domingo, 16 de noviembre de 2008

Sabatina destemplada de ayer

Foto: Manel Armengol, Torroella, 1993 (sèrie Vent)
Ayer por la mañana fui a Caixafòrum. El Espai Freud organizaba un pase de la interesante película Una cierta verdad, documental de Abel García-Roure, rodada en el hospital del Parc Taulí de Sabadell, con la implicación del psiquiatra y psicoanalista Josep Moya y su equipo. Es una película sobre la psicosis, y hablan algunos enfermos, sobre todo uno, que aun en medio de su delirio, de esa escisión del lenguaje y de esos otros mundos que les acosan, en su caso con vocabulario paracientífico y técnico, planteaba preguntas inquietantes o que en cualquier caso no son fáciles de contestar.
Era inevitable pensar en Foucault (y en lo que Morey dijo en su conferencia del Espai Freud) y en la represión de la locura, en la identidad del "loco" como alguien que no encaja, que no puede someterse o avenirse a razones, en los problemas sociales que llevan a encerrarlo, en su condena sin fecha, en su insumisión... O interrogarse de cómo puede ser que en algunos lugares de África esos enfermos vivan aún entre los demás, sin medicar, acogidos de alguna manera, como en la antigüedad. O de los psicóticos que, como algún matemático, han logrado canalizar y reconducir ese delirio hacia un lugar posible. O de los tabúes y la estigmatización social de la enfermedad mental.
También sorprende y alivia que en ese centro los psiquiatras y psicoanalistas hablen de ellos como sujetos y los traten como a tales, les escuchen (en la medida de lo posible, hasta el punto que la sanidad pública del país lo permite) en lugar de esa actitud dopadora-represiva-policial de la psiquiatría neurocientífica actual, donde los médicos parecen a veces simples vendedores de los laboratorios, que tapan la boca a los pacientes.
Una de sus preguntas cuestiona las limitaciones de la medicación, pero cuando lo planteé al iniciarse el debate, me contestaron como si yo hubiera objetado a la necesidad de que esos enfermos se mediquen (y no era el caso). De hecho, yo sólo me pregunto hasta qué punto tiene recursos el profesional de la salud mental para encontrar una medicación a la medida del paciente, es decir, que le evite los "apagones", el sufrimiento o las peores crisis que generan violencia, etc., pero que no provoque tantos efectos secundarios, esos efectos que le impiden recordar las cosas, hablar bien, moverse, que le estigmatizan como enfermo mental -ya que son visibles-, etc. Recordaba una entrevista con un premio Nobel de Medicina, en La Contra, que denunciaba que los laboratorios farmacéuticos no están interesados en medicamentos que curen del todo, o que no tengan efectos secundarios, porque resultan menos rentables, me preguntaba si en el caso de la salud mental hay remedio contra eso, si hay maneras o si los enfermos están prisioneros y sometidos también en ese sentido.
Pero sobre todo, al preguntar, yo no sólo intentaba romper el hielo para que otros hablasen, sino que estaba también luchando contra la tristeza que me había producido la película. Esa soledad tan aguda de los enfermos mentales, esas voces que los habitan y con las que no pueden dialogar (había una mujer que lloraba y se decía perseguida por otra que la habitaba; un chico de 17 o 18 con los cascos y la capucha puestos para protegerse del mundo, que se negaba a hablar ni a tomarse la medicación, y me hacía pensar si nadie había podido reanudar esa conexión, si habrían tardado tanto en pedir ayuda, si ese chico no podría reaccionar con más tiempo de escucha, si la mentalidad de este país, tan reacia a pedir ayuda para lo mental, lo hacía más difícil...) esas imágenes me hicieron conectar con un miedo antiguo de mi adolescencia y me trajeron el recuerdo de la gente que a mi alrededor sucumbió a la locura y la muerte. También pensé en la división dudosa de gente que vive en el mundo sin muchos problemas pero tiene esa misma estructura mental.
