miércoles, 28 de septiembre de 2011

Abro los ojos

Foto: I.N., Rufus, hace unos meses, 2011.
Y veo a Rufus avanzando hacia mí. Cuando llega a unos milímetros de mi cara, abre la boca con sus impactantes colmillos y caninos y esboza un rugido silencioso. Y seguidamente, como si olvidara su exhibición de poderío felino, se echa sobre la colcha y apoya la barbilla en mi brazo. Rufus de Bengala.
Ayer, mientras aprovechaba el dolor -ya identificado, ya localizado en una vesícula repentinamente sensibilizada al cambio de estación y a otra clase de dolor interno- para arrojarme al sofá y releer a ese escritor ruso asombroso sobre el que escribiré, me llegó el libro del viajero, que ha quedado precioso. Es como si la escritura de J.E. hubiera encontrado sus perfectos editores, las fotos, la portada, la tipografía y la textura del papel parecen apoyarle.
He estado huyendo de la parte más aventurada de mi vida en estos días (a veces todo me asusta, incluso el deseo) y tal vez siga huyendo hasta mañana. Mañana... Me llamó una periodista de El Público para hablar de Maeve Brennan y temo haber respondido demasiadas preguntas. Vuelvo a escribir mi novela, he vuelto a encontrar una vía, saltándome el momento dudoso y avanzando un poco más hacia el final, y aunque nunca me atrevo a concluir nada, qué felicidad encuentro en el interior de ese capítulo... Ayer alguien en facebook (alguien que a veces aparece con un fulgor especial, alguien con quien a veces me ha parecido conectar extrañamente, en lo desconocido, pero que otras veces parece leerme casi al contrario, a contrapelo) me sugería que abandonara esa novela y me dedicara a otra cosa. Yo intentaba en vano explicárselo: ¿Cómo podría ni querría abandonar? No estoy en esa fase. Esta novela no es ya un proyecto que se tome o se deje, está mezclada con mis entrañas, forma parte de mi dolorida vesícula y los repliegues y asas de mis intestinos, está en esas burbujas misteriosas de la fermentación digestiva, fluye en barquitos de papel por mis venas, guarda información en células y neuronas, brilla como gotas de agua con la luz de La infancia de Iván, o las velas ardientes de Nostalghia, se anuda en mis articulaciones al andar y moverme, vuelve a mí una y otra vez mientras empujo las máquinas del gimnasio alemán, esa novela está demasiado imbricada en mí como para abandonarla. Todo me lleva de vuelta a la novela. Andar por la calle, hablar con alguien, dolerme, dormir, hasta mis sueños están cargados de mi novela y sus significaciones... Ese alguien, que es amigo y desconocido al mismo tiempo y que a veces sí parece reconocerme, creyó que yo estaba "pidiendo ayuda a gritos" y confesó que se había hartado de "tanta impotencia" con mi novela. Cada uno lee algo distinto y eso es legítimo, como también lo es dejar de leer mis obsesiones. Yo ni siquiera he sentido esa impotencia, sólo perplejidad, cierta impaciencia y mucha, muchísima fruición y alegría de estar ahí pese a todo, incluso cuando no escribo. Vivo en esa novela. Ahora es un momento especial, que recuerda a aquella máxima de Lenin "un paso para delante, dos pasos para atrás..." O ni siquiera, porque simplemente avanza y se detiene, avanza y se detiene, pero ¡qué extraña felicidad en esos avances, aunque las paradas me impacienten!
La escritura fue fluida y feliz durante veinte capítulos. Antes había escrito ásperamente, acumulando, sin encontrar la música que me arrastrara. Y cuando la encontré y empecé de nuevo, parecía escribirse sola... durante esos veinte capítulos. Como envuelta en un hilo que brillaba... Luego empezó un conflicto paralelo, en lo real, que desafiaba la novela. Empecé a interrogarme y ahí sigo. Escribo unos días. Me paro y me interrogo. Vuelvo a escribir. Como hoy...
La Belle Elaine y yo hablábamos esta mañana de espiritualidad en el cine y la pintura. Ella opina que Malik no ha leído poesía. J.L. Guerín decía en facebook que una sola tetera humeante de Ozu reúne más espiritualidad que ese exceso de imágenes National Geographic del Árbol de la vida. Tiene razón. La Belle Elaine y yo hablábamos de Tarkowski, de Ozu, pero también de lo que distingue esa terrestridad salvaje de Picasso del fuego metafísico de Miró. Estoy deseando ver la exposición en la Fundació Miró, desde que traduje parte del catálogo hace unos meses. A mí me gustaba Picasso, naturelich, pero en Miró hay una luz, como en Giacometti, como en Tarkowski, como en Ozu... que te habla de otra manera, que te transforma. También está en Shalámov. Estoy extasiada releyéndolo para escribir y para mi curso. Hay algo...
Ayer vi al librero de la calle Berlinès. Me llevé la Correspondencia de Juan Benet y Carmen Martín Gaite, que les recomiendo vivamente. Me presentó al hermano de Manuel Pombo, catedrático de filosofía que se acercó al saber psicoanalítico y lo estudió y defendió, autor de El legado de Sigmund Freud, humanista y entusiasta, que creó el foro psicoanalítico de los "amigos de Xoroi" y que desapareció bruscamente hace poco y a quien se homenajea hoy en Acec a las 20 horas. El librero me recordó que al releer sus mensajes, encontró uno en el que Pombo le decía: "Resérvame un azufaifo".
Ahora, en mi novela, he vuelto al bosque serbio, y allí estoy. Pero mientras, por suerte tengo que leer esos libros magníficos para reseñarlos, de modo que me vuelvo al sofá.
Ah, y el martes presentaré ese libro de correspondencias a las 19 h en la Central del Raval, ya lo recordaré...

