Foto: I.N, G en Londres, allá por 2004, muy distinto que ahora
Llevo días sin escribir, en estas semanas tan cargadas que el tiempo se escapa y cae como una gota gigante y densa sobre un pétalo, y yo olvido las cosas. Ayer tenía una cena con el grupo de psicoanalistas que trabajan sobre la memoria histórica, intentando corregir los efectos traumáticos del silencio y la negación de sufrimientos ya viejos, pero que siguen doliendo en las generaciones posteriores. Y yo lo olvidé y estaba ya cenando con un amigo filósofo cuando me rescató telefónicamente una de ellas, no muy lejos del lugar. Por lo visto, en presencia de psicoanalistas, mi inconsciente intenta demostrarles que estoy fatal y necesito atención porque siempre me olvido o me confundo de lugar... por suerte acabo llegando. (¿O tal vez la idea de la memoria...?) Espero que no me olvide también de ir a la mesa redonda del jueves, Psicoanálisis y escritura... Me dice mi contertulio que él tirará, como siempre, del humor, y yo, le digo, del lloriqueo, y nos entra la risa... Aunque la generosa V. me dice (sin haber leído mi texto): eso no es lloriqueo...
Esta mañana, en la lista de psicoanalistas y amigos del librero de la calle Berlinès hablaban de la soledad física, geográfica, y de esa otra soledad mucho más perversa que es la soledad en pareja, y yo he pensado inevitablemente en mi soledad feliz y en Li Bai elevando su copa de vino de arroz en las montañas, mientras recuerda amigos y amores perdidos, bromea sobre su fama en las tabernas y observa el vuelo de las ocas salvajes. Tanto necesito mi espacio que casi prefiero la nostalgia y la fugacidad de todo.
Pensaba también en el entendimiento. Hay personas que parecen entender al contrario cada palabra que decimos, y seguramente es mutuo, y también nosotros les entendemos al revés. En esos casos yo prefiero retirarme, y no puedo comprender por qué alguien que no me entiende ni se siente entendido insiste en comunicarse. En cambio, en otro orden de edades y relaciones, ayer llamé a G. para agradecerle y decirle que me da la sensación de que, si le explico las cosas, siempre me comprende perfectamente. Le dije: "a lo mejor cuando te vas, piensas: 'qué loca está', pero la sensación que yo tengo es de que lo entiendes todo". Y él me contestó: "¡A mí me pasa igual! Por eso me preocupo cuando te pasa algo..." Esos breves intercambios con G., en la puerta de casa o en una fugaz llamada telefónica, o cuando pasa unos días aquí, a esas horas de la noche en que yo debería estar durmiendo hace rato y acabo sentándome en su sillón negro para contestar a una pregunta en la oscuridad, tienen una estela feliz.
Ayer seguí traduciendo un texto sobre Nancy Spero, que con su uso de la iconografía apocotropaica (los conjuros para ahuyentar el mal) y arcaica, de los instrumentos de guerra y de las persecuciones y represiones históricas contra las mujeres, las quemas de brujas y otras siniestras modalidades, convierte incluso la mordaza en instrumento de expresión, y rescata a personajes interesantes, desde la monja iluminadora Eude a la diosa egipcia Nut y utiliza la escritura histérica de Artaud para contar otra historia.
Hay tantísimo ruido en la calle que me parece salir al infierno. No sólo rompen el suelo con todas sus vibraciones, también ponen cimientos, cortan maderas con rugidos agudos de sierra, encienden sirenas, tocan cláxons y siembran suciedad por todas partes. La calle es una especie de jauría de bichos. Cuando alguien se dirige a mí diciendo "perdone" o "por favor" siento alivio porque lo usual en este país primitivo es que te pregunten sin más, como si nadie les hubiera enseñado ni las formas más elementales. Dicen que los franceses son fríos, que los europeos son antipáticos, pero yo prefiero aquella soledad silenciosa y un mundo en el que nadie te aborde sin disculparse y saludar. Alguien me ha llamado al móvil, pero apenas lograba oírle. Y es tan feo mi barrio... junto a cada edificio digno y vetusto hay siete feos y de arquitectura mediocre. Los rótulos son espantosos. Y apenas hay árboles dignos de ese nombre. He comido con una amiga en un restaurante japonés donde todo el personal te saluda al entrar y al salir, en un tono tan convincente como si de verdad se alegraran de volver a verte. Me recuerda al kiosco de Luxemburgo donde tres hombres exclamaban, cada vez que entraba alguien, casi de guasa: Bonjour!!!
