Foto: I.N. Bosque de cedros en Bonnieux, Provence, 2008
Fuera rugían de alegría con los goles y estallaban los cohetes en el cielo de verano, yo he leído My Mother, In Memory de Richard Ford. La narración de una historia muy americana, que explica bastante a Ford, con todo lo silenciado, lo que "no mejoraría al mundo si se supiera", con su contención, el retrato de su madre y de la relación de los dos, aceptando las cosas como venían, sabiendo que "ésa era la vida", sin profundizar ni preguntarse demasiado, mostrándolas, el retrato de esa madre independiente, que huyó de su infancia dura con el padre de Ford y que luego, viuda, pasó de un trabajo a otro, completamente distintos, se rodeó de amigos y siguió viviendo y acabó enfrentando el dolor y la enfermedad con una dignidad llena de discreción y de silencio. Su relación amistosa y llena de afecto y de pequeños silencios y entendimientos tácitos. Y la forma de verla en sí mismo, en su parecido físico, en su risa flotante, cuando ya ha muerto.
Mientras la gente empezaba a congregarse para ver el partido, he paseado por el Eixample, entre los árboles resistentes, plátanos y moreras frondosos, con el alivio de la caída del sol, para fotografiar uno de los últimos lugares de mi libro de la ciudad.
Al volver, la gata se ha echado en el suelo junto al sofá donde yo leía. Parece un poco más tranquila en la respiración. Hoy la hemos dejado descansar de medicinas forzadas, sólo caricias. Ayer por la mañana la vi respirar tan trabajosamente y me miró con una expresión inusual, casi dramática por el peso que soportaba. Fue un momento triste y que me trajo recuerdos.
G. se ríe de mí cuando digo estas cosas, pero la gata a veces se ha parecido mucho a mi abuela (mi abuela materna tenía ojos de gato, redondos y verdes, aunque ella y yo nunca conectamos), y otras veces, sobre todo al despertar, Gilda se parecía a mi padre: últimamente sólo se parece a mi padre.
Ahora que ha abandonado su ejercicio constante de acicalamiento, ahora que ha abandonado el interés por la comida y ha renunciado a sus actividades de caza o incluso a la observación vigilante de lo invisible, ahora que sus movimientos son siempre lentos, sin juegos ni piruetas, sin saltos repentinos ni ataques misteriosos, alegra aún más cuando se aproxima, parece un honor que quiera estar cerca y que no nos incluya en esa elegante y melancólica indiferencia del mundo. Hace unos días, T. vino a pincharla y estuvo un rato y Gilda, que no es rencorosa, se sentó junto a ella, dándole la espalda en esa extraña actitud protectora.
Estoy impregnada de la historia de Ford, tan melancólica, estoica y contenida como los gestos de la gata y su actitud ante la enfermedad. También de su escritura, de su tono particular, que me resulta familiar tal vez porque una vez le traduje, en circunstancias difíciles. Acabé la espléndida lengua absuelta de Canetti, su infancia es el reverso de lo que conozco, su mirada analítica, su humor y la pasión por su madre lo convierten a medida que avanza en un retrato de su figura: como Marguerite Duras, que en sus Cahiers de guerre declara que en su infancia no hubo nada, salvo su madre (ma mère a été pour nous une vaste plaine où nous avons marché longtemps sans trouver sa mesure... Elle devait être très impure avant nous, impure de tant de passion humaine non sanctifiée... Nous fûmes le sel de sa vie, le sel de cette terre qui fut dès lors somptueusement fécondée... Elle vécut cette passion de nous, sana aucune témperance). En los tres he encontrado esa posesividad que monacaliza y acaba por vencer el deseo de la madre de amar ailleurs, autrement. En el caso de la madre de Canetti, eso acaba enfermándola, consumiéndola, acercándola a la muerte. Tal vez también en la de Ford.
