martes, 15 de mayo de 2012

Lectores y pájaros


Foto: I.N. El barranco, 2012
Es difícil imaginar lo que sería la escritura sin el feed-back de los lectores. Y por otra parte, qué desconcertante es comprobar a veces la forma tan distinta de leer, esa idea de Proust de que cada uno lee un libro distinto, puesto que pone la lupa (les verres grossissants de l'opticien de Combray) en un lugar distinto, por su pura historia y subjetividad, y no presta atención a lo demás. Cuando publiqué mi primer libro de relatos, Crucigrama, una lectora-editora me dijo que se había destornillado de risa con ellos y que había descubierto mi sentido del humor, mientras que mi vecino escritor me dijo que le habían parecido bien escritos pero tremendamente pesimistas y tan sombríos que no podía con ellos. Un escritor me dijo que eran robinsonianos y otro que la frase final del primer cuento encerraba una maravillosa parodia de Shakespeare mientras que para otro esa misma frase era una herejía. Fueron mis primeros descubrimientos sobre los lectores. No siempre los críticos son los mejores lectores, puesto que ellos también son subjetivos y a veces nos leen con poca atención o bien se despiertan en ellos ecos furiosos o bien nos comprenden incluso mejor que nosotros (aunque eso ocurre más con otros escritores que nos leen autrement) y eso es una rara felicidad difícil de explicar.
Pero hay comentarios de lectores que producen la misma rara felicidad: sentirse entendido y dicho con otras palabras es algo especial. Hoy me ha llegado uno de esos, inesperado, de una lectora avezada que tiene dos cipreses majestuosos en su jardín, tenazmente defendidos en medio de un patio de manzana donde han ido destruyendo uno a uno casi todos los jardincitos de las casas. Gracias a esos cipreses suyos, yo veo y oigo mirlos y contemplo urracas y algunas tardes y mañanas, cuando cesa el estruendo de las obras, el aire se convierte mágicamente en un bosque, a pesar de la extensión del cemento. Por esa razón y por la nieve que cayó y que le quebró una rama, ese ciprés está en mi libro, Mis postales de Barcelona. Su comentario dice así:
Hola Isabel:
He terminado tu libro -último- este fin de semana; la verdad es que lo he empezado y terminado en un día. Me ha gustado una enormidad. Ya que además de estar repleto de lugares conocidos, admirados y destrozados, transmite un amor incondicional a la ciudad perdida, y sin embargo deja lugar a un miedo esperanzado. Soy más pesimista que tú con respecto al ayuntamiento de esta ciudad, mi pesimismo es "unamuniano" con respecto a todo lo español y particularmente en lo referente a ese espíritu "arboricida" de esa corporación. No paro nunca de exclamarme ante tanta falta de árbol en Barcelona y al desprecio que sienten por ellos. La comparo a otras ciudades y siento desazón. Ayer, ayer por ayer, en Muntaner ante la pastelería pasaban dos señoras quejándose de que los árboles atraían a las moscas y ...¡se quejaban con odio haciendo aspavientos y ahuyentándolas! Esa es y será Barcelona. Un beso. Un libro magnifico, desde mi punto de vista de usuaria de los libros, tu mejor libro, no solo por el tema, sino por su construcción y su profundidad. En cuanto a la edad y los agravios que los años nos infligen, cuando te veo sigo pensando que eres una de las mujeres más bellas que he conocido.
Un beso.
Lola M.
Mientras, estas horas son la antesala de una visita médica que me preocupa (mis experiencias con los médicos han sido en los últimos tiempos exclusivamente material de pesadillas), y aprovecho el paréntesis de silencio y pájaros del après-midi, antes de que llegue el momento de irme.
He seguido leyendo a Adorno y a Benjamin y también, en algún descanso, a Sofya Kovalevskaya y los poemas de Wallace Stevens. Qué suerte de lecturas. Estos días ha estado invitado en mi casa un editor amigo de los gatos y hoy se ha llevado el primer capítulo de mi novela aún inédita y me ha mandado un mensaje donde decía que le había parecido "estremecedor" y que quería seguir leyendo. La noche del sábado, en su honor y en un gesto de gran osadía por mi parte considerando mi estado convaleciente, invité a algunos amigos a cenar. Todos trajeron cosas buenísimas y la conversación fue animada y bulliciosa y se fue alargando hasta bien entrada la madrugada. Ayer yo estaba completamente exhausta. Suerte que algo mágico sucede en la noche que nos recupera con el sueño. Aunque en mi sueño de esta mañana navegaba por un mar brillante y transparente, pero estaba lleno de detritos que la gente había arrojado y mi desolación era tan grande como mi sorpresa. Todavía mis sueños están llenos de la carga de lo vivido en estas semanas anteriores y que el malestar físico impide borrar del todo...
El mirlo viene a verme de forma desordenada. Hemos mantenido conversaciones de cerca y de lejos.
Ha pasado un día. Se ha marchado mi huésped de los últimos días con su sonrisa del gato de Cheshire y me ha dejado unas piedras maravillosas y una lámina de un mirlo solitario que parece sonreír con expresión ligeramente burlona. Un helicóptero policial interrumpe el silencio de esta hora luminosa con un zumbido insistente y pesado. Lo he examinado con prismáticos y sí, era negro, siniestro y policial: Pagado por nosotros contra nosotros. Rufus duerme. Fue duro volver a ese mundo estrecho en el que la enfermedad y la salud son vistos de un modo tan fragmentario y sin esperanza, a pesar de que esta vez mi interlocutor era amable, humanista, inteligente y más abierto que el resto de sus colegas. A propósito de la homeopatía dijo que los médicos deberían ser más liberales y abiertos porque lo que no está demostrado hoy puede estarlo mañana y quiso saber cuáles eran los medicamentos homeopáticos que yo tomaba. Y una frase suya posterior, con su sonrisa astuta, me hizo sentir autorizada para seguir mi camino. Y pese a todo me quedé agotada.
Esta mañana mi sueño, en una montaña y unos prados, éramos un grupo de gente y de pronto, uno, sin querer, intentaba apartar el rifle de otro y le descerrajaba varios tiros y luego, furioso, mataba al encargado de la piscina. Antes, un hermano mío (yo no tengo hermanos hombres) se había emparejado con nuestra tía maltratadora y había huido con ella, pese a la oposición del entorno. Y alguien me preguntaba luego: "Y tú, ¿cómo te salvaste de los tiros?" Y yo le contestaba y me veía escenificándolo: "Di un salto mortal y me arrojé a los arbustos".
Voy a mi curso de Correspondencias de hoy con las notas desordenadas, confiando en la intuición de última hora (lo que te venga en el camino, como decía WB) y mi resistencia, en la magia poderosa de Adorno y Benjamin y en mis inteligentes alumnos.
Y aquí pueden escuchar a Màrius Serra sobre Mis postales de Barcelona, en su Lecturàlia (Catalunya Ràdio) y en buena compañía dickensiana.

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