domingo, 4 de octubre de 2009

Yo iba andando

Foto: Josep Liz, Yo, contemplando les Gorges du Tarn, 2009.
Yo iba andando por la ciudad como si la viera por primera vez, con los ojos como mariposas pequeñas recorriendo las copas de los plátanos de las Ramblas y los más altos balcones y azoteas, en un extraño paréntesis en el que los turistas parecían haberse dispersado, mirando el muro del Palau Güell como si fuera de una ciudad ajena, las flores de la Carolina, los troncos pecosos y bailarines de mis pobres -amenazados, majestuosos, egregios- plátanos barceloneses, o por la calle Princesa tropezando con mis recuerdos, ya no sé si dolorosa o felizmente, porque los incorporaba mentalmente a mi libro de paseos urbanos, ahora interrunmpido pero aún latiendo ahí, bajo las mantas de este caótico octubre, Pou de la Cadena, el bullicio triste de Montcada, ahí sí en plena desolladura por lo perdido... He llegado a un encuentro con dos apasionadas sinólogas en una terracita, con un intercambio vital de pensamientos y humor inteligente sin ocultar lo difícil, precisamente situado en lo difícil, que me recordaba a una película, he pensado en cómo me alivia a mí sentirme entendida por gente valerosa y no escuchar la cobarde negación habitual por estos lares. Luego, al despedirme en una esquina de las Ramblas, sentía un remolino de desaliento que burbujeaba protestando, preguntándome por qué algo en mí ha renunciado a la vida, por qué ya no puedo como antes... He comido con la Belle Elaine y su Iannis en un restaurante indio, con alegre conversación de rescate, me han traído a casa en camioneta, he participado con A. en la brigada de limpieza del azufaifo, desde el otro lado de la reja, luego he empezado a releer a la Ginzburg para mi curso, y sin querer contemplaba la palabra acercanza aleteando en el aire con sus hermanas italianas: existenza, importanza, abbastanza. La acercanza tiene ese lado latino que la vuelve más genuina, más arraigada en la historia, sin pervertirse con esa terminación comercial que les hemos puesto a sus palabras emparentadas (cia). La clave es la acercanza, pensaba yo en otro sentido ya menos metafórico, mientras leía uno de esos relatos cargados de tristeza callada de la Ginzburg, la acercanza que ya no puede existir... "Tal vez me esté muriendo sin darme cuenta", fue la frase que me despertó bruscamente de mi sueño hace ya días, mientras contemplaba una absurda escena de conversación de gente de la sociedad barcelonesa: estaban sentados y discutían de banalidades criticando a otros, pero todos llevaban en el cuello esas campanas de plástico blanco traslúcido que les ponen a los perros cuando les operan, para que no se rasquen la herida. Yo les miraba desde un palco desdeñándolos mentalmente y entonces surgía ese pensamiento que quemaba y que acabó por despertarme, sudando. "Pero puedo escribir", pensé entonces, intentando, como dicen los franceses, me raisonner.
Anteanoche vi Le signe du Lion, un Rohmer que parece casi Orson Welles en su época parisina, un Rohmer blanco y negro y algo expresionista, en un París años cincuenta, un París de Willi Ronis o incluso un poco de Atget, un París de clochards.
En este caótico y desollado octubre siento deseos de abandonar e irme, pasear por París o recorrer las calles de Budapest. Me gustaría irme a Rusia a entrevistar a tres escritores, montar otro proyecto de búsqueda tentativa por el Este. Y sí, tal vez pueda escribir, después de todo, cuando despeje esta maraña, cuando acabe todo esto, en noviembre...

9 comentarios:

Icíar dijo...

¿Sabes? lo primero que me atrapó de esta entrada fue la foto. Te miré y ví a Catherine Deneuve en Indochina, esa película que tanto me gusta.

Luego, tus palabras, que hoy me parecen más nostálgicas que de costumbre, encajan en esa sensación que a mí me inspira la película también. El deseo, la lucha, los afectos, la belleza del entorno, y el cambio que no cesa, dentro y fuera.

Belnu dijo...

A mí no me gustó esa película, Icíar, pero sé que ante el cine predomina lo subjetivo y vemos cosas distintas en la misma película. Yo pensé que tal vez sin volumen...

Ephemeralthing dijo...

