Esta mañana pensaba irme al bosque, al Bambësch.
Como nuestros políticos municipales insisten en afirmar que Barcelona es la ciudad con más árboles de Europa, yo concluyo que no han venido por aquí (ni van a París, ni a Berlín, ni a Belgrado, ni a Zurich...), o que tal vez en cuanto salen de Barcelona, se colocan una tupida venda sobre los ojos. Más de una cuarta parte del territorio de la ciudad de Luxemburgo está cubierto de bosques y espacios verdes, con árboles altísimos y una frondosidad para nosotros desconocida. No es sólo el clima, es también la política ambiental. Los árboles que llenan las calles tienen alcorques gigantescos (y yo me fijo en ese detalle de los alcorques porque me lo dijo el ingeniero agrónomo que más nos asesoró para defender a nuestro pobre azufaifo en un desierto arboricida llamado BCN).
El Bambësch es el macizo boscoso más importante, 680 hectáreas de bosque sin amenazas de construcción, con algunos senderos para atravesar a pie y otros a caballo, rutas cerca de las liebres y los zorros, lugares de búhos y lechuzas, bosque de hayas y abedules. Se puede ir andando, pero se tarda una hora, y en autobús son unas pocas paradas. Es un bosque histórico. Pensaba bajar en la Faïencerie, la antigua fábrica de cerámica famosa que no citaré, y ver unos lavaderos públicos del siglo XVII que hay por allí antes de adentrarme en el bosque.
Pero siempre surge algo inesperado, así que he acabado cambiando de planes y para consolarme, me he metido en el Musée National d'histoire et d'art de Luxembourg, uno de esos museos donde las piezas valiosas e interesantes alternan con otras absurdas o excesivas, en una combinación que recuerda el origen de los museos, los extravagantes gabinetes de curiosidades (en San Petersburgo queda uno de esos gabinetes en estado puro, incluyendo el horror de fetos de dos cabezas conservados en recipientes de cristal, pero lleno de fragmentos de belleza, humor y sorpresas). Desde los orígenes arqueológicos, la ocupación prehistórica, el periodo galo-romano, la era merovingia, la abadía y el monasterio de Echternach, donde ya se inauguró una tradición de iluminadores y copistas, he visto esas salas llenas de asombrosa pintura sobre cristal (Hinterglassmalerei, qué bonita palabra en alemán, "pintura por detrás del cristal"), o habitaciones llenas de mobiliario, paredes forradas de madera con molduras, camas-alcobas cerradas de madera con cortinas, secreteres llenos de compartimentos, chimeneas de faïence, una farmacia entera de madera con sus archivadores de fórmulas magistrales, sus frascos con inscripciones, sus dibujos, joyas, retratos, relicarios, qué asombrosas piezas de miniatura y filigranas de tela y brocados pegados en cuadros minúsculos y estampas, unos maravillosos y otros inquietantes (o incluso escalofriantes, que diría L.), o las piezas funerarias romanas con inscripciones siempre dedicadas a todos los dioses penates (siempre me gustaron lares y penates), o el mosaico coloreado y sutil de esa misma era galo-romana, alguna pieza española (Luxemburgo estuvo bajo todos los poderes, incluyendo la entonces poderosa corona española, que no supo retener nada de su imperio donde no se ponía el sol, a diferencia de ingleses y alemanes y franceses), un mueble muy delicado y abarrocado de madera y hueso, luego los primeros talleres artesanos y primeras fábricas, con fotos de obreras textiles posando muy formales en los años treinta, y todo eso mientras por las ventanas el paisaje helado era igualmente antiguo, de manera que la trasposición que siempre busco -vivir otras vidas, imaginarlas- era fácil de hacer. Me he divertido contemplando los trajes del archiduque Guillermo II (algunos interesantes, otros ridículamente pomposos y militares), he pasado de largo de interminables vitrinas de monedas. También había pintura, ese pintor expresionista sombrío de la ciudad, Joseph Kutter, que murió bruscamente, y algunos otros. Aunque las dos plantas superiores, dedicadas a la pintura y beaux arts, estaban cerradas por reformas. Y aún así, me he perdido por el interior de esas habitaciones y no encontraba la salida, y he tenido que recorrer a uno de los fornidos vigilantes, que leía en silencio y con gesto ceñudo, obviamente molesto por ser interrumpido.
