Es gracioso pensar cómo odiaba yo los domingos, no sólo de pequeña, cuando me costaba decidir cuál era mayor tortura, si estar prisionera en mi "casa" o en el horrible colegio del que me expulsaron (que entonces tenía un jardín inmenso), sino después, cuando ya podía fugarme y abandonarme con nocturnidad a esos paréntesis sin tiempo, la tarde del domingo siempre era, por el horror que suscitaba, peor que la temida realidad del lunes. Y luego, muchos años después, odiaba mi prisión de los domingos porque tenía mi espacio ocupado (de fútbol silencioso o de la simple prolongación en el tiempo de algo bueno ya deteriorado) y sólo en las horas laborables volvía a tomar posesión de mi casa.
Y en cambio ahora, este silencio maravilloso de mi barrio (hasta que vuelve la marabunta), me hace desear la reclusión solitaria, y tras la visita de un amigo y el desorden lentísimo de las mañanas, qué felicidad estar escribiendo a trozos mi conferencia y a trozos un libro extraño, y a trozos leyendo, rebuscando y picoteando para componer un recorrido de ideas: Colette, Lo puro y lo impuro, Carver, What We Talk When We Talk About Love, o "Intimidad" (bien traducido por Jesús Zulaika, debo decirlo), Wide Sargasso Sea de Jean Rhys, el Quijote, la Recherche, Aleksandar Hemon, Dubravka Ugresić, un poema de Dorothy Parker, Sarah Waters, Wuthering Heights, Charlotte Perkins, Alice Munro, y tantos otros, para acabar el trayecto con uno de mis cuentos, que debo elegir entre tres... o cuatro.
Qué placer en la lentitud, los tés como rituales, alguna conversación telefónica y luego vuelta a este quehacer maravilloso que sólo puedo permitirme sin la banda sonora de la semana: teléfono, urgencias de traducción, pobre estado de mis arcas, malas noticias, retrasos en los pagos, pesadas negociaciones, maravillosas clases de yoga que a veces me pierdo por presentaciones casi obligadas y vida social que no cabe, como tampoco caben apenas las pasiones nuevas, y dudas mías y ajenas que trenzan cordones nerviosos desconcertantes.
Y en medio de mi retiro silencioso, me llega la noticia de que están inventando unas impresoras en 3D que permiten mandar por email información que se transforma, "imprimiéndolos", en objetos: muebles de cartón, un reloj, qué sé yo qué. Esa idea me encanta. Pronto nos podremos transferir por email todo eso y mucho más, un robot. Y entonces, inmediatamente, pienso con aprensión: cuando ya nadie pueda salir a la calle sin escafandra porque el aire será irrespirable (y no precisamente por el tabaco, ay) y no habrá oxígeno y el sol quemará aún más peligrosamente, dejaremos de tocarnos, de vernos, sólo nos comunicaremos por cables y nos mandaremos objetos por email.
14 comentarios:
la gente cada vez sabe menos apreciar ya no la lentitud sino las cosas hechas a un ritmo normal.
Desaparecerá el local frecuentado por Dalí?...
Es verdad, Impromptu. Pero dime, ¿a qué local te refieres?
El placer del domingo: levantarse con calma, comprar el periódico y leerlo en el café preferido entre el ruido de las conversaciones, salir a ver una exposición postergada durante toda la semana, quedar a comer con un amigo o solo en casa, ver una película. Y pensar que esta próxima semana uno hará mudanza de costumbres para ser feliz, aunque sepa que deba volver a pensarlo a los siete días...
Es casi como si en ese paréntesis se borraran feos aspectos de la realidad que se activarán el mismo lunes...
en tu entrada anterior, en el enlace de la palabra: anunciando , venía la noticia.
La música también borra esos efectos...
impromptu.
Ah, te referías al Hostal! Sí, me pareció brutal que lo hubiera comprado, no entiendo cómo Marcie lo vendió. Antes, cuando era hostal, se podía dormir en las habitaciones de arriba y allí empezaron muchas historias míticas del swinging Cadaqués. En esa época, aparte de Duchamp y hamilton y tantos otros, los personajes del pueblo eran excéntricos y locos del viento, como me recordaba una amiga hace un rato. Ahora todo es uniforme.
Tienes razón, Impromptu, la música transporta...
uh qué amargos y duros eran los domingos en buenos aires, para mí quiero decir... la pasaba fatal
un gran post este, con una "visión futurista" amarga y dura, pero no tan errada
Gracias, Ed.
Siempre pienso que yo ya no estaré en ese futuro, pero mi hijo... no soporta que hable de esas cosas.
Supongo que tus domingos de ahora son más felices, con vistas al mar...
sí, sí, mejores domingos con mar, claro (de aquí al futuro que sea)
Por lo menos!
y la gata gilda, gg, tu alter ego, tirada como mi difunto gato nicolás, encontrado hoy en fotos que ni recordaba, presa de un ataque maníaco de ORDEN, revolviendo cajones, arrojando cosas sin desperdicio a la basura porque ya no quepo yo, ni mi alma, en este maremagnum de objetos y papeles, cada día más alejado, si, quiero creer(me), de las pulsiones carnales...y de los horribles domingos de baires, con el corazón de aquella época (nada(la)roc(os)o) hecho pedazos...
Caramba, tan duros parecen los domingos de BAires pero tan interesantes, corazones rocosamente destrozados, pulsiones carnales, gatos desaparecidos con nombres de mis antepasados, y el orden, sólo la palabra ya me hace sentir el peso de la CULPA, tú no sabes de mi desorden, y ahora que pospongo el papeleo de Hacienda tendré que vérmelas con ambas acusaciones superyoicas, frente a la ruina que me espera en estas semanas, tal vez meses, ayayay
qué de cosas sucedían en ese hostal...no sabía que también había estado Duchamp..
Bueno, en la placa del bar Melitón dice ahora que Duchamp jugaba allí a las cartas, pero por supuesto, Duchamp estaba "en todas partes". Cadaqués era entonces muy distinto que ahora...
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