martes, 27 de septiembre de 2011

Traduzco

Foto: I.N., Vuelta de la playa, 2011
Traduzco más despacio de lo que quisiera, los cuentos irlandeses de Maeve Brennan (han sido una sorpresa, porque yo sólo conocía The Rose Garden y éstos son bien distintos) pero sigo ahí, aunque ahora me dispongo a leer de nuevo para reseñar un autor ruso y otro viajero cercano, así que hoy he aprovechado para lanzarme al sofá con ese ruso preferido, y de paso aliviar así mis males, que se habían recrudecido la noche anterior. Por cierto que hoy he recibido mis ejemplares de Un rey sin diversión de Jean Giono. Espero que lean esa maravilla, lectores silenciosos, que les guste mi traducción (no sólo por lo ardua y jeroglífica que ha sido, sino por la pasión y el esfuerzo de bruñido) y que les interese mi prólogo (en la portada no lo pone, pero está ahí pese a todo).
Una vez repuesta (ma non troppo) de mis males indecibles, me he dirigido a mi cita con M., una joven francesa delicada e inteligente dispuesta a abordar la traducción de uno de mis libros, La plaza del azufaifo, y con mi habitual despiste la había citado en el café de la librería La Central sin recordar que había allí un homenaje al excéntrico, particular, malicioso y traductor brillante que fue Martínez Lage. Cuando ha aparecido EVM, que prologó (ese prólogo radiante me sirvió durante un tiempo para consolarme en momentos bajos) ese libro mío porque había sido suya la idea de que yo ya tenía escrita "la novela del azufaifo", me ha parecido un buen presagio. Además, aquello era como una celebración de la traducción, y estaban dos amigas reinas de ese oficio, Selma Ancira y Dolors Udina, a las que me he alegrado de ver. Por cierto, EVM me ha hablado del libro de Maeve Brennan, que había recibido. Es un objeto precioso como libro y todo el mundo lo celebra.
Hoy he tenido una curiosa discusión -limitada, porque discutir por facebook y en otra lengua, para mí algo oxidada, supone restringir mucho las posibilidades de la conversación- sobre el grado de libertad crítica y la impostura. La discusión era al parecer arriesgada porque mi interlocutor me ha retirado la amistad en cierto momento, aunque ha vuelto a concedérmela más tarde, a petición mía. En realidad, para ser completamente libre, diría yo, habría que vivir de otra cosa o haber heredado generosamente o tener en todo caso una independencia material del mundo editorial. De todas formas, una cosa sería el juicio crítico y otra la ferocidad. Yo no creo que necesitara ser públicamente feroz, me basta con poder objetar y decir lo que pienso... Pero cada cual tiene su estilo y reconozco que me divierte leer esos textos ferozmente ingeniosos, tan excesivos como brillantes... aunque a veces disienta del contenido y otras me choquen las formas. Lo que sí es cierto es que en Francia la crítica es bastante más libre que aquí y cuando un autor célebre publica un libro nuevo muchos críticos afilan sus cuchillos, mientras que aquí, un autor célebre casi sólo recibe elogios y son exclusivamente los no-célebres quienes reciben estocadas. Lo cual resulta muy aburrido y más limitado que una discusión en facebook con lengua oxidada.
Y ahora me vuelvo al sofá a leer a uno de mis rusos favoritos y a esperar el libro del viajero con sus imágenes maravillosas. Rufus me espera, algo más hambriento hoy. Y la verdad es que aún no he podido desencallarme en mi novela, aunque anoche, mientras andaba hacia la nueva librería italiana que han abierto en la calle Sant Lluís 11, de Gràcia, Le núvole (se me olvidó contactarles con la revista filosófica Las nubes, y la cita de Adorno sobre el tema: "Hombre con los pies en el suelo u hombre con la cabeza en las nubes, ésa es la alternativa") al encuentro de la Belle Elaine y para ver un documental italiano sobre el mediterráneo como lugar de conflicto, se me ocurrió una posible vía y mañana la exploraré, lo prometo.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Impasse

Foto: I.N., Tronco de árbol de la Tamarita, 2009
No logro salir de ese rincón laberíntico de mi novela. Tal vez debería volver a mis paseos solitarios, pero en los últimos días me he dejado secuestrar casi por completo y en lengua francesa, defendiendo, eso sí, mis horas de trabajo otro, entrando en la novela sólo para cambiar minucias de los capítulos dudosos. El indicio más claro para averiguar si debo seguir o abandonar un camino en mi escritura ha sido hasta ahora mi deseo de seguir escribiéndolo. Si sentía ganas de seguir por ahí, significaba que la dirección era la buena. Sin embargo ahora, de pronto, ni siquiera ese deseo está claro: en ciertos momentos, me parece clarísimo que no quiero seguir por ahí, que claramente voy a suprimir esos capítulos en cuestión y que lo que necesito es encontrar otra vía para acercarme al final. Pero cuando entro en el archivo a borrarlos, algo me vuelve a arrastrar en lo escrito, modifico un algo pequeño, y ahí sigo. Quiero pero no quiero. ¿Y qué hacer para averiguar algo más sobre ese deseo? Tal vez por eso me haya dejado llevar por el otro deseo, como si lo físico pudiera resolver lo literario. Y el tiempo ha desaparecido en un remolino.
Vi en mi casa un documental del que hablaré más adelante, porque el tema me interesa y me gustó mucho la mirada que contenía, tan humilde en el sentido eliotiano, me gustó cómo se veía esta ciudad y la modificación sutil de los días en un paisaje urbano y el homenaje universal a La ventana indiscreta, y otras cosas. Estaba leyendo una novelita de la época en que me gustaba McEwan (recomendada por R. de E. hace unas semanas), cuando todavía no había abandonado él tampoco la misma actitud eliotiana, tan necesaria. Curiosamente esa misma cita hizo que el otro día alguien reaccionara y abandonara una pose para enfrentarse a lo que de verdad tenía delante y decirlo, y a mí me conmovió justamente la capacidad de escuchar y cambiar, y cambié yo también. También he seguido leyendo a Trakl, con sus bosques y sus puentes doloridos, los pasos que se acercan con la memoria de la infancia, lo húmedo y oscuro.
Ayer, tras otear un momento el barranco de mi infancia y su olor precisamente trakliano y sus escaleras de viejo ladrillo, paseábamos AS y yo por el jardín húmedo y frondoso de la Tamarita mientras la claridad se iba desvaneciendo en el aire (lástima esa torpe iluminación artificial) anudada como nubes a los árboles más altos. Luego subimos un poco por la avenida Tibidabo, intentando sortear la avalancha de coches que volvían, y a mí me había vuelto el viejo dolor, tal vez por una llamada que tenía que hacer esta mañana y por lo que significa, porque sigue doliéndome lo que le ocurre a alguien cercano. Y acabamos tomando algo en una terraza tan apretujada que no me decidí a hablar de lo importante hasta que no salimos de allí, y sin embargo fue agradable como una pequeña celebración.
Por cierto, ¿lo habré dicho aquí?, el editor de mi libro sobre rincones de la ciudad (donde vuelven a salir ese barranco y ese jardín oscuro) me ha anunciado su intención de publicarlo cuanto antes, aunque yo sé que van desbordados y que será difícil, pero la noticia me ha llenado de alegría. Lo dije en facebook y vinieron más de cien personas a celebrarlo, aunque no sabría decir qué significa esa respuesta...
Vi a la Belle Elaine en la mañana silenciosa de la Mercè, y estuvimos andando a grandes zancadas bajo la lluvia. Aterrizamos en la terraza de un bar empapado y el camarero chino se empeñó en forrar la mesa de papel de periódico en lugar de pasarle un trapo seco. Estuve tomando notas para la presentación de No se lo cuentes a nadie. Lo leí por primera vez de una forma sistemática y descubrí la energética, rica e irónica correspondencia de todas esas mujeres escritoras. También pensé un poco en lo que querría decir en la mesa redonda Literatura en red, literatura enredada el 7 de octubre en la antigua librería Bertrand, ahora Casa del Libro. Hoy veré otro documental en una heroica nueva librería, que abre en estos tiempos de hecatombe. Me agobian un tanto estas semanas llenas de citas y encuentros. Añoro la sensación de semanas blancas sin ninguna cita prefijada, de tener tres días libres seguidos para no hacer nada o para improvisar en el último momento. Et pourtant...

