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sábado, 24 de abril de 2010

El día después

Foto: Núria Foraster, Barcelona, Sant Jordi 2010
Fue un sant jordi muy extraño y agotador. Pero el que voy a contar nunca ocurrió, es sólo una de esas reconstrucciones ficticias que me caracterizan, así que permítanme que metamorfosee las cosas a mi antojo.
Por la mañana estuve en las Ramblas, en la mesa del librero de la calle Berlinès, que no estaba (pero le sustituían ayudantes familiares y afines), rodeada de libros y de una muchedumbre apretujada que tan pronto pedía productos antilibrescos (libros de fútbol, nacionalismo barato-romantizado de un actor que quiere ganar dinero, cuentos de una autora estereotípica de autoayuda) como libros de verdad, ¡Max Aub!, Dublinesca, Stefan Zweig, Werfel. Vinieron algunos a por el mío, psicoanalistas, una chica de la radio que nos entrevistó y fotografió, una italiana de facebook que llegó diciéndome Finalmente! Y yo tardé un poco en reconocerla de las pequeñas fotos de fb, ¿Finalmente? Era ella, guapa y crítica e irónica Lella G.! Me hubiera ido a tomar un café con ella.
Había algunos de esos ejemplares de las Ramblas que parecen salidos de una foto de Diane Arbus. Dos mujeres franco-argelinas con aire irritado y huraño y una perra semicaniche con ojeras y sentada en brazos de la mujer como un niño mirando a la gente con espiritual desdén, dos gays culturistas locos montando una escena de Genet y dos mujeres que literalmente parecían aprenderse las recetas de memoria... etc. Yo apostaba conmigo misma el tipo de libro que pedirían los transeúntes y me equivocaba. Pero todo era bastante alegre bajo los plátanos desmañados y majestuosos que aún no ha talado el alcalde arboricida, lamenté no llevar la cámara...
Al salir pasé por los lavabos de un hotel cuyo setting me reconstituye de hordas y ruido, y me fui directamente y por error al infierno contemporáneo de woody allen (aquella discoteca de Reconstructing Harry, ¿recuerdan?). Uno de mis distribuidores me había ofrecido generosamente un lugar para firmar. Esta fiesta es ya tan masiva que resulta difícil no desbordarse y organizarse pensando en todo. El único libro de mi editor era el mío y yo estaba situada entre un encantador de serpientes, que vendía su libro dando la mano a los mirones, presentándose a la gente que pasaba, preguntándoles su nombre e hipnotizándoles para que lo comprasen. Ése era su secreto de la abundancia. Y a mi izquierda una mujer, autora de un cuento de autoayuda en una antología sobre enfermedades, me contó que su hijo padecía una de ellas, no recuerdo el nombre, un síndrome que atribuyen a la genética y que consiste en que los pacientes no tienen sensación de saciedad ni pueden quemar calorías y por tanto son siempre obesos. Yo quise preguntarle si a aquel chico no debería además escucharle un psicoanalista porque había una metáfora tan poderosa en todo aquello, ¿cómo cerrar los ojos y los sentidos a eso?, pero estábamos muy cerca, en la misma celda, como quien dice, y temí por su estado de ánimo y el mío y me reprimí. Para rematar mi desazón, observé que nadie de la horda de transeúntes que pasaban llevaba bolsas de libros ni libros en la mano, sino bolsas de moda. Había algunos ávidos y tenaces recolectores de folletos y puntos de libro, como en la feria de muestras. De pronto vi una bolsa de Laie. Iluminada, me incorporé, pero era Romà Gubern, con la inflexible y eficaz responsable de prensa de Anagrama y otro escritor no identificado, que venían de firmar y por supuesto no se acercaron ni vieron mi extraño estand, donde el pulpo de la autoayuda devoraba el espíritu de mi libro con sus jugos humeantes. Un niño se detuvo fascinado ante la portada de muñequitos. Una señora se detuvo, cogió mi libro y preguntó: I aquest? Pero su hosco y viejo marido, sin mirarlo, exclamó: "No! És una tonteria!!!" Yo repetí su frase en voz alta, como protesta y la señora me miró asustada mientras se alejaban. La autora del cuento sobre la enfermedad observó: Si en estos tiempos, el marido decide incluso sobre un libro, que no es un coche!... El Passeig de Gràcia no se parece a Rambla Catalunya en Sant Jordi. Y la acera del Boulevard es muy distinta y mucho peor que la otra, donde la Casa del Libro al menos vende libros, y está Jaimes, donde una vez firmé victoriosamente mi Crucigrama, con mi amigo serbio... Pero en la otra orilla no había un solo lector, excepto del encantador de serpientes... Yo sólo quería salir de allí, obligada a contemplar el analfabetismo en multitudes que miraban los libros como si fueran pelotas o lámparas, los volvían del derecho y el revés, sin leer nada, y los dejaban. La autora del cuento sobre la patología comentó que era muy extraño que nadie leyera el dorso de portada, o la pestaña o la primera página. Para mi fortuna, vinieron tres amigos. Uno, un vasco traductor del ruso y buen conocedor de la cultura serbia, llevaba el libro leidísimo para que se lo firmase. Otra era una amiga del colegio, que lo había comprado en La Central. Y la tercera lo compró para una amiga y me rescató de allí, y salimos con mi espíritu desmochado y mustio, por la calle llena de rugidos de coches y sirenas y hordas...