Al salir, por desgracia, la calle estaba tomada por los consumidores navideños, algunos de muy mal gusto, muchos visones y martas cibelinas, y una combinación terrible: anoraks lustrosos (en los escaparates los venden por 700 y 800 eurillos) con botas de tacón de aguja, un revulsivo. Daban ganas de hacerse punk. Seguramente se trataba de esa fauna racista de la que me habló un traductor y editor que vive aquí. Incluso en el bar Urban, donde va gente normal, el público era espantosamente burgués. Sobre todo, daban ganas de salir corriendo a refugiarse para leer a Montaigne, o mejor aún, a Babel. Porque hoy domingo no estaba abierta la magnífica Bibliotheque Nationale.
Dicen que aquí, de cada dos edificios, uno es un Banco, y tal vez sea cierto. Lo asombroso es que a veces, son mansiones decimonónicas bien conservadas, pero sin esas restauraciones salvajes que se hacen en la península ibérica, disneyficadoras, sino elegantemente desaliñadas, con jardines enmarañados de árboles invernales, un tanto asilvestrados, a la manera inglesa, y si uno se molesta en acercarse, en la placa diminuta y borrosa por la nieve, en vez de "Madame Lavallier, avocat", dice "Banque de Luxembourg" (el mismo que tiene esa sede tan indiscreta más allá). Supongo que en parte es por seguridad y discreción, pero no puedo evitar reconocerles el buen gusto, pese a mi disgusto por esa versión actualizada y legalizada de los malignos usureros (si hubiera infierno, estaría lleno de ellos). En mi país, cuando una entidad bancaria o empresarial compra una mansión decimonónica, o la restaura a lo bestia y pela el jardín (Plaza Bonanova o Via Augusta Vallmajor son sólo dos ejemplos entre cientos) talando todo árbol que haga sombra y cubriéndola de agresiva pintura como poco, o bien la tiran para construir algo bien feo. Aquí, no. Son detestable e injustamente ricos, pero viven en un lugar lleno de belleza y donde el patrimonio se conserva. Al lado de Luxemburgo, Barcelona parece Pristina, Kosovo.
Aquí, los árboles y parques lo llenan todo.
Mientras andaba, ya fuera de la vieille ville, me he parado ante un escaparate inmobiliario, por curiosidad. He visto que por 1,5 millones de euros, el mismo precio de los feos pisos triplex del bloque gris sin ventanas que Supportis pretendía construir sobre el cadáver del azufaifo, se podía comprar un caserón de 1920 restaurado con discreción y con todas las garantías de étancheité et isolation necesarias.
He leído que al fin, gracias a la publicación de Minúscula, se empieza a descubrir al escritor Varlam Shalamov. Media paginita donde apenas se esboza su escritura valiosa. En cambio, me parece desproporcionado dedicarle ese espacio a Soljenitsin, que para rematar, defiende a Putin. Yo comprendo que su gulag marcó un descubrimiento, pero literariamente no hay color. Shalamov es lo contrario, él nunca se quejó ni moralizó como Soljenitsin, él hizo literatura, y sus relatos de Kolima convencerán a cualquier ex comunista recalcitrante de lo que fue el terror de Stalin (y hablo por mí), porque lo hace a la manera chejoviana, sin lágrimas, sin juicios de valor, con una sobriedad económica y una intensidad en el despojamiento total, sólo mostrando a sus personajes con una contención que lo hace todo emocionante y le da una intensidad poética que nunca tuvo Soljenitsin y que cualquier buen escritor desea para sí. Él hace que incluso Kolyma aparezca luminoso, con la luz de su inteligencia poética, de su humor. Pero no sobrevivió. Al cabo poco de salir del infierno helado, escribió sus relatos, pero no se rehizo, y no mucho después le internarían en un manicomio. Einaudi (si mal no recuerdo) hizo una selección maravillosa de esos relatos, eligió los mejores y los tradujo magníficamente al italiano. Cuando yo los buscaba en vano en castellano y aún no los había encontrado en inglés, me compré esa maravillosa edición italiana (no quería arriesgarme a una edición francesa; los franceses traducen con tal libertad que los libros originales se transforman en otra cosa, o esa es mi visión, sin duda parcial) y de paso aprendí algo de vocabulario.
También he leído del traslado de Manolo Borja Villel (para quien trabajé en la Fundació Tàpies y luego le vi transformar el MACBA), al Reina Sofía. Seguro que lo hará muy bien, el problema es quién le relevará en el MACBA y qué será del museo.
Por cierto, me dicen que los pájaros que yo tomé por cuervos y que se posan en los tejados de pizarra, son cornejas. Y otro detalle que me gusta de esta ciudad casi tanto como los pájaros son los arándanos, a un precio accesible (supongo que estos bosques están llenos). Quedan buenísimos solos, pero también acompañados de una copa de vino del lugar.
Ah, y qué sugerentes y brillantes los dos capítulos que Sloterdijk dedica a "Derrida y Freud" y "Thomas Mann y Derrida", del libro que cité en mi entrada Frío de este blog. A lo mejor mañana me da tiempo a comentarlos. O el día de Navidad que, si nieva, dedicaré a la lectura.
