Los médicos preguntan y eso obliga a pensar lo que nos hemos limitado a sentir, sin analizar minuciosamente. Cuesta describirlo y yo recuerdo a mi padre definiendo los suyos con una precisión entomológica, la misma con la que asombrosamente me describió un día el gabinete de su padre, con una minuciosidad de detalles de la que nunca le habría creído capaz (pero la memoria, el tiempo le inspiraban más que el presente en ese terreno: una habitación de su ahora nunca le habría interesado como aquella que le había fascinado en su infancia). Yo no sé aún qué he tenido estos días, un dolor cambiante que una noche se intensificó tanto y me aterró y me hizo pensar que me estaba muriendo. Sólo Rufus me consolaba en esa noche insomne. A la mañana siguiente la médica, tras unos curiosos puñetazos en la espalda, aventuró que podía ser el riñón inflamado, y el sábado por la mañana me hice análisis y cultivos, pero luego el dolor fue bajando y cambiando y otra vez parece, como al principio, algo muscular, nervioso, intercostal, ciático... Yo sé lo que en el fondo me duele, me duele algo más radical, algo ajeno pero cercano, que tiene que ver con mi pasado, con lo que yo intenté corregir siempre, en un reflejo triste de lo que nadie podía hacer conmigo, y no logré; me duele lo que pueda ocurrirle a A., me duele esa sensación de caída de la casa Usher, me duele lo que no puedo cambiar. Y al mismo tiempo, sarinagara...
Escribo bajo el fondo de llantos de los niños de la guardería. Hoy es el principio de curso. Les dirán a los padres: No se preocupe, cuando usted se va, deja de llorar y se calma. No es verdad. Lloran terriblemente. Algunos arrastran a los otros. Otros lloran cada vez más distraídos, lloran mientras miran a su alrededor, mientras piensan en otra cosa, como hacen a veces los niños. Su llanto generalizado, colectivo, que va calmándose pero no se acaba del todo durante este mes de septiembre, me recuerda la vuelta a lo real. Muchas veces (lo he dicho aquí) he sentido deseos de bajar y sumarme a ellos. Seguro que algunos se habrían callado al verme, en un teatro improvisado. Hay muchas razones para llorar: las tarifas miserables que me pagan por mi trabajo (ahora muchos editores españoles pagan menos de la tercera parte que los franceses) o el trabajo gratuito que me proponen todo el tiempo y que supone nada más que esclavitud, la falta de valoración que eso implica, la carestía terrible de todo, los políticos forajidos que hinchan a los Bancos y aún ahora se limitan a preguntarse si subir algún impuesto a esos hipermillonarios que nos extorsionan y asfixian, pero no lo hacen. Los mismos políticos que talan los árboles y destruyen esta ciudad día a día y promueven salvajemente el tráfico privado y ponen parkings por todas partes, contaminando más y más, dejándonos sin tierra ni verde ni oxígeno...
Y pese a todo, lo que le ocurre a A. me hace pensar de otra manera, todos mis problemas me parecen pequeños, me siento feliz de andar por la calle, de la lluvia, de pensar en mi playa secreta a la que nadie ha querido acompañarme estos días, de seguir andando aún con estas punzadas misteriosas, de poder mirar un retrato de Chéjov (de Ossip E. Braz) que me seguía con la mirada, ayer, de poder pensar en el conflicto de mi novela y corregir las partes que más me convencen y pensar que he construido algo, de ver alguna estrella en este páramo de cielo urbanita.
Sigo pensando en aquel bosque serbio que me restauraba. Anoche hablé un rato con mi ex cuñada, una mujer muy inteligente, que se estuvo preparando para ser psicoanalista y al final decidió no ejercer (pero nos concede a algunos la suerte de su escucha), y hablamos de lo que dolía y también le hablé de mi bosque (ella tiene sus bosques y sus jardines en el noroeste y el centro). Yo lo sentía como mi bosque. En un cuarto de hora estaba dentro y no me encontraba a nadie. Me sentía privilegiada y agradecida de que el bosque -a veces vertical e impenetrable- me dejase estar allí, sola con árboles, pájaros y animales ocultos. Como si me hubieran dado un salvoconducto para acceder a aquel mundo ajeno, perdido, lleno de belleza y de agitación oculta. El aire olía tan bien. Se oían los arroyos incesantemente. Algunos pájaros venían a observarme, como aquel pequeño, negro, con un tupé arquitectónico, que se fue acercando. O las cornejas o las urracas o aquel que gritaba extrañamente, sin dejarse ver. Oía correr conejos o ardillas en el suelo. Vi la sombra de un ciervo y oí su cuerpo pesado, un atardecer. En quince minutos estaba allí y ese paseo me restauraba inmediatamente de todo, del aluvión de emails que hablaban de lo que dolía, de algunas conversaciones lejanas, de mi mismidad. De noche oía grillos, lechuzas, arroyos, el aliento del bosque frente a mí y sentía tentaciones de quedarme allí, bajo un cielo llenísimo de estrellas, constelaciones, nebulosas. Era emocionante, sobre todo para mí, que vivo en el puro cemento de una ciudad en destrucción y degradación constante, porque los políticos la han vendido a la mafia.
Y las visitas de las libélulas, las mantis, las ranas que croaban en el mismo jardín de la casa o la mariposa refinada, gris, de un estampado de seda china, que se posaba todo el tiempo en mi pie, luego la sandalia, mi rodilla, la mano, el libro, cada vez más cerca, moviendo extrañamente sus alas, diseñadas por la mente top of the tops en la historia de la moda. Y yo en la hamaca, mirándola, sin cámara para retratarla.