domingo, 18 de septiembre de 2011

He vuelto a la novela

Foto: I.N. Árbol seco con pájaro en la copa, 2011
He vuelto a la novela después de unos días de extrañamiento en el mundo. Ya no me atrevo a concluir nada respecto a mí ni al mundo, sólo puedo decir que escribo, que he vuelto a encontrar un caminillo y que sigo leyendo (ayer Un cuento o La serpiente verde de Goethe se interpuso entre mi Munro y la nouvelle de McEwan, y también se superpuso a Trakl, que se ha desparramado por mis últimos días como una luz, por oscura que fuese, algo como la granulación del aire).
Una noche me desperté otra vez con un dolor abdominal, tan intenso que parecía un aviso de que algo grave estaba ocurriendo en mi interior. Al día siguiente fui a urgencias -Tigridia lo arregló todo, en la clínica donde ella trabaja-, en la primera ecografía, tras apretujarme durante un tiempo interminable, me diagnosticaron apendicitis hasta que se dieron cuenta de que en mi interior reinaba la atmósfera gaseosa de Júpiter, y no había más. En la segunda ecografía, antes de empezar, el médico aventuró la teoría de un tumor en el estómago, no pudo resistir la presencia de su colega Tigridia sin comunicar su temor y se lo dijo a ella como si yo no estuviera, o como si yo no pudiese oírle... La descartó al examinar el interior, y concluyó que todo estaba bien, excepto mi atmósfera gaseosa. Por suerte, una frase de L. antes de salir: "Cuidado, los médicos siempre quieren encontrar lo peor" me sirvió como mantra durante el proceso y no llegué a creerles. Al salir de allí, feliz de no tener nada, aunque siguiera el dolor, me llegó un mensaje de mi lector tardío, en el que, escandalizado al saber que en este país la traducción editorial se paga peor que la fontanería, que la cristalería, que la albañilería y que en algunos casos llega al mismo nivel que la limpieza de casas, me ofrecía un préstamo generoso hasta que acabara mi novela. No pensé en aceptarlo, porque ¿qué garantías podía darle? pero me alegró tanto la idea de que alguien quisiera y pudiera ayudarme que la tarde me pareció mucho más soleada.
El dolor ha disminuido, pero no desaparecido, y a ratos vuelve a ser momentáneamente punzante. Dicen que puede ser el estrés. Yo sé lo que me duele, después de todo. ¿Cómo no saber?
Fue el cumpleaños de G y le compré unos libros y la Sacher Torte de siempre. Él aceptó recibir un regalo de bajo presupuesto, sobre todo considerando que en los últimos días le he regalado mi tiempo y mi ayuda de una forma intensiva. En la puerta de la librería me encontré a alguien agorero. Dijo que con la llegada de Amazon a España, nos bajarían las tarifas de traducción. En ese caso habrá que pensar si limpiar casas, le dije, porque esas tarifas corresponden a menos de la tercera parte de lo que pagan los editores franceses, y bajarlas supondría más o menos que los traductores trabajasen gratis o que pagasen por traducir. Ya sé que ahora está de moda recortar por abajo, asfixiar más y más a los que no tienen, y dejar intactos los grandes sueldos de arriba. Pero, aunque no lo sepan los codiciosos que nos mandan, todo esto tiene un tope y hay un nivel de saturación peligroso. Ahora están jugando con fuego; no les importa hundir del todo la economía, imposibilitar del todo el consumo, sólo quieren tomar el dinero y correr. Pero habrá un momento incendiario y nuevos vendavales. Ese alguien me vaticinó cosas peores para la economía de este país.... ¡como para salir huyendo! Luego me encontré a un diseñador gráfico famoso y comentamos la vergüenza y el escándalo de cómo están las cosas y la idea de resistir.
Hice caso al hombre que escucha y a esa insatisfacción que crece cuando no escribo, aparté mi miedo, aparté el capítulo que se me hacía árido continuar, y entré por otro sendero a la novela. ¡Qué felicidad! Empecé anoche y tras un encuentro insólito de esta mañana, tal vez capaz de restablecer un diálogo quebrado, he pasado la tarde escribiendo y aún me propongo continuar. Rufus dormita, inspirado por la lluvia. Si le acaricio, alarga una pata para evitar que me vaya, para retenerme. Ese gesto nos gusta a G. y a mí.
Me gustó leer el artículo de EVM en El País de ayer, sus reflexiones sobre la realidad y la ficción, esa construcción de una realidad paralela que comparto (aunque mi prosa encaje teóricamente en lo que llaman realista, ¿pero qué es tal cosa? no es un género fantástico, claro está, ¿pero qué relación tiene con lo real siquiera lo que se llama autoficción, si siempre es una gran mascarada, una reescritura?), las alusiones a ese mundo horrible de los medios (que es otra construcción, sólo que sin la gracia de la ficción) y la atmósfera terrible y perpleja del cuento de Saul Bellow (que en la foto se parecía a Gombrowicz y a aquel amigo mío que se parecía a Gombrowicz y ya murió), de ese viejo que lee un libro sagrado y sufre un robo y se ve obligado a atravesar la ciudad desnudo y cuando se recobra vuelve a comprar el libro sagrado. También me hizo gracia la frase de la dama de las letras inglesas, que parecía dirigida a mí, porque me cuesta tanto sustraerme a ese olvido, en mi situación financiera. No sabría decir por qué me consuela tanto encontrar ese texto en la aridez de un periódico.
