Foto: I.N., Jardín Botánico, Madrid, 2009
Ayer estuve en la presentación de Kafka y el Holocausto, de Álvaro de la Rica, en La Central. Xavier Pla y Nora Catelli hicieron brillantes aproximaciones distintas al libro, desde el punto de vista de lo que es el ensayo, de la subjetividad que implica la escritura, de la libertad del género y de su vocación compositiva (Pla) y desde la perspectiva de los cruces entre la literatura, el pensamiento y la teología, o el abordaje cristológico de lo judaico en Kafka (Catelli), todo bien articulado con precisión crítica y humor afectuoso por Sergio Vila-San Juan, y finalmente, esa posición autoburlona, eliottianamente humilde pero cultísima que es la de Álvaro de la Rica, que aconsejó que no se tomara demasiado en serio su libro, citando la frase (Boris Groys?) de que la cultura son sólo rumores y tratando de explicar de dónde había surgido ese ensayo. "Hablar de Kafka es hablar de todos nosotros", escribía Blanchot. Y De la Rica contó una conversación suya con Vila-Matas donde los dos coincidieron en la misma sensación de que leyendo a Kafka, sentían que el libro les leía a ellos.
A ese encuentro tan sugerente siguió una cena magnífica y plagada de buenas conversaciones en un comedor subterráneo de uno de mis sitios preferidos de Ciutat Vella (un delicioso bacalao con tomate confitado), y de esa cena surgió inesperadamente el desayuno de hoy, en la casa de un escritor al que admiro y que fue amigo de mi padre, pero también amigo de Josep Pla, con su biblioteca proustiana para mí mítica y tantas veces descrita por otros, su ironía crítica que no deja títere con cabeza (cómo nos hizo reír anoche y cómo me gustó escuchar sus anécdotas de Josep Pla y el diálogo con XP) y su calidez, y esa casa maravillosa. Hablando del espíritu arboricida de este país y el extraño desdén por los viejos árboles que se veneran en toda Europa, su mujer, que fue coleccionista y marchante de arte africano, me ha contado que cuando el abuelo del escritor (que era un herrero y tenía una preciosa biblioteca: ¡eran otros tiempos!, y la han conservado intacta) compró la casa, le dijeron: "Esta higuera deberían cortarla, porque ya es muy vieja". Entonces, en 1904, ya era centenaria. El herrero no les hizo caso. Cuando el padre del escritor transformó lo que era el antiguo fregadero en la actual biblioteca proustiana, hicieron un pequeño patio para no cargarse la higuera, y ahí sigue, con sus gruesos troncos retorcidos y sus cosechas de higos buenísimos. Así que además del té, de una tienda de Ginebra cerca del musée Barbier-Mueller, y los croissants y la mermelada de moras hecha en casa y las conversaciones, he gozado de la visión de esos árboles, la compañía de los libros de Proust, su correspondencia, la bibliografía crítica, los recuerdos, y he admirado los dibujos originales y grabados de Luis Marsans sobre La Recherche, que penetraron su sensibilidad (hay un retrato del narrador niño enfermo en la cama, encogido y aprensivo, que recuerda al retrato fúnebre del escritor; pero también está Françoise, y Des Esseintes en pleno paseo, y la abuela con su mirada sutil, y alguien que parecía Madame Verdurin...), en ese entorno donde el arte africano, las piezas funerarias chinas de la dinastía han (un perfil de madera precioso y de una delicadeza expresiva que conmueve) y los tapices peruanos acompañan a algunos bien escogidos Tàpies y a los libros omnipresentes (confieso que en el cuarto de baño he leído una carta de Joseph Roth a Stefan Zweig, decidida a comprarme la correspondencia de Roth), con maravillosas ediciones originales y los escultóricos árboles del jardín, un palosanto cargado de frutos, además de la higuera que trepa por el tejado de la biblioteca, o el pino nonagenario que plantó el tío del escritor, enterrando un piñón. Yo les he llevado mi Crucigrama (por si sintieran curiosidad por el retrato de mi padre, al que querían) y La plaza del azufaifo, que ya tenían. "Ven cuando quieras", me han dicho al salir, "llamas y vienes a comer..." Y aunque yo jamás me he presentado en casa de nadie por sorpresa, y menos a comer, esa cortesía hospitalaria me ha alegrado el espíritu.
