domingo, 15 de julio de 2007

Historia del vestuario

Foto: Gerda Weber. Yo a finales de los setenta, haciendo de La hermana pequeña de Chandler, para la presentación de la Serie Negra de Bruguera, en las desaparecidas Galerías Condal, donde Santi Roqueta, el arquitecto que tuvo estudio en la Casa Sert de Muntaner, hacía de Robert Mitchum, es decir, de Philip Marlow.

He ido a ver un momento a una ilustre vecina, que se ha ofrecido a ayudar como pudiera a salvar el azufaifo, ya que lo divisa desde su casa. Por teléfono no la reconocía, con su nombre entero, y al llegar a su casa era la propia Chelo Sastre, figura precoz de la moda en Barcelona en los años setenta, junto con Toni Miró.

Tras despotricar de todo lo que a algunos nos hace sentir que no somos "d'eixe món" y repasar inevitablemente aquella otra época (¡sin hacer laudatio temporis actii!), he vuelto a pensar en mi idea de representar la historia de alguien reuniendo en un armario gigante toda la ropa más emblemática de su vida. Ojalá pudiera hacerlo con la mía, pero durante un tiempo viví con alguien ordenado y no acumulador como yo, que frenó mi inclinación a guardarlo todo y me presionaba cíclicamente para deshacerme de las cosas. Y así descubrí que mi inclinación tiene una razón secreta: yo no sé qué debería tirar, por eso no tiro nada. Cuando tiro, lo más probable es que me equivoque y acabe lamentando la pérdida o necesitando algo que ya no existe.
El día que me decidí a desprenderme de la colección de muñecos de mi hijo, los Action Men, que eran la versión masculina de las Barbies, unos guapos musculados de aire bastante derechista, con amplio guardarropa especializado, llegó mi amiga Esther y exclamó con horror: "¿Dónde?" Ella los quería para una instalación, pero cuando volvimos al contenedor, aquel regimiento de elegantes luchadores y exploradores había desaparecido.
Yo siempre lamenté la pérdida de mi gabardina reversible negra y roja, o de unos pantalones acampanados de terciopelo granate y raya diplomática, cintura bajísima y osados botones que había sisado en Portobello a los quince años y que aún me entraban cuando accedí a desprenderme de ellos.