Hace dos o tres noches fui al Teatre del Raval, a ver ese montaje musicado de las Baladas de Françoise Villon que han hecho Victor Obiols, Pepa Arenós y Jaume Comes, con la traducción magnífica de Feliu Formosa, completada por Andreu Subirats en lo contemporáneo y con la interpretación musical de Víctor Bocanegra, que encajaba perfectamente su aire rockero, pop, postpunk o chanson française, según se mire, y su aire a lo Van Morrison, con el texto poderoso del condenado y perdonado Villon, con algunos fragmentos, como el de las llengües envejoses, que me gustaría memorizar y decir, como trallazos, a unos cuantos que me sé. Alguien dijo que quedaría mejor en un entorno de café teatro, y tal vez sea verdad. También dijeron que convendría acortar el texto para dejarlo respirar y que pudiéramos digerirlo. También puede ser. En cualquier caso, es un espectáculo apasionante, los que lo dicen lo dicen con toda la fuerza que conviene y los músicos y la escena cumplen bien y les apoyan de forma inspirada. Me llevé el cd de la banda sonora y ayer lo escuchamos en un coche. Vale la pena.
Un atardecer, en una improvisación rapidísima, debida a nuestra amiga casi americana, fuimos a ver The Tree of Life. Confieso que no me gustó, que me pareció excesiva, con imágenes casi publicitarias o de National Geographic, con una religiosidad que me irritaba, aunque hablara de cosas que me interesan. La comparé -en otro contexto- a La cinta blanca, que sí me gustó, aunque aquella violencia me resultara más lejana a mi experiencia. Al día siguiente, mientras andaba con Tigridia por nuestro camino preferido, ella me explicó cómo comprendía la sensación de aquel niño respecto a su padre, pues ella había sentido cosas parecidas de pequeña por culpa de la misma violencia abusiva y tirana. Y también aquella idea de hacer exactamente lo contrario a lo que deseas, me dijo. Y me quedé pensando. Las imágenes me volvían, con algunos de sus interrogantes sobre aquella época de los cincuenta, la violencia familiar, la sumisión de algunas mujeres, el maltrato... Según mi amiga americana, la película plantea que el cristianismo era la opción religiosa equivocada y que la única posible opción estaría en la naturaleza y en lo amoroso. ¿Pero y ese encuentro en el cielo del final?, le pregunté yo. Y ella me habló de un inmenso vacío. Quién sabe. En cualquier caso, no vi el maravilloso poema visual que había visto el crítico de El País. Aunque eso sí, generó interesantes conversaciones.
Esta mañana, en Arte TV, he visto, mientras desayunaba un concurso de jóvenes directores de orquesta en Besançon. Tocaban las mismas piezas con la misma orquesta, pero no era aburrido, sino todo lo contrario. En la primera parte era La flauta mágica y la Quinta sinfornía de Beethoven, y en la segunda vuelta los finalistas tocaban La forza del destino de Verdi y una pieza de Janacek, pero la forma en que se las apañaban para adaptar la orquesta a su forma de interpretar la pieza, las diferencias en su abordaje musical, la gestualidad y las indicaciones a veces más técnicas y otras metafóricas, la expresión de placer inusitado al dejarse llevar por la música, pese a los nervios, y los comentarios de los miembros del jurado, sobre los criterios de valoración de la primera vuelta y la subjetividad de la elección en la segunda vuelta, y las declaraciones de los participantes sobre la música y la experiencia feliz de estar allí y exponer su trabajo aunque no ganaran y el verano infernal que habían pasado preparándose... Una maravilla... Yo, que vivo desterrada de la música, que abandoné cuando murió mi padre, la recobré sólo en casa, con discos, pero no recuperé la vieja costumbre de los conciertos y ahora empiezo a sentir una gran añoranza, pero en mi situación de bajo presupuesto, le he pedido a L. que me avise cuando vaya a uno no muy caro y celestial...
Mientras, se va forjando mi curso de Lecturas Otras de este año, gracias al interés y la tenacidad de mis estudiantes. En un mensaje inesperado, una poeta que admiro me habla de duelos y de la suerte que tenemos de escribir. Tiene razón. Yo vuelvo a mi escritura. Es extraño pensar que me haya costado tantos días acercarme a mi novela, cuando ahora que vuelvo, no saldría más.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Todo es tan extraño

