domingo, 31 de agosto de 2008

Après coup

Foto: I.N., Una casa hospitalaria en Formentera, 2008
Anoche acabé tarde y no pude ponerme con el posible nuevo cuento, cuyo embrión duerme en un cuadernillo ibicenco, junto con otros que de momento (eso me pareció en mi lectura tardía) no prosperarán. Pero antes, la lectura de una amiga me cuestionó dos cuentos: en uno de ellos creo que era una limitación suya, pues ella es virginal y una escena ardiente en unos lavabos públicos o una palabra prohibida podría bastar para hacerle perder el hilo. Justamente de ese cuento mi amigo serbio decía: "cuando hay un hilo claro y casi todas las frases son necesarias, es fácil hacer alguna corrección...". Pero el segundo, que tiene un título estival y que para mí se integra en la miniserie que llamo secretamente "vírgenes suicidas", es un cuento del que yo dudaba y que mi amigo serbio también encontró poco claro, aunque V (que siempre ve los significados simbólicos y las metáforas a primera vista... ventajas del espíritu lacaniano unido a su afición filosófico-poética china y a su trayectoria teatral y de bailarina) lo vio enseguida muy bien. La cuestión es que las críticas de todos ellos me ayudan a pensar. Volví a leerlo y me di cuenta por primera vez de lo que yo había querido contar con ese cuento. (Me da vergüenza confesar que sin esas discusiones, muchas veces no sé (conscientemente) nada de lo que he escrito, pero es así. Sin embargo nunca he oído una voz que me dictara, como dijo una escritora catalana que le ocurría). Una a una las metáforas se me fueron revelando. Añadí entonces una frase al final del primer párrafo que introducía mejor la clave del cuento. Y ahora, diga lo que diga cualquier lector, estoy segura de ese cuento y así va a misa.
En cambio, el último que escribí, justo antes de irme a Ibiza, con un título equino y que les leí a V. y a A. en una playa, tiene ahora un pequeño interrogante. Yelena me pidió cuentos y le mandé unos cuantos. Esta mañana me ha llamado para comentármelos. Una sugerencia suya me ha hecho pescar una frase superflua y antichejoviana en ese cuento del título estival, que he suprimido agradecida, y ha coincidido conmigo en que con la nueva frase añadida en plan clave (que le he leído al teléfono) se entendía mucho mejor. A ella le ha gustado mucho mi última historia, pero me preguntaba si no sería mejor acabarla antes y la verdad es que tendré que pensarlo. Veremos si mi amigo serbio opina lo mismo. Pero sobre todo, veremos qué opino yo con otra lectura muy atenta.
Mientras escribo, estoy recuperando unos fideos udon con alcachofas y curry que ayer se me pasaron un poco y los recaliento con ese método de no remover hasta que se vuelven hipercrujientes y se les da la vuelta como a una torta en la sartén sin nada. He llegado a comprar el periódico por los pelos. El perfil de McCain (ese Caín, creo que le llama un conocido fiscal progresista) da escalofríos. Su compañera de lista es terrible, tiene todo lo peor, aunque a J. le gusta su aspecto y le propongo que se vaya a seducirla, tal vez así podría retirarla y que nos dejaran en paz. Le sugiero a mi amiga americana que se tape la nariz y vote. Cada vez más, las elecciones van a ser cuestión de taparse la nariz para votar contra lo peor, votar al que nos parezca menos malo. Pero cada vez es más difícil votar a nadie, aquí y allí. Por cierto que Pierre Assouline, aprovechando una cita del discurso de Obama, habla en su blog del poema de Langston Hughes (amigo de Cartier Bresson, que le retrató) y su dream deferred: me encanta esa elucubración metafórica sobre lo que ocurre con los sueños pospuestos, si se secan como una uva pasa al sol o maceran o huelen como la carne podrida, o se les forma una capa de azúcar glas o pesan como una carga o estallan... Y la cara de Langston Hughes, que parece a punto de bailar, reírse o sumirse en su celebración poética melancólica y alegre de la vida.
Mientras, me pregunto si resistirá mi parte investigadora el vacío balcánico. Se me han ocurrido otros proyectos que incluyen viajes arriesgados. Tal vez si mi libro balcánico prospera, no me nieguen una beca... O tal vez debo olvidar esos proyectos y simplemente atreverme a esa novela siempre postergada, rehuida, a la que algunos cuentos le quitan dentelladas...
En Ibiza empezó a pasarnos algo repetido. Cualquier cosa que surgía en la conversación, aparecía en el periódico al día siguiente o bien alguien ajeno lo nombraba o... La tendencia no ha terminado. Ayer mi vecino, que ha vuelto a la escritura y está entusiasmado e inmerso en su nuevo libro, me habló de Ariadna auf Naxos y en El País aparecía programada en una tv. Ha habido muchos más ejemplos, ayer y hoy, en periódicos y en comentarios ajenos. Es gracioso e inexplicable, como cuando alguien nos recuerda muchísimo a otro y no podemos compartirlo.
Un amigo librero y escritor me dice que le gusta esa heterogeneidad de mis libros y yo, acostumbrada a verlo como dispersión inexplicable, dicotomía, intereses mezclados, obsesiones diversas que me componen (la literatura, la memoria, la resistencia política, la ética), me quedo pensando un momento. Por cierto que su reseña sobre La plaza del azufaifo se distribuirá ahora.
He quedado con T. para ir al cine y aún no sé si veremos qué. Ah, y qué libro maravilloso me dejó JC., Leonardo Sciascia scrittore editore ovvero La felicità di far libri. Son las reseñas, los informes de lectura que escribía ese escritor siciliano (a veces sobre libros suyos, en tercera persona!), de Diderot a Soldati, cualquier cosa, su estilo es sintético pero es pura prosa, sus interrogaciones, sus imágenes... me encanta. Leo todos los días una reseña, como si fueran poemas. Me ayuda a pensar. Por cierto que JC está visitando una ciudad que siempre pisaba en sueños y tiene billete de retorno en una fecha peliaguda. En un arrebato le mandé mis recomendaciones para esa ciudad de ciudades, aunque él no las necesitaba. Espero que haya descubierto las razones de sus visitas oníricas y que me lo cuente pronto.
Vayan a POLIS, sobre los recortes de derechos a los ciudadanos europeos y la política internacional. Dedicado a aquellos que me acusan de idealizar Europa. Y sobre la basura y la contaminación en nuestras playas y nuestra ciudad.

