miércoles, 28 de octubre de 2009

Plus tard

Foto: I.N., Los dibujos del suelo en St. Enimie, 2009
El otro día me escribió CHM y me dijo que en Ucrania, EC y él habían hablado del colchonero de Arimón. Y es que la infancia de CHM transcurrió por aquí cerca y ese colchonero era entonces tradicional y cardaba la lana, pero a diferencia del tapicero y del bonito local donde se enseñoreaba al sol la gata siamesa en un escaparate art déco vacío de productos (la misma señora gata siamesa que secuestró un día por el patio a mi entonces pequeño Jasper, cuando yo vivía en la calle Pujol) y de tantos otros locales de oficios, todos desaparecidos, el colchonero prosperó durante tres generaciones, dejó de cardar la lana y empezó a vender cochecitos de niño además de los colchones modernos y se extendió por Berlinès y el nieto fue un participante activo en la batalla de nuestro precioso azufaifo y me contó que su padre había entrado en casi todas las casas del barrio y se lo conocía por dentro, como los calcetines vueltos del revés que decía A. Cirici en La Barcelona tendra a propósito de los patios del Ensanche.
Unos días después, cuando salía de casa en una tarde casi deslumbrante quizás de domingo, alguien dijo mi nombre y era EC conduciendo una camioneta blanca que no era suya, y al contarle lo del colchonero, me dijo que lo habían pasado muy bien en Ucrania y que CHM había creído descubrir una nueva palabra, la ictopia, hasta que se dio cuenta de que sólo era historia escrito en cirílico, pero para entonces ya la habían llenado de posibles e interesantes contenidos.
Durante una época, CHM y yo nos escribíamos unos emails llenos de historias: él se había convertido en uno de esos personajes que con sus preguntas, su curiosidad o sus comentarios tiraba del hilo de millones de historias mías apretujadas en mi cabeza y que se desenrollaban inacabables y entonces yo estaba bloqueada, como ahora pero gravemente y sin esperanza ni motivo, sólo era una escritora que no escribía, y él me decía que los publicásemos tal cual eran.
Hoy he ido a comer con JC, que estas navidades se fugará a Argentina con unos amigotes (y él pasará calor mientras que yo estaré en pleno frío europeo) y le he pedido que me certifique si de verdad los taxistas de Buenos Aires siguen siendo tan buenos conversadores y lectores, y que vea por mí esas librerías favoritas de BA, y que me cuente de sus paseos. JC y yo hemos hablado de nuestra fidelidad inquebrantable al libro de papel y de la incertidumbre de esos nuevos lectores que no leen y de cuánto ayudaría a esos adolescentes despistados ver todas las películas de Rohmer y leer a la Ginzburg y a Stefan Zweig y tantas otras cosas, y hemos hablado de Pennac (yo había tenido que leer su Mal de escuela para los premios, donde contaba que cuando él era un zoquete, se refugiaba en los libros, porque en esa época no había más y la lectura de novelas era vista casi como enemiga de los estudios), hemos comido caballa, que es un pescado que me encanta, aunque en muchos puestos del mercado intentan sustituirlo por la perversa perca (pero los que vimos la pesadilla de Darwin no transigimos). Hemos hablado de sueños: creo que JC tomó una vez una medicina para dejar de fumar que le permitía recordar sueños elaborados y con gran riqueza de detalles... Yo no le he recordado que su cuento saldrá con los otros y JC se ha despedido pidiéndome que le avise cuando al fin salga mi libro, que esto es un sinvivir (lo es para ). Al salir, yo andaba por las calles imbuida de ese émerveillement que no sé bien en qué consiste, un burbujeo interior que me hace ver las copas de los árboles y los edificios antiguos por encima de todas las cosas, la Diagonal, esa calle hermosa que el ayuntamiento de Hereuville quiere arrebatarnos con falsas consultas al estilo de los referéndums franquistas (como ninguna ley protege a los árboles de esos políticos arboricidas y de esos súbditos comerciantes que se dejan engañar, todo puede destruirse), esa misma calaña de políticos que aparecen ahora sin máscara con todos sus latrocinios y su desvergüenza, ay... La Diagonal con sus plátanos delgados y desmañados en un baile de sombras y cortezas de tronco tricolor, las flacas y despeluchadas pero altas palmeras, los edificios que no han caído bajo la piqueta (aunque siguen cayendo)...
