Foto: I.N. Ortigia, Siracusa, julio 2009
Siempre me sorprende cómo algunos niegan la subjetividad en la lectura o el cine (hablábamos de eso al dorso de otro blog), me sorprenden esos críticos que hablan como árbitros de lo bueno y lo malo, y es cierto que hay mala literatura, literatura barata, banal, estereotipada, pero descartando ese terreno, y ciñéndonos al de la literatura genuina, hay libros que nos llegan y otros que no, libros que despiertan ecos, resonancias nuestras, históricas o deseos o afinidades, libros que nos zarandean en momentos delicados, libros que sólo podemos ver o escuchar en ciertas épocas de nuestra vida, libros que desechamos y nos sorprenden tiempo después, a traición, y nos cambian la visión de las cosas, libros cuyo humor no detectamos, en los que leemos sólo la parte miserable o sombría o incluso la parte endeble, sin ojos para la que resplandece, libros que nos asustan, porque nos recuerdan cierto terror a la fragmentación y la locura... y lo mismo ocurre con el cine. ¿Qué buscamos en el cine? En mi caso, la exigencia depende del momento y todavía puedo distinguir entre obras maestras universales y absolutas, películas donde el lenguaje de las imágenes y los silencios han logrado decir autrement, llevarnos a otro sitio, o arrastrarnos por su pura poética, como Tarkowsky, de toda clase de películas otras, películas que nos hacen pensar (y con ese transporte nos bastan a veces), o películas paródicas y burlonas que ayudan a quitarse telarañas o aquellas que a pesar de muchos pesares y de una textura desesperantemente clásica o banal me llevan o me devuelven a un lugar adonde quiero ir, aunque probablemente no lleven a los otros.
Ayer buscaba yo precisamente una película capaz de restaurarme sin grandes sacudidas. Necesitaba un efecto inmediato. Y como no encontré ningún tesoro en la cartelera, me dirigí a un director que suele parecerme convencional, hollywoodiano, con su banda sonora estandarizada indicando qué emociones debería tener el espectador y esos tics que me irritan, pero yo necesitaba urgentemente que me contaran una historia capaz de sustraerme de mí misma por un rato, y en ninguna parte estaba Bergman en su isla de Faro, ni había películas chinas, ni estaban Tarkowsky o Bela Tarr y parece que todo lo interesante lo ponen sólo en martes, y yo ya había visto Les plages d'Agnès (y no me atreví a repetir en un día como ayer, habría sido demasiado para mí, aunque esa película me encantó en un cine que me gusta de París, con V., y la volveré a ver antes de que la quiten). Así que nos fuimos a ver la última de Sam Mendes (he visto que a Francis también le gustó), y resultó exactamente lo que necesitaba para restaurarme. Por su humor, por las interrogaciones de esa pareja autoburlona, por su complicidad afectuosa y no estereotipada, por su perplejidad ante la galería de personajes y parejas que visitan, por el final simbólico de la casa. Justamente yo, que escribo un libro de casas y balcones, en una especie de duelo anticipado o condicional por la mía, y que siempre busco la conexión con las casas de otros escritores y acababa de subrayar una página maravillosa de Henry James sobre viejas casas inglesas que le embrujaron, "en los largos días de agosto, enclavadas en el sur de la atmósfera inglesa, en el suelo en el que tanto ha acontecido y tanto ha dado, esas deliciosas construcciones antiguas se elevaban ante mí como apariciones. Pensé en cientos de cosas. ¿Adónde va a parar lo que uno piensa en momentos así? Esperemos que no se pierda, que se cobije en la mente para enriquecerla... Una casa es, au fond, una imagen imborrable; podemos confiar que en el futuro vuelva a alzarse ante nosotros, pero aquello en lo que pensamos con una suerte de serrement de coeur es la emoción efímera y perdida con la que en su momento nos detuvimos a contemplarla. La imagen acaso revivirá; pero aquello es parte del pasado." O un párrafo de Jean Rhys que citaba en mi conferencia "Se quedaba allí tumbada pensando en las sombras oscuras de las casas en una calle blanca de sol; o en árboles con esbeltas ramas negras y tiernas hojas verdes, como los árboles de una plaza de Londres en primavera; o en un mar púrpura oscuro, el mar de una estampa o de un país tropical que nunca había visto", y en la Vanguardia escribí de un personaje de Agota Kristoff "que confunde sueños y realidad y se enamora de las casas; sólo quiere vivir para recorrer las calles y es capaz de expresar sus excesos de emoción con la música hasta abrumar a quien le escucha", yo, que vivo en una ciudad donde las casas antiguas siguen cayendo con sus molduras, sus chimeneas, sus artesonados, para construir mediocridad y fealdad que se extiende cancerosamente (Camus dixit). Así que esa escena final silenciosa de la película fue para mí doblemente significativa.