Hubo un paciente, que vive independiente, con trabajo y familia, que contó cómo en un momento determinado, el sentido de las palabras se le escapaba y para intentar fijarlo hizo una especie de diccionario, con entradas aparentemente convencionales y una división entre dos mundos, donde luego se sumaban otros sentidos o que luego tenía que matizar o relacionar con flechas y dibujos. Para los que desconocemos el funcionamiento de esos procesos era dolorosamente interesante y hasta cierto punto cercano a otros problemas de lenguaje o a sensaciones fugaces de cosas que hemos leído. Más duro era oír cómo otro paciente, mucho más medicado (con más efectos secundarios) y triste, hablaba de sus "apagones", momentos cuya duración ignoraba y en los que dejaba de tener conciencia de sí mismo.
A mí me consuela mucho la idea de que en este país haya algún centro en la sanidad pública con una orientación así, humanista y psicoanalítica dentro de los límites materiales. Una cierta escucha para esa cierta verdad. Y el documental es riguroso, discreto y realista y tiene su poética propia. (La película se estrenará dentro de poco en los cines).
Me fui andando por la Gran Via, mirando los árboles y pensando: al menos quedarán éstos (y alarmándome porque tal vez estoy ya dando por perdida la Diagonal, como Joaquim Folguera) y en casa de L. me fui pacificando (como el tráfico) contemplando libros de fotos antiguas de la ciudad, para mi libro. Luego estuve en la mani, tal como cuento en Polis, hubo un momento alegre dentro de la tristeza social y la desesperanza del mundo y nos reímos V., L. y yo allí vociferando consignas liberadoras o escuchando la lengua sonora, energética y misteriosa del palestino recién llegado de Gaza (el traductor sintetizaba muchísimo) y después me refugié en la lectura y las conversaciones de sofá y teléfono (ese intercambio de vacíos, que decía Manuel Delgado), volví a Isabelle Eberhardt... Luego, viendo una película de Joris Ivens sobre la guerra civil española, con la voz de Hemingway, me sorprendió que en la banda sonora, mientras se veían imágenes (y se hablaba de) de Castilla y de Madrid, se oían sólo sardanas y canciones reivindicativas catalanas, desde el Som i serem hasta Els segadors, junto al Himno de Riego. No sé quién les vendió que eso era "música popular española", pero tenía gracia. He visto que en el Macba le han incluido en un ciclo de cine.
Esta mañana, antes de irme al Mercat de Sant Antoni en busca de esas imágenes que no encuentro, leía a Alejandra Pizarnik: "... cuando leo y escribo con ganas, mi vida no me parece pobre. Todo lo contrario. Lo que me hace sentir pobre e idiota es compartir el ritmo de la llamada "gente normal", como ahora, por ejemplo, en que los otros nadan, navegan, toman el sol, hablan de cosas intrascendentes, comen y beben con gusto... Otra cosa que me dolió fue encontrarme con Marguerite Duras, feliz con sus cuatro baños diarios en el mar... (...) Y yo siempre tan lejana, tan al borde del abismo, sintiendo un dolor agudo cuando me baño en el mar, sufriendo bajo los rayos del sol, quieriendo morir de tristeza cuando juego con los niños de X., sintiendo con todas mis fuerzas que no puedo vivir, que estoy tensa y deshecha, un despojo humano...". Yo me situaba entre los dos puntos, podría disfrutar de la felicidad de esos baños de Duras, pero me siento muy mal cada vez que voy a un acontecimiento donde se reúne el mundillo editorial de BCN, y la resaca me dura siempre unos días, como el encuentro con Jacques le Fataliste.
Ayer picoteaba en la interesante correspondencia entre Sales y Rodoreda, él ironizando sobre si congelarían a Franco para que fuese eterno (faltaban días para su muerte) y diciendo de Gimferrer "com tots els joves és poeta, i com tots els poetes, és gandul". Cuesta imaginar a ese joven poeta perezoso que no acababa la traducción.