sábado, 30 de agosto de 2008

Acabar lo inacabable

Foto: I.N. Atardecer en el bosque de Sa Talaia de Sant Josep, Eivissa, 2008
Estos días he abandonado un poco el blog porque tenía que terminar y entregar mi libro balcánico. Creo que era Bonnard quien fue sorprendido por el guardián de un museo retocando un amarillo que no le convencía, con el pincel en el bolsillo de la gabardina. Y según me cuenta mi vecino, Balzac acababa sus novelas en la imprenta, para desesperación de los impresores. (me recuerda aquello de Valéry: un poème n'est jamais achevé... mais abandonné). Yo tengo esa misma tendencia, pero sé que hay que cortar en algún momento, abandonar...
Sé que mi editor me dará trabajo (sólo ver la cronología ya encontró sugerencias que hacerme), y tal vez habrá momentos en que eso me pese (saturninamente), pero la sensación de que haya alguien al otro lado, alguien inteligente y minucioso cuidando la edición me tranquiliza. Esa actitud favorecerá necesariamente al libro, un libro que no es fácil, porque las historias que lo llenan están llenas de matices, de voces distintas, paradojas y encuentros cruzados, porque la guerra de los Balcanes no es simple, porque el tema es un campo minado, porque cualquier olvido puede resultar tendencioso. Aunque mi libro no sea un ensayo sistemático y exhaustivo, ni obligadamente riguroso como el trabajo de un historiador, sino algo mucho más libre e inclasificable. Se trata (por si alguien no lo sabe) de mis itinerarios y andanzas por los Balcanes, mis comentarios de crítica literaria de los autores entrevistados y las entrevistas donde ellos contestan a mis preguntas. También ayer hablábamos -la Belle Elaine y yo- del posible montaje del material visual que he reunido, ¡17 cintas de vídeo! Un trabajazo apasionante. Lo cierto es que en este momento de cierre, en que he añadido algunas precisiones al libro y he encontrado algunas citas para encabezar algunos capítulos, me siento tan feliz que tal vez debería poner el disco balcánico que me regaló la poeta Tatjana Gromača (por cierto, hay unos poemas suyos traducidos al catalán por Simona Skrabek en Cafè Central y valen la pena, Què passa res? es el título) y bailar por la casa.
He leído más cuentos de Somerset Maugham, he acabado This is Serbia Calling de Matthew Collin (una interesante historia de una radio alternativa belgradense bajo Milošević que me mandó el editor de mi libro balcánico), he leído más poemas de Lavorare stanca de Pavese (me gusta mucho, casi más sus momentos más negros y melancólicos, y he repescado unos versos para citarlos), he empezado Mujeres de Mihail Sebastian, que J. me recomendó con entusiasmo, y no le habría hecho caso, porque no entendí sus argumentos, pero yo había leído parte de los interesantísimos Diarios de ese autor, que me regaló mi amigo serbio en mi pasado cumpleaños, y sabía que Sebastian no podía defraudarme. Me gustan mucho las primeras páginas, que me recuerdan a Stefan Zweig y Thomas Mann en la atmósfera de la época. Tengo muchas otras tentaciones de lecturas. Y deseos de ir al cine con más suerte que ayer (sólo la compañía de la Belle Elaine me compensó, y una conversación sobre la posible traducción-colaboración de un libro sobre nuestro posiblemente común antepasado, un conquistador que se negó a participar de la brutalidad y se integró en la comunidad india y aprendió de ellos misteriosos poderes curativos, etc, y de su inminente periplo mexicano). Y quisiera estirar las horas para poder integrar lecturas, cine y conversaciones (y bailar por la casa) en una ociosidad que no excluya la escritura...
Porque ahora mis cuentos me reclaman. Pequeñas correcciones de unos y al fin pruebas y valor para zambullirme en esos posibles gérmenes... tras mis días de quehacer balcánico. Tengo ya unos cuantos y empiezo a pregntarme a quién proponérselos. Es una lástima que los dos editores que he encontrado, el de La plaza del azufaifo y el editor de mi libro balcánico no se dediquen también a la ficción contemporánea. Es importante no sólo encontrar editor, sino sentirse comprendida y bien acogida. En el fondo, es mi vieja obsesión de la hospitalidad. Y además, yo siempre escribo lo que no hay que escribir y el 99% de editores españoles detestan los cuentos y no quieren ni leerlos. Pero yo empiezo a estar contenta de los míos...
Todo esto es lo que me consuela de la desesperación de las talas salvajes de árboles, las obras, el polvo y el ruido que han convertido mi barrio en una cantera de fealdad y que amenazan con destruir aún más. Me consuela también de la situación espantosa del mundo. Y mientras leo distintos y siniestros escenarios que me manda mi amiga americana sobre las elecciones de allí (deberían dejarnos vetar a los candidatos, ya que nos gobiernan a todos: si yo pudiera, vetaría a McCain y a su horrible compañera de lista), sigo soñando que un día podré huir a una ciudad francesa, aunque sólo sea puro wishful thinking.

martes, 26 de agosto de 2008

La dificultad de volver y un pequeño homenaje inesperado

Foto: I.N., Sant Josep de Sa Talaia, Ibiza
Es extraño. En esta semana no he sentido la añoranza de la conexión, no he visitado los cibercafés, no me ha abrumado la falta de mi ordenador, he escrito tan sólo fragmentos en un cuadernillo, y aunque echaba de menos un espacio más grande donde la mano pudiera expandirse en la escritura, tampoco me he molestado demasiado en cambiar, he empezado varios cuentos posibles, he soñado con ellos cerrando los ojos al sol quieto de mi embarcadero favorito o en las conversaciones, en que A. intentaba retarme a escribir una novela erótica basada en viejas andanzas y en las historias que yo les contaba a V. y A., que estos días han soportado estoicamente mi presencia en la isla y la lectura de mi último cuento.
He leído a Somerset Maugham, algunos cuentos magistrales, con ese personaje suyo narrador-observador de los dramas ajenos y del discurrir de un mundo dolorosamente imperfecto y convulso, y ese personaje es tan británico en su escucha y su mirada... siempre me fascina. He recorrido un bosquecillo de pinos desde donde se divisaba el peñón gigante de Es Vedrà. He disfrutado de la quietud de una solitaria playa paradisíaca cuya ubicación no puedo revelar. He recorrido media isla a pie, bajo un sol de justicia, siguiendo a A. y V. hasta un pequeño embarcadero oculto donde se celebraba un cumpleaños por sorpresa. He pernoctado en una hermosa casa de Formentera, donde todo era bonito, agradable y acogedor, aunque los libros y la literatura parecían excluidos del universo de todos los que allí paraban. He alimentado lagartijas con pieles de rajas de melón y gatos flacuchos con restos de pescado y yogur. Me han mordisqueado pececillos perfectos, bien diseñados ellos sí por las leyes de la misteriosa y sufrida naturaleza. Algún atardecer me acribillaron los mosquitos, en una especie de peaje estival.
He concluido que sólo si los alemanes se ocuparan de medio ambiente, alcantarillado, recogida de basuras, etc., se salvaría este país. Todo está lleno de basura. Nadie vigila y nada impide a los barcos arrojar la basura al mar. Yo he visto al barco rápido de Ibiza arrojar su basura al mar en pleno puerto de Barcelona, pero seguramente, como dice el reseñista del Heraldo de Aragón, es mi trastorno ocular. Yo he visto ciudades, pueblos, playas y bosques en Europa sin un sólo papel o colilla en el suelo, pero sin duda es ese mismo defecto ocular, que me hace ver Arcadias inexistentes, y mi imaginación enferma que me hace ver basura en playas y bosques y ciudades de este pobre país nuestro, tan limpio y cuidado y preservado que no puede criticarse. Los peces comen plásticos, los plásticos son petróleo y nosotros nos comemos esos peces con petróleo y todos nos envenenamos. Y el paisaje se llena de fealdad y basura y gritos.
Al volver, quería empezar a hilar alguno de esos cuentos aún embrionarios, empezar el tejido por cualquiera de esas puntas, siguiendo sólo mi deseo, pero he encontrado mensajes que borrar y algunas urgencias. La mayor es mi libro balcánico. Me he comprometido a entregarlo en pocos días. Mi amigo serbio me manda sus sugerencias de matices. He hablado con él: me dice que el libro le ha excitado, me dice que es un libro importante, que no hay ninguno así, que será un hito, que hay partes geniales (curiosamente las primeras ochenta páginas, de las que yo tanto dudaba, le han entusiasmado) y que por eso tengo que cuidar más esos posibles errores o repeticiones o matices. Así que se me ha contagiado la excitación balcánica y sin apenas deshacer la maleta me he lanzado a corregir las correcciones, a integrar lo que sí, a buscar alternativas, a considerar la poda, a matizar mi difícil cronología, a reunir valor para dejar que cada uno hable por sí mismo sin puntualizar, etcétera.
Hoy me he despertado prematuramente a las 6 y al bajar de la estantería el libro de Dante Bertini Amorimás, que prometí dejarle a V., no he podido evitar abrirlo, y al leer un poema al azar, he tenido que leerlo entero. Ese libro me encanta. Lo recordé porque A. leía estos días su prosa con fruición y nos hablaba, pero yo admiro en DB su genio poético (y temo siempre tener que enfrentarme a la misoginia de la narrativa erótica., de la que no saldría yo indemne, pues todo me afecta, como me afecta el ruido y la tala de árboles). Acepto que él no quiera leer La plaza del azufaifo como contrapartida; comprendo que piense que no debe invertir pues ya lo ha leído en mi blog, aunque para mí sea completamente distinto y el libro no pueda identificarse con esos posts, sino que adquirió enseguida otra entidad y se lee muy distinto. Yo siempre comprendo a los que no quieren leerme, por eso no sería buena vendedora. Hay amigos que no sólo me leen sino que compran más ejemplares de La plaza del azufaifo y los regalan a otros. Y esos compensan a los que lo piden prestado: mi Crucigrama valía sólo 10 euros, pero hubo un grupo que se iba pasando el mismo ejemplar regalado por mí, mientras otros no paraban de comprarlo. Yo también procuro comprar los libros de amigos escritores que me gustan para apoyarles). Es imperdonable que la Poesía Completa de DB no aparezca rápidamente en Lumen o en cualquier buena editorial capaz de cuidar la edición y distribuir por todas partes. Tengo que volver a decírselo a ese poeta que es Cachodepan. Me gusta su mezcla de pesimismo-ironía-ingenio poético y luminosidad callejera, cotidiana de esos poemas, su mirada burlona y llena de matices.
la inquietud que produce en arcanos deseos
aquel vecino alto que fuma distraído
apoyado a la puerta
o bien aquellos otros versos de "Primera batalla":
la calle donde estaba la casa donde nací
tenía grandes plátanos
con el tronco camuflado para una guerra
que finalmente los abatió sin piedad
uno a uno
o bien
Deposito en un banco mis ausencias,
me pongo a caminar cabeza abajo,
giro al revés, derviche alucinado,
aspiro el polvo gris, la falsa nieve...
No sé cómo voy a desprenderme de él para prestárselo a V., creo que voy a buscarlo en las librerías de viejo (¡está agotado!) para regalárselo o para que el editor se decida a reeditarlo. O para que el autor escriba más poemas desaforadamente, sin parar.
Aún llevo conmigo el deslumbramiento de Joseph Brodsky y su Marca de agua. Dice Brodsky que la infancia raras veces es más que una escuela de insatisfacción e inseguridad, y yo, con mi horrible experiencia de entonces (salvando sólo mi relación con el paisaje y los libros) no puedo sino darle la razón y aplaudir, como cuando Coetzee decía que según su impresión, la infancia era sólo cuestión de apretar los dientes (Boyhood) y resistir. A Brodsky le transporta el olor a algas heladas (en parte por la fonética de la palabra rusa vodorosli) y explica que nos reconocemos en ciertas moléculas, en ciertos elementos: "Después de todo, un olor es una violación del equilibrio en el nivel de oxígeno... es un asunto de moléculas, y la felicidad, supongo, es el momento en que descubrimos nuestra propia composición en libertad... y sentí que, al salir al aire frío, me había introducido en mi propio autorretrato." Así que me imaginé autorretratada en el olor de las higueras ibicencas, o del genjibre, el té verde chino, la menta o el jazmín... Dice Brodsky: "Asumiendo que la belleza consiste en la distribución de luz en la forma que más agrada a la retina, una lágrima es el reconocimiento, tanto de la retina como de la lágrima, de su incapacidad de retener tanta belleza". Eso explicaría mis lágrimas al entrar a Goa en ferry, o en la escena que hace unos días he descrito en un cuento, en el ruedo de un antiguo club de hípica que ya no existe. Brodsky se convierte en gato que come pescado en un momento del libro. En otro vuelve a la mitología o a un encuentro real con la política y la negación, o duda "qué engendra qué: una experiencia un lenguaje o un lenguaje una experiencia". O nos recuerda que somos en parte aquello que miramos y no se extraña de la creencia medieval de que una mujer embarazada que deseaba tener hijos hermosos debía mirar objetos hermosos". Sigo con mi idea jodorowskiana de que la belleza cura y la fealdad enferma y de que tendré que seguir resistiendo a este ayuntamiento que sólo nos sustrae la belleza y la destruye, llenándolo todo de esa fealdad pestilente y ruidosa, cortando los árboles (oh, qué olivos inmensos he visto en la isla... y qué pinos calcinados y renacidos...).
Ya me voy. Tengo que decidir si lanzarme a la calle a por los recados necesarios o bien sumergirme ya sin más dilación en lo balcánico y acabar lo empezado...