He acabado de corregir galeradas de ese libro maravilloso de Giono, Un rey sin diversión (Impedimenta, en dos semanas estará en la calle). Estoy muy contenta de que salga. Espero que lo lean todos, lectores silenciosos. Difícilmente encontrarán nada parecido, ese falso thriller poético, metafísico y al mismo tiempo popular, que ofrece acción y entretenimiento con su hondura melancólica y cruel detrás de lo humorístico y vital. Giono tiene además la teoría de que en el campo hay gente filosófica, hermética, que habla con metáforas, como la abuela analfabeta y leibniziana de Víctor Gómez Pin (sin duda no se equivoca respecto a Francia, y tal vez podría aplicarse al norte de este país, aunque el resto sea un páramo para la inteligencia, conseguido laboriosamente por el hacha autoritaria y analfabetizadora). Y tiene sobre todo un humor y una ironía que encajan perfectamente con su pesar melancólico de ese tiempo, después de la injusta persecución que sufrió. Hay una desesperación de la humanidad, con ese título pascaliano que explica el final. Es ese Giono "pesimista feliz", como él se definía. Espero que les guste, con mi prólogo incluido.
El libro coincide también con esa otra traducción mía (y prólogo también) que son las magníficas Crónicas de Nueva York de Maeve Brennan (Alfabia; ya en las librerías). Con ese libro estuve persiguiendo editores hasta encontrarles a ellos. Convertí a la guapa y talentosa Maeve Brennan en personaje de nuestro Sinrazones del olvido. Son crónicas de lo cotidiano, lo urbano, con una mirada especial, entre chejoviana, fashion, turgeneviana, neoyorquina radical pero crítica, con el pasado irlandés en la memoria, de una sensibilidad y un humor exquisitos, de alguien refinado que acabaría en la locura. No se lo pierdan.
Ayer examiné la cartelera con desaliento, tengo películas aquí, pero necesitaba la magia del cine, el abrazo oscuro, esa trasposición. No encontré nada. Oh, ya sé que esa película japonesa kurosawiana en el Verdi será magistral, pero no me sentía como para ver 45 minutos de cabezas cortadas y suelo sembrado de cadáveres de samurais. Y las reposiciones son las de siempre. ¿Por qué no reponer por ejemplo Bande apart de Godard (que vimos este verano en Serbia) o Vivre sa vie o incluso Jules et Jim, o películas de Ozu que volvería a ver encantada, o aquel Sokurov del emperador del Japón, o Nostalghia de Tarkovski?
Leo otro Giono, su Voyage en Italie, he empezado sus prolegómenos y ya me maravilla. Los niños siguen llorando, algunos apaciblemente, como una respiración mahleriana, o con la idea perversa del valle de lágrimas. Otros enfurecidos y más energéticos, emergen del concierto general con decisión y un dramatismo iracundo, contra el mundo entero. Indignados como nosotros. Cuánta razón tienen. Nos han engañado y atrapado a todos. Tenemos que rebelarnos. Rufus está buscando un bicho entre las junturas de la madera. Tiene las rayas de Bengala como recién pintadas.
14 comentarios:
A mi me sacaron del bosque donde jugaba, que era en realidad un patio pequeño pero con rosales y dos tortugas, para llevarme al parvulario. Así empezó todo, recuerdo mi primer día de colegio, llorando y llorando.
Voy a leer ese rey sin diversión, desde luego.
Ah, lo imagino muy bien, Friks! Yo estuve años dándole vueltas sin concluir qué era peor, mi familia o el colegio. En Figueres era mucho mejor el colegio, pero por desgracia duró muy poco. En Barcelona los dos eran lugares de tortura. Yo lloraba en todas partes, lo cual servía de justificación para los palos: "para que llores por algo" era una frase favorita de quien más me pegaba. Todavía ahora hay en mi familia quien justifica aquella violencia porque yo me lo buscaba, al llorar. Yo entendí muy bien a aquellos hermanos de Agota Kristoff que decidieron no derramar una lágrima y hacerse invulnerables, ¡pero eran dos!
Ayer me acordé de tus paseos balcánicos. Aquí es una maravilla poder tener un bosque a 5 minutos andando de casa.
Sigo pasando por este rincón tuyo, en silencio, disfrutando mucho.
Suerte con tus proyectos.
Oh Qualunque, muchas gracias por tu lectura. Efectivamente, ese bosque era un lujazo. Y que tú vengas a leer, también
realmente el paisaje es vigorosamente desquiciante... un bosque lleno de árboles quemados y el fuego que avanza: o miramos cómo devora(n) todo o nos involucramos en el fuego...
¿a qué hora empieza la re-evolución?
Eso, Ed, ¿a qué hora empieza?
Y si no eran dos en realidad los hermanos de la Kristoff ? Y si era uno solamente y el otro era un delirio ideado para poder aguantar todo aquello?
Acabé finalmente "La mort..", contento de que por fin le dejen morirse a escondidas sin el ritual del cemento en la boca. Me ha consolado mucho.
Sí, lo del cemento era una pesadilla, Friks. Y tienes razón, el otro era inventado, un espejo, para resistir
Me interesa mucho el libro de Maeve Brennan, tiene muy buena pinta.
Creo que te gustará, Francis
Hola Isabel,
he seguido tus pasos por tu maravilloso bosque de ensueño.
Esta misma mañana he pasado por una librería de Barcelona Buscando el libro de Giono pero no lo encontré. Claro, es que todavía no ha salido! Tengo pendiente a Maeve Brennan también.
Espero que la vuelta a la realidad de cemento que es ésta ciudad no sea demasiado dura.
Un saludo!
Kathy
Hola Kathy! Por suerte siempre acecha lo inesperado, que puede alegrar físicamente el espíritu y compensar lo amargo...
Que bien escribes, hermana.
Gracias, Deb! Lo mismo digo, hermana en la escritura!
Publicar un comentario