Foto: I.N., El árbol de la clínica, 2011
Anoche estuve cenando con tres amigos. Uno de ellos estaba sembrado, nos contó sus viajes balcánicos -para fotografiar árboles- con algunas anécdotas delirantes, y hablamos también apocalípticamente de este mundo. Tanto que esta mañana me he despertado angustiada: soñaba que mi cuenta bancaria estaba a cero y no sabía cómo resolverlo. Tenía una mezcla de tristeza interrogativa por algo que he perdido y un temor aprensivo, difícil de explicar.
A mediodía he acompañado a A. a hacerse una prueba. Otra A. distinta la había llevado hasta allí. Hemos hablado un momento del poder restaurador del mar y de los bosques.
El lugar de la prueba no era para mí precisamente neutral. Hace veintitrés años G. nació allí y yo casi me morí, pero me salvaron el azar y la tenacidad atenta de J.
El árbol de la entrada, el mismo que veía desde mi ventana de entonces, parecía enorme y frondoso. Hemos bajado al sótano. Por un momento creí que había perdido mi teléfono, pero no, ha sido sólo un brevísimo instante de pánico. A. había olvidado la petición. "Es culpa del mst", me ha dicho. La enfermera no estaba por la labor, ya que se acababa su turno y comprensiblemente, sólo quería irse. Nos ha dado la dirección de otra del siguiente turno; yo intentaba pedirle a L. que nos la mandara por email, pero allí abajo no había cobertura y tenía que coger el ascensor y salir al exterior cada vez para llamarla o mandarle sms. L. estaba en la calle y al principio no recordaba que podía hacerlo desde su teléfono. Les he explicado a las enfermeras que A. está muy enferma y que no era fácil para ella llegar ni quedarse allí. Cuando L. ya había mandado la petición, nos han pedido que la mandásemos a otra dirección. Vuelta a subir al exterior. Mientras yo me alejaba, A., sentada en la sala de espera, con su collarín, se había dormido. Dice que confiaba en mí, que sabía que yo lo arreglaría. Ha vuelto a dormirse durante la prueba. Y todo ha salido bien. Luego, A. y yo hemos tomado algo allí al lado: A pesar del calor, A. quería estar al sol y de verdad se la veía soleada y radiante. No sólo eso. Habla de las cosas que suceden a su alrededor con un humor y una capacidad de comprensión que resultan espectaculares. Tiene más gratitud de la que ha sentido nunca. La fuerza obstinada de todo la obliga a ponerse en el lugar de los otros, cuando debería ser al contrario; pero la vida es extraña e inesperada y está llena de hechos y coincidencias que parecen casi la jugarreta de un dios burlón. Hemos hablado alegremente en esa terraza de la plaça Molina donde una vez estuve con un personaje de mis cuentos. No ha querido que la acompañara hasta casa. Pasaban muchos taxis, le he dicho que podíamos elegir uno que le gustara y lo ha escogido bien, el taxista era muy animoso y ha intentado convencerla de que el universo estaba de su parte.
Yo he vuelto a casa con el espíritu aligerado, preguntándome si los humanos necesitamos a veces una herida así para transformarnos y comprenderlo todo, o para hacernos estoicos o para entender que todo es mentira y que la realidad la creamos nosotros mismos. También me preguntaba sobre el significado de una situación que se ha repetido tres veces y que podría ser un indicio de algo. Mientras, iba recibiendo mensajes telefónicos alegres y algo misteriosos, pequeños mensajes que me envolvían como una fina telaraña feliz, mensajes del cuerpo.
Rufus me estaba esperando en el sofá y le he pedido que apoyase a A. y a ese médico proscrito que podría ayudarla, porque según dice un amigo fotógrafo y viajero, los gatos son djins benignos y poderosos, mensajeros capaces de mediar con lo divino. Luego me he ido a saludar al librero de la calle Berlinès, que ha vuelto de vacaciones y tenía la librería ya llena y con el teléfono vibrando de encargos, y a pedirle un libro de EVM. Un poco más tarde tenía una cita en el café de La Central (donde tenían una interesante propuesta temática con libros de puentes!) para hablar de una posible traducción de mi libro, con alguien que me ha impresionado gratamente y gracias a la idea de un crítico generoso. Y al volver, he encontrado a G., enzarzado en problemas técnicos para imprimir un elaborado esquema de un trabajo brillante y lleno de interés; veremos si quien valora es capaz de dejar a un lado los prejuicios y darse cuenta de sus virtudes. Antes, he hablado por teléfono con dos hermanos que conozco de siempre: su madre murió anoche (profundo el viento en los árboles rotos/y tiembla la figura doliente de la madre) y estaban sumidos en uno de esos rituales de despedida, en mi ciudad favorita del norte de este país, con buen vino y una mezcla de tristeza, afecto, pérdida y tranquilidad. Al acabar, G. había resuelto sus problemas técnicos y el trabajo parecía impecable.
Más abajo he puesto la reseña que A. de la Rica ha hecho del libro de Maeve Brennan, donde alude generosamente a mi contribución. Leo a Georg Trakl y también releo a Vinyoli y descubro sus coincidencias. Leo también a Denise Desautels, Pendant la mort. Y a Alice Munro antes de dormir.

Álvaro de la Rica habla de Maeve Brennan

Nueva York se ha convertido en sí misma en un género literario. No exagero si digo que hay una veintena de escritos sobre la ciudad que se encuentran entre las páginas más destacadas, brillantes e indispensables de la literatura moderna. Decir Nueva York es también recordar y releer a sus cronistas, de E.B. White a Alfred Kazin, de Joseph Mitchell a Brendan Behan, de Asbury a Riis, y entre todos ellos destaca con una luz muy especial y bella Maeve Brennan, la cronista del New Yorker, acaso la que sintió más íntimamente la ciudad a pesar o a causa de haberse considerado siempre una extraña en sus aceras. Maeve Brennan nació y vivió en Dublín hasta los dieciséis años y a esa edad se trasladó con su familia a Washington; su padre fue el primer embajador del Eire. Estudió literatura y decidió quedarse para siempre en Manhattan, probando suerte entre el periodismo y la literatura. Fascinó a muchos: Truman Capote se inspiró en su sofisticada elegancia para armar el personaje de Holly Golightly de Desayuno con diamantes, y los responsables deNew Yorker le abrieron rendidamente las páginas de la mítica revista; allí publicó relatos magistrales y, bajo el pseudónimo de The Long-Winded Lady (la mujer prolija), creó una sección, The talk of the town, que hoy existe, en el que fueron apareciendo estas crónicas urbanas aún no superadas. No obstante su talento poético, Maeve Brennan fracaso siempre y murió sola, abandonada, olvidada. Como sólo son capaces los autores y autoras más grandes, Brennan presenta ante nuestros ojos un mundo aparentemente aprehensible, un mundo a la mano, claro, auténtico, de líneas impecablemente perfiladas. Lo leemos, gozando a cada página con sus impresiones certeras, con su humor, con su humanidad desbordante. Nos envuelve como lo haría una amiga con su brazo mientras paseamos a solas con ella por cualquier rincón neoyorquino. Estamos en una casa de comidas, en el hall de un edificio ruinoso, sobre la pelouse de cualquier parque, ante los infinitos rostros humanos de un laberinto de asfalto. Susurra cosas, nos abre los ojos, nos calienta con una presencia viva y luminosa. Pero hay un momento, en esta lectura, antes o después, en el que se produce un salto, un relámpago. Por fin nos despertamos y atisbamos, bajo tanta precisión y belleza, que ahí está latiendo ante nosotros otro mundo, el plano de la decisión moral, de la apertura del corazón, de la naturaleza (en la lluvia, en una planta, en un golpe de viento) y sobre todo vemos al otro que sufre, la indestructible realidad invisible, lo que recientemente Eduardo Galeano ha llamado el “mundo en la barriga”.
No puedo cerrar esta entrada sin hablar de la edición: de la primorosa traducción y presentación que ha hecho de Brennan Isabel Núñez. Con todo, este resultado es la punta del iceberg de la perspicacia y generosidad que Isabel ha derrochado con los lectores españoles al rondar desde hace años a esta escritora; cursos, entradas y comentarios en su blog, capítulos en libros dándola a conocer, insistencia ante toda clase de editores, en suma a private devotion hacia alguien con quien tiene una natural empatía y acaso mucho más. Enhorabuena Isabel, y sobre todo, muchísimas gracias.
Álvaro de la Rica, Hobby Horse

