jueves, 6 de enero de 2011

Noche blanca en la clínica

Foto: I.N. (desde mi obsoleto móvil), Esta mañana, saliendo de la clínica, 2011.
Hace años, un artista conceptual me llamaba princesa del guisante, y aún ahora pese al tiempo (j'ai plus de souvenirs que si j'avais mil ans) alguien vuelve a llamarme así. Yo siempre comprendí como algo lógico y cercano el dolor y las moraduras que podía hacer aquel guisante bajo veinte colchones y veinte edredones en la piel y el cuerpo de aquella doncella que Arthur Rakham dibujaba empapada llamando a la puerta frente al viejo rey en pantuflas.
No puedo explicar con argumentos racionales por qué para mí es tan duro estar allí, por qué me producía casi terror pasar una noche junto al cuerpo abandonado de M., por qué esa tristeza densa en la que me parece contemplar sólo la consecuencia de una actitud vital, por qué no puedo evitar sentir que todo en su trayectoria la ha llevado a esta dependencia total, que ahora le resulta tan espinosa. A las cuatro de la madrugada y a las seis de la mañana, cuando venían las enfermeras a cambiarle el pañal y la postura (para que no se llagase), ella no sólo gemía y protestaba, porque todo le duele, sino que encontraba las palabras para llamarlas brutas y ¡la fuerza para intentar pegarles! El resto del tiempo tiene la mirada perdida, aunque sí parecía escuchar la música y dejarse envolver por ese único pequeño placer, mitigado por el rugido del oxígeno. Ahora parece haber perdido el terror al abandono escatológico, el retorno a una infancia vieja en que el cuerpo ya no puede valerse más.
Debo de haber dormido media hora o tal vez cuarenta minutos. M. se arrancaba la mascarilla de oxígeno con su mano atada a la baranda y a veces volvía a ahogarse. Murmuraba palabras incomprensibles. Sólo verla así, como un dibujo de William Kentridge, bajo la despiadada máscara azul, con gomas que se le clavaban en las mejillas resecas, ver sus manos descarnadas, su cuerpo delgadísimo ya casi sólo latiente, su actitud derrotada, vencida, su mirada perdida, vacua, yo volvía otra vez a las olas de tristeza. La noche ha sido larga pero resistible gracias a que alguien ha venido a salvarme, al abrazo tímbrico, a esa música que sigue envolviéndome estos días, hablándome del deseo y de cosas que me permiten alejarme del olor escatológico de esa muerte en vida.
También me rodeaban los ecos de la novela aún inédita de A.G., novela brutal que habla precisamente de ese horror, de una relación transformada por el alzheimer y la incapacitación y la intimidad escatológica, aunque en su caso hubiera un afecto y una gratitud y una paciencia que yo nunca he sentido de ese modo. Sus reflexiones, el humor, el sentido de lo tragicómico, los titulos de sus capítulos, el ritmo que va ahondando hasta su desembocadura, todo eso estaba ahí flotando en el aire.
Al volver, Rufus, que sabe lo que nosotros no sabemos, me pide unos abrazos intensos (We embrace to be embraced, we bear children to be cared by them, Coetzee dixit, cito de memoria) y yo me refugio en su belleza y su pelaje felino y su nariz de león, y él me pone la pata en la cara o me atrapa el pelo para que no me aleje. Ha sido una extraña noche de reyes, sé que G. lo entiende, aunque me siento en falta.
G. me mandó algún mensaje en medio de la noche. Yo le echaba de menos porque su presencia energética y joven es lo opuesto a lo mortecino, estos días añoro también a mis amigos, siento que necesito ver gente que me cuente otras cosas, que me hable de algo que me recuerde a la vida. No sé qué será de mí si estos turnos continúan, si no puedo volver a mi mundo de antes, si tengo que seguir ante esa vida-sin-vida, ese dolor mudo, ese sinsentido triste y cargado, si tengo que seguir dando mi tiempo, tiempo que no puedo recobrar. Se lo he contado a J. y lo ha entendido; tal vez sólo se necesita una costumbre analítica para comprender.
En vez de dormir, escucho un disco que me grabó un librero-bloguero-escritor con su burning thought y su mirada llena de entusiasmo. Canta primero Sixto Rodríguez, que para mí fue un descubrimiento, y hay una canción que me obliga alegremente a bailar como las zapatillas rojas de Andersen a Moira Shearer, y luego hay una ecléctica y fogosa combinación de buenas canciones que me reconcilian conmigo.
Pregunto a los oráculos, pero no estoy muy segura de las respuestas. Los médicos nos dirán algo mañana, si M. podría volver a la residencia donde vivió esa pequeña franja feliz, aunque sea de una forma mucho más reducida, y una fecha posible. Necesito escribir, leer, dormir, volver también a mí misma. Y al mismo tiempo sé cómo dolerá el vacío si se produce, más allá de la razón.
Al salir estaba amaneciendo y el espectáculo en el jardín era maravilloso. Tiene razón Virginia Woolf: la naturaleza despliega su espectáculo aunque nosotros hayamos cerrado los ojos.. o lo despliega sólo para los enfermos o los que velan por ellos en un hospital. De vez en cuando hay que volver a ver amanecer para saber de la Tierra y del mundo, para no convertirnos del todo en mutantes urbanitas, para recordar que seguimos girando en el sistema solar (he visto a un pobre fumador, lejos de las puertas de la clínica, pero aún en el extremo del jardín; sé que pronto nos prohibirán fumar en nuestras casas, como ya ocurre en algunos lugares. Yo sigo pensando como Derrida, que no se debe intentar regular así la vida cotidiana, que esto sólo conduce a muchas más represiones, pero cada uno es libre de pensar lo que quiera). No llevaba la cámara y he hecho algunas torpes fotos con mi viejo y obsoleto móvil, que aún no he logrado cambiar.

