Me parece que hayan pasado sin escribir aquí. Como siempre, la sensación subjetiva del tiempo que se llena de cosas. Los cambios de perspectiva, las lecturas y sobre todo la escritura.
Alguien se prestó a escuchar mi lectura en voz alta de algunos primeros fragmentos de mi novela. Pensé que al leérselo, se produciría ese extraño efecto de poder apartarme del texto y verlo con los ojos imaginarios del otro, la Otra Bel, aún sin mirarla, antes de que hablara, descubrí qué era lo que faltaba, descubrí qué era lo que no estaba abordando, cómo estaba esquivando el núcleo principal, de puro terror a meterme ahí. Ella vio lo mismo que yo estaba viendo. Sonaba bien, algunos pasajes me gustaron con la vibración de la voz, pero había agujeros importantes. ¡Y eso significaba una vía para avanzar al fin!
Así que ayer empecé a escribir y hoy he seguido. Ayer fue la felicidad de tener esa opción, de poder seguir, de la escritura que da sentido a lo demás aunque no lo tenga, que permite distanciarme de las demás cosas o que las ordena de una manera misteriosa. Iba por la calle de otra manera. Hoy también he escrito antes de traducir, pero he notado lo que temía, la sensación de tener que abordar ese dolor pegajoso, que me está condicionando también fuera, a alejarme de M. y de su mundo y de la mujer que me cuidó y también ha perdido la conciencia, y es que ahora no puedo verlas porque son personajes demasiado intensos del tiempo del que escribo.
La gata Gilda mejoró. Ayer fue un día asombroso, comió algo, dos veces, salió a la puerta a saludar a G. cuando vino, parecía animada. Pero como en la frase de Lenin: Dos pasos adelante, uno atrás. Hoy la gata se ha levantado distinta, otra vez sin poder probar nada, sólo queriendo dormir. Y a mí me duele la escritura, aunque siga todo lleno de sentido sinsentido, de una alegría de poder seguir ahí y de meterme en el barro, o bajar a aquel abajo del que hablaba Chantale Maillard en sus Hilos o en sus Husos, ese abajo donde escribió siempre Danielle Collobert.
Y es que fui a una lectura de Maillard en la Sala Bassas la otra tarde, como cierre de la exposición pictórica de Andreu Planas. Éramos muchos y nos sentamos en el suelo. Yo veía sus brillantes zapatos rojos como una evocación de Moira Shearer y Andersen en el propio buceo del duelo y la pérdida. Me gustó mucho escucharla porque daba muchas pistas sobre lo que más me interesa de su escritura, que es esa narrativa suya, esa forma de asociar y pasar de una cosa a otra, y esos finales. Me gustó porque leyó Hilos, que yo ya tenía, pero también leyó Husos, conectándolo a Hilos como su origen (he encargado Husos al librero de la calle Berlinès que, conociendo la impaciencia que me caracteriza me dijo: Lo siento, pero no podrá ser hasta... el viernes. Pensaba que iba a decir Till September, Petronella). En la lectura, la gente estaba hechizada (excepto dos o tres que salieron huyendo, pues para ellos, nombrar así la tristeza sería falta de cortesía y necesitaban la presencia del humor. Sólo que en algunas pérdidas no cabe ese humor, sólo cabe intentar pensar, entender, poner en palabras. Y ella, que viene del pensamiento y la filosofía, lo hizo magníficamente. También pensé en Pizarnik, en Ingebord Bachmann y en conexiones con cosas vividas. Al acabar, el galerista nos ofreció en su casa una cena deliciosa, gracias a su don de chef. Había más cuadros de Andreu P. que encajaban con las palabras de Chantal Maillard, con fragmentos de su Matar a Platón en las paredes.
Había quedado con el poeta RH, pero él se quedó retenido en un tren, por unos piquetes desesperados y algo salvajes. Así que me volví a casa, tras hablar con una novelista filobalcánica, y gracias a Stalker, pude ver Là-bas, una interesante y extraña película de ficción documental de otra Chantal, también belga, Chantal Akerman. Mi reproductor de DVD murió misteriosamente en ese momento y la vi en el ordenador, aunque me habría gustado verla en el cine. Esas imágenes magníficas y casi sin cambios, de intimidad protegida con persianas semitraslúcidas, por el soslayo de la cámara, que no la muestra a ella, salvo sesgadamente de pronto, en un espejo en sombras o en la extraña playa, rodada en un apartamento en Israel de donde no puede salir, se siente incapaz de salir, come lo que hay en la casa -arroz y zanahorias-, y lee libros complejos sobre la historia judía y repasa los errores cometidos en Israel, y piensa en Israel y en el suicidio de su tía y de un amigo, que coinciden extrañamente en el tiempo, y la visión lejana de esos vecinos casi adivinados que toman café o fuman en sus terrazas o balcones, y ese algo punzante y doloroso que está en la quietud y en la incapacidad de salir y a la vez la luz africana, total, que parece hablar de un calor absoluto, aunque cuando se ve la playa la gente va abrigada, y la historia y el peso que tiene sobre la identidad y la vulnerabilidad y sus heridas están ahí, en esa voz ya envejecida. Pensé inevitablemente en Agnès Varda -judeidad, Bruselas, memoria- y sus playas de Agnès, aunque aquí desde una narrativa mucho más quebrada, más poética, más nueva, pensé en mi sensación de casa como espaco de envolvimiento, en mi propia incapacidad de salir a veces, en la visión de los otros, casi imaginada, como colección de interrogantes que no necesitan responderse para poder soñar, pensé en que me gustaría tener unas persianas como aquellas...