sábado, 10 de septiembre de 2011

Volví

Foto: I.N. Mi mano en la roca, 2011
Volví a mi playa secreta, pero no hacía sol. El paseo valió la pena. La visión de ese paisaje aún elegante, esos pinos de melena prieta e impecable, la música de los pájaros compitiendo con un rugido que no puedo explicar aquí, los plumeros que se han conjurado para multiplicarse por todas partes mientras yo estaba en Serbia, toda esa escena me recompuso. También la conversación: es distinto hablar por ese camino -lo sabía Stevenson y lo sabía Hazlitt un siglo antes- o en esa playa solitaria y luminosa, y sobre todo, ese momento de posesión de la luz que es entrar en el agua y que me devuelve a la felicidad física de mi infancia, a lo que me salvaba de las hostilidades, a lo que no hubiera podido nunca compartir.
Eso sí, teníamos un personaje que parecía salido de la España de los sesenta, un tipo gordo que decidió sentarse a nuestro lado y aunque nos movimos, no despegaba sus ojos de nuestros cuerpos, y aunque yo me ocultaba entre las rocas para poder mirar a Tigridia sin verle mientras hablábamos, allí estaba él, feo como sólo son los hombres en los países patriarcales, con ese vientre enorme de embarazado, levantándose y andando para poder seguir posándose como un tábano en nuestra piel. Hasta que al fin se marchó.
Por cierto que anteayer vi una película egipcia tal vez no muy brillante pero que contaba esa historia terrible del acoso constante a las mujeres. A mí me costó porque reviví mi adolescencia en este país, que entonces era tan reprimido como aquello y los hombres convertían la calle en un malestar insidioso. Qué asfixia.
Pero había otra razón oculta en las miradas, algo que se detecta de una forma oscura y animal, algo que transcurre por debajo de lo visible. Y es que a pesar de la lluvia de malas noticias pecuniarias y laborales que sigue cayendo, a pesar del dolor de lo que le ocurre a A., se desvaneció mi propio dolor físico gracias a una de esas sorpresas capaz de restituirme, y que lo barrió todo por un momento. Y cuando eso ocurre se desprende o se irradia algo que otros pueden percibir. Yo pensaba que esas cosas no iban a ocurrir más, pero me equivocaba. Fui a tomar café con Tigridia y una amiga que vive en Austin y me arrastraron a una exposición que no me interesaba, diga lo que diga A.M. Además, me dolía la espalda y pensé que no resistiría. Pero fui, y no me dolió. Y mientras miraba aquellas pinturas de una época que no me interesa tanto como la que vino después, se produjo el principio de un cuento, trajo su estela y alcanzó su clímax unos días después, en pleno calor. L'étonnement, lo llamó A. Me preguntó qué buscaba y cuando yo, en un gesto casi gallego, para no repetirme con la escritura, para poder pensar, le devolví la pregunta sin responder, dijo que buscaba l'étonnement. Y en efecto, hubo una serie de pequeños hechos sorprendentes e inexplicables que nos hicieron reír. Fue como un viaje en cohete a otra dimensión, me recordó quién era yo, además de las otras cosas, me devolvió a mi propia tradición llena de azares libres. Y sin embargo, sarinagara...
Acabé una traducción museística y en lugar de escribir me quedé estupefacta ante la pantalla, atada a la amargura de los pequeños fracasos cotidianos -me resulta difícil vivir en esta ciudad-, y sobrecogida por un miedo atenazante, gallina, gallina, sin osar adentrarme en este momento difícil de mi novela. A medianoche, un amigo recobrado, lector desde siempre, lector vehemente y crítico, me escribió unas preguntas, "en nombre de todos los demás", dijo: ¿Por qué nos privas, por qué no sigues, por qué este silencio? Y entonces me acordé. De acuerdo, no soy uno de los nuestros, y sin embargo, me leen los escritores, me leen y elogian algunos a los que admiro, me leen incluso quienes tienen que darme las malas noticias laborales, me felicitan algunos que para mí son importantes, otros me dicen que leerme les inspira, les consuela, les entretiene, les conmueve y hay algunos que incluso esperan mi novela. Y yo sigo con mis pequeñas esperanzas en un país vecino.
¿Por qué entonces ese miedo y esa perenne sensación de derrota? Oh ya sé que el dolor, el dolor de A. (que me ha pedido compañía para una tentativa más, para algo a lo que anuda su esperanza), que en un mensaje ha hablado por primera vez de una pérdida física grande, sigue ahí y se mezcla a mis miedos otros. Hablar de lo que no debo hablar. Decir lo que nunca se ha dicho y que pese a su sencillez tiene un poder enorme, capaz de derrumbar una montaña. Autorizarme a no fracasar. Tantas cosas. Decía Georg Trakl: por el negro ramaje suenan campanas dolorosas (no me gusta la traducción que he visto por ahí. Decía "a través del oscuro follaje", pero se puede decir, como Feliu Formosa en catalán "Por el negro ramaje suenan campanas dolorosas". Oh, la traducción, un oficio que nadie aprecia en este país y que, cuando es difícil, se paga como fregar suelos, sólo que con más retraso. Nadie comprende ni sabe valorar. Pero no importa. De verdad no importa nada, lo único que importa es autorizarse y resistir.
Fui a ver al hombre que escucha. Mientras me acercaba a su lugar ya sentía alegría. No sé explicar lo que se produce allí. Él sólo señala con su puntero invisible algunas palabras. Y algo parece moverse. Ayer, alguien ferozmente contrario a ese lenguaje se vanagloriaba de no haber tenido que ir nunca... Yo le interrumpí: a algunos nos encanta ir. El que hablaba no puede entenderlo, ni siquiera sabe por qué le irritan los sentimientos ajenos, que le recuerdan a los suyos. Pues bien, el hombre que escucha señaló dos palabras más. En su barrio, la sombra de los árboles hacía guiños contra el sol en las fachadas. Al salir fui a buscar mi gel de aceite esencial de almendras y la tienda francesa había desaparecido. Cosas de la crisis, que todo lo barre. O casi todo, porque de momento, yo sigo bailando. Y sueño con irme de aquí, a un país más civilizado.
He ido a buscar un Georg Trakl bilingüe y me he pasado un buen rato para decidirme entre dos buenas traducciones (al final he optado por Jenaro Talens, aunque la de Pre-Textos tenía también un pintazo y yo juraría que se habían leído mutuamente). En la librería se reían de mi titubeo. Es verdad que allí siempre estoy contenta, en ese paisaje de libros como tesoros de Ali Babá, todo me parece posible. A la salida, R. de E., que tiene mucho humor, pero poca paciencia para la poesía, me ha recomendado una novelilla vieja de Ian MacEwan, creo que era On Chesil Beach, de la época en que nos gustaba a los dos, cuando aún no se había maleado por el éxito, pero yo había gastado mi cupo del día, así que la guardo para otro día. R. de E. se ha ofrecido incluso a pasármela. Quizás esa audacia viril de aquel McEwan de entonces me impulsara después de todo (he olvidado decirle a R. de E. que una vez me encontré a McEwan solo y no le dije nada. Acababa de criticar por misógina su novela Atonement y era lo único que se me ocurría decirle). Tengo la sensación de que Trakl me ayudará en mi bloqueo. Aunque también estoy leyendo a Alice Munro y de esos cuentos suyos diría "Ningún defecto", como en el I Ching, excepto los títulos; no sé por qué AM pone esos títulos.
Mi amigo lector de medianoche ha amenazado con llamarme para saber de ese miedo mío de escribir. Y heme aquí esperando su llamada. Sé que esta entrada no va a gustarle como la anterior, pero ¿qué puedo hacer? No siempre escribo con el nervio del otro día. Y ahora, esta ligereza esconde mal que no estoy escribiendo, que sólo estoy acercándome, bordeando ese pozo de la escritura con cierto vértigo. A veces, Rufus me pone sus dos patas blancas en la frente, como si quisiera ayudarme a ordenar mis pensamientos.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Es difícil explicar el dolor