9 comentarios:
Isabel, deverias pedir una subvención al ayuntamiento de Luxemburgo. Despues de leer tu entrada me estan entrando unas ganas locas de visitarla.
-th
Ja ja, y eso a pesar del exceso de banqueros ostensibles y banqueros ocultos y de visones sacrificados...
En realidad, para la pura desintoxicación de la Bcn sucia, derruida, talada y analfabeta, cualquier lugar de la Vieja Europa vale...
Mi querida dríade:
Me gusta tu paisaje arbolado, tu mirada a pie de calle. Vengo a leerte en esta Nochebuena, aprovechando que estoy solo. "Simplificación, proporción, tensión, respiración" atributos que Bergman encontró en el paisaje de Faro. Mi soledad de esta noche tiene esa felicidad casi racional.
Y hablando de árboles, de paisajes. Ayer, en una maratoniana sesión de automóvil, recorrí un buen tramo del Canal de Castilla, entre Osorno y Frómista. No lo había visto nunca. Me pareció seguir el curso de un Leteo detenido de un río que no se lleva nada hacia el olvido, él mismo es el olvido. Me imagino lo que dirías si lo vieras... ahora es un paisaje amenazado: excavadoras por todas partes, tierra removida, autopistas, lenguas de chapapote...
Me ha gustado el palabro: "disneyficador"... Apúntate un tanto.
Que pases buenos días. Un abrazo
Por qué remover a Disney en su tumba -finalmente él hizo algunos dibujos animados realmente buenos y miraba a los animales como un vegetariano- cuando los destructores de Barcelona, y Catalunya entera, tienen nombres y apellidos propios que todos conocemos. Y muy catalanes, por cierto.
Zbelnu: te esperamos en este desierto atroz, desalmado, donde sólo nos queda algún calor humano.
Gracias, supuesto Perdedor, por ese paisaje melancólico, que sólo imagino mientras aquí la niebla lo envuelve todo y ya sólo oigo a los pájaros y los aviones. Pero yo no inventé la palabra, disneyficar o disneyficado se dice ya en todo el mundo. Pero Cachodepan!!! Una cosa son sus logros (a mí me gustaba su Alicia, aunque fuese siempre una reducción, y me gustaba el doblaje mexicano, el "Tú cállate, Rosita" o los árboles que tiraban del vestido de Blancanieves, o Maléfica) y otra, muy distinta extender el edulcoramiento o la simplificación a la arquitectura. Cuando se construyeron sus parques temáticos (los primeros!) y ese estética se aprovechó para la restauración de ciudades y pueblos, destruyendo lo original para imitar un modelo inexistente, surgió la palabra disneyficación. Pasó en Beirut como en Cadaqués, es el espíritu del "Pueblo Español" de Barcelona, o las galerías comerciales inglesas de carretera. Es sólo una distorsión perversa del paisaje real, que incluye también enterrar la memoria y que sólo sobreviva lo que puede gustar a un turismo estúpido o borracho, a un ciudadano descabezado, sólo consumidor.
la gran paradoja es que los disney world se han hecho después de la muerte del gran Walt, un tipo con buenas intenciones que gastó parte de su fortuna en proyectos "culturalistas" como "Fantasía" o "Alicia", dos de sus fracasos, donde intentaba acercar la gran música y la buena literatura a los grandes públicos. Y estos parques temáticos se hicieron siempre en terrenos baldíos, al menos en USA.
Insisto en lo que escribí antes: ¿por qué aceptamos, como en esas falsas noticias sobre el valor del euro, las mentiras de los poderosos más cercanos? ¿Por qué siempre la doble moral es de los yanquis, cuando aquí nomás, al lado nuestro, declaran una cosa mientras hacen otra? Nunca estuve en un Disneyworld, no me interesa, pero supongo que los niños fliparán con ese mundo de dibujos animados. Tal vez hasta amplíe un poco su imaginación. Y no va en desmedro de nada ni nadie. Entiendo que puede ser un término muy usado en todas partes, pero yo diría Pascualada, o Montillada, o Zapaterismo. Y no olvidar al alcalde Fórum. ¿Por qué no Carodrovirada? Los estadounidenses cuidan su patrimonio, infinitamente menos rico que el europeo, con auténtica devoción y, en general, con exquisito buen gusto.
después de leer tu paseo por lusemburgo he colgado un árbol en objet-a pensando en ti, espero que te guste ese tronco generoso
Me encanta!!! Me recuerda a los árboles gigantes de raíces externas que vi en el Botánico de Tenerife...
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