Foto: I.N., Paseo por el campo, 2011
Rodeada de un concierto de pájaros, traduzco a Giono (¡sólo me faltan veintidós páginas!) buscando frases populares a la altura de las suyas, nado en una piscina alargada, pienso en mi novela y me rodeo de conversaciones. Ando descalza por una hierba fuerte y salvaje, recojo cebollas del huerto, admiro las lechugas, espero a los tomates del jueves y al oscurecer llegan efluvios de jazmín y rosas antiguas. Qué felicidad haber huido de las máquinas... Hoy el cielo era opaco y nublado y nos ha llovido cuando íbamos andando por l'Escala, a comprar fruta y pescado.
Estoy encallada en un punto desconcertante de mi novela, pero tal vez un paseo por el campo, mañana, sirva para desentrañar o desbloquear el enigma. He escrito una carta, una carta sin destinatario real, una carta surgida de mi novela que tal vez me sirva para cumplir un encargo literario o tal vez no. Tengo que distanciarme y releerla mañana para saber lo que he escrito. Mientras la escribía, pensaba en Jean Rhys y aquel poema que escribió en el momento de mayor bloqueo de su Wide Sargasso Sea, y que le sirvió para encontrar el camino, la clave de la novela, cómo huir, en su caso, de la autocompasión. Lo conté en Sinrazones del olvido. Por cierto que la lectura entusiasta que un escritor y crítico ha hecho de ese libro me alegró el día de ayer.
Acabé la novela de Patricio Pron: tiene una historia que contar y sabe contarla. No sólo eso, es autoficción, y a la vez entronca con esa tradición danilokisiana que también siguió Jordi Bonells. Él sí es capaz de ofrecer esa revisión de la historia argentina reciente, pero sin la tonta parodia light de algún libro reciente de injustificado éxito, sino con inteligencia y sin pose.
Al día siguiente...
Aquí, a raíz de nuestras conversaciones nocturnas, en las que nos leímos mutuamente un capítulo de nuestras respectivas novelas, mi encalle en ese punto conflictivo de la novela se ha resuelto y sé que mi anfitrión ha resuelto también el suyo. He entrado a saco, sin miedo, con machete, y es simbólicamente sangriento, pero sólo simbólicamente. En mi sueño de hoy, o en el fragmento que rescaté del olvido en ese primer momento, maté a uno de los personajes. Yo estaba en un lugar abarrotado de gente, discutiendo con ella vivamente, la llamaba "imbécil", y con esa simultaneidad de los sueños, la veía, en un plano más alto, subir a un avión que parecía un cohete espacial, y el cohete subía recto hacia el cielo y estallaba en llamas. Luego yo intentaba explicárselo a los que me rodeaban, como si no hubieran visto nada. De nuevo la novela. Lo más importante en esos sueños míos de la novela nunca es lo que se siente o lo que ocurre, sino cómo contarlo de modo convincente. Como en aquel sueño donde lloraba para darle más credibilidad a mi desolación por haber perdido un bolso y unas chicas que pasaban decían, con alivio: "¡No llora de verdad!"
Oigo una lechuza. Ha oscurecido y tenemos cena. Ayer dimos un paseo ascendiente y restaurador, vimos los olivos milenarios, los perros vecinos nos acompañaban junto con Ras, el perro de la casa. Hacía un viento fresquísimo y las nubes eran magníficas, perfectas para un paisaje suntuoso. Nos saludaron unos preciosos asnos jovenzuelos que viven aquí cerca.
Hace días nublados, a veces llueve, pero los dioses de la temperatura nos conceden siempre una horita de sol para nadar en esa piscina. He descubierto un lugar mucho mejor donde escribir. Mi anfitrión tenía razón. Ese lugar tiene algo, tal vez porque un filósofo y una escritora avanzaron aquí mismo en sus libros. Espero ver pronto a los gatos abisinios.
Mientras, hemos seguido la resistencia por el azufaifo. Vayan a Polis. He escrito una Carta abierta al alcalde.
2 comentarios:
Isabel, el cómo nos cuentas tus vivencias cotidianas me hace reflexionar sobre la importancia de los detalles del día a día. Contigo vuelvo a sentir la verdad del Beatus Ille.
Gracias, Anónimo! El campo tiene sus cosas, claro, pero yo lo necesitaba para desintoxicarme del cemento
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