lunes, 7 de marzo de 2011

¿Cómo decir sin decir?

Foto: I.N., Chinese Historical Society of America, 2011
Una cosa es lo que ocurre y otra el peso, la resonancia que cada hecho tiene en nosotros. A veces son sólo las palabras las que nos devuelven a otros momentos. Nada significa lo mismo para todos. Cada cual lleva consigo sus cicatrices. Por eso creemos decir algo y al otro le llega un mensaje muy distinto, que no habíamos imaginado. Hay gente que no quiere pensar, ni saber, sólo olvidar, y cree que los que intentamos comprender lo que hay detrás, los que nos aferramos a la memoria para escribir, -aun sabiendo que sólo recordamos una parte de las cosas, que estamos reescribiendo lo vivido sin darnos cuenta, encajándolo no sólo en estructuras literarias sino también en absurdas estrategias de las que nada sabemos-, los que queremos entender somos una especie de pesadilla, o de brusco despertador que podría arrancarles de su estupor y mostrarles el reflejo que más temen. Hay gente que proyecta sobre nosotros extrañas fantasías, que nos atribuye cosas que no somos, gente que nos detesta sin conocernos o nos desprecia porque no acumulamos el poder que ansían, o que necesita desdeñarnos para sentirse algo mejor ese día, o que nos ve rodeados de una facilidad o unos privilegios que nunca tuvimos. Hay gente que decide abandonarnos porque escucha historias ajenas que nunca llega a comprobar. Historias contadas por alguien que tenía miedo y nos utilizó como escudo, alguien que para no ser convencido ni arrastrado prefirió utilizar nuestro nombre en vano. También hay gente que no nos acepta a pesar de múltiples afinidades. Muy pocos se atreverían a juzgarnos por lo que decimos o escribimos; la mayoría prefieren no arriesgarse. Pero unos y otros hablamos lenguajes distintos y no podemos entendernos.
Yo estoy sumida en mi duelo, aunque eso no me impide bailar. La gente me dice que tengo buen aspecto, la piel luminosa o que se me ve relajada: ¿tal vez pasar por el quirófano pueda convertirse en un tránsito purificador? La vida es pura paradoja. Mis cicatrices externas se van cerrando despacio, con la ayuda de la restauradora rosa mosqueta. Dice Tigridia que el cuerpo tarda un mes en recobrarse de cualquier intervención. Lo sé porque me canso, porque no puedo recorrer la ciudad con mis botas de siete leguas, porque de pronto desfallezco extrañamente. ¿Y lo que queda más allá del cuerpo?
Leo a Grace Paley para la clase de mañana, pero la leo con una rara intensidad. La semana pasada, en dos momentos flacos, acepté dos misiones peregrinas y ahora tendré que acatarlas disciplinadamente. El sábado estuve en una reunión que recordaba a los Diez negritos de Agatha Christie o a los cuervos del parque de Belgrado. Allí comprobé una vez más que lo mezquino y violento siguen dominando en el entorno antihospitalario que conocí al llegar al mundo. Pregunté al aire a M. y a GN. por qué nos dejaron así, en esta confusión atada e injusta, y cómo podría salvarme de todo eso. Me quedó un poso melancólico que se mezcla al duelo y a la espera venenosa de mis resultados.
Por la mañana, mi amigo seráfico me ha llevado al claustro de la catedral, donde las ocas guardianas de la tradición romana se saben contempladas y desarrollan su teatralidad impertinente con alegría. Por delante andan como modelos en una pasarela. Por detrás, como señoronas de anchas caderas. Pero sus plumas tienen la pureza y el glamour del encaje de alta costura y las rayaduras verticales dan a sus cuellos una elegancia de cisne. Allí, en dos lugares deliberados, he dejado unas velas encendidas. Luego hemos ido al mar de la Barceloneta, que estaba sembrado de figuritas humanas. Yo lo veía todo desde lejos, como si volara. Es el efecto del postoperatorio. Son mis células, mis órganos. Una de mis cicatrices, la de la antihospitalidad, me hace sensible al desprecio facebookiano y a la sensación perpleja de que alguien no se canse de intentar infantilmente hacerme daño. Tal vez abandone ese ámbito. Tal vez los abandone todos. ¿Qué hago escribiendo aquí?
Rufus me busca, me mira con sus ojos asombrosos, se reúne conmigo en el sofá, dormita a mis pies mientras escribo, viene a despertarme con un ronroneo intenso, me interpela con su afecto y su belleza.

18 comentarios:

Desván de Palabras y Pensamientos dijo...

