Foto: I.N., Cielo de poniente en la Bonanova, enero 2010
El sábado logré cierta sensación de deber cumplido con mi reseña y además tuve una conversación interesante que no sólo despejó la inquietud de los malos entendidos sino que me hizo descubrir algo, algo que tal vez esté conectado a mis problemas para abordar esa novela mía, que sólo existe en mi cabeza.
Vi La infancia de Ivan, de Tarkovsky (basada en un cuento de Vladimir Bogomolov), me encantó. Qué manera de contar la guerra, tan táctil, tan cercana, muy sencilla, despojada de esa narrativa banal y didáctica de tantas películas, sin pretensiones épicas ni redobles de tambor ni siquiera al final en las escenas de la derrota nazi, ajustando bien música y silencios. El paisaje, el barro, el río con los árboles hundidos, ¡el bosque de abedules! (al ver aquel bosque estuve a punto de echarme a llorar, preguntándome por qué sigo viviendo en un país donde talan los árboles, que yo necesito para respirar, para ser), los sueños de infancia de Ivan (la luminosidad de su playa era la mía, mi única escena dibujada hasta la obsesión y ahora traducida al inglés de esa extraña novela), los juegos, el carro, las caras de su hermana en movimiento, la luz del verano, la sonrisa de la madre, los dos asomados al hondísimo pozo, la estrella en el pozo ("para nosotros es de día, para ella siempre es de noche"), el niño endurecido, sus ideas de venganza, su misión contra los nazis, en la guerra, los soldados, las pausas, la sensualidad contenida en esas pausas, el gramófono, y al final el suicidio de Goebbels y el hallazgo siniestro. Silencios, murmullos, conversaciones, con una poética sutil y la musicalidad suave y melancólica de la lengua rusa en esos huecos.
El domingo, tras bañarme todo el día en la música del festival de Nantes, la Folle journée retransmitida por Arte tv y France Musique, en homenaje a Chopin, pero con Berlioz, Listz y otros compositores, logré reunir valor para entrar en esos archivos y hacer nuevas probaturas. Sin éxito, naturalmente, lo cual me produjo un nuevo desaliento, pero salí contenta de comprobar que podía seguir intentándolo, aunque siga sin conocer la salida del laberinto.
Luego me fui con T. a ver a Cesc Gelabert, y me gustó: es un solo muy distinto a todos los espectáculos anteriores, con música de Bach. Desprende cierta melancolía, habla del paso del tiempo y de la muerte y se mueve en un bosque invernal, minimalista, de estilizados árboles-estacas de oro. Pero también está en su gestualidad -aunque interiorizado- el Cesc niño que juega a andar a la pata coja por un muro, el pájaro que volaba y puede aún volar, aunque sea para correr a saludar, y todo tiene una gran delicadeza educada y generosa, y su sonrisa maliciosa de siempre. Baila despacio y con ligereza, dibuja sus movimientos, llena con su coreografía el espacio de cenefas y pensamientos gestuales, muestra esa curvatura craneal inconfundible y (lo ha dicho T.) ese traje gris y ese abrigo fino y amplio son como un guiño a la bailarina germánica que vi en el Mercat, Suzanne Linke, salvando todas las distancias. Como mi gata cuando contempla su cola como si fuera un bicho ajeno, Cesc juega a que los brazos, las manos, le muevan la cara y la cabeza como si fueran de otros, siguiendo una tradición suya. Sutil, va desplegando posibilidades de movimientos en un abanico. Recoge su historia bailando La sección áurea del coreógrafo Gerhard Böhner. Se derrumba y le van recogiendo esos mismos brazos ajenos. Se tiende en el suelo y sueña o se despide del mundo. Con esa leve ironía suya. La sala estaba abarrotada.
Alguien me mandó un mensaje felicitándome porque había visto mi libro recomendado en Página 2. Mientras, vuelvo a mis lecturas japonesas.
Una entrevista canaria que me hicieron para La plaza del azufaifo en Radio Ecca.
Y aquí mi entrevista balcánica con una radio vasca, con Roge Blasco.
Y otra entrevista azufaifa (con larga intro rapera!) más reciente.
4 comentarios:
Yo creo que debes seguir intentándolo, lo de tu novela, me refiero. De todos modos, en este blog van quedando hilos sueltos de ese tapiz. Ya sé que es más fácil hablar desde fuera. Parece que todo consiste en sentarse, darle al interruptor y dejar que todo fluya, pero no es así. Yo estoy en la misma, entre dudas y aplazamientos, buscando, tanteando, pero sigo adelante. La escritura, si es necesaria, se convierte en irrenunciable.
Ánimo.
Gracias, JML! En este momento parece que el trabajo de traducción me llega a carretadas y de sopetón, y eso debería ser malo para la escritura, pero tal vez sea bueno después de todo,por esas paradojas de la mente humana... Suerte con lo tuyo, de pronto los laberintos encuentran su hilo!
Yo nunca pude terminar de ver la Infancia de Iván... siempre el llanto me lo impidió.
Tremenda película, cierto?
Tremenda, pero tan luminosa!
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