domingo, 23 de septiembre de 2012

Un cielo opaco


Foto: I.N., Chimenea y cielo al amanecer, 2012
Se ha instalado desde hace días. No rompe a llover, no muestra nada y al final se acaba abriendo e incluso acoge nubes esplendorosas como las que ayer por la tarde iban cambiando del rosa moradáceo al azul gris. Mis plantas esperan la lluvia como en una respiración contenida. Esta mañana, mágicamente sin obras, sin estruendo, sin perro prisionero, una invasión de cotorras chillonas se ha enfrentado a la voz ronca y graznante de una elegante urraca, refugiada en los cipreses del único jardín que queda en pie y que consuela mis ojos. 
Anoche vi la primera parte de la Trilogía de Apu, de Satyajit Ray, Pather Panchali, que me trajo JLG: Necesité la ayuda de G. porque yo tengo un bloqueo con los DVDs, olvido cómo funcionan y me irrito tontamente.
 Fue un sábado agotador. De nuevo un tratamiento que antes me ayudaba me hizo daño en mis pobres huesillos y han sido dos noches insomnes y el día de ayer dolorida y agotada, sin saber en qué postura ponerme para respirar bien. La película de Ray me consoló con sus imágenes de naturaleza india y pobreza de una familia de casta alta que se refugia en una vida rural, "demasiado cerca del bosque y de los chacales", dice la madre en su desesperación, todo de una extraña combinación de sencillez y un abarrocamiento que atrapa intensamente, lleno de silencios y de paisaje que respiraba, de complicidad y rivalidad fraternal casi sin palabras, de lluvia, de sueños, de la abuela y sus chales rotos y su encorvamiento y sus cuentos y canciones solitarias, del padre poeta siempre arruinado y sonriente, de la madre amarga con su belleza huraña, la misma belleza de la niña, Durga, y la mirada intensísima del niño, Apu, que parece absorber el mundo en esa sensual melancolía frondosa del paisaje hindú. Una maravilla. 
Una vez más cometí el gesto heroico de ir a cenar y la conversación me alegró el espíritu aunque supusiera un esfuerzo para el cuerpo. Mi interlocutor se fijó enseguida en la iluminación suave y acogedora del jardín del Floral Café, por desgracia tan difícil en esta ciudad donde la luz suele ser hiriente como el ruido, o como él dijo, es otra forma de ruido. Yo, que siempre sigo añorando las noches de antes, cuando todo se apagaba de verdad y el cielo adquiría una realidad majestuosa y llena de misterio, como en el bosque serbio o en el bosquecillo de Rupià, agradezco que al menos en un local se cuide esa penumbra iluminando la comida con unas velas.
Al volver, él quiso conocer el azufaifo. Lástima que le han puesto una fea puerta metálica y ya no se pueda acceder al jardín como en días atrás. Era una suerte poder tocarle el tronco a mi viejo azufaifo. Pero al menos lo vio y me habló de la belleza de lo pequeño, esa belleza de lugares humildes y diminutos que a mí no me  hace falta perseguir, pues parece venir todo el tiempo, acercarse, envolverme a pesar de la saña zafia con que la destruyen los políticos municipales en esta pobre ciudad.
Leí una graciosa y apasionante pieza de Aleksandar Hemon (a quien entrevisté en París para Si un árbol cae) en The New Yorker sobre los Wachowski y su Cloud Atlas. En otro New Yorker un artículo sobre la nueva biografía de Stefan Zweig y sus demonios, ocultos en El mundo de ayer. Una serie de fotografías suyas le dibujaba autrement. Y un cuento triste y denso y memorable de Alice Munro que ya cité, "Amundsen". En esa revista siempre hay al menos una o dos piezas magníficas, que vale la pena leer.
Volví a Hard Times de Dickens, mientras espero que me lleguen mis encargos indios. Por cierto que en algún suplemento literario internacional de los que me trae J (creo que era el del Financial!) leí un interesante y complejo retrato de Dickens con todas sus ambivalencias, sus traumas y también las maravillas de su escritura. "Sus excesos son los excesos de su época", decía el crítico con toda la razón, refiriéndose a su obra. Hard Times parece referirse a esta época nuestra, tan tremendamente injusta, tan equivocada, tan delirante, que tanto daño hace a muchísimos mientras sólo beneficia a unos cuantos y de manera inmediata, destruyéndolo todo a su paso. Dickens sigue hablándome ahora y es un refugio, como Satyajit Ray.
Tuve una "conversación" nocturna con mi amiga cineasta directora de documentales, hablábamos del dolor y de lo que nos salva, a mí la escritura, a ella el cine. Lo mejor de esas franjas de noche insomne que ahora se me imponen por la horizontalidad imposible de la caja torácica, por esas pobres costillas flotantes y las otras, es que me siento a escribir. Esta noche, de tres a cinco. Me había quedado llena de dudas (y aún las tengo) sobre lo prosaico que me parecía lo que estaba escribiendo, y al menos pude introducir cierto fulgor, aunque sin duda tengo que trabajar más. Dos amigos me preguntaron cuántas páginas llevo, yo nunca miro los números, ayer lo miré, eran unas cincuenta y tres páginas escritas, no muchas, pero algo que sí es revelador. 
En cambio me escribió un mensaje una amiga lejana que ni me lee ni me comprende y que había interpretado mi intento de curarme como un abandono a la enfermedad y la muerte. No todo el mundo puede comprender nuestros gestos, aunque a nosotros nos parezcan fáciles, sobre todo sin apenas acercarse y con una carga de prejuicios y de creencias que no aceptan cuestionamiento alguno. Otra vieja amiga, con la que estudié, interpretó mis respuestas a la inversa y empezó a repetirme datos estadísticos que desmienten por completo lo que yo he visto y vivido. No importa. Sin embargo, sarinagara, hay malentendidos que sí me empeño en aclarar porque creo que las palabras deberían poder, que la experiencia común debería servir, que es absurdo hacer tábula rasa como si no nos conociéramos.
Yo sigo pensando en la prueba que permitirá saber si una operación es posible y con qué características. Fantaseo con la vida de después, ya recuperada, en la que podría otra vez  recobrar poco a poco la libertad de mi cuerpo.
JP me sigue escribiendo desde India y me manda imágenes esplendorosas.