Al llegar a casa me ha tenido secuestrada el técnico de telefónica, que era un tipo listo, con aire de selva amazónica y antepasados quechuas, y yo no dejaba a G. que se marchara porque me desespera no poder conectarme ni leer en el sofá, ni escribir, con el técnico recorriendo la casa siguiendo sus pistas... Y G. aprovechaba para enseñarme vídeos y cosas suyas, y he leído su último comentario sobre Stefan Zweig, y cuando al fin el técnico se ha ido, dejándome con el dilema de su extraño diagnóstico, y hemos bajado a la calle, G. a sus cosas y yo a las mías, al pasar por el droguero (rodorediano, como todos los drogueros son, aunque éste es relativamente joven y toma el sol en la puerta a mediodía) no he podido resistir la tentación, le he comprado un sobre de tinte iberia (Azul añil, le he pedido, pero él me ha corregido: Querrá usted decir azul eléctrico, y eso me ha recordado una frase de Dubravka Ugresic que no citaré por bien del droguero) y he teñido una camisa de buena marca, que tenía un tono azul cielo demasiado bcbg para mí, y que no quedaba bien con mis colores, y ahora la camisa se ve preciosa secándose, azul añil o azul eléctrico, y me recordará un mono azul de mecánico que yo usaba para casa cuando tenía la edad de G, y toda aquella esperanza desenfrenada y vitalista y mi pasión de entonces impregnará sutilmente la camisa italiana teñida... a menos que fracase y quede alguna mancha, y entonces tendré que olvidarla.
Después me ha llamado un amigo del norte y me ha contado una visita literaria a una casa portuguesa maravillosa, envuelta en una cortesía frondosa como el jardín y el mejor oporto y su descripción me ha recordado a la película donde Tonino Guerra habla con Tarkovski en su vieja casa de Roma y le recita un poema para desayunar, y de la excursión a esa casa del sur donde no les dejan entrar a ver el suelo hecho con flores esparcidas. Y ese amigo, que ha visto la película varias veces, va a presentar pronto su libro magnífico (que yo tuve la suerte de reseñar) en Barcelona, y allí estaré yo para escuchar y celebrarlo.
Y ah, ayer sucumbí a una tentación y hoy he estado leyendo un librito precioso de Yves Bonnefoy, ese primer sueño suyo donde navegaba y llegaba al atardecer a un puerto luminoso y él se interrogaba: ¿Será Tesalónica? ¿Será Esmirna? Pero cuando preguntaba a la gente, nadie sabía contestarle, pues aunque entendían sus palabras, era como si no comprendieran la idea de un nombre asociado a una ciudad, y él probaba de otras maneras: Si usted se fuese luego volvería a... Y ellos sonreían corteses y le esquivaban. Y al despertar se enteraba de que su madre había sufrido un ictus y la habían encontrado en el suelo con una inteligencia reducida, infantilizada, pero conservando toda su cortesía, intentando atender a quienes le hablaban, ofreciéndoles algo, y él se preguntaba si la cortesía de su madre no respondería a un antiguo sentimiento de extranjeridad que nunca había dejado de sentir en esa ciudad ajena, a pesar de los años.
Yo seguiré aquí, esperando (desesperando) que mis cuentos salgan de la imprenta, con esa impaciencia que lo arremolina todo como un viento la hojarasca. Mañana es mi conferencia sobre Natalia Ginzburg en el posgrado de traducción literaria del IDEC (UPF). Ojalá los oyentes oigan algo más que mis equivocaciones.
Y la inauguración de MANEL ARMENGOL en la galería Tagomago. Lean mientras esta magnífica entrevista a Herta Müller que me mandó Eph, donde su visión me recuerda mucho a la de Agota Kristoff. Voy a buscar sus libros.
Y el domingo iré a Madrid, para asistir el lunes 2 a la reunión del Jurado de los Premios Nacionales de Traducción. Mientras, lean aquí mi artículo de hoy en La Vanguardia Cultura/s. Y sobre todo, perdonen mis excesos de escritura de estos días, lectores silenciosos e invisibles, no se sientan obligados a seguirme, todo es producto de mi impaciencia.

