He ido a la presentación de Chantal Maillard y su Bélgica dividida, con el "corassón partío", como dicen en el sur, porque quería estar en la plaça Catalunya, porque sabía que se llenaría otra vez. Iba ligera, con mis zapatillas de la pantera rosa, por si en el último momento cambiaba de opinión o si al salir me daba tiempo. G. me ha dicho: "No et preocupis, jo hi vaig per tu", y en parte me sentía representada, como también en la peligrosa y brutal carga de esta mañana. Pero Chantal Maillard precisamente había escrito: "Cuando las más simples reglas de la lógica quedan ausentes de los discursos de quienes nos gobiernan y son reemplazadas por el más puro cinismo podemos decir que estamos asistiendo a un caos político y en tales circunstancias es necesario que la democracia se ejerza en la calle", así que ir a escucharla no me pareció una traición a los indignados. Había estado a mediodía y al salir del metro y ver la plaza llena de gente otra vez y burbujeante y pacíficamente guerrera se me había ensanchado el espíritu. Me han dicho que incluso las empleadas del Corte Inglés estaban de acuerdo con los indignados.
Ayer había estado leyendo Bélgica, ese libro maravillosamente editado habla de algo que me concierne a mí. Yo había escrito aquí sobre el misterio de esa nostalgia que no es un deseo de volver a otro tiempo, sino de otra cosa que se me escapaba. Precisamente aludía a la Nostalghia de Tarkowski. También, muchas veces, he hablado aquí de la joie paradoxale, malgré le monde (Marion Richez) y héte aquí que Chantal Maillard me responde sin saberlo, con su charquito en la carretilla, cuya visión la llena de un sentimiento gozoso sin razón, y sigue el hilo y fracasa en encontrar el objeto de la felicidad porque no existe, porque en realidad, la nostalgia es sólo de volver a la inocencia, a esa primera vida de la infancia, sin razón ni prejuicios, en la que se descubre el mundo por primera vez. Y yo, que viví una infancia infernal (y que pese a todo he llegado a amar, por su paisaje luminiscente, por ser la materia de mi escritura y también por su ética contraria, que me ha hecho ser lo que soy, construirme para no ser como "ellos", los que me rodeaban entonces), pero que he llegado a comprarme una blusa porque la tela se parecía a una que tuve de pequeña, llena de una emoción extraña... Precisamente yo, que he traspuesto siempre a los objetos sentimientos que no podía comprender, que he descubierto una y otra vez perpleja ese deseo de volver no importa dónde... me he alegrado mucho de haber estado allí. Y es que en ella encuentro algunas afinidades extrañas, que me hacen estremecerme y que no podría explicar. Ha hablado Maillard de ese conservadurismo de Bélgica, que le ha permitido encontrar todos los lugares donde había vivido, intactos. Y Argullol ha dicho enseguida que era una suerte porque aquí se destruye todo, no nos dejan nada, no hay lugares para la memoria, no hay referentes, y yo conozco tanto ese vacío, esa sensación de pérdida y destrucción constante, pero no con selva que devore los monumentos como en Angkor, sino con puro cemento y fealdad mutante. Recuerdo la arquitectura protectora y los árboles de Bruselas, que crecen libres y vetustos, excéntricos como sus habitantes, sin que nada los amenace, y que en invierno dibujan marañas y texturas asombrosas, cimbreantes. He comprado otro ejemplar de su libro para regalar mañana, en un cumpleaños. Es precioso: la fotografía de la portada, la luz que ilumina la mirada de ChM bebé hacia el perro que fue su primer amigo en el mundo en realidad esclarece todos sus libros. El gesto de la patita del gato que la salva una vez en la bañera, del ensombrecimiento y la muerte. Todo está en esa fotografía. Argullol y Maillard han hablado de Tarkowski, yo no quería intervenir por segunda vez por no acaparar, pero si no habría dicho que La infancia de Ivan también habla de esas mismas claves, y sobre todo tiene esa luz de las fotos de ChM, en su recobrada Bélgica. Y también del primer capítulo de mi novela. No puedo escribir esto sin un leve estremecimiento. Esa luz.
Ha sido un día agitado desde el principio, cuando le he mandado un sms a G. diciéndole: ¡Están desalojando! y él me ha respondido que estaba allí, y yo le llamaba, angustiada por él al saber que estaban cargando con una violencia muy parecida a la de la policía franquista (sólo que aquellos eran más vulnerables que estos mossos disfrazados de Darth Vader y sus fuerzas del mal), que pegaban a un chico en silla de ruedas, a jóvenes y viejos, a periodistas, a chicas que les ofrecían flores. Al parecer, la consigna ha sido carta blanca para desahogarse. Les han robado los ordenadores y las 40 mil firmas que habían reunido, con la complicidad de los trabajadores de BCN-neta. La indignación ha crecido y las multitudes también. Y en Madrid, los chicos de la plaza del Sol han gritado "Barcelona, no estás sola", como en aquellos viejos tiempos solidarios. Las redes se han contagiado de la efervescencia y el bullicio, plagadas de fotos, vídeos, informaciones, sustituyendo o completando a los medios. Todo el mundo comparte enlaces interesantes, indignación y combatividad. G me ha contado los trozos que me faltaban para comprender. Tal vez me equivoque, pero para mí algo se está moviendo, y aunque será difícil, caprichoso y caótico, puede ser el principio de algo grande, una especie de abracadabra que movería la roca de la entrada, del gran cambio que el mundo necesita urgentemente para salvarse, porque estamos gobernados por psicópatas.
El mirlo ha venido un montón de veces hoy y Rufus se preparaba para atacar. Por suerte, este gato cazador no se enfada cuando le impido que se acerque a su presa y ahuyento yo misma al simpático pájaro negro. Rufus parece contento con su nueva comida bio. Se la compré en una pequeña tienda revolucionaria, a un argentino de ojos negros y fogosos que sostenía un perrillo bulldog en brazos. "Es imposible que no le guste", me dijo. Yo enarqué una ceja interrogativa. "Porque es comida de verdad", dijo él. Me demostró que los piensos que venden todos los veterinarios por estos lares son malísimos, llenos de las peores grasas y de maíz transgénico, etc. Así les chats qui ont tendance à l'embonpoint, como Rufus, no pueden recobrar la forma. Y tenía razón. El olor es muy distinto y a Rufus le sentará bien. Es una época de cambios para todos.
Rufus está revolucionado y bullicioso, persiguiendo bichos invisibles o siguiéndome a mí. Y buscando sitios frescos. Ayer le descubrí dentro de un armario ropero. Un pañuelo mío había caído al suelo del armario y le servía de almohadón interior.
He vuelto a escribir en Polis