Ayer volvió a  realizarse el festival que mas me gusta de todos y el que espero con mas ilusión cada año. Tiene lugar en una kund, una especie de gran pozo con escaleras en sus cuatro lados donde la gente realiza abluciones y ofrendas, se llama Lolark Kund y es de una belleza grandiosa precisamente por su sencillez, un esbelto arco de piedra que se alarga metros y metros hasta hundirse en el agua, aunque es una pena que queriéndolo proteger lo hayan estropeado un poco poniéndole una barandilla de metal y un muro pintado de rojo que ya no deja verlo como antes en toda su simple elegancia. El festival es seguido por miles de devotos venidos de todos los pueblos vecinos, y algunos desde muy lejos, que desde las primeras horas del alba se arremolinan alrededor de la kund rebosando los callejones adyacentes.
Como tenía sanscrito a las ocho, pasé por allí a las siete y media en bicicleta y ya no se podía circular, tuve que dar un gran rodeo para llegar a clase. Están las calles llenas de puestos donde venden frutos redondos y unos espinosos que solo veo este día, así como pepinos, calabazas y todo tipo de frutos de formas fálicas, otros venden baratijas, juguetes de plástico para los niños, o polvos de distintos tonos de rojo para las mujeres (la raya bermellón que llevan las mujeres casadas en el pelo). El agua de la kund tiene una extraordinaria fama para conceder progenie a las parejas y además cura muchas otras enfermedades (de la piel por ejemplo, la famosa lepra blanca), así que todas las parejas, y son centenares, que han sido bendecidas con hijos vienen con sus bebés a los que afeitan la cabeza en señal de gracia, las mujeres estériles o que buscan un hijo se tienen que bañar sostenidas por su marido y a continuación se desnudan y abandonan allí todas sus ropas, sus joyas, zapatos... y se visten con otras nuevas. Al terminar el día hay montañas de saris mojados, de zapatos, de pulseras de cristal rotas en el suelo, cadenas y ajorcas. Los barberos hacen su agosto y en los ghats se pueden ver centenares de Sagradas Familias, parejas jóvenes con un bebé que toman el baño ritual esta vez en el Ganga (y con agua mucho más limpia y no llena de los cientos de frutos que flotan en la pequeña superficie del pozo, aunque algunos brahmanes y empleados de ellos van retirando lo que pueden para dejar algo de sitio). Me paré a tomar el té en el sitio de siempre, muy cerca de la Kund y era el lugar que habían escogido los encantadores de serpientes para exponer sus cobras, u otras serpientes, hipnotizándolas con sus flautas abultadas y atrayendo al público con los tamborcitos de doble cara, como relojes de arena, e iguales al que lleva el Shiva Natarja cuando baila su danza cósmica, los devotos les arrojan monedas o arroz. Las cobras son preciosas y la rapidez con que mueven sus lenguas bífidas, impresionante. Algunas las traen tan solo en pequeñas ollas de barro, como las dos que exhibe una mujer que debió ser bellísima de joven porque aún lo es ahora que el tiempo y el clima la han ajado un poco.
De repente pasa una andadilla sostenida por hombres que recitan un mantra (solo van hombres a las incineraciones) recubierta por una tela y flores.
Volví a pasar por Harmony y entre otras cosas me traje Conversaciones con el grupo de Blomsbury de Mulk Raj Anand, al que siempre te nombro, por el libro, que ya terminé y que me entretuvo mucho, desfilan Elliot, Arthur Whaley, Aldous Huxley, D.H. Lawrence, Keynes, Virginia Woolf que es la que sale mejor parada, Norman Forster, Lytton Strachey, Edith Sitwell etc   al que mas espacio dedica es a Elliot, que aunque es el más estirado, muermo y solemne del grupo es glorificado, a Lawrence también lo deja quedar bien, a Elliot es incapaz de juzgarlo, pero está plagado de bromas de los del grupo sobre "The Pope", me gusta la definición de Huxley sobre la novela "A novel is glorified gossip. Not a lexicon".
Se nota la sombra de Joyce al que todos toman como referencia. A pesar de sus bravatas y sus parrafadas sobre filosofía o teoría de la novela, que me aburren, lo que transparenta de los escritores, de su carácter, manías, prejuicios me intereso mucho. Además como Anand es indio acaban siempre hablando de India, a favor o en contra, nerviosos por la pretendida espiritualidad de esa colonia (aún lo era). Hablando con C.E.M. Joad, el único que desconozco de los que salen, dice:
"I call philosophy inconsequential disabuse of terminology expressely invented for the purpose".
 En el último capítulo en casa de Whaley Uday Sankar (el hermano de Ravi Shankar) baila una coreografía sobre el tema de Shiva teniendo como público entre otros a Keynes.
Guru Nanak, el profeta de los sikh dice "Even snakes shed their skins every now and then".
Termino con un verso que le cita Anand a Elliot de Ghalib. Éste estaba invitado a una mushaira (encuentro poético) de los que se realizaban en la corte del ultimo emperador moghul, Bahadur Shah Zafar, él mismo un estimable poeta, y Ghalib, que no habia preparado ningún poema, solo dijo este verso:
  Ai dil i nadaan, tujhe hua kya hai?
  ¡Ay, mi inocente corazón! que te sucedió?
Por lo visto, Elliot quedó muy conmovido por la tersura y profundidad
apasionada del verso.
Cuídate. Sé feliz.