Hace unos días me compré en un outlet una camisa de algodón y algo deportiva que quizás nunca me pondré, pero que se parecía a una que tuve a los 12 años, en la época en que mi visión de mí misma dio un cambio radical, gracias a la mirada de otros. La camisa me produjo una sensación inexplicablemente alegre y tuve que llevármela a casa. Recuerdo que la otra, la original, no era de algodón, sino de una fibra brillante, muy entallada y con muy parecido estampado psicodélico, pero en un día sin tiempo, quise plancharla y le hice un gran agujero. No he olvidado aquella desolación. Esa compra me recordó a aquel ensayo de Natalia Ginzburg en Mai devi domandarmi, donde ella, su marido y los hijos no se ponen de acuerdo sobre la casa que quieren comprar porque cada uno necesita condiciones distintas e innegociables. Y al final, mágicamente, encuentran una casa que no cumple las condiciones de ninguno pero que gusta a todos, porque a cada uno le recuerda algo del pasado o a alguna fantasía feliz.
En ese armario-instalación de historia personal habría incluido también un fantasioso vestido de otoño de Eston, un vestido verde de crêpe, precioso, especie de falso traje de chaqueta años 20 en revisión 70s, y un vestido americano de gasa evasée, con estampado aún más fantasioso y psicodélico, que compré en una tienda desaparecida de Balmes esquina La Granada, ideal para colarme la soirée snob chez la princesse, y otro de una especie de gruesa seda cruda también evasée y hippie con adornos de pasamanería cruda, con el que me hicieron miss simpathy en una improvisación veraniega de Calafell, donde el jurado eran Carlos Barral, Ricardo Muñoz Suay e tutti quanti, y la auténtica estrella fue Ana Muñoz. Y una blusa de gasa transparente con unas flores violáceas que llevé peligrosamente años más tarde bajo una cazadora auténtica de aviador completamente vintage, y una especie de túnica color rojo sangre, romana o más bien prerrafaelita que me desgarró un novio celoso y que me servía para recibir, y tantas otras cosas, como los pantalones de pana marrones que resultaron malheridos por un cóctel molotov cercano en una mani junto a la plaza Eivissa, o las botitas de ante con que corría huyendo de la policía, o un fragmento de gamuza atado que me sirvió de falda en la inauguración del Studio 54 y las botas de falsa piel de vaca hasta el muslo que me regaló Francis Montesinos casi sin querer, o unos posavasos peludos de auténtica piel de vaca que yo usaba de pendientes.
Tal vez por eso yo siempre tuve problemas para hacer la maleta. Al contrario que el personaje de Grace Kelly en La ventana indiscreta, que se definía como experta en llevar la ropa adecuada para cada momento y en una maletita diminuta, a mí siempre me sobraban y faltaban cosas, pasaba horas dudando y pensando en los porteadores de las novelas antiguas y en el último momento añadía unas cuantas cosas más por si acaso. Sólo en la segunda parte de mi historia he logrado aprender: ahora ya no me sobra nada, aunque a veces me olvido algo esencial. Por cierto que la película se inspiraba en un cuento de Cornel Woolrich, o William Irish, que es lo mismo, un favorito de mi época de novela negra.
Y todas esas prendas que se fueron ajando, horadando y destruyendo pero que yo nunca quería abandonar. Me pregunto si podría al menos dibujarlas aceptablemente, o si estaré condenada a buscar otras que me las recuerden... Como los libros que leímos en la infancia y la adolescencia o incluso más tarde, en la época en que se mezclaban aún a fuertes sueños y deseos imposibles, y que quedaron inevitablemente mezclados en la memoria con un momento y un lugar preciso. Por ejemplo, yo leí La montaña mágica durante la gripe que siguió a un enamoramiento muy fantasioso y felizmente imposible, en una casa de la calle Herzegovina y la sensación de aquel sanatorio y las conversaciones se mezclaron para siempre a aquella sensación vital. Y cuando probé a consultar Robinson Crusoe a la manera de Betteredge en La piedra lunar , es decir, como un oráculo, me acababan de notificar que no me renovarían el contrato en Ariel-Seix Barral y volvía a casa en los ferrocarriles, que entonces llamábamos "el tren de Sarrià". Abrí el libro al azar y encontré un pasaje donde Robinson decía que no había que lamentarse de lo perdido, sino valorar lo que aún se tenía. Era perfecto.

26 comentarios:

nomesploraria dijo...

A estas horas no consigo recordar el nombre del arquitecto, buen aquarelista y doble perfecto de Mitchum. Sé que murió hace un par de años. No puedo recordar su nombre, cagundena

Belnu dijo...

Exacto, es mi alzheimer el que me ha obligado al circunloquio. Supongo que me acordaré cuando cierre los ojos para dormir

nomesploraria dijo...

y yo

Belnu dijo...

A ver, a ver si sale... le homenajearon en el Col·legi d'Arquitectes...

JML dijo...

Me temo que yo también padezco esa esquizofrenia entre orden y acumulación, que muchas veces interpreto del lado de la acumulación, como una lujuria. La ropa y los libros viejos suelen ser víctimas de mis periódicos y donosos escrutinios, pero como remedo me queda la escritura, que acumula materiales de derribo, que hace cuento, y muy pocas veces recuento, quizás porque sabe que la muerte (y no me estoy poniendo trágico) es la única que puede interpretarlo todo con un sentido completo. Yo no me sabré nunca terminado, pero a través de algunas recientes muertes, centenarias y cercanas, imagino lo que es un hombre completo: la enumeración caótica de su desorden...

Saludos (y gracias por su visita. La espero)

Belnu dijo...