13 comentarios:

Antonio Tello dijo...

Te comprendo y me solidarizo contigo. He pasado por una experiencia similar y ahora viajo hacia otra semejante, aunque la disfrace de verano. Un fuerte abrazo.

Belnu dijo...

Oh gracias, Antonio! Sólo cuando se ha vivido se puede entender

Ephemeralthing dijo...

No he sentido mayor desprotección que este verano después de la muerte de mi madre en Junio. Un sentimiento muy profundo porque, como dice la cita "we bear children to be cared by them", siendo yo mismo y mis hermanos que la cuidábamos, ¿cómo de repente uno puede sentirse así?. Es algo muy interno, verdaderamente grabado en el inconsciente.

Belnu dijo...

Sí, Eph, hay pérdidas que son más la pérdida de lo que pudo ser o de una imagen o un fantasma que pérdidas reales. Con los padres entramos en el terreno de lo simbólico, no sólo de lo real, y todo eso es muy difícil y extraño, produce una mezcla de dolor y perplejidad, de algo injustificable con argumentos racionales

frikosal dijo...

Son terribles noches, sin consuelo posible. Junto a mi padre, a los 19 años, pasé las primeras y sentí de repente (como comenta Eph) como de ser un padre protector y bondadoso que siempre tenía una solución para cualquier problema, se convertía él mismo en una persona que necesitaba absolutamente todos los cuidados. Y el dolor nos convierte en mónstruos.

Pero hay que salir a ver amanecer (te mando unas fotos). Un abrazo.

Belnu dijo...

Gracias, Friks! Me encantará ver esas fotos

Emma dijo...

La fotografía es impactante, quizas más a causa del contraste con lo que escribes. Yo no sé si criamos niños para que nos sostengan cuando llegue la enfermedad y la muerte. A mi me aterra tal idea. Yo no sé por qué hemos de sufrir tal horror los seres humanos.
No sé tampoco por qué no sabemos vivir teniendo en cuenta lo que nos espera a todos, esta tristeza que para mi no tiene ningun sentido.

Belnu dijo...

Emma: yo desde luego no tuve un hijo para que me sostuviera en la enfermedad y en la muerte, qué idea tan espantosa. Creo que tenemos hijos para ese momento, no para después.
Francamente, me preparo para poder ir a Suiza o comprar un remedio radical en esa situación, como los que algunos espías guardaban en una muela, no a un hospital, si puedo evitarlo.
Y en cuanto a la última frase, no la he entendido.

Icíar dijo...

Sí que es descorazonador lo que te está tocando vivir. Es difícil para una lectora decir nada, pues nos faltan las palabras, aunque aún con todo lo que cuentas, siempre es un deleite leerte.
Un abrazo

Belnu dijo...

Gracias, Icíar! Acabo de dejarla al fin en la residencia. Le han dado el alta y ha venido una ambulancia y ella cómo sonreía al ver a las cuidadoras y el bonito lugar

A.G. dijo...

Me alegro de que M salga de ese receptáculo intolerable y pueda reconocer algo de la vida en lo que le espera. Y me alegro, sobre todo, por ti, Isabel, pues el suplicio de descubrir lo que se sabe -la agonia de la madre nos ahoga- sólo es resistible si uno se olvida de lo que está sintiendo. Aprovecha esta pausa y goza de todo cuanto como don pueda ser interpretado.
A.G.

Belnu dijo...

Gracias, A.G., ya sé que tú sabes! Y lo has contado poderosamente en tu novela.

Cabo Leeuwin dijo...

Dicen que todo ésto es ley de vida, pero es difícil aceptar que el paso del tiempo nos deja maltrechos.

Hay que saber aceptarlo, pero yo no he aprendido...supongo que el mismo tiempo me enseñara
sus garras cualquier día.

Anne