Foto: I.N., Casa del lingüista Vuk Karadžić (el Pompeu Fabra serbio), Tršić, Serbia, 2011

Los médicos preguntan y eso obliga a pensar lo que nos hemos limitado a sentir, sin analizar minuciosamente. Cuesta describirlo y yo recuerdo a mi padre definiendo los suyos con una precisión entomológica, la misma con la que asombrosamente me describió un día el gabinete de su padre, con una minuciosidad de detalles de la que nunca le habría creído capaz (pero la memoria, el tiempo le inspiraban más que el presente en ese terreno: una habitación de su ahora nunca le habría interesado como aquella que le había fascinado en su infancia). Yo no sé aún qué he tenido estos días, un dolor cambiante que una noche se intensificó tanto y me aterró y me hizo pensar que me estaba muriendo. Sólo Rufus me consolaba en esa noche insomne. A la mañana siguiente la médica, tras unos curiosos puñetazos en la espalda, aventuró que podía ser el riñón inflamado, y el sábado por la mañana me hice análisis y cultivos, pero luego el dolor fue bajando y cambiando y otra vez parece, como al principio, algo muscular, nervioso, intercostal, ciático... Yo sé lo que en el fondo me duele, me duele algo más radical, algo ajeno pero cercano, que tiene que ver con mi pasado, con lo que yo intenté corregir siempre, en un reflejo triste de lo que nadie podía hacer conmigo, y no logré; me duele lo que pueda ocurrirle a A., me duele esa sensación de caída de la casa Usher, me duele lo que no puedo cambiar. Y al mismo tiempo, sarinagara...
Escribo bajo el fondo de llantos de los niños de la guardería. Hoy es el principio de curso. Les dirán a los padres: No se preocupe, cuando usted se va, deja de llorar y se calma. No es verdad. Lloran terriblemente. Algunos arrastran a los otros. Otros lloran cada vez más distraídos, lloran mientras miran a su alrededor, mientras piensan en otra cosa, como hacen a veces los niños. Su llanto generalizado, colectivo, que va calmándose pero no se acaba del todo durante este mes de septiembre, me recuerda la vuelta a lo real. Muchas veces (lo he dicho aquí) he sentido deseos de bajar y sumarme a ellos. Seguro que algunos se habrían callado al verme, en un teatro improvisado. Hay muchas razones para llorar: las tarifas miserables que me pagan por mi trabajo (ahora muchos editores españoles pagan menos de la tercera parte que los franceses) o el trabajo gratuito que me proponen todo el tiempo y que supone nada más que esclavitud, la falta de valoración que eso implica, la carestía terrible de todo, los políticos forajidos que hinchan a los Bancos y aún ahora se limitan a preguntarse si subir algún impuesto a esos hipermillonarios que nos extorsionan y asfixian, pero no lo hacen. Los mismos políticos que talan los árboles y destruyen esta ciudad día a día y promueven salvajemente el tráfico privado y ponen parkings por todas partes, contaminando más y más, dejándonos sin tierra ni verde ni oxígeno...
Y pese a todo, lo que le ocurre a A. me hace pensar de otra manera, todos mis problemas me parecen pequeños, me siento feliz de andar por la calle, de la lluvia, de pensar en mi playa secreta a la que nadie ha querido acompañarme estos días, de seguir andando aún con estas punzadas misteriosas, de poder mirar un retrato de Chéjov (de Ossip E. Braz) que me seguía con la mirada, ayer, de poder pensar en el conflicto de mi novela y corregir las partes que más me convencen y pensar que he construido algo, de ver alguna estrella en este páramo de cielo urbanita.
Sigo pensando en aquel bosque serbio que me restauraba. Anoche hablé un rato con mi ex cuñada, una mujer muy inteligente, que se estuvo preparando para ser psicoanalista y al final decidió no ejercer (pero nos concede a algunos la suerte de su escucha), y hablamos de lo que dolía y también le hablé de mi bosque (ella tiene sus bosques y sus jardines en el noroeste y el centro). Yo lo sentía como mi bosque. En un cuarto de hora estaba dentro y no me encontraba a nadie. Me sentía privilegiada y agradecida de que el bosque -a veces vertical e impenetrable- me dejase estar allí, sola con árboles, pájaros y animales ocultos. Como si me hubieran dado un salvoconducto para acceder a aquel mundo ajeno, perdido, lleno de belleza y de agitación oculta. El aire