Eso pensó sin duda Boltanski. No sé si vio usted esa pieza suya del inventario de objetos pertenecientes a la casa abandonada de un hombre muerto, en Barcelona la pusieron en la Fundación Tàpies. Una escritora croata exiliada arrastraba un álbum de fotos como toda identidad. Y en un documental que comenté hace poco aquí, de Heddy Honigmann también sobre la pérdida, los familiares de los muertos acariciaban sus objetos (una camiseta, unas herramientas, el marco de una puerta hecho por él, los pilotes blancos de las tumbas), lo único que les quedaba de ellos tras el incendio de sus casas y la muerte. Así que nada es casual... Pero también, a un nivel más frívolo, si quiere, añadiré una respuesta al reverso

Dante Bertini dijo...

parece que has llegado a el perdedor que se pasea, perdido y reencontrado, por lisboa...yo tampoco sé tirar y para colmo me gusta recoger.
Por suerte nunca me he dejado aconsejar por nadie y sólo puedo culparme a mí mismo; por ejemplo de haber tirado a la basura meses atrás los cientos de páginas del diario La Opinión de Buenos Aires donde aparecían mis notas y dibujos, sin siquiera escanearlos...y después de arrastrarlos más de ¡treintaños!

Belnu dijo...

Sí, eso es triste, pero seguro que un día los reencontrarás, en Los Encantes o un amigo los recomprará en un mercado de Buenos Aires, o alguien decidirá reeditar eso, o bien pasarás un mes yendo a la hemeroteca y pidiendo los microfilmes... En cambio yo, que accedí a tirar la caja de cartas de mis amitiés amoureuses, poetas, escritores, artistas, por iniciativa de Othello, ay ay...

nomesploraria dijo...

Santiago Roqueta.
Por fin!

nomesploraria dijo...

Cacho, Zbel, me entra una tristeza enorme con esas cosas perdidas para siempre.... ay

Belnu dijo...

Molt bé! Sabia que era una erre`, però pensava, no et confons amb robert mitchum

Belnu dijo...

Ah, Nomésploraria, eso demuestra tu sensibilidad...

nomesploraria dijo...

¿Y la estación de Sarrià? Con el suelo de madera y los viejos trenes. Y los vagones de segunda clase con los asientos de terciopelo. Siempre me pregunté dónde estaría la primera clase.

Belnu dijo...

Fue horrible. Aunque estaba anunciado, yo bajaba y subía allí para ir a clase! Y de pronto, un día, en vez de bajar en aquel sitio bonito, bajé en aquella pesadilla de baldosín verde, espantoso, me moría de rabia y horror!!!! También yo me había preguntado por la primera... Qué bonito era ese tren...

nomesploraria dijo...

A veces había un mendigo violinista y las camperas de las niñas que me gustaban sonaban de maravilla en la tarima de madera.

El responsable del mural verde que hay ahora debería estar en Alcalá Meco y en chandal.

JML dijo...

Mi admirada Isabel:

Otra vez por aquí…

Veo que ha visitado mi bar… ¡Me alegro!. Como sabe estoy de viaje, pero un invisible cordón umbilical me une a los avatares de mi blog, así que no lo pierdo de vista; ahora que mi hija empieza a adquirir hábitos y soledad de adulto (la leve sorpresa de la pubertad) yo sigo aquí, ejerciendo este remedo de paternidad, escribiendo para desaprender una vida…

Mire, yo soy gallego y atlántico de nacimiento, aunque hace años ya que vivo en esta Zamora irreal que conocí castellana y que ahora quiere ser leonesa. Antes de que me dividan otra vez por la mitad me gustaría conocer ese mediterráneo que la mantiene a vd. tan lozana y en el que se materializan historias como la que acaba de contarme, que me hacen creer en aquello del efecto mariposa (que ahora ya me parece un “afecto”).

Mis bares solitarios no fueron visitados nunca por el inefable Duchamp; como mucho por el triste y anciano Waldo Santos, poeta municipal que murió hace unos pocos años, justo después de que le dieran un homenaje en el Teatro Principal (sería la emoción, digo yo), así que mis soledades están muy solas, porque no tienen historia, como este viaje, que no tiene mujer ni hija. Para escribir un cuento, como sugiere vd., me falta el antagonismo de una vieja dama francesa que mantiene en su saludo toda la tensión y la cortesía de una conversación imposible. Creo que cuando regrese a Zamora tendré que volver a alternar con más confianza, pero temo que confundan mis leves inclinaciones de cabeza con un flirteo, y no se van a creer que lo único que quiero es escribir un cuento o acabar esa desastrosa novela que me acompaña desde hace ocho años (hasta ahora ha sido un borrador, pero con el paso del tiempo, creo yo, el borrador me está borrando a mí). Ya ve qué difícil es esto; al final voy a pensar en serio que Borges tenía razón al decir que la vida es una fuga y que todo es del olvido o del otro, incluso la soledad de los bares…

Un saludo afectuoso

Belnu dijo...

