He ido con V. y A. a ver un encuentro de dos cineastas, un corto cubano de Rosales sin sonido, con todos los carteles de la revolución aún en las calles de La Habana y una mirada afectuosamente irónica, y luego el largo documental chino que Manel Ollé ha definido así en Facebook: "Impresionante. Tres horas ante He Fengming 和凤鸣 (2006), del documentalista Wang Bing 王兵: una voz directa y que conmueve serena y a punto de romperse desde el reverso siniestro de la revolución: desde su bienvenida entusiasta a la Liberación en Gansu en 1949 hasta los campos de reeducación del 57 en adelante..."
La cámara estaba quieta y apenas cambiaba de plano, distante, ha tardado en acercarse a esa mujer septuagenaria que con talento narrativo, memoria precisa y una voluntad o urgencia de dar testimonio, contaba toda la historia con los ojos apenas abiertos. Algo me recordaba al padre de Maus de Art Spiegelman, superviviente de la Shoah que siempre encontraba una salida material en todas las situaciones más terribles. Y esa extraña aceptación de la etiqueta de "derechista", que parecía ya usar como si fuera un oficio o un origen social. Y el silencio sobre sus hijos y la identificación tan fuerte con su marido. El momento casi final del cementerio (no visualmente allí, pues la cámara no se mueve de ese espacio cerrado de su pequeña casa, sino narrado por las palabras de ella), buscando en vano la tumba de su primer marido, muerto en el campo de trabajo, y haciendo un pequeño rito funerario con sus ofrendas de frutas, los pájaros cantando y su hijo ya adulto llamando por primera vez al padre (lo perdió de bebé, nunca lo había llamado con palabras) ha roto todo mi esfuerzo de distancia. Yo sé que tengo que oír y leer esos relatos por una razón personal y de justicia poética.
Agotada como estaba, pensé que no lo resistiría, pero no me he movido de mi asiento hasta el final. V. lo escuchaba en chino, contenta de entenderlo todo (yo leía los subtítulos ingleses y al mirar los castellanos me sorprendía: traducían pounds por kilos y cosas peores). Presentaban los propios autores, junto con Jordi Balló, y entre el público estaba J.L. Guerin. Wang Bing ha dicho que para él fue un privilegio poder escuchar a la mujer del documental. Mañana habrá cortos y coloquio.
Ha valido la pena, aunque ahora ese relato se una a mis interrogaciones de estos días complicándolas un poco más, sobre mi resaca balcánica de la estela de esas guerras, sobre lo que he encontrado de mí allí, sobre mi guerra. En el metro seguía leyendo Sobre la historia natural de la destrucción de Sebald, que es espléndida en sus ruinas y escombros, y que alterno con otros libros. De La Vanguardia me mandan una novela sangrienta y cruel de niños soldado en África. Si unimos esas lecturas a la actitud sacrificial de Simone Weill no es un panorama muy alegre...
Sebald que, como yo sospechaba, ha leído a los Mitscherlich (La incapacidad del duelo) y habla del estrepitoso silencio de la literatura alemana sobre la destrucción del país, habla de la sospecha de Kluge de que somos incapaces de aprender de la desgracia que hemos causado y cita a Benjamin: "La mirada de Kluge a su destruida ciudad natal... es también la mirada horrorizada del ángel de la Historia, del que Walter Benjamin ha dicho que, con sus ojos muy abiertos, ve 'una sola catástrofe, que incesantemente acumula escombros sobre escombros y los arroja a sus pies. El ángel quisiera quedarse, despertar a los muertos y unir lo destrozado. Pero desde el paraíso sopla una tormenta que se ha enredado en sus alas con tanta fuerza que el ángel no puede cerrarlas ya. Esa tormenta lo empuja incesantemente hacia el futuro, al que da la espalda, mientras el montón de escombros que tiene delante crece hasta el cielo. Esa tormenta es lo que llamamos progreso.'"
Como Sebald, me reconozco en ruinas que fueron el paisaje en el que crecí, aunque las mías sean de otra clase. No sé si podré salir tampoco de ese paisaje de escombros y memoria...
2 comentarios:
qué potente esa imagen del ángel de la historia, cuyas alas no pueden cerrarse, dándole la espalda al futuro y siendo testigo de cómo los escombros y las ruinas se amontonan y crecen... se puede aplicar perfectamente al relato reciente de y de He Fengming, que parece también quisiera despertar a sus muertos y unir lo destrozado,
pasado mañana es el 20 aniversario del 4 de junio y aún parece mentira que sólo se piense en construir, cuando aún no se ha hecho a penas nada con las ruinas
Es verdad que es una imagen llena de fuerza simbólica. Y es que todo ese libro es vital y si yo lo hubiera leído antes, habría entrado también en mi libro balcánico...
Sí, Tianannmen, el otro día lo hablábamos. Escombros sobre los escombros hasta el cielo y tanta gente que quiere pasar página y negar o qué pregunta, como los familiares de aquella mujer, para qué remover y hurgar en los recuerdos? Como si no mencionándolos desaparecieran las heridas, como si no se infectaran al enterrarlas
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