Al volver, una llamada de la señora octogenaria que lidera la defensa de los almeces de la plaça Joaquim Folguera me ha anunciado que están cortando de cuajo todos los jóvenes almeces de la calle Vinarós, muy cerca de los nuestros, árboles que debieron plantar hace veinticinco o treinta años. Y es que el ayuntamiento ha decidido acabar con la desigualdad que otorgaba un poco más de verde a este barrio que al peor de Barcelona, y del mismo modo que convirtió la zona más silenciosa en el distrito más ruidoso, está logrando que el barrio más fresco y de mejor aire pase a ser el más contaminado de la ciudad, enterrando la memoria de lo que fue, haciendo desaparecer toda belleza, arquitectónica, urbana y natural e invadiéndolo todo de su fealdad de cemento. Todos aquellos que lo asumen y aceptan pasivamente ¿qué son? ¿Gente primitiva y salvaje o gente vencida y triste?
Me he acordado de que al llegar a casa una noche, tarde, del tren de Madrid, en el contestador encontré un mensaje de M completamente delirante: repetía series numéricas sin sentido, me hablaba en plural, decía que ella no tenía dinero y que teníamos que colocar el dinero 9-3-0-2 en el 330 de una calle, "repito", decía, y enumeraba otra serie distinta: 0473, y seguía dictando números que yo copié absurdamente en un papel, y es que a veces no puedo evitar la sensación de que me habla con mensajes cifrados. Me pareció angustioso, pero era tarde para llamarla y cuando hablé con ella al día siguiente no recordaba los detalles, me dijo: "Es que creí que estabas en esta época". Yo bromeé que tal vez había viajado en el tiempo y pensé que es verdad, en cierto modo no me siento de este tiempo o de este lugar, y le conté que venía de Madrid y que en un momento dado, un amigo me llamó al móvil y me preguntó "dónde estás", le dije: "En la Castellana" y cuando fui a mirar a qué altura, estaba en Hermosilla, la calle de la infancia de M.
En el catálogo de Caspar David Friedrich leí que su hermano se ahogó intentando salvarle, de pequeños, y de cómo ese hecho terrible le marcó para siempre. Me hizo pensar en aquella frase de Goethe que citaba Wilde, añadiendo que "donde hay un dolor hay un suelo sagrado", y en la capacidad o el talento para exorcizarlo que algunos buscamos, o de cómo ese dolor se convierte a veces en (iluminación) materia de escritura o de creación. Hace unos días, un ejercicio escrito por una alumna de la conferencia de Maeve Brennan había captado esa idea mía obsesiva.
Lean en Polis un artículo de Francesc Arroyo de hace unos días donde se demuestra que la situación de Barcelona respecto a espacios verdes es de las peores del país y está muy por debajo de las recomendaciones de la OMS y es mucho peor a la situación de Madrid, contrariamente a lo que pretendía un autodenominado experto que ha venido a visitar este blog. Esta situación de nuestra pobre ciudad se verá agravada con el plan de talar todos los plátanos de la ciudad que anunciaban pocos días atrás. Ayer un profesor de la Universitat de Girona me dijo: "Yo creo que los socialistas detestan los plátanos". Dice que en Girona los están arrancando todos. Según él, a los socialistas sólo les gustan las palmeras. Yo creo que estos políticos detestan los árboles, la espesura, la frondosidad, la belleza y la historia. Sólo les gusta la fealdad grasienta que tan persuasivamente representa la estación de Sants. Y siguen destruyendo todo lo que no encaja en ese espíritu. Y destruyendo el verde de todo el país. ¿Es que nadie va a rebelarse?
Lean si quieren aquí mi reseña de ayer en La Vanguardia Cultura/s.
