viernes, 21 de diciembre de 2007

Vieja Europa


Foto: I.N. Universidad de Luxemburgo, 2007

Era impresionante atravesar el Montblanc volando, las montañas durísimas refulgiendo de nieve con sus clapas muy negras, montañas arquitectónicas y capricornianas, con un avión tan peligrosamente pequeño, y sus turbulencias. Alguien me llamó antes de despegar y me dijo que me quería, y yo, que conozco su ligereza declarativa, generosa y casi desparramadora, le di tímidamente las gracias (la mujer sentada al otro lado del estrecho pasillo no me perdía de vista; ¡ella no era europea! sino de la España profunda), y me quedé pensando que tal vez él quería despedirse por si el avión caía. Y mientras miraba de cerca aquellas montañas, pensé que no importaba morir en esa belleza y de una forma tan rápida (aunque también recordé a Tchang y al yeti y a Tintín buscándole), pero enseguida pensé: "No, aún no puedo dejar solo a G.", y luego enseguida me di cuenta de que quería escribir un poco más, aunque mi amigo serbio habría convenido conmigo en que si muriese, este blog se haría famoso y los editores que lo ignoran se pelearían por publicarlo en papel.

Al iniciar el descenso, Luxemburgo se veía precioso desde el aire, solo bosques bien peinados y rodeados de prados, ciudades ordenadas y las casas antiguas y las torres de las iglesias bordeando ríos y lagos y bosque, un tren... Era como un scalextric antiguo y vivo. Llegar al aeropuerto diminuto (están construyendo otro más grande al lado) bien diseñado, gris e impecable, salir del avión y recoger la maleta en cuestión de minutos, sans souci.
En el aeropuerto estaba por sorpresa el hermano de N., que me haría de cicerone, con su luminosa mujer traductora y el niño de las pestañas largas; los dos últimos se iban ya hacia Iberia. Ella me dijo que siempre quería escribirme porque mi libro Crucigrama le gustó mucho y prometió hacerlo en 2008 para explicarme lo que vio. Camino de la city, pasamos en coche junto a las instituciones europeas, enormes edificios contemporáneos, aparcamos civilizadamente en un parking del centro y fuimos a la biblioteca de una universidad a devolver unos libros: un edificio de enmarañado y elegante descuido, con un magnífico árbol invernal en la entrada. Cruzamos la Place Guillaume II, la Place des Armes, Hamilius, él a paso ligero y yo corriendo tras él con mi bolso que pesaba toneladas, con los árboles altísimos, edificios vetustos y regios de gran ducado junto a otros modernos. Él hablaba despotricando de aquí y de allí, muy bernhardiano, con su amabilidad huraña y radical, demasiado savateriano para mí, al estilo de mi amiga madrileña, y explicándome lo que veíamos. Con su humor serieux, me contó que había vivido en la Place des Armes y que le molestaba el bullicio de terrazas y fanfarrias, y cuando empezaron a gustarle las marchas militares, pensó: Tengo que marcharme. (Aunque como iría L., ¿a quién no le gustaría la Marcha turca de Mozart, por ejemplo?). En cierto momento, señaló alrededor y dijo: "Todo esto, aunque no se anuncie ostentosamente, son bancos, y estamos andando por encima de cámaras acorazadas inmensas, de las más grandes fortunas y tesoros del mundo..." Parecía material para una película de atracos. Y es que aquí tienen el PIB más alto del mundo...
Luego, mi improvisado cicerone me dejó en la casa de N., cálida y llena de libros, discos, mapas, papeles y fotos en las estanterías, su padre editor, su madre literaria... Salí a buscar mi futuro desayuno al colmado de los portugueses y nadie andaba por la calle, sólo algunos coches, pero las ventanas mostraban pantallas de lámparas bien diseñadas, luces cálidas anaranjadas, cortinas sugerentes, atmósferas decontractés de gente culta, nada que ver con la zafia fealdad española, pero eso sí, todo recogido y lejano y un frío que helaba los huesos...¡Por eso hay que andar deprisa!
Entonces me llamó Cachodepan, que estaba leyendo a Tsvietáieva y se había acordado de mí, y mientras me lo decía vi en la estantería, el primer libro, Tsvetaeva, L'eternelle insurgée... Su espiritu nos visita, dijo Cacho. Y llamé un momento a G., que cuida de la gata en mi ausencia...

