Foto: Gerda Weber. Yo con veintifú, haciendo de La hermana pequeña de Chandler, con el pelo teñido diabólicamente de rojo oscuro -lo que me costó quitármelo-, en un montaje de la Serie Negra de Bruguera, no sé qué año (esta escena aparece en uno de mis cuentos, que saldrán este otoño en Menoscuarto).
Ayer vino un gigante a revisar la caldera. En la última revisión, un técnico me había cambiado los sensores y desde entonces había que subir la calefacción al máximo para que los radiadores se pusieran medio tibios. Llamé para protestar, pero me pasaron al mismo técnico recalcitrante, que me aseguró que la situación de antes -la casa en invierno siempre caliente con los radiadores al mínimo- era lo anormal y que ahora que había entrado en la normalidad, no gastaría más. Naturalmente, era mentira y encima coincidió con un invierno largo y muy frío.
El técnico de ayer, que ocupaba media cocina con su corpulencia y estaba empeñado en tutearme, aunque yo le hablaba de usted, parecía necesitar que le escuchara y atendiera todo el tiempo y repitió unas cincuenta veces la misma información: me dijo que el otro técnico me había ajustado la caldera para una casa mucho más pequeña y que era lógico que no funcionara y que gastara más. No se le ocurrió que yo pudiera estar falta de tiempo o que trabajase en una casa. A mí se me ocurrían maneras mejores de aprovechar mi primer día sin traducir a ZB, e intenté varias veces darle a entender que no teníamos que hablar tanto. "Estaré trabajando allí", le dije. "Si necesita algo, me llama". Pero él seguía llamándome y repitiendo lo mismo. Al fin, resolvió el asunto y se fue, recomendándome que preguntase por él para la revisión de octubre. "Me llamo Álvaro", me dijo. "Pregunta por mí."
Por la noche fui con T. a ver una extraña película en el Baff, Plastic City. La enormidad de todo, la ciudad gigante de rascacielos de Sao Paulo, la exuberancia de la naturaleza y del mar, la sensualidad también distorsionada de los cuerpos, la vida animal, la violencia desatada, una mezcla de atmósfera samurai con las mafias brasileñas, y todo en una extrañeza que no excluía la poesía de algunas imágenes o la forma de contar o la belleza asombrosa del protagonista japonés. Y a la vez yo me acordaba de L. allí encajada en un cine tan lleno de gente que tenía que hacer un esfuerzo para abstraerme y no sentirme asfixiada. Volvimos andando hasta casa, en un largo paseo en el que la ciudad parecía contagiada de la película o por lo menos de su extrañeza.
Esta mañana me he dejado atrapar en una discusión absurda que me ha llenado de tristeza. Otra vez el pasado aleteaba en el presente y estaba yo inmersa en aquella máxima de Spinoza: "No sufrir, no lamentarse, inteligir", cuando un comentarista del dorso ha llegado a reivindicar el futuro y la desmemoria. ¿Por qué será que algunos quieren convencerme y corregirme en lugar de contar lo que quieran en su espacio y dejarme en paz con mis obsesiones?
Pensaba dedicarme a leer y había quedado vagamente en volver al Baff a ver un documental nepalí, pero la discusión o mejor dicho, la impresión de que no se podía hablar de las cosas o de que todavía ahora esa negación de la realidad, ese antiguo no escucharse ni entenderse o esa impresión de que alguien nos convierte indefectiblemente en enemigo hagamos lo que hagamos y nos confunde consigo me dejaba un poso amargo, así que he cambiado de opinión. He hablado un momento con my wise cousin V: sus explicaciones me producen alivio y su sagèsse me alegra el espíritu. Me pregunto cómo vivía yo antes de conocerla. Ella entiende rápidamente las cosas y sabe explicarlas de tal modo que todo se reordena. Va a ser una eminencia y si el mundo fuera mundo tendría ya el reconocimiento que merece. Un día habrá cola para recibir su escucha porque tiene un talento, un insight y una luminosidad psicoanalítica especiales.