lunes, 18 de agosto de 2008

Tempus fugit

Ilustración de John Tenniell para Alice in Wonderland de Lewis Carroll No he tenido tiempo de escribir antes. Me voy: sólo una semana, de nubes y claros y alguna tormenta isleña, pero me voy sin conexión, sin ordenador, sólo con papel y pluma para seguir mi impulso de escribir. Hoy, en medio del ajetreo de recados, citas de verano y peregrinaciones para cualquier cosa (por el famoso ferragosto), he empezado un nuevo cuento y tengo la sensación de que quizás prosperará (tuve dos fallidos, de momento, hace dos días). Me ha arrebatado Joseph Brodsky con su Marca de agua (Watermark), me gustaría citarle aquí... tal vez a la vuelta. Hay cosas en ese libro tan afines a mis pensamientos que casi me escandalizan. Y otras tan inspiradas.
Hoy he comido con M.L. Necesitaba su autorización para un cuento donde sale él, y me la ha dado. Estaba contento, venía de su campo agreste y se enfrentaba a varias incertidumbres inminentes y limitaciones diversas con un espíritu heredado de los poetas chinos, y su humor particular. Y le brillaban los ojos (tal vez por la compañía campestre). Pero me ha recordado una escena genial, que yo tenía olvidada y me ha vuelto, con luz lunar. Hemos hablado de dos estados, el de creación, más energético, y ese otro del agotamiento, el abandono, que propicia percepciones y descubrimientos distintos. Él los asociaba a una energía muy ligada al sexo. También hemos hablado de los efectos de la escucha de otros para saber sobre lo que uno crea. A él, como a mí, a veces le basta con que alguien mire sus fotos, aunque no diga nada, para verlas él de otra manera. A mí, a veces, me basta con leer en voz alta mis cuentos a alguien, sin necesidad de mirarles siquiera, aunque no digan nada. Escucho lo que he escrito de otra manera si ellos están ahí.
Antes, he visto a Cacho y Jorge, nos han traído capazos ibicencos a los viajeros y un pequeño souvenir que llevo también conmigo. Por cierto, que Cacho y yo hemos increpado a los de Parcs i Jardins, que cortaban ramas de plátanos invadidos de termitas, pero sobre todo debido al descuido generalizado (no los podan suficiente y cuando llegan están podridos, lo cual les excusa para acabar con ellos). No es culpa nuestra, decía uno de ellos, con parte de razón. Pero si ellos no se resisten... Si están dispuestos a talar todos los árboles de la Diagonal para que pase un tranvía, a destruir la Ciutadella para que construyan un parking, a arrancar para siempre la sombra de los lledoners de la plaza Joaquim Folguera para ampliar ese metro que permite llegar a la montaña rusa de Hereu, esa que tan ilusionado tiene a nuestro alcalde que justifica la gran tala de encinas centenarias en Collserola. Si ellos no resisten, ¿quién resistirá? Si ellos, amedrentados por las amenazas de represalias a las que se ven sometidos, no paran de talar y talar, ¿qué será de esta pobre ciudad? Empiezo a plantearme ir a ver a "los otros", la oposición. Hasta ahora no lo he hecho, me resistía, pero visto el maltrato de los que gobiernan, empiezo a pensarlo.
De camino al centro, me he encontrado dos veces con una editora. La primera hablaba por el móvil y nos hemos saludado con la mano. La segunda me ha parado para decirme que a su madre le ha encantado La plaza del azufaifo, y que ella lo ha empezado y le atrae mucho. Anteayer también me llamó V. para decirme que el libro le había sorprendido agradablemente, que no imaginaba lo bien que quedaría transformado en libro, lo distinto que era de leer el blog, etc.
Ayer, mientras caía la oscuridad y se densificaba, tuve una conversación interesante con otro blogger, sobre la política, la (des)memoria histórica, las obsesiones nacionalistas de unos y otros, el psicoanálisis, la forma en que uno puede asumir su diferencia y convertirla, como él dijo, en una "cicatriz luminosa", etcétera.
Y al llegar a casa tenía un mensaje de J.P., con matizaciones para mi cronología balcánica y una casi-noticia que me ha alegrado. A mi amigo serbio le está gustando mi libro balcánico, lo encuentra muy interesante. Le pedí que lo leyera en un tiempo récord. Me preocupa la idea de que se me haya podido colar algo imprevisible, prejuicioso, o que me falte algo muy esencial, o no sé exactamente qué, puesto que no es un estudio exhaustivo, sino las voces de los escritores, mis comentarios sobre sus textos y la crónica de mis viajes. Pero como decía Oriol, one never knows...
Ya no tengo más tiempo. Es tarde y mi bolsa aún está por hacer. G. cuidará de la casa y de la oronda Gilda, que no se despega de mí. No hay tiempo de links, y hace un bochornazo. Me voy al territorio misterioso del White Rabbit carrolliano. Quién sabe, tal vez me espera la merienda del sombrerero loco y sus no-cumpleaños, en medio de un bosque...

miércoles, 13 de agosto de 2008

Aire


Foto: I.N, mis chanclas japonesas, 2008.