Me ha escrito un poeta al que admiro (y que ahora intenta salvar árboles antiguos y frondosos) elogiando mi Crucigrama (Acabo de leer los cuentos, me gustan mucho, son tan eficaces en su concentración, temática, estilística, de espacio. Empiezas a leer y te quedas atrapado, ves que todo corre como sobre una lisa plancha de madera, pero en ese corto espacio que se va hay tanta emoción, tanto que queda detrás, que te abre otras puertas) y La plaza del azufaifo. Me ha dedicado más palabras generosas. Concluye: "eres una escritora con un mundo poderoso y lo defiendes muy bien". Otros dos escritores que admiro, uno poeta y blogger, me escribió hace unos días: Infinitas gracias por el Crucigrama, que he empezado a hacer con diligencia y parsimonia para que dure cierto tiempo (el paladeo, siempre necesario). Voy a leer un delicioso cuento al día, ya llevo dos y me han encantado. De nuevo está lo que se dice y lo que fluye por debajo, lo que sobrevuela y lo que queda en los márgenes del sentido. Todo eso me fuerza a una recepción sinfónica de esa alteridad declinada en varios tiempos: otra forma de recibir esa intimidad de tu decir. Los libros reviven cuando alguien así los lee. Y el otro es fotógrafo y escritor de viajes en todos los sentidos, y acaba de leer Algunos hombres... y otras mujeres: "Tu libro me encantó. Me removió muchas cosas. Es muy bello. Emocionante esta lucha por sobrevivir y reafirmarse entre gentes extrañas incluida para empezar la familia. Me he sentido muy, muy identificado y lo leí de un tirón. Es un autoexorcismo. Una autosanación, bravo. Aparte de lo bien que está escrito, sin barroquismos, de una manera sencilla y tremendamente efectiva. Me encanta. Ganas de hincar el diente a otro tuyo. ¿Cuál?"
Siguen los cohetes y los gritos. Parece que muchos se han reconciliado con el país mediante el fútbol o han perdido el pudor de gritar su nombre. Este pobre país parece vengarse de sus penas, de su desierto cultural, de su crisis económica, de su falta de futuro, venciendo en las batallas deportivas. La alegría es contagiosa. Me alegra la sensación celebrativa, aunque a mí me es absolutamente indiferente la nacionalidad del equipo que gane una copa del mundo y siento alergia hacia la bandera que nunca cambió desde el franquismo. Si hubiera habido ruptura, si fuese tricolor, sería otra cosa. Pero esa bandera y ese himno me traen malos recuerdos.
Alguien decía en Facebook: ayer un millón y medio de catalanes salió a la calle a reivindicar su catalanidad y pedir la independencia y hoy otra muchedumbre sale a celebrar su españolidad. ¿Es una locura, una matización, un statement? ¿O tal vez no son los mismos y salen los que ayer se quedaron en casa? ¿Tal vez todas esas banderas españolas significan que muchos han destapado lo que siempre sintieron? Por un momento creí que eran banderas anti-Estatut; luego G. me dijo que aludían a la copa futbolística. Pero hasta hace poco no ocurría...
Hace muchísimo calor y algunos dicen que ya no acabará hasta que lleguen, si llegan, las lluvias de mediados de agosto. T. y yo preparamos nuestra semana en la Provenza de Jean Giono.
6 comentarios:
Son los mismos , hay un tipo de gente que si tocas el pito sale , da igual Sant Jordi , Manifestación , Fútbol , Si es lo que toca ellos salen. Luego hay otros que se lo creen , pero la gran cantidad lo que hace pasar de 2000 personas a 400.000 ( lo del Millón me parecen cifras simbólicas , sentimentales ) eso son los mismos siempre.
Buena explicación, Francis, muy pesimista, pero quizás sea eso lo que hay
Todo muy agradable, como el andar sinuoso del gato.
Gracias, Icíar, pantera rosa!
Qué bien hallada, Isabel, esa explicación sobre la posesividad materna y la imposibilidad de amar fuera y su consecuencia. Y cuánto sugiere, como de costumbre, esta entrada. Y qué merecidas esas consideraciones sobre tus libros.
Buenas noches.
Gracias, Bel M!!!! Por tu comentario generoso. Sí, esas miradas exclusivas sobre las madres...
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