Foto: I.N. Trees of New York, help me! Central Park, 2010
Es siempre distinto. Por eso nos gustan las películas que exasperan a otros. De mi libro Crucigrama una lectora-editora me dijo que le había encantado mi sentido del humor y un escritor-vecino me dijo que el pesimismo tan atroz de esos cuentos se le había hecho insoportable. Yo ya he dejado de discutir sobre esa película de Malick que me irritó, y en cambio, me ha gustado mucho En la ciudad de Sylvia, de Guerín, que no había visto hasta ahora por hacer caso de otra opinión. Es una película sutil sobre el deseo y el fracaso y la mirada, la pura mirada puesta en la ciudad solitaria, en la belleza reflexiva y los gestos de todas esas mujeres entrevistas y casi soñadas pero reales, que se parecen a Sylvia o no se parecen a ella, y en las miradas de ellas hay espejos momentáneos de cotidianidad dolorida y esperanzada, en una de esas viejas ciudades europeas (donde lo histórico no es engullido por el cemento) que tanto necesito, porque yo siempre me siento más de allí que de aquí, lo dice la traductora francesa de La plaza del azufaifo y es verdad que yo debí de nacer aquí por error. Me han dado ganas de irme a Estrasburgo y de oír el tintineo de los tranvías, aunque quizás, si reuniese unos eurillos mágicamente, aceptaría una de otras dos invitaciones para huir unos días al norte o al sur. Veremos. Si no, acabaré sentada como esos homeless de las aceras de la ciudad de Sylvia, frente a la pintada declarativa de un apasionado. Y eso que en la protagonista a veces se adivina (levemente) alguno de esos gestos analfabetos, tan españoles, capaces para mí de ensombrecer su belleza. Pero pese a todo hay una poética poderosa en esa película donde no ocurre nada y a la vez contiene todo. La sensación de extranjeridad en las ciudades, lo cotidiano, lo fugaz, la luz mágica de lo urbano histórico, de la piedra donde revolotea el deseo, la música que pasa...
Ayer, cuando empezaba la mesa redonda sobre literatura en las redes me sentí enferma. En primer lugar fue un olor, que mi abanico no podía ahuyentar y que se unió a mi nerviosismo pre-escénico. En segundo lugar y mucho más importante fue que alguien inesperado, A.S., entró y se sentó con el público y su llegada me produjo una angustia inexplicable y me invadió cierto pánico. No quise mirarle y no dejé que se cruzaran nuestros ojos hasta que empecé a hablar y el maleficio se desvaneció, me concentré en mi texto y pude incluso disfrutar del acto, la lectura y el feedback. En cierto momento me di cuenta de que A.S. había desaparecido. Alguien que tiene unas antenas con sensores de alta frecuencia para fotografiar insectos, reptiles y estrellas, y que estaba también entre el público, se dio cuenta de mi malestar primero y más tarde me dijo que se había preocupado por mi salud, hasta que me oyó hablar y me vio radiante (o no sé qué adjetivo utilizó). Y sin embargo, mucho más tarde, ya en mi casa, me di cuenta de lo que irradiaba A.S. allí en medio, con su elegancia francogermánica entre la fealdad y el abandono local, tan mundano e inteligente con ese estrato medio zen añadido a su pasado de periodista internacional. Me consolé pensando en esa vaga idea de hacerle sitio en mi novela.
Dediqué mi texto de ayer a Félix Romeo, que se ha muerto injustamente, dejando a todos sus amigos en la pura desolación. Puse el texto aquí y en facebook y vinieron algunos a felicitarme. También vino alguien a decirme que lo había escrito como si lo contara a un extraterrestre, es decir, que mi texto es excesivamente didáctico, no hay en él nada original, nada nuevo, todo lo que dije es ya sabido y compartido o que por lo menos, él lo sabía ya todo. Y yo que creí que hablaba también de mis cosas... En cambio había un hombre alto y corpulento, con un leve acento, no sé si británico o germánico, que asentía sonriente cuando yo hablaba y luego vino a felicitarme. Iba acompañado de una mujer morena que conozco. Me dijo que había sido valiente porque cuando nos preguntaron si lo que se lee en las redes es de peor nivel porque no tiene el filtro de los editores, yo respondí que en las redes hay basura, por supuesto, pero el filtro de los editores no es necesariamente el de la calidad, y señalando a la librería dije que ahí había literatura y también mucha basura. Y eso le hizo gracia a aquel espectador. Pero como digo, nunca llueve a gusto de todos. Juzguen ustedes mismos, lectores silenciosos.