A medianoche me despertaron ráfagas de aire fresco. Cambio de tiempo. Había un personaje de cuento que se iba y llegaba sólo con los cambios de tiempo, giraban las veletas y hacía el equipaje. Yo tenía un amigo anglosajón que parecía funcionar así, aunque fuese casual, y se convirtió en una broma nuestra.
Ayer, en pleno calor, fui con V. y A. al CCCB a ver la exposición de Ballard. Una vez, comprando un libro suyo para mis clases en la UIC, me encontré a Ramón de España, fan de Ballard, y comentamos la extraña condición de ese escritor lúcido y con universo muy propio, en Inglaterra autor de culto, olvidado en este país: unos porque le consideran escritor de género, y los aficionados al género (sci-fi), considerándole traidor por haberlo abandonado. Y es que las pesadillas de Ballard se hacían realidad tan deprisa que se convertían en hiperrealismo...
Antes de entrar aprovechamos un rincón de sillones para leerles (a V y A) mi último cuento, que ya está cerrado y acabado. Luego la atmósfera de ese escritor inteligente y visionario, que pasó su niñez en un campo de internamiento chino junto con sus padres y otros ingleses, me cautivó. No es que el montaje sea magnífico, pero tiene algunos detalles sutiles y sólo por ver su película del retorno a Shanghai y el vídeo de sus respuestas a un test clásico (me encantó que alguien que ha hecho literatura de la pura catástrofe, ante la pregunta "¿A veces teme que suceda algo terrible?" conteste sin dudar: "No".), algunas de sus citas (la ficción ya existe en el mundo real, el escritor sólo tiene que inventar la realidad), la obsesión de las fantasías, ensoñaciones, proyecciones del inconsciente y recordar los dos o tres libros suyos que leí y conectarle con Cronemberg... vale la pena haber ido.
Entré en la librería del CCCB y me hizo ilusión comprobar que mi libro La plaza del azufaifo estaba en la mesa de novedades (en esa librería hay poca literatura). Me dicen que en la Laie de siempre cuesta encontrarlo porque lo han colocado en sociología; al dorso alguien puntualiza que mi editor lo coloca en urbanismo y política. Y todos tienen razón, nadie se equivoca, aunque Sagarra en La Vanguardia y Millán en el Babelia sí vieron que era literatura. Ay, libros mezclados, mestizos, donde dice Vila-Matas que los géneros se suceden como estados de ánimo. En La Central (de Mallorca) está en esa mesa de honor, con las novedades escogidas de ficción y una etiqueta roja que dice "La Central us recomana". El librero de la calle Berlinès, antes de cerrar por vacaciones, lo tenía vistoso en el escaparate y Alibri también. Y el llibreter ofreció su lectura inteligente, y el blog Nel corpo oscuro....
He comido con JC, y he tenido que dedicarle mi azufaifo, sin mucha inspiración, porque hoy he dormido poco. JC se iba a NY, cumpliendo una decisión siempre postergada, asociada a un sueño insidioso y enigmático que tal vez ahora resolverá. Yo le imaginaba bien en las calles de NY, pero -no sé por qué- con abrigo. JC estaba lleno de su humor y su vitalidad intelectual. "La mirada de quien escribe es lo único importante", ha dicho, y yo he pensado en la suya, aunque no escriba, aunque insista en ser un bartlebiano puro ante la escritura. Me ha regalado un libro precioso, Album André Breton, editado por Gallimard, profusamente ilustrado, como diría una responsable de prensa de un museo que conozco, pero con unas fotos y dibujos magníficos, un libro pequeño, ligero, perfecto para leer en el metro, lleno de historias de esa época efervescente de París y las vanguardias y las posiciones políticas y el surrealismo y dadá y los fotógrafos y artistas. Una delicia. Me ha contado JC que le regaló un libro de edición maravillosa titulado La crudeltà a un joven que desde siempre se interesó por la violencia en la literatura y el arte. Le he contado de la iconografía religiosa y los grabados de una amiga bibliotecónoma que tenía casa en Castellterçol. En la cocina había uno donde aparecía un santo crucificado y sus intestinos salían de su vientre y se enroscaban en una rueda siniestra... De paso por La Central, donde yo iba a recoger un poemario arbóreo de Carner (¿por qué en 62 hacen unas portadas tan feas? El otro día me pasó con una de Palau i Fabre; me obligan a forrar esos libros para no deprimirme) que me recomendó Iluminaciones, he acabado comprándome ese Joseph Brodsky que todo el mundo me recomendaba, Watermark, pero traducido por Menchu Gutiérrez, y JC me ha comprado la trilogía de un autor canadiense de principios del XX, Robertson Davis, The Deptford Trilogy. On verra bien... Las vacaciones son breves pero tengo una borrachera de libros posibles para llevarme a mi semana isleña. He decidido -en un extraño arrebato libre y peligroso- no llevarme el ordenador e intentar comprimir mi maleta (yo siempre llevo demasiadas cosas y esta vez, uno de mis compañeros de viaje ¡lleva sólo una mochila!).
Al llegar a casa me ha llamado mi amigo pelirrojo de Figueres (el primer fan de Ballard que yo conocí, en 1980), que había leído mi libro buscándose (alguien le avisó de que salía) y he tenido que comprimir la conversación porque tenía que irme con V a unas tiendas japonesas en pos de un regalo por la hospitalidad ibicenca. Mi generosa anfitriona me había mandado un sms matinal, confirmando que le encantan los cuentos de William Boyd y que navegar (entre Turquía y Grecia) le cansa ya un poco. Yo me había acordado de ella viendo The Painted Veil porque tiene ese aspecto (y espíritu y acento) anglosajón clásico, como Gene Tierney en The Razor's Edge.
En la tienda japonesa he encontrado una tetera preciosa de oferta (con un levísimo defecto) y unas chanclas que son exactamente lo que buscaba, además de los pequeños regalos de hospitalidad isleña. Hemos tomado un chai delicioso en una tetería especial. Corría una brisa muy agradable y yo he deseado vivir en un vecindario donde todo fuera viejo, antiguo, lejos de la fealdad mediocre que ha sustituido a todo lo histórico en mi barrio. He vuelto leyendo de Breton y sus coetáneos, feliz con mis adquisiciones, comiendo azufaifas chinas y casi curada ya de los efectos y resonancias en el cuerpo de una crueldad pasajera.
Por cierto, esta mañana he escrito un principio de un cuento nuevo-viejo balcánico que me acosa. Pero apenas unas frases, sin garantías. Mañana veremos.

