Ayer, tras buscar en vano mi passiflora por las farmacias, me fui a Chinatown en busca de otro remedio natural para dormir. ¡Qué felicidad de herbolarios chinos! Primero entré en un local de acupuntura y hierbas y una mujer morena y pequeña me recomendó vivamente al acupuntor, me dijo que le había curado todos sus males en la espalda y articulaciones. Le respondí que ya tenía una acupuntora en mi país y que sólo buscaba un medicamento. Pero había que esperar y tras anotar la dirección, me fui. Los herbolarios estaban llenos de olores exóticos, raíces extrañas y frascos misteriosos. Los que atendían al otro lado del mostrador no me hacían mucho caso, pasaban delante a los orientales y no sonreían como es costumbre aquí (aún no me he acostumbrado a que todo el mundo me salude, me pregunte qué tal estoy esta mañana, me desee un buen día -a veces me dan ganas de contestar a su fórmula de saludo como si fuera verdad, diciendo: Mmm, I didn't sleep very well yesterday o algo así, lo cual sería tal vez desconcertante-, y a que en general tanta gente me sonría y hable en todas partes, o a que cuando pregunto una dirección saquen iphones y google maps y casi me acompañen al destino, pero la verdad es que resulta alegre y esperanzador), pero al final, insistiendo un poco, los herboristas me hicieron caso e incluso conversaron conmigo rompiendo toda taciturnidad. Salí de mi itinerario herborístico con un producto doblemente confirmado, además de una bolsa de azufaifas (aquí saben mejor), un paquete de té verde chino y otro de infusión calmante. En medio de mi trayecto, mientras miraba la hora en el telefonillo que uso aquí, un policía me preguntó si iba en tal dirección y al asentir me conminó a cruzar de una vez. Entonces levanté la vista y me di cuenta de que estaba todo lleno de policía y de cámaras de prensa. Le pregunté a un curioso y me dijo que alguien se había tirado (o empujado) por la ventana. Siempre la muerte, pensé yo.
Ayer, J. me recordó que M, que al fin y al cabo fue quien me transmitió su pasión por la naturaleza, aunque fuese sin saberlo y sin querer, había visitado los bosques de John Muir y para ella había sido una experiencia inolvidable. M. fue feliz aquí y es curioso que en sus días de la clínica, a principios de enero, poco antes de su muerte, cuando se arrancaba los tubos e intentaba huir de la cama, le pregunté adónde quería ir y pronunció sin dudar el nombre de esta ciudad.
Y anoche algo, tal vez el viento que hoy ha limpiado el cielo o la infusión china, barrió las reservas, se llevó las telarañas y permitió nuevos encuentros poderosos, llenos de intensidad y humor. Todo es misterioso e inexplicable como la música.
Las hierbas chinas surtieron efecto, aunque no evitaron mis sueños agitados, en los que volvía a una casa de Herzegovina donde viví hace años y descubría que unos amigos seguían allí, algo enfadada de que no me lo hubieran dicho, pues todos debían de saber de mi interés por volver y hacer fotos. Yo iba a cambiarme de casa con un partner y ellos me regalaban un colchón con sábanas atado e inmaculado que había sido supuestamente mío en esa vieja casa. También íbamos por un camino agreste y un restaurante situado en lo alto, y aparecía una pareja holística pero arrogante y tontaina, con un discurso rígido de supuestos gurús. Y también me encontraba un antiguo conocido promotor musical, de ojeras oscuras y belleza moruna, y le interpelaba por los motivos de su suicidio. Siempre la muerte.
Hoy no he explorado la ciudad. Sólo he ido a comer un antipasto a la terraza soleada de un italiano y ha sido una especie de borrachera de sol y merlot californiano porque tenía que trabajar. En ese breve intervalo he leído un poco del insight especial de Carson McCullers (sólo querría quedarme leyéndola). Me encanta las cosas que dicen los personajes sobre los médicos y la medicina. Como estoy en una ciudad tan gay, no me ha sorprendido que dos de los libros que he leído aquí contasen historias gays (Colm Tóibín y ahora Carson McCullers). La escena del chico blanco huérfano conectado por la música al chico negro de ojos azules tiene una rara intensidad. Antes de eso, ese chico, Jester, confiesa a su abuelo -juez sureño apasionado pero ferozmente racista y reaccionario-, que sus ideas son contrarias a las del otro, que cree en la igualdad racial y desprecia sus creencias. El abuelo le dice que le falta pasión, y eso toca a Jester, que aún es virgen y desconoce sus preferencias, y le lleva a encerrarse desolado en su cuarto... pero acaba propiciando el encuentro posterior. Dice McCullers del dolor del abuelo ante la discusión: "then he drank soberly, as if he had been drinking at a wake. For the break in understanding, in sympathy, is a form of death".
