Foto: I.N., Rufus, avec toute sa majesté, 2010
Estos días sólo tengo ganas de escuchar jazz y si acaso voces femeninas cantando blues estilo jazzy, como Madeleine Peyroux y mucha Billie Holliday. Alterno John Coltrane y Miles Davis con esas otras voces. Es muy extraño. Me pregunto si habrá sido cosa de Rufus; creo que a este gato le encanta el jazz y ese jazzy blues. Tendré que poner al día mi discoteca.
Los lunes o martes viene una mujer eficaz que impide que el caos devore mi mundo por completo. Vio a Rufus y elogió sus ojos y "esas rayas divinas". Pero al oír y ver el aspirador, Rufus fue a esconderse en el lugar más recóndito y secreto de la terraza, allí donde no podemos encontrarle, y cuando al fin salió, una hora después de que esa mujer se marchara, estaba enfadado conmigo, ofendido, y se situaba a la distancia justa para que no pudiera tocarle. Por suerte, se le pasó y cuando volví a casa incluso salió a recibirme.
Hoy soy algo más pobre que ayer, aunque más rica en libros y quién sabe si en conocimiento, aunque el conocimiento se encoge y cada vez se sabe menos y se interroga una más, pero qué importa. "¿Cómo van esas melancolías?", me preguntó ayer un amigo artista y ocioso, que está a punto de cambiar completamente el curso de su vida gracias al azar (o al azahar, como decía alguien siempre bromeando). Tuve que llamar a ese amigo porque la respuesta no me cabía en el teclado del teléfono. Le dije la verdad, que yo siempre estoy melancólica y muy feliz, aunque todo me duela, o muchas cosas me duelan, no físicamente pero casi. Es decir, vivo en esa efervescencia, entre las miserias de mi oficio y la incertidumbre de perder la casa y el olvido (con la secreta alegría del escritor que no es reconocido a la que aludía Juan Goytisolo, ese cómodo fracaso que añoraba un artista conceptual) y el dolor de la pérdida y la joie paradoxale que lo hace estallar todo no se sabe por qué. La alegría de mi escritura y los forcejeos e imposibilidad de esa escritura. Y mucho más... Me he comprado Upheavals of Thought de Martha Nussbaum precisamente porque empieza su exposée filosófica a partir de la muerte de su madre. Lo que he leído en el metro me ha recordado a Richard Ford. He envidiado a los anglosajones, porque la tradición económica y sobria les ayuda a hablar del dolor, mientras que los mediterráneos tenemos que esforzarnos mucho más para no caer en la desmesura y el caos. También porque me interesa que una filósofa construya su pensamiento a partir de lo autobiográfico. Ahora que, como decía EVM en su artículo de ayer, la novela se llena de ensayismo, la filosofía se llena de memoria y autoficción. Y todo eso me llena a mí de esperanza, yo, que escribo esa extrañísima e imposible novela. Iba yo a ver a mi editor de Menoscuarto (uno de los dos), que siempre es hospitalario y con una inteligencia impregnada de un sentido común casi insólito en estos tiempos viscerales. Nos hemos encontrado a Pere Gimferrer, que huía de La Central por la falta de aire acondicionado, pero Toni Marí ha logrado que lo subieran y lo ha rescatado de la acera. Luego, en la calle, me ha llamado Jordi Herralde, que estaba haciendo acopio de mis galletas favoritas de gengibre. Como tiene la tendencia entusiasta de los que venden, además de hablar de sus libros, promocionaba las galletas y cuando he ido a buscarlas ya no quedaban (la de la tienda me ha dicho que habían venido amigos de Herralde a buscarlas). Yo venía de comprar libros para G., que mañana cumple 22 años, aunque no llegará hasta el viernes. Ayer estuve hablando con un psicoanalista que coordina unos encuentros entre la ciencia, la literatura y el arte y el psicoanálisis y me ha invitado a participar en una mesa redonda el 16 de octubre, en la Casa del Mar, organizados por esa Plataforma del Psicoanálisis que trata de tener más presencia en la vida cultural y social de este extraño país. Me preguntó cómo iba a plantear mi intervención y yo improvisé y él se alegró porque lo que yo le decía parecía entroncar muy bien con las demás cosas. Y es que los psicoanalistas siempre sacan hábilmente los hilos de todo y traducen y desenmarañan lo que haga falta, rescatando las palabras. Mientras hablábamos, me contó una escena que tenía que ver con la guerra civil y que se me quedó grabada. Luego, en la calle, yo iba a cruzar por un lugar imposible y él me propuso el paso de zebra.
Antes, durante el après-midi, fui a ver a M. Cuando le preguntaron, en un ejercicio ritual, "¿quién ha venido a verla?", la pobre dijo: "Mi prima". A las preguntas que yo le hacía, sólo pudo responder cosas ininteligibles... "Un quiquirimán de plantas", me dijo, y eso me gustó. Pero aún le interesa la belleza y lo que ve como juventud perdida. "Qué guapa estás", me dijo, acariciándome la cara. Me preguntó por G., le enseñé unas fotos de carnet y también las acariciaba. "¿Y tu novio?", me preguntó, refiriéndose a alguien que me acompañaba a verla el verano pasado y que la alegraba con su belleza masculina y sus bromas. La vi mucho más delgada y arrugada que nunca, tranquila en ese lugar bonito, pero perdida para el mundo. Señalaba los árboles, murmurando palabras extrañas, que le costaba articular, como si ahora ya le costara rescatar incluso las sílabas o los fonemas. Al salir, anduve por la calle y sólo veía viejitas que hablaban animadamente, viejitas que andaban con brío, o que tomaban café enzarzadas en conversaciones lógicas. Y pensaba en la vida de M., en esa persecución del no saber que la ha llevado adonde está.
Pero ahora puedo andar y correr y bajar y subir las escaleras de tres en tres como antes, vuelvo a bailar sola por la casa, y ya casi puedo decir que no tengo cara de mapache, aunque también he perdido el color del verano. Hoy, alguien que no es amante de los gatos, sino todo lo contrario, ha venido a conocer a Rufus. Le admira porque Rufus fue abandonado y leyendo su historia en este blog se ha sentido identificado y ahora siempre pregunta por él. Rufus se ha acercado a saludarle, porque este gato atolondrado y a veces asustadizo, tiene un insight tremendo para todo lo humanístico y empático y transmite unas ondas que no dejan indiferente.