Antes había estado leyendo Habitación doble de Luis Magrinyà. Él dijo que era un libro bueno para el verano, a mí me sirvió para una noche de insomnio. Lo leí admirada y sin dejarlo. Por su dominio de escritor, el ingenio sutil -entre madrileño y salingeriano- para describir tipologías y colorear personajes, sobre todo el retrato del holandés no-errante Hendrick, la actitud mezclada de cortesía e interrogación por no querer ahondar en los misterios del sexo que le lleva al peligroso bondage vecinal, su razonamiento posterior para no denunciarlo (habría que hablar más de todos esos matices cuando se habla de violencia en las relaciones, cuánto más se acerca Magrinyà que toda la irreflexiva prensa en años), la casa y la relación con las ciudades del isleño y el provinciano, sus cuentos de familias y sus alusiones a la tristeza y la alegría de los fármacos, la historia holandesa me fascinó, pero también me divirtió la cena de los médicos con la vieja extraviada y el dentista, y su neurólogo deprimido en el campo con el amigo camello, y aún más el diálogo perfecto de ingenio y sutileza que transcurre entre los franceses y el paisaje invernal de Sisley, y al final, por encima de todo la genialidad de su ensayo sobre la paternidad a través del padre del carnicero de Milwaukee, absolutamente genial, a pesar de mi disentimiento ideológico, por el approach de las neurociencias (más moderno que yo, pues al fin y al cabo, los laboratorios farmacéuticos son los que ahora fabrican la ideología y los genetistas que a mí me gustan, los humanistas como Cavalli-Sforza, que niegan que ninguna conducta tenga origen genético-biológico, son acallados en los medios junto con los psicoanalistas, sobre todo en este país de desierto cultural y de ausencia de lo judío), y su curioso supuesto rechazo de lo psicoanalítico al mismo tiempo que usa y se apropia de muchas de sus ideas, hablando no sólo ya sólo de le retour du reffoulé sino de un relajarse o someterse al inconsciente, y tantos otros argumentos, porque precisamente la refrescante libertad moral y sin hipocresía que tanto me gusta de su approach (supongo que a los críticos les parecerá admirable en un hombre, en lugar de tacharlo de amoral o promiscuo; tan libre como la Colette de Le pur et l'impur, pero furiosamente contemporáneo) encaja bien con lo psicoanalítico. Pero una cosa es mi posición ideológica y otra muy distinta lo estupendo que es el libro. Reconozco que la primera historia no me arrebató como las siguientes y que pese a sonreír con las reapariciones de algunos personajes -el del crucero en un bar de Ámsterdam, por ejemplo- no siempre he llegado a ver las razones estructurales de la unión de algunos cuentos dobles, la relación entre una y otra parte, pero eso puede deberse a esta lectura loca que he hecho, nada analítica, sólo dejándome llevar. Y en cuanto a su acercamiento a los monstruos, me resulta cercano pese a la sorpresa inicial, al fin y al cabo yo escribí de la guerra y entrevisté a un malvado, que tampoco se había manchado las manos...
Y héme aquí en este calor radical, enredada en esta extraña madeja, traduciendo a MB., contenta por haber encontrado un camino a mis infiernos, aunque tenga que salir de ellos escaldada, aunque la bajada no sea impune, es una bajada virtual, como quien dice. La gata, tras un violento rechazo, acaba de aceptar un platillo de atún.
15 comentarios:
Bon profit!, diría, si Gilda-Rita me entendiese.
Me ha producido cierta aprensión el leer sobre sus problemas físicos todos estos últimos días, también estaba yo viviendo con un ánimo muy especial condicionado por el fallecimiento de alguien muy próximo.
Estando en el cementerio de Les Corts quise aprovechar para visitar la zona hebrea, no sé si debe ser el único cementerio judío de la ciudad, y pude ver que muchos de los ahí enterrados procedían de Salónica, ciudad que fue refugio del mayor número de sefardíes cuando la expulsión.
Sí, Eph, conozco ese cementerio judío, normalmente cerrado con llave, hay que pedirla, por los atentados, supongo. Y recuerdo de alguien que iba a ver allí a su madre. Ah, las ciudades-archipiélago, que decía Massimo Cacciari y que yo cité en mi libro balcánico... Era otra Europa, como este país fue un lugar de convivencia multicultural, antes de los siniestros reyes católicos...