Hoy he atravesado el río para ver el Gründ, ese barrio tan húmedo y frondoso donde según me dicen vive gente con menos recursos, ya que la humedad es insoportable, pero las casas son regias y está lleno de pájaros y árboles gigantes (yo sigo recordando la falacia de nuestros políticos de que Barcelona tiene más árboles, ¡si son ramitas raquíticas! Aquí los árboles no sólo son gigantes, sino que están protegidos, los parques son bosques hippiosos, desmelenados, y los troncos tienen una altura de vértigo), allí estaba amazon.eu, luego he cogido el ascensor que te devuelve a la parte de arriba, con o sin bicicleta, he visto la oficina del Ombudsman (al que escribí protestando por los controles policiales nazis en los aeropuertos, y me ha hecho ilusión verlo, pese a su decepcionante respuesta, tal vez porque en el fondo, sigo siendo de Figueres, y me hace gracia ver incluso las oficinas inmensas de la agencia Reuters, aunque no les crea inocentes), y al salir de ver fotografías de ciudades de Gabriele Basilico y Giacomo Costa, he escuchado en la Place Claire Fontaine ¡un concierto de campanas! Estaba acordándome de mi padre, que decía que en España habían fundido las campanas en la guerra y nunca las habían repuesto como antes y que en Alemania sonaban mucho mejor, y estaba pensando que aquí tañen claras y enérgicas, y sentía como siempre no poder decírselo cuando ha empezado esa composición de música antigua, y la gente se paraba y sonreía o fumaba allí delante... Luego he pescado Le Monde y me he ido a un café chocolatier a ver mis librillos encontrados en Alinea, y al salir, en la iglesia de enfrente una orquesta tocaba una misa mozartiana. En la rue des Capucins, un coro cantaba más música religiosa. Si esto es la Navidad, he pensado yo, no me molesta...

Y vuelvo a casa de N., y pienso que para mí las leyes de la hospitalidad son sagradas y he contraído una deuda de gratitud con ella, espero tener ocasión de devolverla sin cortarme el meñique como los Yakuza o como la buena hermanilla de los Siete Cuervos de Grimm, y vuelvo a mi libro balcánico. Ayer estuve corrigiéndolo y podándolo, y lo que en Barcelona era bloqueo y postergación, aquí se convirtió en felicidad. ¿Habré tenido que venir aquí para terminarlo?

9 comentarios:

JML dijo...

“Unreal City,
Under the brown fog of a winter dawn...”
No es ese, probablemente el paisaje que te rodea, pero se me han venido a la cabeza esos versos de Eliot después de leer tu relato luxemburgués.
Ciudades irreales…
Con silencio, pulcritud, amigos, música de campanas y coches bien aparcados… lugares así no me caben en la memoria.

Sigue con salud

Belnu dijo...

Y siempre suena tan bien T.S. Eliot!! Gracias, J!!!

Belnu dijo...

Se cumplió el poema de T.S. Eliot, como una predicción, niebla de ciudad irreal, amanecer de invierno, con cuervos...!

nomecentro dijo...

Paracelso, entre suspiros por la riqueza, aseguraba que los gnomos dominaban el mundo subterráneo. La discreción siempre es poca porque las cámaras acorazadas no son obstáculo para el poder de los menudos norteños. Los dvegar fraguaron el martillo de Tor, Mijolnir el anillo de la riqueza de Odín, Draupnir el collar de los brisingidos de Freya. Enanos teutones hicieron la capa invisible de Sigfrido y la espada mágica de Balmung. El mito del fatídico tesoro del rey Alberich advertía tempranamente sobre la parte obscena de la acumulación. Molesta que al final los pobres nos quedemos sin el consuelo de ver los males anunciados a los que entierran lo que se hizo para brillar al sol. Lo posible sería irreconocible si Somalia apareciera sembrada de lingotes.

Belnu dijo...

En efecto, no hay más que ver esa miseria de las minas africanas, el mismo recorrido que fotografió David Goldblatt a los infiernos de sudáfrica, sigue igual, gente humilde y desposeída que se juega la vida para sacar los tesoros de las entrañas de la tierra y siguen pobres mientras otros los reentierran por aquí. No había visto nunca tantos visones juntos hasta los pies, y martas cibelinas, y no de esos que se ven en españa. Claro que aquí hace frío, pero también venden anoraks de 770Euros...

iluminaciones dijo...

desde luego, cambiar de perspectiva, amplía los horizontes propios, los modifica, no se sabe porqué. Se siente uno otro, distinto. Y eso viene bien siempre.
saludos y buen viaje...

Belnu dijo...

Sí, la distancia geográfica para pensar, y el pensamiento comparativo para verse... Gracias, Impromptu, por cierto, hoy he visto la obrita de Molière Impromptu de Versailles en una librería...

Anónimo dijo...

Ah, pues buscaré ese libro que dices, y gracias por la recomendación.
impromptu.

Belnu dijo...

Bueno, no es una recomendación en toda regla porque yo no lo he leído, pero al adoptar el nombre, quizá sí tengas curiosidad por otros Impromptus, anteriores a Ohio/Beckett...