lunes, 11 de agosto de 2008

La ciudad sucia


Foto: Inés Batlló (¿o Dan X?), Un árbol con ojos; Tigridia y yo en el bosque de cedros de Lourmarin, 2008
Ayer por la tarde, tras enviar mi reseña de La regla del juego a La Vanguardia (arduo forcejeo para encajar lo que quería decir en un espacio tan exiguo, en este caso era imposible) e introducir unas últimas correcciones en mi cuento último (del que finalmente estoy contenta, me ha dejado un poso que me gusta, como el penúltimo... en cambio hay dos que aún me hacen dudar, no porque les falte intensidad sino claridad), mientras pensaba vagamente en la posibilidad de otro, decidí dar un paseo por la ciudad vacía. Por el camino conecté con E., que está pasando sus vacaciones en la ciudad (y cuestionándose la dureza de la vida en Londres, llena de otros alicientes que aquí no podría encontrar, pero dura al fin), estuve tomando té con ella en la ventosa terraza de la casa de su hermano y luego bajamos en una peregrinación improvisada por Ciutat Vella, el Raval, atravesar el circo ramblero, llegar al Born y de nuevo al Raval, donde los skaters ya se habían retirado y sólo los pakistaníes parecían misteriosamente animados, fuera del aire helado de los bares, donde gente desconocida se hablaba o besaba o bebía. Yo me sentía como si hubiera dormido los cien años de Rip Van Winckle (creo que la Bella Durmiente no sintió esa extrañeza, o el cuento no lo decía), ¿pero quién no se ha sentido de pronto como si hubieran pasado cien años en una noche de intensa ensoñación, como si nada de lo que había en su ciudad, en su barrio, estuviera en pie, y nadie recordara ni supiera de qué habla cuando pregunta (y el que vuelve se siente cien años más viejo). Me sentía ajena, casi extraterrestre. En las calles del Raval hacía mucho calor, no corría el aire y luego, al salir a la Gran Via volvía a circular brisa. Me puse a pensar que habían construido tapando los pasillos de ventilación necesarios en las ciudades. El suelo ardía y habían regado (a este barrio mío degradado y mediocre pero que fue bonito y frondoso nunca llegan los de la limpieza y nunca he visto que mojaran el suelo, pero la gente también tira la basura a aceras y calzada, no puedo comprender por qué, tal vez simplemente les gusta vivir entre la basura y convertir el paisaje urbano en un puro vertedero, muy acorde con la nueva construcción de fealdad) y al andar, el agua encharcada salpicaba las sandalias y los pies, con su desagradable tibieza llena de bacilos. E. había encontrado una noticia dramática e histórica en un periódico viejo, y leía Au rebours en inglés, en una edición preciosa, aunque fuese en la lengua equivocada, y con un interesante perfil biográfico de Huysmans (Mallarmé y él fueron albaceas testamentarios de Villiers de l'Isle Adam). Yo aún tengo recuerdos intensos de Des Esseintes (inspirado en aquel Montesquiou que utilizaron Proust, Huysmans y Baudelaire), pero E. me mostró un pasaje donde dice que la visión de una persona desagradable hería a Des Esseintes y le costaba días recuperarse. E. me contó sus últimas vicisitudes y yo le conté las mías. Dos días atrás le había ocurrido una de esas cosas mágicas e imprevistas que sólo se producen muy de vez en cuando, justo en el momento en que alguien las ha olvidado. Andaba como una bailarina sobre unos zapatos imposibles para mí, y como Betty Boop necesitó descansar unos minutos en un último bar porque los pies le ardían, yo ya había vuelto al sueño y era casi un espectro de mí misma y el camarero italiano parecía incapaz de controlar su furia.
Al llegar a casa me puse a leer un cuento vigoroso de W. Somerset Maugham donde los personajes estaban llenos de detalles contradictorios y tan agudos que no podrían nunca ser imaginarios. Había una pareja detestable, religiosa, ella con un timbre de voz tan desagradable que me hizo pensar en una profesora-tutora que tuvo G. en el instituto.
W. Somerset Maugham es un maestro. Si retomase ese cuento dentro de un mes, esos personajes y su conversación en un barco revivirían en un momento en mi mente y no tendría que volver atrás. Como los de Henry James.
Hoy me han dicho que debería haber visto la versión de Carta de una mujer desconocida, de Xu Jinglei, en el CaixaFòrum y quien me lo dice es alguien con criterio. A mí no me gustó la de Ophüls (ni a él, que la encuentra algo "ensucrada", a pesar de la mirada de Joan Fontaine), aunque lo cierto es que el tema me molestaba ya en el libro de Zweig. Ese estereotipo de la mujer enamorada que no es correspondida o es abandonada me impacienta y puestos a la imposibilidad en lo amoroso, prefiero el Zweig de 24 horas de la vida de una mujer (esa mujer que se fuga por pura pasión y las discusiones igualmente apasionadas que suscita su conducta en los demás huéspedes del hotel, llenas de implicaciones psicológicas de cada uno, de sus fantasías, de sus justificaciones vitalkes y del espíritu aleteante de esa época europea convulsa pero efervescente). Me cuesta entender la insistencia en esa coreografía simple, tal vez porque yo nunca la he entendido ni sufrido. Nunca comprendí cómo uno decide encapricharse y obsesionarse por alguien que no le desea. Para mí, sin reciprocidad no existe el deseo (no sé si es una suerte verlo así o es pura lógica; mi sensación es que los que sufren esas penas se han sumido voluntariamente en una especie de capricho infantil, como esos niños que piden algo imposible y lloran y patean sin poder gestionar su frustración, y ningún sustitutivo les consuela). A mi modo de ver, sólo habría lugar a ese sufrimiento cuando el otro desea y pese a todo decide reprimir su deseo. Entiendo que eso produzca mal humor o incluso cierta melancolía, pero de ahí a la obsesión... Por otra parte, reconozco que mis obsesiones vitales me limitan a veces: me gustó In the Mood for Love (Fa yeung nin wa) por la manera de contar, la narrativa de aquellas imágenes... ¡pero no soportaba la no-acción! Y por lo que me dice ese lector, creo que la versión china y femenina sí me gustaría. Dice Roland Barthes que la espera es femenina y que al esperar al otro, el hombre se feminiza. Esa transformación también me parece interesante.
Tras un intercambio inesperadamente desagradable, me he ido a comer un lenguado delicioso y he vuelto paseando por lugares donde aún quedan árboles (será que Parcs i Jardins no los ha descubierto! Cualquier día irán a talarlos para poner el bicing, como hace poco en Rector Ubach, o con cualquier excusa), y rezando a los dioses griegos para que no los descubran. Se estaba tan bien en esa sombra...
Si a alguien le interesa escuchar el diálogo que mantuvimos Teresa Morandi y yo en torno a la escritura en el Ateneu (Diálogos en el jardín), el psicoanálisis y la memoria histórica, se puede escuchar en el Espai Freud. "Sin escritura no hay memoria". Al principio hay un par de minutos vacíos, luego yo leo mi texto, Teresa lee el suyo y después viene la conversación.