Pero necesitaba andar y he decidido ir a buscar unos cuentos para unos niños amigos y me he quedado sobrecogida. Todo es extraordinariamente feo y lo que es peor, sustituyen la imaginación y la literatura por un didactismo estúpido y reductivo, que considera a los niños tontos. V. me ha recordado a aquel autor que recomendaba el blogger Iluminaciones, Shell Silverstein, pero estaba casi todo agotado, aunque he encargado uno de título casi lacaniano (The Missing Piece). Tampoco había Beatrix Potter. Los clásicos están ilustrados con ese estilo feísta y desagradable que aquí les parece moderno. En algunas librerías tienen algunos cuentos ingleses y franceses, pero demasiado pocos y casi todos los he comprado ya (Maurice Sendak, por ejemplo, o aquel Kipling maravilloso, Just So Stories). Ni había Roald Dahl, ni Quentin Blake, ni nada con un poco de sutileza. Todo era feísimo y completamente estúpido y no me parece casual. Creen que los niños no pueden leer ni pensar, ni escuchar un cuento. Para los pequeños, todo son imágenes perversamente realistas (he tenido que comprar al pequeño uno de esos de Helen Oxenbury, sin palabras, donde los padres tienden a ser gordos e informes y parecen nacidos aquí; pero era lo menos feo que he encontrado, y me he propuesto volver a encargar todos los cuentos y no improvisar). Para ese nivel, al menos eran interesantes los de Catherine Dolto , pero tampoco los tenían. Incluso los pocos bonitos o sutiles o con buenas historias e ilustradores inteligentes que había antes han desaparecido. Preparan a los niños para la des-educación, la estupidez, la fealdad, la destrucción de la historia, del saber, del patrimonio, de los árboles. Preparan a los niños para un mundo corrupto y feo de gente pasiva que piense sólo en objetos materiales con sus marcas y no sueñe ni sea crítica ni piense por su cuenta.
Al volver, G. (obligado y estresado porque llega tarde a sus ritos sociales: Oh dear, oh dear, it is soooo late!) me ha traído un sutil regalo de cumpleaños que la guapa madre de los niños amigos no había podido darme, y en la esquina de casa me he encontrado a C. Hace semanas que no comemos y nos hemos enzarzado a hablar de escritura, de vida disipada, de cuentos feos y tontamente didácticos, de políticos espantosos y gente que les sigue votando porque creen que son los suyos, por razones falsamente ideológicas, decía C., y a mí me recordaba a aquello que decía Proust del señor que sigue comprando los pastelillos de crema en no sé qué pastelería sin darse cuenta de que hace años que dejaron de ser buenos.
Y ahora me vuelvo a mi lectura. Mañana he quedado con el poeta canario para ver unas colinas arbóreas.
6 comentarios:
objeto-petite-a abrumado por los halagos le agradece la fe en sus talentos de listener analítico, si es que no perece en el intento...
tienes razón! qué otra explicación hay para la fealdad simplista y plana de la mayoría de libros infantiles que se encuentran aquí,
son un desierto sin apenas palabras, que no les remite más que a la pobreza de su entorno arrasado,
los deben de estar preparando, como tú dices, para que acepten sin rechistar, como hacen los propios padres
feliz paseo arbóreo dominical
y gracias de nuevo por todas esas palabras sumamente favorecedoras!
De nada, son pura constatación de la realidad, sólo hay que esperar y perserverar, estilo I Ching o Yi King o como se diga, y llegará el momento del reconocimiento, no dejarse llevar por la impaciencia e irse a las canteras de Abisinia, como Rimbaud!
Parece que no habrá paseo arbóreo, con estas nubes, habrá que posponer, pero yo me quedaré con Rimbaud
Yo también creo que un día no muy lejano A. va a tener una impresionante cola en su puerta de analista (pero seguirá tratando a todo el mundo con esmero).
Siempre se nos pasa el BAFF, ahora mismo acabamos de ver el programa para seleccionar alguna película y hemos descubierto que se terminó ayer. El año próximo será.
Creí que el baff acababa hoy!
Pero sí,todo se escapa.
Me alegro de que estemos de acuerdo sobre V., creo que su talento y su sutileza son obvios para muchos de nosotros y lo serán un día para el mundo.
Hello Isabel,
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Again, please excuse the intrusion.
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Leslie Hawes
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