Hoy iba andando hacia Farfallina, porque tengo una deuda afectiva con ese restaurante. Yo iba imbuida de esa misma sensación alegremente triste que me invadió ayer y de pronto me llegó un sms inesperado, en un momento capaz de producir un giro de 360 grados en mis decisiones. He estado a punto de dejarme llevar por un impulso, pero Farfallina estaba cerrado y eso me ha parecido un signo. Así que he aprovechado para dejar un paquete a una librera a quien le divierte o no le importa asumir el papel de Go-Between (¿se acuerdan de aquella película y de Julie Christie? Yo me acuerdo de cómo me impresionó a mí, tan joven que era, por el puro poder de las imágenes y mi vaga intuición de la melancolía de la novela de Hartley traducida al lenguaje de Losey), siempre que sea contenido. Como en aquellas películas de espías donde se dejaban un pequeño papel doblado en un ejemplar de un libro convenido, en un librero de viejo. Luego he ido a dos recados más, andando y andando en la luminosidad de la ciudad sabatina, a la que yo prestaba el mismo espíritu contagiado de la ciudad de Sylvia. Me ha irritado ver que han quitado definitivamente el monumento y la placa que recordaba a mi único antepasado digno, el único en el que podía reconocerme un poco, don Nicolás Salmerón. Pero tal como van las cosas, un presidente que dimitió por no firmar una pena de muerte no puede gustar a nuestros políticos, los de ahora ni los de antes, que cada vez muestran más gestos dictatoriales y franquistas. Hay que prepararse para una firme resistencia.
El otro día estuve mirando libros y todos me dolían un poco. Un poeta amigo porque no quiso leerme, otro por su propio dolor (ah no resistí y me compré otro César Vallejo, con el retrato que le hizo Picasso en la portada, por su dolor y por el hambre parisina y esa luminosidad en la pobreza que me recuerda a Palau i Fabre), otro porque iba a dar una clase sobre él y no pudo ser, otro porque ya no existe revista donde escribir... pero detuve esa sensación con pura disciplina, con la resistencia tozuda de los escritores, a la que aludió ayer mi compañero de mesa.
Hace unos días vi a una mujer que tiene una historia importante que contar. En un momento en que su vida profesional dio un bache que le hizo tocar fondo, se puso a investigar una herida familiar histórica que había sacudido y transformado su vida, aunque nunca hasta entonces hubiera medido el peso que había tenido y tenía sobre ella. Cruzó una frontera y logró acceder a los archivos de su propia historia. Sentadas en la terracita del café de La Central me contó de su sobresalto al topar con documentos manuscritos tan propios en aquel archivo. Ahora va a escribirla, aunque la convertirá en imágenes. Su historia me conmueve a mí también, porque en su ferocidad y en su dolor privado tiembla el siglo XX nuestro, con su ritmo convulso, su silencio y sus traiciones. Y en su historia late la mía, que no es tan universal y sin embargo lo es. Porque en las heridas individuales y pequeñas están las colectivas. Ella lo detecta, como yo. Ya no recuerdo cómo apareció, pero tiene una intensidad luminosa. Un cineasta con talento y sensibilidad afín a ella quiere colaborar para plasmar todo eso en imágenes. Me impresionó algo que me dijo de su escucha de pequeña, las historias tremendas que le contaban, cómo ella veía los lugares que nadie había descrito. Ella quería consultarme algo técnico, tal vez pensar en voz alta, porque sabe más de lo que cree y lo hará muy bien sola, aunque yo la ayudaría en cualquier caso si lo necesitara. Por lo menos, en su ámbito audiovisual puede recibir ayudas, que en el mío no existen para los escritores en castellano. Sé que hay gente que se presenta y gana los premios literarios, ya que aquí no existen becas para escritores en castellano, pero para eso habría que tener padrinos o saber venderse o qué sé yo qué que a mí me desborda. Y sin embargo, sarinagara...
Iré a ver la película de Isaki Lacuesta. Ojalá el cine me dé la fuerza para hacer lo que tengo que hacer. Si no, me encomendaré a mis espíritus afines: ¡¡¡Dickens, James, Proust, Rhys, Munro, Brennan, ayudadme!!! O se lo pediré a aquellos árboles de otra ciudad, que una vez se pusieron de mi parte...
3 comentarios:
Si, "radiante", esa debió ser la palabra. A mi me encantó la tertulia y las cosas que contaste, que inmediatamente después me confirmaron. Lo que siento es no poder venir a más actos de este tipo, estoy demasiado lejos y siempre mirando el reloj, como aquel personaje del país de las maravillas que siempre citas.
Gracias, Friks! Ha venido alguien a regañarme por mi actitud quejumbrosa y me acusa de lloriqueo pequeñoburgués, pero yo no dejo pasar comentarios ofensivos que animan a otros trolls, que hablen en sus espacios, es fácil criticar desde el anonimato, en Inglaterra les ponen multas, está penalizado, como es lógico en un país digno. Aunque a mí me hacen reír, siempre es gente que no entiende nada y cree que sabe cosas que no sabe.
Así que me hace más ilusión tu comentario en este momento. Me encanta que te asocies al white rabbit carrolliano, y la verdad es que cuando puedes venir a uno de esos actos es una suerte, tampoco creas que te pierdes tanto!
Una suerte para nosotros!
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