sábado, 9 de agosto de 2008

Leer, abstraerse, perderse, mirar

Foto: André Kertész, Académie Française, París, 1929
Ayer hice caso a L.O. y me fui a ver On Reading, la exposición de André Kertész sobre gente que lee abstraída, perdida en su introspección, olvidada del mundo, y me sentí incluida en su serie. Yo puedo abstraerme leyendo en cualquier situación, puedo leer de pie, a veces salgo del metro o bajo de un autobús y estoy tan atrapada por la lectura que leo mientras ando; sólo puedo hacerlo si conozco el recorrido, naturalmente, pero eso es algo frecuente porque suelo hacer los mismos trayectos. Algunos se ríen de esa costumbre mía o de la profundidad con que me sumerjo en esos otros mundos de la lectura. Hace poco yo iba leyendo por la calle y me crucé con un señor mayor que también leía y nos sonreímos de soslayo, porque los que andamos leyendo sólo vemos el resto de soslayo, por esa especie de retrovisor diminuto du coin de l'oeil. En las fotos -maravillosas- de Kertész, hay un hombre que lee junto a una vaca, mujeres que leen en balcones diminutos o azoteas americanas, una escalera de incendios, una niña que lee en el alféizar mientras su muñeca ocupa el sillón, una mujer sentada leyendo en medio del bosque, un hombre que lee entre chimeneas gigantes, niños y viejos leyendo en la calle. Las perspectivas de la ciudad lectora son insólitas y de una poética hoy imposible. Y salí feliz, aún secuestrada en un mundo mucho más afín y silencioso, de gente pensante y gente lectora, de ciudades de libros y lectores, de pensamientos flotando en el aire y los ríos.
Hoy he ido con J a ver la expo japonesa Ukiyo-e. Es otra maravilla de grabados sutiles. A J. le parecía una estética muy moderna y cercana al cómic pero yo creo que eso ocurre porque Occidente descubrió el arte japonés de forma tardía y lo incorporó a su estética un siglo después. Y así, las composiciones cromáticas, el trazo, la caricatura estilizada parecen cercanos a una estética occidental posterior.
He vuelto con unos cuantos regalos: una pequeña linterna, muy útil cuando uno va al campo, o cuando no sabe bien dónde va, o en cualquier situación (una herramienta que habría que tener siempre consigo), un cenicero (he comprobado -Cacho estará contento- que las tiendas de diseño de la ciudad se han apuntado a la tendencia antitabaco: cuesta mucho encontrar un cenicero, y más que sea bonito) los libros de los que me he encaprichado hoy: más Short Stories de William Somerset Maugham (es que ayer vi The Painted Veil y le añoré... Me fascina ese personaje suyo lateral, inglés viajero que escucha y contempla las pasiones de mujeres amigas y sus vicisitudes... Por suerte sólo tres estaban repetidos en mi otra selección, también de Vintage), un libro equivocado de Drieu La Rochelle, de quien yo había leído Le feu follet, diría que por recomendación de J. (no conservaré esta Confession, donde expresa libremente sus ideas fascistas y su participación en la guerra de España; qué espanto) y Las ciudades blancas de Joseph Roth.
Sigo forcejeando con mi último cuento, aún no sé si tiene sentido y he acabado leyéndoselo a J, aunque a él le cuesta concentrarse en escuchar y prefiere la lectura silenciosa, pero yo necesito decirlos en voz alta para entender lo que he escrito y mientras se lo leo a alguien y noto su escucha descubro siempre otras cosas distintas.
En el Elle francés he encontrado un interesante artículo de la psicoanalista Catherine Audibert (L'incapacité d'être seul) sobre la soledad necesaria, los necesarios espacios de soledad de cada uno en las relaciones, el bebé que aprende a jugar sin que la madre tenga que estar presente y las búsquedas desesperadas de ese vacío apacible en las drogas y el alcohol, o las relaciones movidas por la necesidad compulsiva del otro para evitar el vértigo o la caída en un vacío vivido como angustioso y las compensaciones, etc., aunque la conclusión me ha dejado dubitativa y no sé si era la periodista que malinterpretaba o bien la psicoanalista tenía un punto de vista retrógrado o según V., muy poco psicoanalítico. Es cierto que en el psicoanálisis hay también ideologías y que durante años, muchos se quedaron encallados en posiciones retrógradas respecto a la homosexualidad, las nuevas familias, la condición de single, etc., como explica muy bien Elisabeth Roudinesco, esos psicoanalistas "portent les idées de ceux qui combattaient la psychanalyse au temps de Freud, c’est tout de même un sérieux problème !"
Creo que mi cuento se acerca a su final, pero aún tengo mis dudas. A veces creo que empiezo a sentirme más libre y más consciente de lo que quiero escribir, pero otras vuelvo al mismo extravío, la misma interrogación perpleja y agotadora... Sin embargo, mi interlocutor más despiadado me felicita, me dice que he avanzado mucho y etc.

jueves, 7 de agosto de 2008

Precipitaciones

Foto: Dan X fotografió mis pies cuando yo andaba descalza por el bosque de cedros de Lourmarin, 2008
Yo sé que me precipito y la rapidez del email es un peligro para mí. En un intercambio sobre poesía, memoria histórica, valor y metáforas en una lista de amigos del librero de la calle Berlinès, yo he citado el artículo de Zizek de El País de hoy, donde recuerda que Karadzic era poeta, que Platón expulsó a los poetas de la ciudad y establece la relación entre escritores y guerra, clave de mi libro balcánico (la verdad es que me ha molestado un tanto que saliera, ¡antes que mi libro!), y yo he citado el poema de Ales Debeljac donde las metáforas humean sobre la ciudad en ruinas y me he atrevido a aludir a los versos de Espriu que prometen "el ple domini de la terra". No es una metáfora, efectivamente, como ha dicho un ofendido, casi diría que dolorido interlocutor, que me ha acusado indirectamente de no querer que "la terra" fuera para aquellos a quienes les pertenece y ha preguntado si es que yo prefería que el pleno dominio de esa tierra (que a mí me suena a Tierra, no lo puedo evitar, es decir, pienso en el pleno dominio del planeta) fuese para "los otros". Y lo cierto es que yo preferiría que nadie tuviera un pleno dominio de ninguna tierra porque en el fondo, por mucho que hayan sufrido los habitantes de un lugar, esas frases pueden utilizarse como los eslóganes lepenistas: La France pour les français, o pueden sonar a las reivindicaciones del KKK. O nos recuerdan trsitemente a esa pelea entre judíos y palestinos sobre quién llegó primero, quién tiene los derechos sobre esa tierra sagrada para tres religiones, y entre tanto, guerra, usurpación, desesperación. ¿Quiénes son los auténticos poseedores de la tierra de Espriu? ¿Los que tienen varios apellidos del lugar? ¿Los que viven y trabajan? ¿Los que dominan una lengua? ¿Los que nos han gobernado durante 26 años y han demostrado que, lengua aparte, no les importaba en absoluto la tierra de la que tanto hablaban (han abandonado el entorno, han dejado que todo se contaminara y secara, que la gente se volviera analfabeta, que el país se destruyera, que el pequeño comercio desapareciera, que el patrimonio histórico se degradara y que sus ciudadanos pagaran más y recibieran menos)? ¿O los que se han dedicado a boicotear el tripartito desde el principio? ¿Y por qué las cuestiones de la lengua y la nacionalidad suscitan tantas pasiones y en cambio nadie parece recordar lo que ocurrió en la guerra y la posguerra? ¿Por qué parece como si las cuestiones nacionales enmascarasen otras, como la verdadera oposición entre esas dos Españas que dijo Machado?
Lamento esa intervención mía tan precipitada y desafortunada en la lista, y no haber sabido explicarle a mi ofendido interlocutor que a mí me gusta Espriu, literal o metafórico; sólo temo el uso que los políticos hacen de la poesía y los mitos. Y el pleno dominio de la Tierra es de las grandes corporaciones. Y ojalá pudiéramos convivir con sentido común y discutir y resolver problemas importantes que ahora a nadie parecen interesar, como la educación.
Me he consolado mirando las imágenes de árboles del libro que me regaló Ratachina. Tiene razón: es un alivio mirarlos. Pero vuelve mi humor pesimista de hoy y pienso: Tal vez pronto será lo único que quede en este país de esos árboles, las fotos que hicieron los que los valoraban.
Mientras, he empezado otro cuento y estoy en medio del problema. Hay algo que me gusta, que debería servirme, pero también le falta algo, un núcleo, un contrapeso, otro pilar. ¿También es precipitado? Quizás lo vea más claro mañana. O quizás otro paseo... Tal vez sea el calor. Tal vez hoy sea un día desafortunado... Ayer fui a ver una película que no me convenció. Un personaje excesivo, casi caricaturesco, soportaba el peso de la trama. Me hizo pensar, porque hablaba de limitaciones en las relaciones madre-hijo que me había planteado tantas veces, pero la forma caricaturesca me pareció tramposa. El trabajo de los actores era impecable. Tal vez no era lo que deseaba ver. Tal vez sea mejor buscar en el videoclub que en la cartelera...
Siento mucho no haber podido quedarme unas horas en Lourmarin. Había una exposición de Camus y los anarquistas españoles L’été libertaire d’Albert Camus que me habría gustado ver. Es el problema de no conducir, que obliga a depender de los otros. A mí me gustaría que los trenes llegasen a todas partes, pero supongo que somos muy pocos los que pensamos así porque cada vez hay menos trenes. A pesar del precio del petróleo y de que son más ecológicos, siguen suprimiéndolos. Hoy no es mi día. Pero me gusta esa foto que Dan X me hizo a traición en aquel magnífico bosque de cedros, tan mullido que quise andar descalza: yo no puedo retratarme así...
En el último momento me llegan dos comentarios de escritores sobre La plaza del azufaifo. Uno de aquí:
Isabel, és un llibre molt bonic, estimulant... Deixa més contenta que un gínjol, paraula i expressió que cada vegada diem menys... i que tu saps que no és cap brometa fàcil... Té un fons que amara...
y otro de Serbia:
He leído tu libro, ¿no lo he comentado? Es muy interesante, me gusta, es definitivamente un libro multigenérico en el mejor sentido de la palabra: es bastante nuevo, sí que refresca poéticamente. El árbol resulta una metáfora de la privacidad, de lo propio, toda la acción contra su vida tiene una conotación globalista en el sentido no muy bueno de la palabra, bueno en un sentido kafkiano. Además, last but no least, el libro mantiene todo el tiempo un ritmo con los cambios de temas y procedimientos, respectivamente. A veces y no sé como, será por tu intuición, tengo una impresión que el texto respira como el árbol.
Ved mi Carta a Parcs i Jardins en Polis!!!! Y también, la carta que acabo de mandar a varios periódicos, y que sale ya en La Vanguardia, "El lector opina". Cualquier lector puede pinchar aquí para leerla y dejar un comentario...

