Una música de guitarra latina algo anticuada que llegaba extrañamente de la casa vecina, donde sólo suele oírse música clásica o en todo caso francesa. Esto ocurrió anoche: yo leía en el sofá, con Rufus sumido en su sueño profundo e irradiante, pegado a mis tobillos, e intentaba sustituir una lastimosa sensación autocompasiva con la lectura, pero era en vano, me admiraba de la escritura ajena pensando en mis libros otros, en lo que antes sabía escribir, y en mi novela extraña creciendo y deshaciéndose sin encontrar el arrastre de siempre. Una estúpida pero hábil voz negativa, familiar, es decir, secuestrada de mi infancia, me decía: tú has perdido el rastro de tu escritura y ahora vas a adentrarte en ese terreno ajeno porque sí... Me quedé dormida y tuve un sueño demasiado evidente, aunque con la belleza de ese lenguaje y su abarrocamiento.
Había visto a alguien que antes era hospitalario y amigo y ahora parece condicionado por la opinión ajena, vuelto contra mí sin poder decirlo, fingiendo una naturalidad o una simpatía que ya no siente, manteniendo un hilo que ya no está. Aunque yo necesito comprobar antes de decidir, me puso de malhumor, justo antes de salir a la calle Autopista, con su bosque de feas farolas exageradas y coches rugiendo como tigres (but tiggers are better-looking, aren't they?), intentar una vez más en vano entrar a una tienda de móviles -pero la cola era larga y lenta y asfixiante), comprar otra plancha para sustituir a la rota, buscar rábano negro para desintoxicar, y empezar a curarme de mis pequeños malestares insidiosos.
No te preocupes, me dijo alguien hablando de la precariedad material, esto es transitorio y yo puedo ayudarte mientras dure, como tú me ayudaste a mí. Pero ahí estaba mi sueño, con su conclusión esperanzadora, sin repetir ya el motivo de siempre. Otra vez necesito valor para seguir, para entrar con el machete apartando maleza, hierbajos y espinos, si pudiera... Y antes me queda rescatar y ordenar las fotos de mi libro de la ciudad, otra vez me ataca el síndrome antillano de Jean Rhys, y si no me arrancan el manuscrito...
Cuando escribimos nos entienden felizmente algunos, pero también surgen esos hocicamientos envidiosos de gente que no puede vivir sin nosotros, sin venir a insultarnos, que quisiera dejar sus excrementos y su estupidez en nuestro espacio, sin darse cuenta de que su propia insistencia demuestra sólo su torpe admiración y su deseo... ¡Ja! (esa carcajada triunfante la tomo prestada de mi amiga americana, que diría Ha!). Ellos no pueden entender ni imaginar mis oleadas de felicidad ni saber que incluso ellos son digeridos y transformados en algo alegre, casi un triunfo y que, como dijo la Esfinge la última vez que la vi, me han servido de entrenamiento y ahora me río victoriosa mientras escupo sus huesitos.
Mientras desayunaba, he visto Toni Takitani, de Jun Ichikawa. Habla del duelo y la pérdida y también de la belleza y el vacío y acude a un derrotado y prisionero japonés de la Segunda Guerra para explicar la tristeza y la incapacidad paterna de un personaje. Pero había algo, quizás en esa obsesión fetichista por la moda, las marcas y el vacío (eso sí, el buen gusto hace que todo parezca bonito y nada impostado ni tenga ese exceso abarrocado y a veces peripatético del lujo visto a la occidental, y en esa protagonista no me molestaban siquiera los tacones) que me ha hecho pensar en Murakami, un escritor que no es my cup of tea, aunque siempre tenga algo, pero que me da la sensación de que escoja sus ingredientes para hacer un plato muy bien presentado y le falte algo de verdad, y que en el fondo, a pesar de las apariencias, resulte tranquilizador incluso al contar una historia triste, como si le dijera al espectador: "Es comprensible, su historia es muy particular, no te afecta a ti". Y al ver los títulos de crédito del final (no vi los del principio!) resultó que estaba basada en una novela de Murakami. Y pese a todo me ha gustado verla, me ha sorprendido cómo con esas imágenes de vídeo podía lograr una reducción casi beckettiana a veces, contando todo con voz en off, ilustrada por esas escenas frías y grises.
Qué felicidad el silencio de los sábados, incluso la idea de escoger las fotos de mi libro me hace ilusión. O entrar en esa jungla de mi novela. Voy a poner música mientras tanto...
Last minute news. Acabo de saber que ha muerto Luis G. Berlanga, con quien tuve la suerte de trabajar en el Jurado de La Sonrisa Vertical y del que guardo recuerdos alegres e hilarantes. De ese Jurado primero murió Gil de Biedma, luego Ricardo Muñoz Suay, pero también Juan García Hortelano, Fernando Fernán Gómez y luego murió Toni López: qué ráfaga melancólica porque era un grupo encantador y lleno de humor y genialidad. Otro día contaré mi historia del director de El verdugo, Plácido y de tantas películas memorables durante décadas. O quizás la cuente en algún libro. Pero quería decirle adiós desde aquí.
8 comentarios:
Me encanta ese autorretrato entre armarios. No se sabe si estás saliendo o entrando, o si es esa voz de la infancia que no te deja salir del todo. Entre tanto, te autorretratas... ¡y sonriente! Como tú misma dices, dichosa, a pesar de todo, y sigues buscando y puedes ver pelis a la hora del desayuno. Hoy me ha dado una especial envidia eso de la peli a la hora del desayuno.
No sin sentimientos de culpa, Bel M! :-) La gente ve la tv o películas de noche y yo casi siempre leo a esas horas, y últimamente sólo deberes! aunque sean deberes placenteros. Mientras desayuno pongo siempre Arte tv, pero hoy ponían dibujos animados y siendo sábado decidí demorarme... Me alegra que te guste ese retrato con cajas y desorden, es verdad que parece que "salga del armario", ja ja
:D Bonito adiós, sin duda.
Ese !Ja!, me ha recordado a Al Pacino en "Esencia de mujer"
Tomo nota del uso de rábanos negros para desintoxicarme, igual se me pega algo de la foto :P
Icíar, gracias, pero si yo vi una foto tuya y estabas muy guapa! Y en esta rosa también quedas muy bien... Sí, ya te diré del rábano negro...
Un árbol exótico, vaya que sí, regalando fruta en el asfalto. Uno de esos seres que, si tienes la suerte de encontrarlos, te dejan con la reverencia, y el temor, de pensar que la vida todavía no te lo ha dado todo. Creo que la música la tocaba yo. Gracias.
No sé a qué te refieres, Negroponte. Y el nombre da mala espina, sobre todo por Irak
La elección del nombre de Negroponte ha sido precipitada y, se ve, desafortunada. Se nota que no leo mucho las noticias. Lo demás se refería a lo mucho que me gusta leer lo que escribes, y también la persona que lo escribe.
Perdóname, Negroponte o Anónimo o Whatever. Mi desconfianza, tras algunos insidiosos comentaristas agresivos y mi precipitación me ha confundido contigo. Pensé que te burlabas de mí y me estabas elogiando. Me siento avergonzada. Muchísimas gracias por tus palabras y perdona mis paranoias y bufidos.
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