Yo me consolaré recordando mi segundo desayuno de hoy, y leyendo a Natsume Soseki para reseñar. He recibido El proyecto Lázaro de mi admirado Aleksandar Hemon, publicado por Duomo, junto con un libro de ensayos de William Boyd, que me inspira curiosidad -por sus cuentos Fascination- y gran reserva (vi una entrevista suya en Arte TV donde hablaba con furia misógina irracional contra Virginia Woolf -eso me pareció- y con gran admiración de Evelyn Waugh). Los pongo a la cola de mi atasco de lecturas erráticas. "Yo sólo he leído caprichosamente", le dije a Claudio Magris. "Es la mejor forma de leer", me dijo él, con esa elegante generosidad suya. Aún tengo para leer la novela de Jordi Bonells, la de Slavenka Drakulic, la de Cinta Arasa. Estos días llevo secretamente conmigo un ejemplar de mis cuentos. No puedo evitarlo. El peso de su presencia invisible en el bolso me alivia de forma misteriosa. La impaciencia de que lleguen a todas partes me agita constantemente, con un temblor interno. A veces siento como si me estuviera convirtiendo en árbol.
12 comentarios:
Yo tuve una vez un libro extraordinario de Natsume en mis manos, pero lo vendi por inexperiencia y necesidad.
Algunos se jactan de ser politicos, pero deberian hacerlo de ser necrofilos. Politicos necrofilos : Aman la muerte.
Cuando acabe con éste te lo mando, Emma!
Tienes razón, son una especie de buitres, pero sin su belleza...
Qué hermosa la última frase. Pero que sea como esa higuera, más que centenaria, creciendo entre sus libros... (y acabo de escribirlo y me doy cuenta de "Figueres").
Un abrazo.
Yo también he sentido lo mismo Zbelnu... que me estoy convirtiendo en árbol.
No me extraña, Odette! Somos ya arbóreas... Bienvenida de vuelta al jardín...
Gracias, Bel M... Siempre pensé que no era casual haber nacido en un lugar de higueras y que me gustaran tanto esos árboles, el olor, los higos, la forma... En Cadaqués había una al subir una cuesta que me refrescaba con su olor... y en Galicia, en el jardín de unos amigos... Y en Roses, al pasar por el camino de la playa que sale en mi novela...
Eres un encanto Isabel, pero no hace falta que me lo mandes. Sé que tengo pendiente recuperar ese libro, y con saberlo es suficiente para mi.
Gracias, Emma
¡Vaya encuentro, no me extraña que resultase más que estimulante!
Suelo sagrado: cierto, todo lo que desvela el dolor está en ese espacio que más vale no esconder sino mantener como algo inmodificable y a veces recordar con distancia y serenidad.
Coincido totalmente con la opinion del profesor universitario de Girona en cuanto a los gustos arboricos de los socialistas. Ya hace años me empezo a disgustar el gusto por las palmeras de nuestros ediles socialistas, un arbol escualido, que no da sombra, feo y de imagen entre tercermundista y de nuevo rico hortera. El palmeral del Parc de l'escorxador es horrendo, al igual que otras concentraciones de este arbol tan feo, la ridiculez de las tres palmeras de Balmes-La Granada, etc etc.
Por contra leí que quieren cambiar parte de los frondosos platanos del Eixample por otro tipo de arbol (seguramente mucho mas feo).
Verdad, Eph? Fue magnífico... Y sí, ahí hay algo, algo que han visto muchos poetas
No quieren invertir en cuidar los árboles, en podarlos a tiempo y como se debe, ni en plantar como se planta en Europa, cavando profundamente y dejando espacio de aireación para las raíces. Los árboles crecen enfermos y los cortan. Quitan las farolas antiguas y ponen luces de autopista y en vez de árboles tronquichuelos escuálidos que nunca crecerán. Nos quitan la sombra, la quietud, los pájaros. Sólo fomentan el cemento y el uso de los coches. Obligan a que toda casa nueva tenga un parking... así se han cargado todos los jardincillos interiores de sarrià y sant gervasi. Y nunca tienen bastante. Todos los trazados de infraestructuras apuntan curiosamente a las arboledas.
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