Sí, lo de Gilda es dificilillo, ojalá lo consiga, lo consigamos entre todos!
Eph, quería decirte que siento esa sombra y esa pérdida tuya; hoy pensaba que este calor, a veces, me da una sensación de muerte.
Ese cuento, como todos los de Andersen por otro lado, y esa película, son una maravilla. "Hilos" es quizás mi libro preferido de Ch.M.
En ausencia de lo judío y de tantas otras cosas...
Qué bien que puedas escribir a pesar de todo.
Sí, a mí ese cuento (y otros de Andersen y algunos de Grimm y etc) me vuelve siempre, sobre todo porque yo siempre he tenido algún par de zapatos rojos! Sí, escribir es lo que importa. Gracias por tu escucha, Bel M.
Es gracioso que de pronto entendí al fin lo que quiso decir mi amigo serbio al leer las primeras probaturas de esa misma novela; y era lo mismo! Pero entonces no lo entendí
los días continuados, la vida...
me alegro
Qué bien que la gatita coma de vez en cuando. Da mucha alegría leer ese atún del final...
Y es estupenda tu visión de Akerman y cómo lo conectas a tus propias raíces, a tu flujo interno y de experiencia. Ha sido quizá la película que más me ha impactado en los últimos años, por su crudeza, su radicalidad estética, su forma de bucear sin complejos en el miedo...
"Husos" es mi libro favorito de Chantal Maillard, por encima de "Hilos". "Husos" es algo tan inclasificable como poco leído (un libro tan desconcertante que en su idea no fue reseñado por nadie): una teoría de la conciencia y muchas más cosas.
Aquí pueden escucharse poemas leídos por la propia autora (no te pierdas "Escribir"):
http://poesiaenelaire.mypodcast.com/200805_archive.html
Abrazos a ti y la gata. Y un pequeño conjuro para su salud...
Gracias Bel, ya todo a pasado. No ha sido traumático porque era una perdida anunciada desde hace tiempo por la edad de la persona, mi madre, a punto de cumplir 92 años.
Gracias otra vez.
Gracias, Stalker! Iré a escuchar ahí, sobre todo mientras espero el libro. Sí, hay cierta densidad en lo que escuché de "Husos" que se explica bien como raíces más oscuras, más metafísicas y a la vez más carnosas y subterráneas de "Hilos", y sobre todo, después de leer "Hilos", la tentación de ir a esa hondura originaria es más grande.
La gata cambia con los días. Ojalá vuelva a mejorar con ese conjuro!
Pero aunque sea ya sólo por el lado simbólico, esa pérdida tiene su peso, Eph. La mía vive ausente desde hace tiempo y yo pienso que esa media vida o ese simulacro de vida en la que sólo la mantiene un conglomerado de fármacos como experimento que enriquece a los laboratorios es peor, mucho peor que la muerte, pero sé que cuando se vaya habrá un impacto, una pérdida más simbólica que real
Stalker, no he resistido la tentación de escuchar el poema de ChMaillard "Escribir" (en esa dirección que me has dado), es uno de mis favoritos, creo que está en "Matar a Platón", y el otro día lo vi escrito en casa del galerista. Es buenísimo, tiene esa totalidad de la poesía, que parece sintetizarlo todo, lo que en prosa exigiría muchas páginas, pero además de todas esas vueltas a las razones de la escritura frente al dolor, hay pequeñas maravillas ("palabras como boca de gato, palabras como latigazos...")y en otro rato escucharé los demás. Gracias
He de confesar que tal vez "Hilos" sea mi libro preferido porque no he leído "Husos". Entre Stalker y tú me habéis convencido de la necesidad de leerlo, así que me haré con él.
Buenos días, a ti y a Gilda (y a todos los que por este generoso lugar se pasean).
Gracias, Bel M! Yo espero pescarlo hoy del librero de la calle Berlinès! Buenos días también para ti...
Muchas cosas en tu post, como siempre. Reconozco esa felicidad que sigue a la escritura, es como un estado de conciencia superior, en el que todo se comprende y todo se engarza como debe. Lástima que dure poco.
Me parece una buena opción esa lectura en voz alta de las páginas de tu novela. La voz construye su propio relato, y la música interna de un texto leído ilumina los espacios en blanco, lo que sobra y lo que falta. El único peligro que le veo a eso es la posibilidad de caer en una permanente reescritura, en una corrección maniática.
No conozco la poesía de Maillard, pero tomo nota para el futuro.
La poesía de Chantal Maillard no te dejará indiferente, JML, yo diría que te gustará.
Bien dicho lo de la voz y la lectura, pero jamás utilizaría ese recurso para una reescritura maniática, hay un momento en que yo necesito acabar y siento que he acabado. Aunque reconozco que al cabo del tiempo haría como Monet?, que llevaba los pinceles en el bolsillo y retocaba sus cuadros furtivamente en el Louvre
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