jueves, 16 de diciembre de 2010

¿Cómo empezó todo?

Foto: I.N., Un bosque, 2010
Creo que fue el día en que me levanté cuando amanecía y vi dos urracas, con su regio despliegue de larga cola blanca y negra y plumas azuladas llegando y posándose en el ciprés del jardín de enfrente, y luego, horas después, un mirlo vino a visitarme y me llamó desde la terracita sur, y al levantar la vista allí estaba, mirándome con descaro. Yo no puedo evitar pensar que esas visitas están cargadas de significación, aunque la significación fuese la pura belleza y la idea de que a pesar del cemento y de nuestros mutantes políticos municipales y de toda la gentuza que tira basuras todos los días al jardín del azufaifo, queda algo de naturaleza.
La cuestión es que algo se ha revolucionado y las ondas expansivas de la explosión me rodean. Anoche alguien me llamó y tocó para mí una música al piano. Había que atravesar el feo timbre metálico del móvil e imaginar el sonido real, y no era difícil, yo entré como si fuera descalza. Estaba en la cama, a oscuras y la música maravillosa me envolvía en un tejido sutil y luminiscente, como alas de mariposa. Pensé que sólo quería vivir allí y que era una suerte que alguien quisiera tocar para mí. Fue una epifanía mágica y no terminó con la música. Oí una voz que pareció tocarme, una voz llena de notas cálidas y vibrantes que se convertían sinestésicamente en matices cromáticos de bosque de otoño. ¡La voz del trampero! Luego me dormí. Debí de soñar con mapaches y zarigüeyas.
Tampoco sé muy bien cómo interpretar los signos. Todo es mágicamente exacto. Unos repiten las mismas palabras de otros sin haberles oído, escogen exactamente los mismos términos; como si la telepatía se hubiera generalizado y fuese lo corriente. Hay una extraña adivinanza mutua, y no acaba en dos ni en tres personas. Como si todos llevásemos micrófonos o como si un dios burlón que nos moviera como a títeres hubiera decidido ironizar aún más e interpelarnos poéticamente. Esas palabras se aplican también a cantidades exactas de cosas. Yo pregunto a una amiga: ¿cuánto cobrar por este trabajo? Ella sugiere una cantidad. Y sin necesidad de repetirla, me pagan esa cantidad exacta por un trabajo que parecía interrumpido, súbitamente inútil. Por el cruce de dos registros distintos de relaciones, de pronto me sentí como la narradora de Dubravka Ugrešić en El ministerio del dolor. En casa de mi vecino se oía una música completamente inverosímil, canción española y a todo volumen, como una televisión cutre, insufrible, pero sólo ha durado un momento. Sigo sin saber por qué los modos de mi inconsciente han manifestado reservas, impidiendo llegar más allá en una atmósfera envolvente, intensa y luminosa, como un sueño. Como si sólo me hubiera dejado llevar por una marea ajena, un deseo o una tenacidad ajena, y algo en mí se negara. Tal vez la sensación de colaborar sin querer a un dolor también ajeno. Y al mismo tiempo, todo parecía un giro feliz de Fortuna, con su parte oscura y necesaria... Sólo cuando duerma las horas que me faltan podré fiarme algo más de mis pensamientos.
Antes, sometí mi novela en crisis a la opinión de mi amigo serbio y vino con una propuesta que por un lado me devolvía a mi plan inicial, que no sé por qué no fui capaz de seguir entonces, y que por otra parte resolvía mi problema de eliminar ese material humeante y dañino que ya no deseo escribir. Él debía de pensar que yo me decepcionaría porque significa casi empezar desde el principio, pero a mí me alegró. No me importa volver a empezar. Me dijo que el material le parecía potente y lleno de posibilidades, que sólo a veces se había convertido en prosa. También yo lo sabía. Esa música interna que arrastra a seguir sólo me surgió a momentos; en otros me encontraba con una extraña desolladura, la demostración de que por ahí no iba bien. Pero como él dijo, en este caso no había otra manera. Veremos si mi deseo de escribirla sigue siendo tan poderoso, si algo me arrastra...
Anteayer me enviaron del museo un texto sobre Aby Warburg; la traducción era urgente y el contenido sugestivo como todo lo que rodea a su figura. Ya no sabría decirles qué he estado leyendo. Oh sí, ese libro de Victoria Cirlot como editora de los textos de la maravillosa Hildegard von Bingen (leyéndolo no podía evitar ver su mirada azul como una visión otra, como el espíritu que recorría también a J.E. Cirlot), y la novela manuscrita de un amigo escritor. Otro de mis deberes apremiantes era seleccionar unos textos maravillosos de Natalia Ginzburg para mis alumnos del martes, pero me di cuenta de que los tenía todos en italiano. Dos alumnas me han propuesto que sigamos, al menos cada quince días, en un café, cuando acabe el curso. Dicen que echarán de menos mis martes del Ateneo. Tal vez lo haga, si se anima alguien más y encontramos la manera de que sea interesante para todos.
Plus tard... Tras un paseo junto al barranco y por la Tamarita, he descubierto lo que había ocurrido realmente en el paréntesis de anoche y sus probables razones. Andar ayuda. Pero necesitaba un bosque más grande, algo más que un jardín romántico, para encontrar la vía de acceso a esa nueva forma de novela de cuentos. Volver a mi escritura de antes, romper la estructura de lo escrito, no quedarme fijada a la magia de aquella otra música. Voy a releerme para encontrar el cabo del hilo donde lo dejé...
En Polis, lean sobre la nueva amenaza del ayuntamiento contra el azufaifo. Parece que quieren aprovechar hasta los últimos días para destruirlo todo...

4 comentarios:

Cabo Leeuwin dijo...

Lo del piano tocado en directo al otro lado del teléfono, me parece como un bálsamo para la piel irritada...

Y hablando de N. Ginzburg, estoy dudando. Qué te parece È stato cosí?O me recomiendas otra?

Un saludo desde Cabo Leeuwin.

Anne

Belnu dijo...

No, justamente no empezaría por È stato cosí en ningún caso, La strada che va in città, Famiglia, Tutti i nostri ieri, Le voci della sera, Cinque romanzi brevi serían mucho mejores

´´ dijo...

Vaya, yo ayer colgué un cuento de Walser paseante.

Belnu dijo...

Por un momento he pensado, al leer ese paseo de Walser (cómo me marcaron esos textos, se me quedaron impregnados, de modo que muchas veces, cuando paseo con aire frío o en pendiente me parece releerlos), que habías leído mi último poema, que escribí ayer, y que trata de un barranco. Pero claro, ¡no podías haberlo leído! Es muy raro que yo escriba poemas, y no estoy segura de que de verdad pertenezcan al misterioso territorio de lo poético...