Fotos: I.N., serie Las cosas de Ade, 2007
Mirando esas piezas de patchwork que Ade Maio hace casi sin darse cuenta, juntando fragmentos de texturas distintas como pedazos de la memoria y vendiéndolas a los amigos (en forma de bolsos, bufandas, colchas), pensaba que el patchwork es el collage doméstico y encaja asombrosamente con mi manera de ver el mundo (envidiaba algunos collages de Carlos Pazos, o la pieza de sobres y correspondencia de On Subjectivity de Muntadas) o de acumular y rodearme de sus piezas y vestigios, siempre reacia a deshacerme de los trozos de belleza encontrada en envoltorios, jirones de ropa envejecida y única, cintas de regalos, sobres de cartas extranjeras, dibujitos o servilletas antiguas de bares, cajas de cerillas, cartones de horquillas, postales viejas, dibujos de cuando Gui dibujaba, fotos y recuerdos de momentos estampados que lo cubren todo en un proyecto de colcha penelopiana nunca terminada o sólo esbozada a modo de paisaje. Objetos y fragmentos que me hablan e interpelan o que cuentan una parte de mí.
Como Ade no tiene página web, no puedo poner un link, pero le hago aquí un pequeño homenaje, porque su mundo me reconforta y contrasta con la dureza del libro que acabo de reseñar y con la fuerza que necesito para oponer mi opinión crítica, siempre tentativa, a la de quienes opinan todo lo contrario.
Y es que en mis reseñas, tal vez porque me considero intrusa en casi todos los ámbitos -y no me molesta, de hecho he llegado a disfrutar de esa posición, como quien se balancea en un columpio colgado de los árboles, soy crítica intrusa como también traductora intrusa, escritora intrusa y tantas otras intrusiones sólo justificadas por la curiosidad, la pasión y el tiempo-, trato de mostrar cómo es el libro y de explicar por qué a mí me parece que no logra su objetivo o por qué lo veo fallido, o por qué me interesa, conmueve y entusiasma, en qué cambia o amplía mi percepción, para que lectores distintos puedan decidir que ellos tendrían una opinión distinta y decidan leerlo aunque a mí no me guste o no leerlo aunque yo lo defienda, porque mis razones no son las suyas.
Lo cierto es que, como lectora, me asombra la posición de esos críticos que se sitúan en una especie de Olimpo donde lo bueno y lo malo están claros y son indiscutibles. Unas veces me admiran y otras me repelen. Nabokov demostró que en literatura también cuenta la subjetividad, en sus Strong Opinions o en su Curso de literatura europea: él detestaba a Thomas Mann (yo no olvidaré mi lectura, con gripe, de La montaña mágica ni a Hans Castorp, ni la impresión de Confesiones del estafador Felix Krull) no le gustaba Jane Austen (aunque sabía explicar muy bien sus telarañas finísimas de trama, que a mí me subyugaron y arrastraron a leerme las Complete Novels) y la música le parecía puro ruido, pese a los esfiuerzos de su madre llevándole a la ópera en coche de caballos, abrigados con manta de pieles en la fría San Petersburgo. Nosotros mismos leemos distinto en cada época. Entonces yo, que soy bastante autodidacta y he leído caprichosamente, no de una forma sistematizada y rigurosa, sino guiándome sobre todo por el deseo y el accidente, ¿cómo iba a sentirme autorizada a sentar cátedra? Prefiero contar un poco el libro, describirlo y en esa exposición, ir repensándolo y desgranando mis pensamientos para llegar a una conclusión de forma transparente, como en aquellos problemas matemáticos donde había que mostrar todos los cálculos previos.
Pero hay algo emocionante en lo arriesgado, tentativo e intruso, como en mis viajes balcánicos, donde siempre me alienta el espíritu libre del poeta chino autodesterrado del mundo académico y oficial, Li Bai. Sin darme cuenta, me he acabado instalando a vivir en mis particulares montañas rusas, donde la imposibilidad de las cosas muestra huecos insospechados y abre puertas mágicas diminutas como las de la carrolliana Alicia, aunque a veces me pueden el frío, la intemperie, la absoluta falta de seguridad y todas esas cosas. Y así, cuando en mi posición de equilibrista tengo que oponerme a la mayoría de críticos y arriesgarme a disgustar a quien sea, el vértigo crece, y sólo me consuela una sensación moral (la del buen persianero, reconciliado consigo mismo cada noche) y libre (el espíritu de Li Bai).