Oigo el ruido del silbato del conserje del hotel, pidiendo taxis para los clientes. Ha oscurecido y pronto me iré a una cena en ese barrio misterioso que nunca acabo de captar. La otra noche estuve allí, en la inauguración de una galería alternativa, pero todos eran tan jóvenes (había barceloneses) y yo no estaba en un mood sociable, así que de pronto me escapé y al echar a andar me encontré en un barrio antipático, estilo autopista, sin nadie a quien preguntar y no localizaba las calles en mi plano. Al fin aparecieron dos chicas modernas orientales, me avisaron de que iba en dirección equivocada y me aconsejaron que cogiese un tren. Yo opté por un taxi, pero no aparecía ninguno. Un östeuropeo me ofreció hacerme de taxi, pero yo no acepté: Sorry, I think I need a real taxi, le dije, y pareció comprender. Al fin apareció uno libre y conducido por una chica negra que se parecía a Lauryn Hill: So, you had a late dinner? me preguntó.
Ésta es una ciudad ruidosa, pero cuando sale el sol, la gente se echa ociosa en la hierba de los parques. Todo el mundo arrastra un perrillo, los hay preciosos, y los que no los llevan seguro que tendrán un gato en casa. Yo echo de menos a Rufus. Sé que al fin ha aprendido a pedirle la comida a G., y por las mañanas escenifica su hambre y desesperación ante la lentitud de G., maulla mascullando y corre arrugando las alfombras, como patinan los gatos. También sé que Rufus tiene una nueva vida social, con las visitas de los amigos de G., y a veces me pregunto lo que encontraré a mi vuelta. Mi retorno será más duro porque tendré que enfrentarme a lo que para mí es una prueba, pues yo soy una hormiga romántica (de Figueres) y tener que recurrir a esos remedios digamos radicales me produce una sensación de pesadilla y de fracaso. Además del miedo, naturelich. Pero intento pensar que todo será para bien, que, como dijo la Belle Elaine, me liberaré de esta maraña y me sentiré más ligera... Mientras, sigo traduciendo sobre Leon Golub, y aparecen Theodor W. Adorno y Jacques Rancière...
12 comentarios:
Una hormiga romántica que nos transporta y comparte los sabores que descubre o recuerda.
Gracias, Miguel! Lo de llamarme hormiga sólo puedo hacerlo yo, pero en fin! :-)
Sonrío: "Lo de llamarme hormiga sólo puedo hacerlo yo". Disfruta de tu viaje y recuerdos a Rufus cuando llegues.
Gracias, Friks!!! Siempre elijo una de tus hormigas...
Hola estas fuera no ? que vaya muy bien, hoy hay reseña tuya en el Cultura/s.
Gracias, Francis! Me ha escrito el editor para agradecérmelo, pero ya no puedo verlo en La Vanguardia digital, como antes. He pedido que alguien me lo guarde en papel, y espero que alguien me lo mande en pdf...
Me alegro de esa limpieza, del viento y la luz, y de esos bosques. ¡Y esa coincidencia (¿lo es?) con el lugar donde fue feliz M., que quería visitar, y a donde has ido tú ahora!
Por lo demás, ¡otra preciosa crónica!
Gracias, Bel M.! Ya sólo pienso en el horrible viaje que me espera, con tantas etapas (y parasangas; pienso en Jenofonte y las traducciones del griego)
Estando de visita en otra ciudad e inmerso en la aventura exploradora, ¡qué placer cuando llega el momento en que uno ya tiene suficiente con hacer lo que haría si viviese ahí!
Sí, sí, Eph, eso es exacto!
Qué lindo título. Un título que invita a leer más textos tuyos mientras aparentemente todos dormimos.
Llévanos en el sueño Isabel. Es un paseo.
Abrazos linda.
G
Gracias, Clarice!!! Estoy en uno de esos no-lugares, aeropuerto en espera de un viaje larguísimo y con sus etapas y parasangas... Seguiremos!
Publicar un comentario