Foto: I.N., Playa durandiana, 2010
Hace dos semanas que duermo mal y al contarlas para consultar a mi acupuntora me he dado cuenta de que coinciden con la muerte de mi gata. No es un insomnio dramático: o bien retraso mucho mi retiro al reino de Morfeo o bien me voy levantando periódicamente. Es cierto que hay razones otras y que la escritura de esa novela, que me obliga a dentrarme en terreno escabroso y que condiciona mi distanciamiento del entorno de M., no puede ser ajena. Tengo aquí un huésped serbio que me alegra con su humor negro y sus conversaciones. Como siempre, se reanuda nuestra colaboración de intercambio: él me pregunta dudas de castellano de una traducción de su novela y yo le atosigo con preguntas para un artículo sobre Kosovo en la revista FronteraD. Cuando él se sale de casa y yo vuelvo, vuelve también el vacío que dejó la pequeña tigresa Gilda, la soledad se solidifica y la casa parece convertirse en un agujero de tristeza. ¿Se me pasará alguna vez?
Ayer por la tarde fuimos los tres -T, mi amigo serbio y yo- a nuestra playa durandiana. La luz era maravillosa y no había nadie, pero después del baño, se nubló y oscureció el cielo, poco a poco empezó a tronar y tuvimos que arrancarnos perezosamente a la lectura para irnos. Fue una reconciliación andar entre los pinos y ver la casa de Black Adder, impecable y restaurada, con el jardín que me ofreció para enterrar a la pequeña Gilda. Pero a lo lejos ardía una colina y no llegué a saber qué era. Aún no he leído el periódico.
Acabé el libro de Coetzee, me gustó de un modo distinto que los otros suyos, todo era espinoso y huraño, esa aspereza suya con el mundo, que contrasta con la magnífica escritura, con el paisaje de Sudáfrica en los setenta, y la atmósfera retrógrada y asfixiante de los afrikaners, en la que no él encaja. ¿Pero a quién se le ocurre escribir un libro sobre los propios defectos contados por otros? ¿Quién se retrataría así, desmitificándose y reduciéndose al máximo? Sólo él, en un experimento insólito. Como saben, en el libro, John Coetzee ha muerto y un joven recopila material biográfico sobre su etapa sudafricana de los setenta y entrevista a mujeres que fueron sus amantes o a las que él escogió, colegas de la Universidad, una sobrina, etc., y todos le retratan con dureza: mal amante, mal profesor, mal hijo, incluso dudan de su genio de escritor y niegan completamente su carisma, le describen como torpe, desaliñado, sin encanto, frío, con tendencia a mitificar lo que debería ser la África negra, culpable y distanciado de los blancos, expulsado de Estados unidos, etc. Y aún así está ese fulgor de su escritura, y compone un retrato tan desconcertante que al acabar echo de menos no poder hablar con él, o por lo menos, no seguir leyéndole.
También leía en la playa La vie matérielle de Marguerite Duras, que a veces es oscuro y despiadado como Coetzee, pero de un modo muy distinto. En la playa leí un capítulo del suicidio de una familia pobre a la que cortaron la luz -y curiosamente eso fue después de que T. nos contara de una colega suya a la que habían encontrado en los lavabos de un bar: con el cristal de un vaso roto se había cortado la yugular, con precisión médica brutal-, de la muerte del escritor mentiroso, todo eran historias sombrías.
Mi escritura es irregular, hay días en que pienso que "mi primera mano es horrible", como decía otro escritor, que tendré que trabajar mucho con el paño para limpiar todo lo superfluo. Pienso en los consejos de Chéjov. Otros días sí me satisface haber encontrado algo y me siento casi feliz.
Mi reseña en La Vanguardia Cultura/s
Mi artículo de Kosovo en la prestigiosa revista electrónica FronteraD