15 comentarios:

Ephemeralthing dijo...

Tema durísimo y que deja en el vacío, la locura.
Estoy leyendo unos cuentos de Thomas Mann en los que como protagonista de alguno de ellos el personaje es un auténtico enajenado marginal. Mann es capaz de describir las emociones de estos protagonistas de tal manera que es imposible sustraerse a la identificación con ellos hasta tal extremo que la lectura resulta dolorosa. Sólo me había ocurrido con Dostoievski.

Anónimo dijo...

El pedestal són les sabates que decía Brossa, me ha recordado el título de la entrada…
Dura película me imagino, y que hablando se podrían cuestionar las cosas, sin duda, de una forma curativa. Como hiciste tú al preguntar. Como una forma de alivio. Más medios y mejores, habría que solicitar para evitar esos desajustes…en el difícil equilibrio. Yo pienso, que cuando uno utiliza un discurso coherente con uno mismo, razonable, de sentido común? Las cosas van saliendo.
iluminaciones.

RFT dijo...

Hay un libro fascinante, del qu eno sé si ya le he hablado, titulado "La invención de los trastornos mentales" ("Alianza Editorial", Madrid, 2007) Sus autores, el biólogo Dr. D. Héctor González Pardo y el psicólogo clínico Dr. D. Marino Pérez Álvarez han subtitulado el libro así: <<¿Escuchando al fármaco o al paciente?>>
En ese libro, que es un compendio muy prolijo de la psicofarmacología, la cual desenmascaran fantásticamente bien, de las distintas escuelas psicológicas y de las psiquiátricas, hay estadísticas que demuestran que en los países llamados "en vías de desarrollo" existe más de un 30% de curación en casos de esquizofrenia, mientras en los países llamados "desarrollados", ese porcentaje es nulo.
Por si fuera poco, estamos acostumbrados a disponer de nuestros mayores en manos de personas inmigrantes, que si bien demuestran una enorme paciencia y cariño con ellos, carecen de la experiencia necesaria para su atención, mucho más en los casos de demencia senil, Alzheimer u otras patologías mentales asociadas a la vejez. Ponemos a nuestro mayores en manos de quienes conseguimos contratar de forma barata.
La Directora General de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo, hizo hace escasas semanas una declaración en prensa espeluznante. Según ella, el 25% de la población reclusa española son enfermos mentales y, añade, el sistema penitenciario no está preparado para su atención.
La conclusión más importante del libro citado, además de desenmascarar a los laboratorios y multinacionales en su estafa clínica, es que en nuestros tiempos y en los países que se denominan "desarrollados", no hay tiempo para atender a los pacientes, para escucharles, sino que se acude al fármaco y se escucha estúpidamente al fármaco, la mayor parte de las veces inútil. Sin embargo, en las aún sociedades tribales, a esos enfermos se les cuida en casa y se les atiende; incluso se les considera portadores de espíritus mágicos y bondadosos.
Igual les ocurre a los enfermos del SIDA, como cuenta Henning Mankell en "Moriré, pero mi memoria sobrevivirá" (Ensayo Tusquets, Barcelona, Abril 2008), el cual también hace comparecer entre nosotros a una mujer enferma, al comienzo de su enésima novela recién publicada, "El Chino", editada asimismo por Tusquets.
Algo falla gravemente cuando ocurre esto que a usted la ha llevado a reflexionar tras una conferencia y una película.
Como siempre gracias por sus palabras.

Belnu dijo...

Eph, en efecto, con Dostoievski es doloroso y opresivo, pero también para mí lo ha sido con Bernhard (Trastorno/ El sobrino de Wittgenstein) o con el Faulkner de Santuario, Luz de agosto o Miss Zilphia Gant. Hay muchas lecturas así, felizmente dolorosas. Supongo que leíste Felix Krull, de Thomas Mann, es maravilloso.

Belnu dijo...

Sí, Iluminaciones, así es cuando no estamos en el delirio...

Belnu dijo...

Lo que dice, RFT, es muy interesante y tomo nota. Los datos de la cárcel: justamente el otro día lo decía yo, preguntaba eso en una mesa de psicoanalistas tras la película: ¿cuánta gente habrá en las cárceles que en realidad necesita otra clase de atención, ser escuchada? Este pobre país.
Hay una película albanesa-kosovar de un manicomio durante la guerra, bajo la lluvia. Los locos, abandonados, contemplan la locura de fuera...

el objeto a dijo...

uy, es que he pasado por aquí varias veces y cuando me voy a poner a decir se me acumulan y amontonan, y esa película que no pude ver, pero me gusta tu valentía para poner palabras,

y tus reflexiones sobre el sufrimiento, y luego cómo se mezclan con las imágenes de la película, y esos momentos compartidos en la manifestación, sí que tuvo algo de mágico la intervención enigmática y apasionada de aquel palestino,

en fin, que admiro hoy, en esta noche sin muchas palabras, la valentía de las tuyas,
ahí está la fuerza de lo que, parafraseando a J. Moya que parafrasea a U.Eco, podría ser la fuerza de nuestros mundos posibles

vesso

Belnu dijo...

Qué comentario luminoso y flamenco, gracias, Petite Grand a!!!!

RFT dijo...

Gracias.
Y hoy EL PAÍS ha recogido un nuevo reportaje sobre las cárceles que imagino habrá podido leer:
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/carcel/manicomio/siglo/XXI/elpepusoc/20081119elpepisoc_1/Tes

Belnu dijo...

No, gracias, RFT, ahora lo leeré!

Belnu dijo...

Por cierto, qué buena es esa foto que pone de firma, no sé si era usted o no el niño que leía, pero me gusta

RFT dijo...

"El niño que leía" debe vivir dentro de mí todavía, aunque muchas veces no logro encontrarme.
Ese niño que leía y que sigue leyendo (también esperando para leerla a usted en enero), le insiste aquí también que si necesita que Amnistía empuje ese calvario de su amigo iraní, me lo diga con toda confianza y urgencia.
Gracias

JH dijo...

No pude asistir a la presentación de "Una cierta Verdad" pero lo que dices a propósito de la locura, de ese intento cada vez más generalizado por parte de la psiquiatría oficial de condenar a lo inhumano a los enfermos metales asuste e inquieta. Gracias por ese trozo de la Pizarnik, leyendo su experiencia uno se siente menos solo.

Belnu dijo...

Gracias, RFT, es una buena imagen para buscarlo. Hace un viento huracanado. Yo espero que Amnistía Internacional y el Canada Foreign Office hagan su trabajo.

Belnu dijo...

Gracias, José. Esperemos que siga habiendo reductos de resistencia para ese dolor, y al menos algunos tengan la suerte de encontrarlos. O mejor, que esos reductos se extiendan contra la fuerza de los laboratorios.