Llevo días sin escribir, en estas semanas tan cargadas que el tiempo se escapa y cae como una gota gigante y densa sobre un pétalo, y yo olvido las cosas. Ayer tenía una cena con el grupo de psicoanalistas que trabajan sobre la memoria histórica, intentando corregir los efectos traumáticos del silencio y la negación de sufrimientos ya viejos, pero que siguen doliendo en las generaciones posteriores. Y yo lo olvidé y estaba ya cenando con un amigo filósofo cuando me rescató telefónicamente una de ellas, no muy lejos del lugar. Por lo visto, en presencia de psicoanalistas, mi inconsciente intenta demostrarles que estoy fatal y necesito atención porque siempre me olvido o me confundo de lugar... por suerte acabo llegando. (¿O tal vez la idea de la memoria...?) Espero que no me olvide también de ir a la mesa redonda del jueves, Psicoanálisis y escritura... Me dice mi contertulio que él tirará, como siempre, del humor, y yo, le digo, del lloriqueo, y nos entra la risa... Aunque la generosa V. me dice (sin haber leído mi texto): eso no es lloriqueo...
Esta mañana, en la lista de psicoanalistas y amigos del librero de la calle Berlinès hablaban de la soledad física, geográfica, y de esa otra soledad mucho más perversa que es la soledad en pareja, y yo he pensado inevitablemente en mi soledad feliz y en Li Bai elevando su copa de vino de arroz en las montañas, mientras recuerda amigos y amores perdidos, bromea sobre su fama en las tabernas y observa el vuelo de las ocas salvajes. Tanto necesito mi espacio que casi prefiero la nostalgia y la fugacidad de todo.
Pensaba también en el entendimiento. Hay personas que parecen entender al contrario cada palabra que decimos, y seguramente es mutuo, y también nosotros les entendemos al revés. En esos casos yo prefiero retirarme, y no puedo comprender por qué alguien que no me entiende ni se siente entendido insiste en comunicarse. En cambio, en otro orden de edades y relaciones, ayer llamé a G. para agradecerle y decirle que me da la sensación de que, si le explico las cosas, siempre me comprende perfectamente. Le dije: "a lo mejor cuando te vas, piensas: 'qué loca está', pero la sensación que yo tengo es de que lo entiendes todo". Y él me contestó: "¡A mí me pasa igual! Por eso me preocupo cuando te pasa algo..." Esos breves intercambios con G., en la puerta de casa o en una fugaz llamada telefónica, o cuando pasa unos días aquí, a esas horas de la noche en que yo debería estar durmiendo hace rato y acabo sentándome en su sillón negro para contestar a una pregunta en la oscuridad, tienen una estela feliz.
Ayer seguí traduciendo un texto sobre Nancy Spero, que con su uso de la iconografía apocotropaica (los conjuros para ahuyentar el mal) y arcaica, de los instrumentos de guerra y de las persecuciones y represiones históricas contra las mujeres, las quemas de brujas y otras siniestras modalidades, convierte incluso la mordaza en instrumento de expresión, y rescata a personajes interesantes, desde la monja iluminadora Eude a la diosa egipcia Nut y utiliza la escritura histérica de Artaud para contar otra historia.
Hay tantísimo ruido en la calle que me parece salir al infierno. No sólo rompen el suelo con todas sus vibraciones, también ponen cimientos, cortan maderas con rugidos agudos de sierra, encienden sirenas, tocan cláxons y siembran suciedad por todas partes. La calle es una especie de jauría de bichos. Cuando alguien se dirige a mí diciendo "perdone" o "por favor" siento alivio porque lo usual en este país primitivo es que te pregunten sin más, como si nadie les hubiera enseñado ni las formas más elementales. Dicen que los franceses son fríos, que los europeos son antipáticos, pero yo prefiero aquella soledad silenciosa y un mundo en el que nadie te aborde sin disculparse y saludar. Alguien me ha llamado al móvil, pero apenas lograba oírle. Y es tan feo mi barrio... junto a cada edificio digno y vetusto hay siete feos y de arquitectura mediocre. Los rótulos son espantosos. Y apenas hay árboles dignos de ese nombre. He comido con una amiga en un restaurante japonés donde todo el personal te saluda al entrar y al salir, en un tono tan convincente como si de verdad se alegraran de volver a verte. Me recuerda al kiosco de Luxemburgo donde tres hombres exclamaban, cada vez que entraba alguien, casi de guasa: Bonjour!!!