Pero ¿qué nos restaura y por qué? Una vez, en el nerviosismo que me invadía tres días antes de irme a Kosovo, me restauró la presencia de los amigos que quisieron venir a mi no-cumpleaños y ante la prohibición de traerme regalos me llenaron de libros, cuadernos, música... con la frase: "esto no es un regalo", y me restauró también lo que dijo un amigo a propósito de Li Bai y de ser libre, en ese mismo encuentro.
Y estos días, cuando me sentía oprimida por estar forzando y pidiendo y obligando a escritores amigos y conocidos a presentar mis cuentos en un tiempo récord, de pronto hubo uno que me dijo que sí directamente, sin haber visto el libro, y otro me llamó, mientras yo estaba en la calle, y se ofreció generosamente a viajar y venir a presentármelo porque le hacía ilusión. Esos gestos restauran, como el de Robbie Ross, el hombre que se quitó el sombrero al ver a Oscar Wilde saliendo de la cárcel de Redding en medio de una multitud que le abucheaba hipócritamente. Y es que yo no puedo evitar sentirme un poco como Oscar Wilde en ese paseíllo, aunque sólo fuera por ese hocicamiento de la escritura que decía JRJ, o por lo que me contó años atrás un bailarín, de que en cierto espectáculo había sentido como si el público le arrojara cuchillos. Y todo sin ninguna razón por mi parte, ninguna justificación, puesto que yo necesitaba escribir y publicar esos cuentos, necesito ponerlos ahí en medio y que se lean, aun sabiendo que algunos van a aprovechar para probar sus estocadas o van a arrojarme un significativo silencio. Es decir, todo lo que ocurra, podrá decirse que en cierto sentido yo me lo habré buscado, por lo menos me he arriesgado a que ocurra. Lo cual no significa que me interese recibir estocadas, ni que vaya a aceptar la agresividad de los locos, ni la de los celosos. De hecho, me estoy construyendo una armadura invisible... Y por otra parte, no podría vivir sin esa cuerda de funambulista, no sabría vivir ya sin exponerme, sin colgarme de esos columpios que caen del cielo para atravesar un espacio lleno de lenguas de fuego...
Y ahora me restaura seguir leyendo, con la gata ronroneando...
Y luego ha aparecido un visitante inhabitual, personaje de mis cuentos que en mi adolescencia me atrajo con su escritura y sus lecturas. Llevaba una bonita chaqueta de casi brocado muy setentas y me hablaba, sin mirarme a los ojos como otras veces, de Ucrania, donde hizo una gira poético de librerías con otros poetas catalanes y ucranios, y también de cómo están masacrando el paisaje con una carretera entre Figueres y La Bisbal, una carretera semielevada que tapará para siempre la llanura del Empordà, y de otra carretera que pretende sustituir a las curvas que iban entre Lloret y otros pueblos contiguos y que también arrasará árboles y paisaje; él también es en cierta manera activista resistente. Todo son empeños perversos de políticos "que hace veinte años fueron de izquierdas", me decía. Le he mirado mientras no me miraba y he visto su cara de siempre, la de hace treinta años, entre las modificaciones, pero con el mismo espíritu. Me ha contado de un libro que pinta muy bien que acabo de encargar en la web de una librería de viejo, y que revelaré cuando lo tenga en mano, y yo le he enseñado un poco de mi libro de las casas y los balcones, y él también conocía a la maravillosa Karen Dalton, a la que no paro de escuchar. Y más tarde JC me ha recomendado a Terez Montcalm. Y he bajado hasta el Bronx a dejar un libro en el buzón de un escritor enfermo y al pasar por el azufaifo he pensado que tenía que contarlo aquí. Se ha vuelto amarillo y ha llovido hojas cubriendo con esa alfombra moteada incluso la mugre de los vándalos; dentro de poco se desnudará del todo, pero ahora es tan bonito... Continuará...