miércoles, 6 de agosto de 2008

Fiabilidad de las fuentes

Foto: I.N. Tigridia en las cascadas de Sautadet, 2008
Mientras intentaba construir una cronología de la guerra de los Balcanes para mi libro, buscando en los libros publicados sobre el tema, descubro, gracias a la ayuda de mis amigos balcánicos, que incluso esos libros publicados por editoriales serias francesas y anglosajonas omiten datos importantes. En una de ellas, la matanza de Srebrenica (8.000 hombres fusilados) se reduce a que "las fuerzas serbias toman Srebrenica al mando de Mladic". No se incluye el primer asesinato que precede a la guerra en Bosnia, perpetrado por un señor de la guerra musulmán que abre fuego en una boda serbia, o el Kristallnacht ocurrido en Kosovo cuando los albaneses queman iglesias serbias y atacan a civiles de la minoría serbia como "venganza" por lo sufrido a manos de las fuerzas de Milošević, o mucho después, el asesinato de Zoran Djindjic, jefe del gobierno serbio en la posguerra. O la persecución croata contra los serbios que vivían en sus fronteras y el éxodo de 250.000 serbios a raíz de esos hostigamientos, quema de casas, etc. Al parecer, todo lo que no encaja en el esquema esencial -y es cierto que los serbios de Milošević y Karadžić tienen la máxima responsabilidad de la guerra y las atrocidades de esa guerra de los noventa, pero eso no debería llevar a silenciar los crímenes croatas -muy importantes-, o incluso la existencia de criminales también en el bando bosnio-musulmán, aunque sean muy pocos comparados con los serbios y croatas- puede ser suprimido. E incluso lo que sí encaja y constituye la mayor matanza en Europa después de la II Guerra Mundial, Srebrenica, pero que va ligada a la vergüenza holandesa y europea, ya que se trataba de un enclave protegido por la ONU y los cascos azules estaban allí y no lo evitaron, puede ser disfrazado y reducido, omitiendo el número de víctimas. Si podemos encontrar eso en libros publicados por Penguin, Albin Michel y muchas otras editoriales prestigiosas, ¿de quién fiarnos? Por eso me hace gracia que siga habiendo gente que argumenta que los blogs e internet no son fuentes fiables. Naturalmente que en Internet y en los blogs hay inexactitudes, ¿pero y en los libros?
Escribo todo esto pensando que tal vez nadie me lea hasta septiembre (aunque el contador de abajo dice que ya han venido 110 visitantes en el día de hoy y es mediodía; ¿son sólo los que comentan los que se han ido?). No sé si todo el mundo se ha ido, pero en este barrio se nota el éxodo de veraneantes, a pesar de la crisis, y hay que hacer excursiones para encontrar periódicos y otras cosas. El calor es brutal, dicen que oleada africana, aunque eso no impide que sigan cortándonos los árboles, al contrario, parece que el verano inspira a nuestros políticos municipales a cometer las máximas barrabasadas arbóreas, aprovechando que no hay nadie. Parecen decididos a arrebatarnos toda sombra, toda posibilidad de oxígeno y lluvia. Si aún queda algún lector, vaya también a Polis...
Ayer descubrí que en el Boomerang de Félix de Azúa, algunos comentaristas hablaban de La plaza del azufaifo. Uno había incluido el artículo de Sagarra y otro me criticaba enfurecido por defender un árbol en la "zona alta" (imaginando que vivimos en Pedralbes tal vez), y afirma que yo habitaba en un palacete (¡un edificio de pisos normalitos de la Caja de Ahorros en Figueres confundido con un palacete! ¿Será otro defecto ocular como el que me atribuye el reseñista del Heraldo? Y cambia el nombre de la fotógrafa, para rematar, y me atribuye cosas que nunca he dicho y llama al azufaifo "arbolito" y cree que yo tenía un azufaifo en mi palacete... Y es que todo el mundo puede inventar mentiras y hacerlas circular, en la red o en los libros). De esos blogs me sorprende esa agitación de los comentaristas a los que nadie contesta y que parecen ir a su bola, mientras que Azúa va a la suya y no interviene en los comentarios, ni necesita siquiera filtrarlos ni mucho menos leerlos o contestarlos.
He ayudado a G. a hacer su equipaje de ciclista para irse a las Landes. Me gusta ese espíritu energético y resistente, adolescente, que les lleva por ahí. Ojalá la suerte les acompañe.
Tal vez siga más tarde...

martes, 5 de agosto de 2008

Ondas hertzianas, ondas verdes y literarias

Foto: I.N., La Roque sur Cèze, 2008.
Esta mañana me han invitado a un programa de radio nuevo y prometedor, A l'ombra de quatre arbres, en Ràdio 4. Con el pretexto de una adivinanza sobre un árbol, leen poemas arbóreos y animan a los oyentes a identificarlos. (Por cierto, que han leído la propuesta en verso que nos dedicó Lluís Maria Todó al azufaifo, a N. y a mí). Y además de un invitado asociado a los árboles, y de una receta de comida orgánica de la chef del restaurante de Junta de Comerç, también recomiendan un libro todos los días. Así que hemos hablado de árboles y literatura y yo les he recomendado el librito maravilloso de Jean Giono, L'homme qui plantait des arbres, que ayer fui a buscar a La Central y no aparecía. El chico de los encargos se volvió loco buscando y se deshizo en excusas, incluso sospechó que sus colegas lo habrían mandado a Madrid. Y me lo volvió a encargar a Gallimard. Pero al bajar las escaleras y decirle a Marta Ramoneda que se había perdido, ella decidió que era imposible. "No us moveu d'aquí", nos dijo a Jordi Llovet (que esperaba para facturar su saco de libros y a quien había yo felicitado por su artículo sobre lecturas de verano y lecturas de invierno en el Quadern del País) y a mí. Y al cabo de un momento bajó triunfante. Jordi Llovet admiró mi edición pequeña y barata de esa pieza de Giono y concluyó que era mucho mejor que la suya, tan grande y cara "i amb dibuixos més lletjos" y amenazó con ir a cambiárselo. Luego seguimos una conversación sobre partners, ex partners, belleza, matrimonios y vida libre de la seducción que no reproduciré aquí, pero que hizo reír a MR.
El libro, como digo, es precioso y hay una edición catalana también pequeña y bonita. Giono descubre, en el paisaje desértico de unas montañas de la Provence, un pastor solitario y taciturno pero muy hospitalario, que planta un bosque entero de castaños, hayas y abedules. Giono (o su narrador) lo olvida, y al volver de luchar en la guerra del 14, observa los once kilómetros de bosque y reencuentra al pastor, que ha ignorado la guerra y ha seguido plantando, ha cambiado las ovejas por abejas y sigue. La gente cree que el bosque ha salido espontáneamente. Ese bosque cambia el clima, convierte un pueblo abandonado en un pueblo alegre y vivo, lo acaricia con viento de árboles, vuelve a dar agua a los arroyos secos, resucita un manantial yermo durante años, convierte el desierto en un paisaje verde y maravilloso. Un capitán forestal decide protegerlo, pone a varios guardabosques disciplinados e impide que nadie lo destruya. Los dibujos son muy sugerentes. La colección, prometedora. Deberían leerlo nuestros políticos arboricidas. Y los dirigentes de Parcs i Jardins, que han renunciado al espíritu verde para entregarse a la tala y el cemento.
Ayer, el librero de la calle Berlinès, que estaba celebrando un acontecimiento feliz -y se le veía radiante y transfigurado-, me mandó el link de un célebre blogger que había dedicado un post a mi libro La plaza del azufaifo. Tiene razón Beigbeder (mal que me pese) en que la crítica más atinada y más libre empieza a estar en los blogs y ya no en los suplementos literarios, y no lo digo por la reseña de Millán, que sí se había leído mi libro con atención y lo explicó estupendamente, sino por otras de reseñistas perezosos que apenas lo abrieron, algo que también me ocurrió en Crucigrama (las mejores críticas, de gente que sí lo había leído o que no me daba lecciones de moral, llegaban por email, exceptuando la excelente reseña de Maria José Gil Bonmatí en Caballo verde). Ayer Ratachina me regaló generosamente La magia de los árboles: nos costó encontrar un café abierto donde poder fumar y hablar un momento. Dice que ese libro le produce alivio y no me extraña, es como refugiarse a la sombra, como entrar en la frondosidad. De paso también descubrí por qué Ratachina se hizo api: la pasión por las casas y las historias que albergan, lo que queda de sus habitantes, la elaboración de los jardines, las terrazas, las fotos, el mobiliario, escenarios de la memoria. Una pasión que comparto con toda intensidad. En realidad, tengo que contenerme para no entrar en las casas abandonadas (aunque ahora las destruyen tan deprisa) como hacía de pequeña, y para no pedir a sus nuevos ocupantes que me dejen entrar en aquellas donde yo viví. Ratachina tenía los ojos relucientes como siempre, desprendía su energética calma y hoy se iba a sus frondosas vacaciones.
Y luego me llegó un email de mi amigo serbio. Según él, dos de mis últimos cuentos no encajan en el libro y debería apartarlos, y uno de ellos le parece incluso confuso en su hilo. Yo sé que esos dos cuentos cambian el concepto del libro, incluso había pensado cambiar el título, pero su opinión me ha sumido en una duda. ¿Tal vez sí debería apartarlos y pensar que forman parte de la novela pendiente que tanto me asusta escribir? O tal vez no, porque yo sí los veo relacionados al menos con uno de los cuentos que sí encaja, el último que he escrito. Y yo veo que esos dos cuentos son poderosos, no voy a renunciar a ellos, sólo tengo que decidir si van con los otros o inician otro proyecto. En cuanto a sus consejos para un cuarto cuento que yo tenía en interrogante, me parecen muy atinados. A él le pareció muy bonita la última frase y me da una idea de recorte para destacarla.
Mientras, sigo con dificultades para construir una cronología de la guerra de los Balcanes que sea sintética y no tendenciosa. Y que no se deje nada esencial. Veremos si algún historiador de guardia me ayuda. Hoy es la despedida de G., que mañana se irá a su viaje por las Landes francesas, con amigos y bicicletas.