olía tan bien. Se oían los arroyos incesantemente. Algunos pájaros venían a observarme, como aquel pequeño, negro, con un tupé arquitectónico, que se fue acercando. O las cornejas o las urracas o aquel que gritaba extrañamente, sin dejarse ver. Oía correr conejos o ardillas en el suelo. Vi la sombra de un ciervo y oí su cuerpo pesado, un atardecer. En quince minutos estaba allí y ese paseo me restauraba inmediatamente de todo, del aluvión de emails que hablaban de lo que dolía, de algunas conversaciones lejanas, de mi mismidad. De noche oía grillos, lechuzas, arroyos, el aliento del bosque frente a mí y sentía tentaciones de quedarme allí, bajo un cielo llenísimo de estrellas, constelaciones, nebulosas. Era emocionante, sobre todo para mí, que vivo en el puro cemento de una ciudad en destrucción y degradación constante, porque los políticos la han vendido a la mafia.
Y las visitas de las libélulas, las mantis, las ranas que croaban en el mismo jardín de la casa o la mariposa refinada, gris, de un estampado de seda china, que se posaba todo el tiempo en mi pie, luego la sandalia, mi rodilla, la mano, el libro, cada vez más cerca, moviendo extrañamente sus alas, diseñadas por la mente top of the tops en la historia de la moda. Y yo en la hamaca, mirándola, sin cámara para retratarla.
He acabado de corregir galeradas de ese libro maravilloso de Giono, Un rey sin diversión (Impedimenta, en dos semanas estará en la calle). Estoy muy contenta de que salga. Espero que lo lean todos, lectores silenciosos. Difícilmente encontrarán nada parecido, ese falso thriller poético, metafísico y al mismo tiempo popular, que ofrece acción y entretenimiento con su hondura melancólica y cruel detrás de lo humorístico y vital. Giono tiene además la teoría de que en el campo hay gente filosófica, hermética, que habla con metáforas, como la abuela analfabeta y leibniziana de Víctor Gómez Pin (sin duda no se equivoca respecto a Francia, y tal vez podría aplicarse al norte de este país, aunque el resto sea un páramo para la inteligencia, conseguido laboriosamente por el hacha autoritaria y analfabetizadora). Y tiene sobre todo un humor y una ironía que encajan perfectamente con su pesar melancólico de ese tiempo, después de la injusta persecución que sufrió. Hay una desesperación de la humanidad, con ese título pascaliano que explica el final. Es ese Giono "pesimista feliz", como él se definía. Espero que les guste, con mi prólogo incluido.
El libro coincide también con esa otra traducción mía (y prólogo también) que son las magníficas Crónicas de Nueva York de Maeve Brennan (Alfabia; ya en las librerías). Con ese libro estuve persiguiendo editores hasta encontrarles a ellos. Convertí a la guapa y talentosa Maeve Brennan en personaje de nuestro Sinrazones del olvido. Son crónicas de lo cotidiano, lo urbano, con una mirada especial, entre chejoviana, fashion, turgeneviana, neoyorquina radical pero crítica, con el pasado irlandés en la memoria, de una sensibilidad y un humor exquisitos, de alguien refinado que acabaría en la locura. No se lo pierdan.
Ayer examiné la cartelera con desaliento, tengo películas aquí, pero necesitaba la magia del cine, el abrazo oscuro, esa trasposición. No encontré nada. Oh, ya sé que esa película japonesa kurosawiana en el Verdi será magistral, pero no me sentía como para ver 45 minutos de cabezas cortadas y suelo sembrado de cadáveres de samurais. Y las reposiciones son las de siempre. ¿Por qué no reponer por ejemplo Bande apart de Godard (que vimos este verano en Serbia) o Vivre sa vie o incluso Jules et Jim, o películas de Ozu que volvería a ver encantada, o aquel Sokurov del emperador del Japón, o Nostalghia de Tarkovski?
Leo otro Giono, su Voyage en Italie, he empezado sus prolegómenos y ya me maravilla. Los niños siguen llorando, algunos apaciblemente, como una respiración mahleriana, o con la idea perversa del valle de lágrimas. Otros enfurecidos y más energéticos, emergen del concierto general con decisión y un dramatismo iracundo, contra el mundo entero. Indignados como nosotros. Cuánta razón tienen. Nos han engañado y atrapado a todos. Tenemos que rebelarnos. Rufus está buscando un bicho entre las junturas de la madera. Tiene las rayas de Bengala como recién pintadas.