Excelente, la idea, el desarrollo, el tono. Son much@s los que sin duda se sentirán reflejados en este relato.
Magnífico, mis "congratulations".
Saray Schaetzler

Belnu dijo...

Gracias, Saray. Es pura desesperación mezclada a la perplejidad, a la energía y al silencio de este lunes festivo y todo arrojado al tourbillon de la vie

Ani B. dijo...

Gracias por el texto, he fluido muy bien en todos esos sutiles matices que pintas... a pesar del malentendido, y con él, el texto hace sus torsiones (in)significantes... queda el ritmo, el cuerpo, el ronroneo.
Los murmullos salvajes vienen de la clausura del pliegue, de quien no sabe bailar con ello y cree vivir en una superficie sin modulaciones que tiene como correlato un interior fijo y definido... nada los aleja de sí mismos.
Un abrazo

Belnu dijo...

Gracias a ti por tu lectura y por tu comentario inteligente y perceptivo, Ani! Siempre alegra encontrar lectores así, para eso escribimos!

Isabel Mercadé dijo...

Ani lo ha dicho tan bién que no sé que más añadir, sólo eso, que leyéndolo tenía esa sensación, casi más que de fluidez, de alguien que salta olas con su tabla y sabe seguirlas y dibujarlas y que, aunque algunas parezcan tener instintos perversos, consigue saltar sobre ellas. Precioso texto.

Belnu dijo...

Pues lo has añadido muy bien, Bel M., mil gracias por esa lectura y ese bonito comentario. Hay días en que todo duele, pero al menos queda escribirlo aquí, en este desagüe que es el blog, ya que no logro avanzar en la novela.

Emma dijo...

Además, yo no creo que exista el interlocutor perfecto.

carmen n. dijo...

Me gusta la facilidad que tienes para decir lo que sientes en cada momento, la sensibilidad cuando das rienda suelta a tus pensamientos y nos haces participe de ellos. Los recuerdos, los malos y los buenos, esas cosas que se nos agolpan en la garganta demasiadas veces y al final no decimos, y cuando ya no las podemos decir porque no estan las recordamos con más fuerza. Me ha gustado mucho el tono y espero de verdad que recuperes las fuerzas pronto.

Belnu dijo...

Emma, no sé si falta un comentario tuyo o te refieres al de otro... Además de qué? Yo tampoco creo que exista el interlocutor perfecto! Pero entre ese absoluto desentendimiento y el interlocutor perfecto se me ocurren interlocutores inteligentes, que me hacen sentir como quien entra en un jardín fresco y umbrío en un día de sol abrasador.

Belnu dijo...

Gracias, Carmen, yo también lo espero! En realidad no es exactamente lo que pienso, sino una rara construcción instantánea de lo que pienso y de lo que puedo decir sin decir... en ese momento

Belnu dijo...

Eso que decía Ani del malentendido...

Anónimo dijo...

leonardo decía; la emoción da sentido al momento.
iluminaciones.
saludos.

Belnu dijo...

Iluminaciones! Me alegra verte por aquí, te echaba de menos. Me gusta la frase de Leonardo: Tal vez da sentido porque lo colorea...!

Dante Bertini dijo...

también yo me pregunto "¿Qué hago aquí?" y este aquí incluye mucho más que el blog...
que te mejores (aunque no haya de qué)
que mejoremos

Belnu dijo...

Gracias, Dante! Me siento comprendida... Y sí que hay de qué! Esto es más lento d elo que pensaba...

Anónimo dijo...

Extraordinari post, ple d'una lluminosa sensibilitat i lucidesa sobre la naturalesa humana. Miraré més teu blog (aquest no el chapis, plis) per llegir els posts anteriors, que no sé el que m'estic perdent

Giuseppe

Carlos dijo...

A veces, incluso, no nos entendemos a nosotros mismos, porque lo que decíamos ayer, lo que analizamos y comprendimos ayer tan claramente, hoy lo diríamos de otra forma y lo comprendemos de manera distinta.
Es el tiempo que transcurre.
No. Es la vida, que es tiempo relleno de lo que nos ocurre.
Si lo que nos ocurre es la enfermedad, todas nuestras “constantes” para el análisis y la comprensión se trastocan.
“Los que queremos entender somos una especie de pesadilla”, también para nosotros mismos.
A veces, por ello, no hay nada que entender.
Felicidades por tu intensidad.

Belnu dijo...

Gracias, Carlos, disiento cordialmente de casi todo lo que dices, pero te agradezco el comentario! :-)