Me dice V que cuente también de mi forcejeo con la reducción del espacio que ha significado el cambio de formato de La Vanguardia. Y lo contaré sin duda, cuando ya haya salido mi reseña. Por cierto, vale la pena visitar la casa virtual de V con su delicado ikebana y sus consideraciones sobre el pensamiento en China.
Hoy me han ofrecido que proponga la invitación de algunos poetas balcánicos para la Semana de Poesía, se me ocurren unos cuantos y la verdad es que me hace ilusión proponerlos y presentarlos (si se aceptara mi proposición).
10 comentarios:
con o sin patchwork, ayer la esperábamos por la soleada acera granadina...no tuvimos la suerte.
divertido el diamonólogo con su absurdo visitante cascarrabias.
mejor reírse.
Sí, oí los mensajes tarde... os habría contado mi nueva teoría, tras un documental sobre la Callas y una conversación sobre una pieza de Beauvoir... Pero creo que teníais prisa. Tú siempre te diviertes observando, Cacho...
que doble alegría de domingo encontrarme aquí mecida por los hilos que amorosamente tejen tus relatos, gracias cousin por tus palabras que sostienen y dibujan nuevos horizontes, me quedo también con esa imagen de simio y de intrusa partout, de todóloga que yo también he optado ser. Todo mezclado con el excelente documental sobre la Callas, bellísimas imágenes de una mujer qeu dijo siempre lo que sentía
Ja ja, me alegro de que hayas visto al simio en su liana porque pensé que tal vez te gustaría y también es un homenaje a Gui, que de pequeño quería ser uno de ellos y pretendía que igual lo había sido en otra vida, trepaba por el quicio de la puerta hasta el techo (tengo alguna foto) y el resto lo imaginaba... Todóloga! Buena palabra para tus múltiples especialidades que superan las mías. Cómo me gustan ahora los domingos, y pensar que de pequeña los odiaba, por ser antesalas del sufrimiento... ahora este silencio, esta sensación ociosa, escoger mi actividad... mmm
esta mañana pensaba justamente eso de los domingos, tantos años sufriéndolos y temiéndolos y ahora esta sensación gatuna tan agradable,
sí, el mono me encantó, la verdad!
Gatuna, sí, si vieras a Gilda patas arriba al sol como esta mañana... y luego a dormir al sofá, perseguir una mosca...
bueno, todos hemos ejercido de críticos en algún momento, sobre lo válido y lo de menos valor, aunque no tuviéramos claro los límites de una y otra cosa, en la pintura no pocas veces ha sucedido y actualmente incluso es más complicado delimitar los que valdrá en un futuro y lo que no. Los límites se ensanchan...
Y sí que se paga con creces , creo, cierta libertad crítica y de pensamiento.
Siento la injusticia de la beca.
impromptu.
Yo sólo defiendo lo que para mí vale ahora y me parece vivo y vigente y capaz de abrir vías, y me sorprende cuando me opongo al resto de la crítica, pero qué le voy a hacer?
Así que tú has hecho crítica de arte, Impromptu, una pequeña pista sobre ti.
Por la beca non preocupparsi, hace meses que lo sé, en el momento fue muy duro porque me había creído que iban a dármela y me sentí de pronto huérfana. Luego comprendí que era absurdo esperarlo y pude analizar mi extraño sentimiento. Esto sólo ha sido el remate, una carta diciendo que mi proyecto era inferior. Decidí guardarla. En realidad, si mi editor de ese libro tuviera sentido del humor y no se opusiera, me encantaría incluirlo, justo debajo del apoyo del Institut Català d'Antropologia y la Fundació Jaume Bofill, pondría que la Institució de les Lletres Catalanes consideró que mi proyecto era "inferior".
Me ha gustado mucho que elijas la palabra intrusa para describirte. Está muy bien ser intruso y, a mi modo de ver, mas que sobradas son las credenciales que exhibes: curiosidad, pasión y tiempo. Con tu permiso, me apropio del calificativo y me declaro intruso.
Tienes mi permiso, y gracias, Miroslav!
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