Last Minute News: Uno de mis cuentos está en el blog de Antón Castro, si alguien quiere un aperitivo...
10 comentarios:
Has vuelto a emocionarme, porque esta entrada está llena de gratitud. La gratitud es un sentimiento hermoso y él mismo gratificante. Se devuelve a sí mismo multiplicado. Yo tardé mucho en descubrirlo, en sentirlo (y si al final lo hice fue en gran parte gracias a mis visitas a una señora lacaniana), pero desde que lo encontré, he procurado no volver a perderlo.
Buenas noches, Belnu.
Gracias, Bel M.! Yo también descubrí el agradecimiento en cierto momento de mi vida, y desde entonces es una de mis fuentes de felicidad. Me siento agradecida a menudo, por muchs cosas, incluso a Fortuna por todas las pruebas a las que he sobrevivido, y al psicoanálisis que me salvó y a la mayoría de personajes de mis cuentos. Por cierto, ¿has visto? acabo de añadir abajo del post un link. Antón Castro ha publicado (con autorización) uno de mis cuentos en su blog
http://antoncastro.blogia.com/2009/112204--signos-un-cuento-de-isabel-nunez.php
Pues no, no lo había visto. Ahora voy para allá.
Gracias! Me ha impresionado verlo y bajo la bonita foto del desnudo más
Un comentario rápido, porque tengo que leerlos todos y detenidamente. Me ha parecido magnífico, divertido, ágil y, sobre todo, retrata tan verazmente una época...felicidades de corazón, Belnu.
Gracias, Bel M! Por tu rapidez lectora y tus palabras
Como lector que solo busca el poder dialogar consigo mismo cuando lee, decirte que en las historias o cuentos de tu libro veo mi vieja ciudad, mi juventud y tantos otros ecos. Me gusta el poder "verlos" sin ninguna manipulación nostálgica y si evocados como algo que forma parte de lo que somos hoy. Yo los estoy leyendo poco a poco, uno al día, supongo que para que todos esos recuerdos no se mezclen o enturbien y poder llegar a algo esencial.
Intuyo que en la presentación del libro puede haber muy buen humor, todos esos recuerdos lo merecen.
Gracias, Eph! Es verdad que para mí la ciudad es un personaje más, es importante y quizás esa es una de las afinidades que tenemos tú y yo, la visión de cómo era la ciudad, cómo esperábamos que pudiera mejorar y cómo la han ido y la siguen destruyendo
Me gusta Sam Mendes porque tengo esa sensación, al menos la tuve en alguna película suya, de que hace películas para desplegar preguntas e ir elaborando respuestas a modo de andamios dejando abiertas ciertas cuestiones y no para responder simplemente desde un lugar privilegiado
echo de menos el cine...
también echo de menos poder leer algo y tus cuentos nos los podré empezar hasta el 22 de diciembre! así es la triste vida de la obrera china
pero tengo muchas ganas de esa celebración para presentar tu libro y es alegre desde ya por ese gesto tan bonito del amigo escritor y estupendo lector que se se ha ofrecido
en cuanto al over-exposure de los cuentos, creo que esa armadura invisible es la que tú conoces ya bien, la de la escritura que nos dice que la verdad tiene estructura de ficción y no al revés ( la ficción teniendo estructura de verdad)
yo también me emocioné el otro día viendo al azufaifo cambiando de colores, a veces me parece que va cambiando de forma, como en una danza
bonito post trenzado!
Caramba, lo del 22 de diciembre y la obrera china me ha impresionado! Pero en este caso no importa porque tú has ido escuchando todos y cada uno de esos cuentos, no tienes que leerlos!
Respecto al tema importante de tu comentario, Francis ha puesto en su blog "Borra el humo de mi frente" una entrevista a Vila-Matas donde cita a Manganelli y dice (y es luminoso): "La literatura no tiene ninguna relación con la realidad. Como decía Manganelli, la realidad es una palabra que encubre una intimidación moral del lenguaje. El concepto de realidad es una amenaza, pero no es un concepto. La literatura no tiene relación con la realidad como tal, es una realidad en sí misma. Para mí, la literatura tiene sus relaciones, su sentido, su coherencia. La literatura tiene una habitación propia en un lugar extraño, que ni siquiera sabemos si existe. Un viejo proyecto: escribir un libro que se titule La literatura sin domicilio."
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