Creo que yo ya veo a Barcelona como una ciudad ajena, la acercanza cada día mengua, aunque hoy he podido maravillarme con los plataneros de la parte más alta dels Jardinets en Paseo de Gracia, tan largos y esbeltos su tronco y ramas que parecían otro árbol. También me ha ocurrido que al contemplarlos tenía una sensación de amenaza latente un poco desagradable. Ese es el espíritu que me aleja de esta ciudad.
Me encantaría ver esa película de Rohmer.

Belnu dijo...

Sí,sí, esos plátanos son preciosos, yo los saludo al pasar y les prometo seguir intentando que no los talen, a mí me pasa igual, se me revuelve todo al pensarlo y pensar que a la gente le da igual. El otro día se lo dije a Oriol Bohigas en la fiesta de Anagrama y él estaba de acuerdo. Es un desatino y una gran injusticia que puedan siquiera planear esa tala. No me cansaré de repetirlo y de hacer todo lo que se me ocurra por evitarlo.

Hermi dijo...

Hace un par de años veía yo Barcelona por primera vez. Me gusta ver las ciudades con ojos nuevos, aunque sea la mía; mi Madrid.
En las Ramblas, en el río de las Ramblas -tal era la afluencia de gente- pudimos atracar un rato en el Mercado y luego desembocar en la Plaza de Colón y el Puerto.
Barcelona me pareció una ciudad mágica para perderse pero con un defecto: hay demasiada gente. Creo que hay demasiada gente en todas partes.

Belnu dijo...

Todo es subjetivo. Barcelona pudo tener su magia en los ochenta, al salir del franquismo y desperezarse. Las Ramblas era un lugar por donde pasear, leer en un bar y encontrarse a los amigos. Ahora no se puede andar y vale más mirar las copas de los árboles: ayer yo estaba tentada de preguntar a todos los hombres que veía, en sus idiomas y en mi lengua: ¿Para cuándo es el bebé? Las barrigas de hombres embarazados eran lo único que circulaba, en un sórdido concurso´de volumen y fealdad. Hordas de barrigudos descerebrados que pasan sin saberlo junto a la casa de Miró, como los que asisten a conciertos en el fòrum sin saber que allí fusilaron a tantos republicanos. Sólo beber barato y comer basura. Yo no puedo encontrar nada mágico, excepto en la piedra y los árboles y las luces y sombras, sólo que continuamente descubro nuevas talas y demoliciones, sustituidas por cemento y mediocridad. Si supiera cómo vivir en otra ciudad de Europa... pero apenas sobrevivo aquí. Tal vez cuando esté a punto de ser homeless pueda trasladarme para serlo en Nîmes, por ejemplo...

Belnu dijo...

Sería injusto no decirlo: la única belleza en el paisaje humano, aparte de tantas mujeres locales de todas las edades, es la de la mayoría de los africanos que venden cerveza, barren, etcétera, y siempre me choca que los desheredados sean los únicos que conservan su belleza en un país de obesos descerebrados, lleno de turistas obesos. El otro día en plaza Cataluña una joven se desgañitaba denunciando la traición socialista y la política derechista y antisocial que están haciendo en el gobierno. Pero la gente a su alrededor no podía ser más impermeable; sólo parecían pensar en sus compras. Pagamos más por todo, pero ellos, sumisos, no se quejan. En algún momento empezarán los atracos constantes, pero la gente prefiere no protestar

Ephemeralthing dijo...

El sábado pasado salió en la conversación con un viejo amigo: las barrigas. Sobre todo de nuestros gobernantes tarraconenses, barrigas como de mujer embarazada dijimos igualmente, hacia adelante-fuera y mostrada con arrogancia.
Así como una mujer preñada es una imagen estética, en esos personajes masculinos es algo deplorable, como publicitando la "buena" vida que llevan a costa del dinero público. En un hombre el sobrepeso puede ser algo atractivo, pienso en Bo Hoskins, Gerard Depardieu, incluso el Sr. Jaume Figueras, pero esas neo-barrigas no son más a mi modo de ver que el signo de una cierta depravación y un mal gusto galopante.

Belnu dijo...

Sí, Eph, lo pensé este verano en el Empordà, donde ya todo son restaurantes y la gente parece obsesionada por llenarse, se me ocurrió que nadie quiere pensar, ni quitarse la venda autocomplaciente de los ojos, sólo quiere enterrar la memoria, someterse a todo sin pensar, llenar el carro de la compra y comer, llenar ese vacío reflexivo, histórico, crítico y cultural con comida