6 comentarios:
Qué importantes son los matíces, más de lo que creemos, en lo cotidiano. Estoy de acuerdo.
Reir y llorar, como decía la canción, es una opción, una necesidad, una postura, a veces. O es una imposición del destino. También es cierto la macarronización de la sociedad, que quiero pensar que sea una moda, como tantas.
impromptu.
Espero poder leer ese texto de N. Spero, en las librerías.
Por lo menos, lo encontrarás en la librería del Macba, Impromptu! Es un catálogo de exposición, que pronto veremos. Ya he traducido una entrevista y un breve ensayo. Veremos qué más sale...
Y sí, creo que las dos cosas, imposición del destino, pero también una conciencia inteligente, no negacionista, por fuerza tiene que aceptar los dos lados. Algunos se asustan porque preferirían negar que la vida significa también muerte, o que las lágrimas están también ahí en medio de la risa. Son esos que me dicen que lo que escribo es deprimente o se interrogan sobre mi tristeza, como si al mencionarla dejaran de ver el humor... en fin.
Hay personas que parecen entender al contrario cada palabra que decimos, y seguramente es mutuo (...)no puedo comprender por qué alguien que no me entiende ni se siente entendido insiste en comunicarse.
Hola, Zbelnu:
Disculpa que me detenga en estas palabras que creí entender, y elegidas entre tantas otras que, quizás, no entendí del todo.
Si te refieres únicamente a la comunicación oral, escrita, y si en esa referencia el sujeto que insiste en comunicarse jamás "te" entendiese nada, pero que nada de nada, mi comentario quedaría aquí.
Pero pensando en otro tipo de comunicaciones, es posible que, más allá de la palabra, las personas nos sintamos atraídas (o rechacemos a otras) por el aspecto físico (fisonomía, movimiento, gesto...), el olor corporal, el color de la voz... También es posible que, entendiendo el discurso del emisor, el receptor (el sujeto insistente) no encuentre o desconozca las palabras adecuadas para comunicarse, y no repare, una y otra vez, en que existen otros recursos para conquistar a una persona.
Sí, porque quien pega saltitos meneando las manitas para que lo veamos (o nos vean) pretende conquistar el saludo, la sonrisa, la consideración de esa persona que parece no entender ni ser entendida.
Es posible que conozcas más de una pareja, de amigos o de amantes, cuya relación surgió de un conflicto, a veces largo, repleto de incomunicación y malentendidos; y sin que en mi comentario pueda explicar las razones por las que esto sucede, lo cierto es que sucede, y me hace pensar que esas relaciones de incomunicación -pesadas, incómodas, repelentes, arggggg- no son más que el preludio, a veces, de entendimientos eternos basados en modelos de comunicación que no llegamos a comprender, pero que funcionan.
Sí, sí, Le Mosquito, ya sé lo que quieres decir, y yo misma he vivido eso, esa atracción de opuestos que busca su encaje en una discusión prolongada pero llena de chispas. Pero ahí hay un intercambio de ideas, de deseo, de curiosidad y de furia...
Yo hablaba de otra cosa. Del agotamiento de quien no entiende nada de lo que le dices, y a quien posiblemente tú no entiendes, y donde no hay ya ni curiosidad ni deseo, sino sólo exasperación de malos entendidos. O de gente desconocida que se empeña en venir al blog a dejar insultos (y es pura escatología, que lo hagan en su casa) y amenazas. Ya no me interesa saber por qué, ni sus motivos ni nada. Simplemente no pienso prestarles mi espacio. Ya sé que tú no te referías a ellos.
“Tanto necesito mi espacio que casi prefiero la nostalgia y la fugacidad de todo”… Me gusta ese egoísmo sano y libre, porque finalmente se trata de eso, de no ocupar el espacio ajeno, de sentir lo efímero en los ojos y no en las manos. La verdad es que yo también prefiero el ciento volando…
Un abrazo
Pues en este país somos los raros... Un sábado por la tarde, en medio de una ofuscación escritora, se me ocurrió fugarme al cine. Me encanta ir al cine sola, improvisando, sin tener que conciliar horas o película con nadie. Sin embargo, me llamó un amigo y al decirle que iba para allá, se apuntó. Poco antes de acabar la peli, le llamó su hermana y tuvo que salir antes por su padre enfermo. Al salir me encontré a dos parejas que conozco, de esas que los fines de semana van a la casa del campo, y casi me dieron palmaditas en la espalda, seguro que pensaban: Pobrecilla, sola en el cine en sábado por la tarde!
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