domingo, 3 de agosto de 2008

Otro cuento

Foto: I.N. Descalza en el bosque de cedros, entre Bonnieux y Lourmarin, 2008
Ayer estuve rehaciendo un cuento viejo, es decir, intentando aprovechar una historia que siempre quise escribir y que ha vuelto a mí en múltiples ocasiones. La nueva versión corregida ya no chirriaba, pero le faltaba algo como el núcleo duro, el hueso, lo que para mí le daría sentido. Entonces me fui a cambiar un libro que ya tenía (cogí unas cartas entre Rilke y Lou Andreas Salomé, que me pareció haber leído muchos años atrás, en mi época deslumbrada por ellos dos, cuando lo busqué todo, la biografía de Lou, sus correspondencia con Nietzsche y Rilke, los Cuadernos de Malte Laurids Brigge, las Elegías de Duino, las Cartas a un joven poeta y al final sus Completas, aunque esa traducción célebre nunca me convenció por una cuestión de estilo. Rilke hablaba de las distracciones que le impedían escribir: ""mis sentidos se ocupan sin pedirme permiso de todo lo que me molesta. Que se produce un rumor... renuncio a mí mismo y paso a ser ese rumor... huyendo de la claridad, una vida anónima se ha refugiado en mi interior, se ha retirado a un lugar más alejado y allí vive cxomo los habitantes de una ciudad asediada, entre privaciones y aflicciones"), y luego fui a buscar el helado para la cena a un lugar artesano que me había recomendado la propia V.
Y fue entonces, mientras andaba, ya sin leer, cuando me asaltó la solución. Hay algo en ese gesto de andar que precipita el pensamiento y ayuda siempre a resolver los problemas de escritura. He leído en The New Yorker que algo similar les pasa a algunos científicos y que Henri Poincaré resolvió su clave para la geometría no-euclidiana subiendo a un autobús y atribuyó su repentina comprensión matemática al "trabajo inconsciente"; el autor del artículo "The Eureka Hunt" (Jonah Lehrer) recomienda dar un paseo cuando tienen un bloqueo o dificultad en resolver una teoría, "go to a walk or a journey". En mi caso, faltaba la parte oscura. Faltaba el conflicto, la vieja tristeza, la exposición excesiva al peligro de mi narradora en aquellos tiempos para ella pasados, faltaba el reverso de lo que había contado el cuento. Por qué era importante aquel personaje tan físico, casi sólo sonrisa placentera como el gato de Cheshire, y en qué consistía su reserva silenciosa y crítica hacia la narradora, su sonrisa que la perdonaba, lo que no decía. Así que llegué, metí el helado de higo en la nevera y me puse a ello a toda prisa. Pero el tiempo se desvaneció en ese proceso y al mirar la hora, me di cuenta. Había prometido llevar el hielo de la cena y tenía que pasar por la gasolinera antes de dirigirme al Putxet. Dejé mi cuento a medias, emocionada. Por el camino, una llamada telefónica me impidió ver el paisaje destruido. Llegué cuando todos los demás comensales estaban ya en la terraza. La cena fue agradable, todo estaba delicioso, predominaron el sentido del humor y las experimentaciones tecnológicas, ya que una misteriosa inquietud o una vibración de viaje o quién sabe qué parecía impedir a los invitados franceses concentrarse de verdad en ninguna conversación de fondo.
Sólo a la vuelta, al acompañar a los franceses hasta Balmes para que cogieran su taxi, vi el hueco de los árboles arrancados, esas dos placitas pequeñas pero umbrías que humanizaban ese itinerario y que el ayuntamiento ha decidido destruir también. Cuando acaben con esta ciudad, no quedarán rincones de sombra, ni verde que no sean matorrales o ramitas escuálidas, pero tendrán, eso sí, una red de metro poderosa que permitirá a los pocos turistas que sigan viniendo llegar en metro de la borrachera de las Ramblas a la montaña rusa que tanto emociona a Hereu (Alguien debería obligarle a viajar en ella sin fin). Y eso si la política de subcontratar una y otra vez e ir pellizcando el presupuesto de las obras no lleva a que se caigan los edificios como en el Carmel. Perdonen mi rabioso pesimismo; no puedo evitarlo.
Anteanoche leía el rápido e intenso esbozo biográfico de Josep Palau i Fabre en sus Poemes de l'Alquimista y las descripciones de Guillamon, Perejaume, Triadú sobre el personaje, atravesado por esa especie de llamarada vital, y algunos de esos poemas que le reflejan aleteantes.
Volviendo a mi escritura. Esta mañana me he asomado al cuento, justo antes de salir a por el periódico en el último momento. He acabado de meter lo que creía que faltaba. Y diría que sí, que ahora lo tengo. Seguramente tendré que pulir y sacar brillo, pero creo que está ya... En este momento necesito con urgencia algún lector inteligente para al menos oírme leerlo y notar así los posibles fallos o sobre todo, si el cuento tiene realmente sentido. G no puede: ¡se va corriendo a la playa! Me ofrece escucharlo más tarde. G es un interlocutor interesante. Por un lado, no puede comparar mucho, ya que no ha leído demasiado. Pero por otro, su lectura suele ser profunda e inteligente, tiene un instinto indudable para la literatura y una escucha que sólo podría calificar de psicoanalítica, aunque sea sutilmente.
Tengo que seguir investigando para una cronología balcánica que le falta a mi libro. Todas las que veo son demasiado exhaustivas en unos aspectos, silencian otros y resultan tendenciosas. Ayer me encontré a Simona Skrabec en la librería y hablamos de esa dificultad. Y dos visitas que hacer esta tarde. On verra bien...