Fui al homenaje a Manuel Pombo, filósofo y profesor que se acercó al psicoanálisis por la vía del pensamiento y que creó la interesante lista psicoanalítica de amigos de xoroi. Era un acto afectuoso y los que participaron acabaron dibujándole y restituyendo su presencia en el aula de escritores de la Acec. Yo sólo conocí a MP a través del librero de la calle Berlinès (o livreiro, dijeron que lo llamaba MP), y supe de su entusiasmo generoso y de su carácter también por un intercambio de emails que por desgracia no puedo recuperar. Sé que él me leía y yo pensaba leerle también (y lo haré). El retrato que dibujaron ayer -entre su dolorido hermano (era imposible no comprenderle), su amigo el filósofo Manuel Cruz (trazó unas líneas esenciales que escenificaban bien la felicidad de haber conocido a alguien así, de tenerle como amigo e interlocutor), Mercè Collell (que remató el retrato muy bien), era el de un personaje interesante, entrañable y vital, de los que se echan tanto de menos. Un psicoanalista leyó un escrito personal y persuasivo sobre su encuentro y sus coincidencias con MP. El librero de la calle Berlinès, su amigo, que tras su propio relato puso unos vídeos con fotos y músicas envolviendo a MP, habló de "la deuda" y la generosidad de Pombo, y dijo, dolorido, que MP había inventado un personaje mítico sobre él, "o livreiro", una especie de librero ideal que él no creía ser y que, según él, había desaparecido con la muerte de Pombo. Y yo protesté, recordándole ese texto de Adieu de Derrida a Levinas, donde dice que al morirse alguien próximo contraemos una responsabilidad, una deuda feliz, que nunca podremos pagar, de hablar por él en el mundo, ya que el desaparecido no podrá hablar. Otra prueba de que o livreiro sigue existiendo es la lista de amigos de Xoroi y lo que la rodea...
Para llegar allí, como era tarde, cogí un taxi y estaba cortado porque había una manifestación contra los recortes sanitarios; el taxista adoptó la típica actitud de este país sometido y muerto: quejarse de que "fastidian a los demás". Le dije que más fastidiaba lo que nos están haciendo y que deberíamos estar todos en la calle. Cité a un médico del Pades, que me dijo hace días: "Lo peor es que va a morir mucha gente por culpa de estos recortes. Y que habría muchas otras maneras de ahorrar sin hacer daño." El conductor se acabó excusando y yo iba echando humo... Pero al llegar y ver a los manifestantes pensé: "Esto va a estallar. Vamos a acabar parándolo" y me alegré, pensando también en esos manifestantes de Wall Street, entre ellos mi amiga americana.
Luego, en un lugar insólito, tuve un encuentro feliz, que ahora me parece casi un sueño, como tantas cosas que han ido ocurriendo hasta ayer. Ayer fue un día extraño y turbulento y hoy me queda la estela, como un burbujeo de sangre en la cabeza. Aunque algo bueno debió de pasar porque mi vesícula se curó, liberando mis movimientos. Hoy me consuelo al sol de septiembre, con los gestos de Rufus y los libros. Anoche estuve escribiendo sobre Shalámov y eso me alegró el espíritu con nocturnidad. Luego me he puesto a releer al viajero y ese paisaje de cabras, zarzas, leyendas contadas alrededor de teteras humeantes o té perfumado con cardamomo me restaura, a pesar de la tristeza de las mujeres, excluidas y recluidas.
He pescado por ahí una frase de Julia Kristeva que me sirve para explicarme algo de ayer: L'amour ne nous habite jamais sans nous bruler. Continúa diciendo algo de que sólo se puede hablar a partir de esa quemadura. Y sin embargo, yo había olvidado todo eso. Ayer, en el momento más desconcertante, me llegó un mensaje de A., que cada vez habla más de la posibilidad de su desaparición y otra vez habría necesitado la alfombra mágica para huir (Tir ya bisat!) volando. El viajero me llevará con su libro.
Logré volver a entrar en una casa donde había vivido hace treinta años. Vi que alquilaban un piso y fui. Habían sustituido el suelo de mosaico maravilloso por un parquet vulgar pegado y las puertas ya no tenían aquellos cristales esmerilados art déco, sino unos vulgares, la cocina y el baño eran nuevos pero muy feos y el piso bajo, demasiado cerca de la calle, con balcones y sin terraza, no estaba a la altura. En la escalera habían cambiado el alto zócalo estucado por una pintura vulgar. Pero cómo me gustó volver en la vida diurna y no sólo en sueños... debería hacer lo mismo con todas las casas donde viví.
Empecé a ver En la ciudad de Sylvia, de JLG, y me gusta mucho. No la he acabado porque veo una copia americana, que no sabe leer mi dvd ni este flamante mac, así que recurro a un viejo pc portátil algo obtuso. Retrospectivamente me extraña la crítica que leí y las opiniones de dos amigos... De haberlo sabido, habría corrido a verla al cine. Pero todo es enormemente subjetivo. Aunque sólo fueran las imágenes, y esa mirada sobre París (que coincide con la mía, esos rincones de sol y sombra en callejones sin tiendas, donde todo sigue casi como en tiempos de Atget, ese tiempo distinto de la ciudad más quieta, con su hormigueo a pie), la forma nonchalant en que andan los transeúntes, la clochard y su gestualidad en el suelo, el deseo y el misterio que explica esa mirada y esa persecución silenciosa. Lo que he visto me gusta y espero ver lo que me falta muy pronto.
Otro día hablaré de la sensación alegre y esperanzada de la traducción de uno de mis libros al francés. On verra bien!
Tres últimas cosas en esta nota apresurada (me reservo el derecho de corregirla): la primera es que hay unos mosquitos terribles, que nos atacan de día, precisamente a esta hora, y vienen a acribillarme los tobillos, las rodillas, las piernas y los pies, sin ninguna piedad, así que tengo que dejarles. La segunda: creo que se ha desvanecido el peso y la estela de tristeza de ayer. No sé qué habrá sido, tal vez escribir esta simple nota. Según el hombre que escucha, el blog me serviría también de interlocutor, compensando alguna que otra imposibilidad y permitiéndome esa interrogación mía, necesaria para pensar. Creo que tiene razón. Ahora mismo traslado el ordenador a un lugar menos tropical y entro en la novela. Y por último, lectores silenciosos, recuerden que el martes presentamos un libro en La Central del Raval y el viernes participo en una mesa redonda sobre la literatura en red, organizada por José Luis Espina y ACEC.
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