba decir que durante el viaje en tren a Madrid me llamó Lucas López, de Radio ECCA para entrevistarme en un programa de libros y otras cosas que se emite en Canarias, "Nos gusta la gente", sobre La plaza del azufaifo. La entrevista se hará el domingo a las 19, hora de Barcelona.
Por cierto, firmad mi manifiesto aquí. Han empezado a aparecer algunas firmas ilustres entre los firmantes (arquitectos, psicoanalistas, escritores, artistas, críticos...). No comprendo a los que firman como anónimo: esos votos no contarán de ningún modo. Reenviad la dirección a la gente que conozcáis, por favor. Por cierto, me han dicho que en esa web piden dinero para campañas: nada que ver con esta campaña. No hemos pedido dinero.
Mi artículo de hoy en La Vanguardia Culturas aquí.