Luego al fin llegué a casa y me sentí restaurada. Comí un mendrugo de mozzarela de búfala con tomates pequeños y me fui al gimnasio alemán, que estaba agradablemente vacío y luminoso. Hablé por teléfono, me duché despacio, aplacé las traducciones y redacciones urgentes que me pedían por email. Y ya era hora de la tercera firma. La caseta de La Central, protegida de la lluvia y con la sensación libresca-casera que esperaba. Aunque a mi lado firmaba sin parar el autor catalán de un libro de portada sólo comercial con un título que prometía que todo acabaría por saberse. Sus compradores no se desorientaban, venían todos muy profesionales, casi de uniforme, con el libro comprado y la bolsa, sin titubear ni preguntar: ¿Lo pago primero? Yo no osé preguntarle qué era lo que se sabría, me habría conminado a leerlo. Por allí andaban viejos amigos y conocidos, Ramón de España y su millonario comunista, David Nel·lo, pero no pude departir mucho con ellos. Firmaba también muy seguido Suso del Toro. Pero a mí me llovía entre las rendijas de los toldos y cuando abrí el paraguas se ofrecieron a cambiarme de lugar. Y me fui al lado de un poeta amigo de mis amigos, con su Premi Carles Riba, y ya empezaron a venir algunos amigos generosos, una lectora imprevista que me cae muy bien y que me descubrió con La plaza del azufaifo (había trabajado mucho con ella, siempre todo por email, traduciendo sus textos urbanos, y tenía una imagen precisa; me sorprendió descubrir la real, guapa y joven como ya sabía, pero distinta y con los ojos brillantes). Apareció G., que quiso regalar un ejemplar de mis cuentos a una amiga leída de ojos negros. G. iba con alguien que me preguntó sarcástico: ¿Dónde están tus amigos? Y luego un antiguo compinche de las épocas antifranquistas que habría reconocido algunas historias y personajes de mis cuentos, habría reconocido el paisaje de la época, que fue el suyo, lo habría pasado bien, pero prefería no hacerlo. Dijo que no iba comprarlo ni leerlo, si acaso en septiembre, cuando acabara su tesis, pero por su gesto podría haber dicho en el siglo XXII. Me sorprendió su visita, que me pareció un statement, y en ese sentido, siempre agradezco las aclaraciones sobre la posición de cada uno. Así una sabe a qué atenerse. Y luego, arropada y recogida por T., nos fuimos al Maldà, donde estrenaban el documental de la Belle Elaine sobre los muertos. Una película que aún estoy procesando, pero llena de unas imágenes o una mirada espectacularmente afín, con momentos y personajes magníficos e hilarantes, llena de humor negro y de intensa mirada atenta a los ritos de la muerte, a la forma en que algunas personas viven siempre con sus muertos, que son los posos de la memoria, y cómo los objetualizan para mostrar esa presencia, y cómo se sienten arropados con sus fantasmas, como niños que juegan a las casitas, y la textura macrovista del paisaje, el silencioso y llano Empordà y la algarabía de México, y a la vez hay en la película algo deshilvanado y desconcertante, un no mostrarse del todo, un montaje que aún tengo que procesar. Allí estaba Selma Ancira y hablamos del viaje a Crimea, que no podrá ser este año sino el que viene, porque tenía que ser precisamente entre mayo y junio, pero me hace mucha ilusión. Y estaba lleno de amigos a los que me hacía ilusión ver y hablar, pero yo estaba muerta, muerta por las horas prisionera en un zoo metafórico en el passeig de Gràcia con un público tristemente ágrafo y yo sólo me había sentido desterrada. Así que me fui sin beber ni apenas hablar con un grupo de amigos, andando hasta que nuestros caminos se birfurcaron.
Por cierto, hablando del día después: me sorprende que los periódicos y voces influyentes de la supuesta izquierda o los que se llaman republicanos que objetan sobre la canonización falsamente democrática del personaje fascistoide y corrupto del coi por nuestras dudosas instituciones hayan esperado al día después de las exequias con honores para hacerse oír. Si eso no es un pacto... Y si esto es una democracia, que no se atreve a romper ni siquiera con los brazos alzados y los conmemora así... Lo dijo L.O.: ¿Alguien se imagina a la conservadora Angela Merkel homenajeando a un ex nazi? Lo que yo vi ayer en el Passeig de Gràcia forma parte de lo mismo, esa deprimente y sumisa desmemoria.