Y mi respuesta

Qué maravillosas imágenes me habéis mandado, de esa India humilde y majestuosa de Satyajit Ray. Algunas se parecen a las que yo misma tengo de mi viaje de los ochenta, aunque hechas por una fotógrafa mediocre y con una de aquellas horribles instamatic de antes, pero me alegra tanto reconocer aquella India... Y otras son la mejor ilustración  de tus palabras y de la atmósfera de lo que escribes, el festival y los saris caídos, los hombres lavándose en ese agua plomiza, las vacas bañándose, las vendedoras bajo los arcos (yo tengo una muy parecida!), los niños, los shadus, los partidos de cricket con los templos al fondo, las barcas a lo lejos, los personajes solitarios y silenciosos como en los cuentos de Narayan...
Yo sigo con mis males pero también con todas mis esperanzas. El lunes es fiesta (no una fiesta como las que tú describes), y tendré que esperar al martes por la tarde para hablar con el médico. Y es que ahora me han entrado las prisas por saber a qué atenerme y poder operarme si se puede y sólo sueño con esa otra vida de después, una vez recuperada, andando por la ciudad y correteando y bailando y durmiendo boca abajo y de lado en la cama sin dolor, y agachándome sin dolor, respirando sin dolor, recobrando poco a poco un cuerpo de mujer que antes tuve, incluso sueño con mi antigua vida de escritora asistiendo a un acto y leyendo en voz alta mis escritos... Es inevitable soñar. El cirujano me habló de "lo esencial", que según él, era lo que más contaba: quién es usted, qué quiere, qué viene a hacer aquí... y ahora me vuelven sus palabras porque me siento más llena de energía, a pesar del dolor, y sé que esa fuerza interior es lo que podría salvarme. G. ha venido a verme, con su abrigo bolognés, se va el martes y le echaré de menos, sí, pero lo que más ilusión me hace es que se dedique a lo suyo con pasión, que aprenda y que se permita entregarse a su inteligencia y sus talentos, a su mirada, a su sensibilidad y que nada ni nadie le haga desvalorizarse. 
Me gustaría seguir recibiendo siempre estas cartas indias...
Un abrazo desde lejos
Bel


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