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martes, 31 de octubre de 2006
Portbou y Walter Benjamin
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Miserias de la traducción y el trabajo intelectual
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Debates históricos en el CCCB
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Obras
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domingo, 29 de octubre de 2006
Hannah Arendt
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En esta tarde silenciosa
Ansiedad preelectoral
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El País del domingo
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viernes, 27 de octubre de 2006
Un libro, París y los libreros
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jueves, 26 de octubre de 2006
Carta al Tripartit
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Goethe, Kollwitz, Steiner y la tristeza hormonal
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Käthe Kollwitz
Quien nunca comió su pan con pesar
Quien nunca pasó la medianoche
Llorando y esperando la mañana,
No os conoce, oh Potencias Celestiales
Goethe
En Berlín Oeste, cerca de Savigny Platz, junto al Wintergarten de la Literaturhaus está el museo de Käthe Kollwitz, dibujante expresionista de los desheredados, el hambre y la muerte, tan negra como los grabados de Goya, pero con una sensualidad melancólica y casi táctil que no excluye un humor suave. El museo es una casa bien conservada, sin apenas tienda ni márketing, un museo monográfico serio y no-comercial, de los que no existen en mi país y si existían los han cerrado. La frase de Goethe la citaba Oscar Wilde en De Profundis, traducida por Carlyle; supongo que a algunos les parecerá patética, pero a mí me gusta la asociación del dolor o el sufrimiento al conocimiento, aunque sólo fuese una consolación. Ayer leí, en ese librito de Steiner titulado Ten (Possible) Reasons for the Sadness of Thought, que según Schelling, sólo en la personalidad hay vida y toda personalidad reposa sobre un fondo oscuro que es la base del conocimiento. Hemos sido creados tristes, aunque según Dante, los tristes merezcamos el infierno, pero en esa melancolía de la culpa y la duda y la perplejidad ante el mundo, está también la energía de la creación. Aunque a veces pienso que mi tristeza es sólo estúpidamente hormonal.
miércoles, 18 de octubre de 2006
Última etapa: París
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martes, 10 de octubre de 2006
Berlín
Marx, Engels y yo (Rathaus Platz, Berlín, 2005)
Archiv Bauhaus, Berlín)
En Berlín, he entrevistado a Slavenka Drakulic, que vive allí con su stipendium para escribir un libro. Después de analizar la banalidad del mal con los retratos de criminales de guerra en su magnífico They Would Never Hurt A Fly que aún no ha tentado a ningún editor de por aquí, ahora escribe sobre la banalidad del bien. Me contó una historia interesante a propósito, que no repetiré aquí... aún. Me citó en el Wintergarten del Literaturhaus cafe, en Fasanenstr., junto al museo maravilloso de Käthe Kollwitz, con sus grabados del hambre y la muerte. Llovía furiosamente y me caían algunas gotas en el pelo y sobre mis papeles, desde el techo acristalado. La voz ronca y profunda de Slavenka se impuso en la grabación sobre el ruido ambiental. I will wear printed glasses, me había dicho, para que pudiera reconocerla, y en efecto, las gafas con estampado leopardesco le quedaban estupendamente, como un maquillaje. En Berlín el invierno es muy largo, pero creo que el clima cultural -al menos allí no borran la historia, sino que se exhibe con sus heridas, huellas de conflictos y homenajes de memoria- me compensaría por un tiempo: es duro volver al desierto cultural y a esta ciudad borrada y convertida en centro comercial sin historia, pese al clima físico, que es la única razón que encuentro para vivir aquí. En Berlín, el año pasado no resistí hacerme la foto turístico-nostálgica con Marx y Engels, en su estatua gigante, parecen mirar a su alrededor pesarosos y enfurruñados de ver en lo que se ha convertido el mundo.
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