Lo que piensen los otros no importa demasiado, sobre todo porque la confusión es inevitable, como ocurre con la autoficción. No conozco zamora, pero sí Galicia, que frecuenté durante unos años y no se me olvida la "luz negra" del norte (Chillida dixit) ni las maneras de los gallegos. Un día de estos colgaré una foto de mariscadores en la playa de la ría que me recuerda a la India.
En cuanto a los vástagos adolescentes, no podría resumir aquí... El Mediterráneo tenía su charme, pero todo está tan destruido y maleado... No sé qué lozanía, como no sea mi agitación política-arborística...

Anónimo dijo...

me adiero a la frase de no somos "d'eixe món"
gracias por tu anterior visita.
impromptu.

Belnu dijo...

Es verdad, Impromptu, no lo somos! Qué le vamos a hacer? Con todo esto del árbol he descubierto que me entiendo mejor con los viejuzos cultos de mi barrio, y si acaso con los más jóvenes, pero no puedo entenderme con unas generaciones intermedias de zopencos autocomplacidos, que ni saben ni recuerdan la historia, sólo valoran el dinero y consideran que la propiedad va por encima de todo...

Anónimo dijo...

www.coac.net/inde/pdf/2005/INDEsetembre2005.pdf

Anónimo dijo...

muy bueno este texto (y la foto, ¿se trataba de un film o sólo una foto de prensa?)

Alma Larroca dijo...

Me sumo a los que padecemos el mal de no poder tirar y en cambio acumular. En mi caso suelen ser objetos encontrados para usar luego en mis assemblages. Pero sumo también recuerdos como los que nombras, cartas, papeles y ese tipo de tesoros, el problema ahora es que también hice propios los de mi madre -cuando me tocó vaciar su casa- y aunque me aconsejaron tirarlos sin siquiera revisarlos, ahora ya son parte de mis rincones pendientes a donde volver para reconstruir y entender un pasado olvidado.

Hermosa tu foto, como siempre.

Belnu dijo...

Al menos tú les encuentras un uso (el mejor) a tus objetos encontrados, Alma! En cuanto a recoger la casa de los padres, eso es mucho más doloroso (y más aún cuando va asociado a la muerte, como me pasó ya una vez). Y aunque sólo sea un traslado, una nueva fase, es inevitable sentir lo erizado y espinoso y doliente de cada objeto que cuenta su historia, aunque se mezcle la ironía de las cosas.
Ed: No fue una peli, hubo fotos de prensa, pero ésta la hizo Gerda, la segunda mujer de mi padre.
Gracias a los dos.

Belnu dijo...

Eh, gracias, anónimo! Las fotos de Roqueta de ese pdf son muy buenas...

el objeto a dijo...

me lo he pasado muy bien vistiéndote y re-vistiéndote (no voy a decir desvistiéndote, para no animar a nadie...) con pantalones de ante rojo, y pendientes imposibles de posavasos piel de vaca, como a esas muñecas recortables deliciosas de los cuadernos antiguos, mezclándote con la sublime jane fonda. Yo llevo años intentando deshacerme de mis libros de teatro, si lo hago me arrepentiré, si no lo hago lo seguiré sientiendo como un lastre todavía en las estanterías de casa de mi padre! Acertado Robinson!

Belnu dijo...

Síii, me encantaban esos vestidos con tiras de papel para vestir muñecos también de papel, qué bonitos eran algunos... yo tuve unos ingleses años veinte y de principios de siglo, preciosos... Gracioso comentario, que me templa del temblor porque mañana tal vez sabremos del azufaifo!