11 comentarios:

Icíar dijo...

Pues a mí me han encantado tus excesos de escritura. No me cansan.

Ya que hablas de los argentinos, que parece ser que son muy cultos, contaré un chiste argentino que me hizo reír:

En una pared de algún edificio argentino, a modo de pintada ponía:

Dios a muerto. Firmado: Nietzsche.

Pero, a continuación, a modo de respuesta, también ponía:

Nietzsche ha muerto. Firmado: Dios.

Por cierto, a los de Ceuta nos llaman 'caballas'.

Belnu dijo...

Gracias, Icíar! No me habías dicho que fueras de Ceuta, qué exótica! A mí me encanta lo de Vaya donde vaya...

Adelarica dijo...

gracias isabel por tus palabras
habría que ir a ver lo de Manel, sin falta, estos días

Belnu dijo...

Son sólo la verdad.
Y sí, habrá que ir a verlo. Yo iré apresuradamente hoy, al salir de mi conferencia

Emma dijo...

Courage, Isabel! Hoy me has dejado aturulada ( si esa palabra existiera)

Belnu dijo...

La palabra existe si le añades una ele, aturullada, pero por qué? Te parece que no se entiende nada de lo que escribí? Tal vez escribo peor cada día que pasa, sí... Y es verdad que lo mezclo todo. Por suerte algunos todavía me entienden, será que están abducidos:)
Mejor no pensar en esto porque dentro de un rato voy a dar una conferencia a los estudiantes del posgrado, si se aturullan mal andamos

Belnu dijo...

En cuanto al courage, me hará falta para soportar las humillaciones y miserias de la traducción en este país, para abandonar la escritura, sí, pero aún no he entrado en ese terreno cenagoso.
Pero de momento, mi libro llegará el martes! Y pronto sabré si quien escogí acepta y puede presentármelo

frikosal dijo...

El martes !!
A ver si puedo comprarlo cuando vaya a la capital. Aquí solamente nos llega el mundo deportivo y más ahora que la librería ha sido absorbida por una multinacional.

Yo, entre tantísimas cosas que dices me quedo con esa ictopia, que debe ser... ¿una inflamación frecuente en los que quieren vivir como peces? ¿una utopía fuera de lugar?

También me quedo con la expo de Armengol que más siendo de Islandia promete por partida doble. Que desgracia vivir lejos de todo. Aquí la única distracción es sentarnos junto a la tele a ver como van evolucionando los escándalos de corrupción.

Pero no abandonarás la escritura, tienes que acabar la novela.

Belnu dijo...

Friks, me encanta tu exageración de las cosas, que me recuerda a la mía! Pero el libro tardará, yo lo tocaré el martes pero a las librerías llegará´... qué sé yo, días después y más días. Ya os avisaré, y a la presentación, si todo sale bien. Y sí, seguiré escribiendo pero como dice mi amigo serbio, no se puede seguir escribiendo cuando estás a punto de sacar un libro, hay algo simbólico que no encaja. Y mientras le he dado mis 45 páginas de novela precisamente a mi crítico implacable y despiadado para que me diga si debería tirar la toalla, si así no puedo seguir o si tengo futuro con eso, y escuchándole (él no me dirá nada hasta mediados de noviembre) también descubriré algo, tanto si estoy de acuerdo con él como si no...
Sí, la ictopia y los peces, también yo lo pensé, un mar utópico y problemático a la vez

Emma dijo...

Aturullada porque cada dia escribes mejor, por supuesto.

Belnu dijo...

Pero Emma, la buena escritura no aturulla, porque fluye, yo creo que sólo aturulla lo que se atranca, lo que no es claro, el texto a trompicones... pero en fin, en mi descargo diré que en el blog se escribe deprisa!