lunes, 21 de noviembre de 2011

Han pasado los días

Foto: I.N., Montjuïc, ayer, 2011
Ha llovido mucho en todos los sentidos y yo me encuentro otra vez casi en la antesala del dentista, intentando refugiarme constantemente de todo lo que me pincha del mundo, también en los periódicos y en esos sueños míos que ahora se acercan a la desdicha colectiva, con policía, torturas en una ciudad alemana y explanadas cubiertas de cuerpos durmientes bajo una mortuoria lona negra y yo pensando: No quiero dormir ahí, ¿dónde ir? Intento protegerme leyendo y traduciendo, intento respirar y le pregunto a Rufus, que a veces entierra el morro en mi chal como toda respuesta.
Acabé El viajero más lento de EVM (pensé que tenía una respuesta a la pregunta de por qué Psammético no se conmovió ante la suerte de su familia y sólo se desmoronó cuando reconoció entre los prisioneros a un sirviente viejo y miserable. La respuesta podía ser aquella frase de Thomas Mann de que el infierno es un lugar donde no hay reglas. Es decir, lo que el personaje de Herodoto no pudo soportar fue comprender que reinaba la arbitrariedad y no podía haber salvación sino por puro azar. También pensé, cuando EVM hablaba de la novela abierta, en la última novela de Natsume Soseki, Meyan, Claroscuro, inacabada, y para la que la mayoría de grandes escritores japoneses han escrito un final; y  pensé que efectivamente Sciascia era el mejor rastreador por ese librito emocionante que dedicó a desentrañar sin saber la muerte de Raymond Roussel en el Hotel des Palmes de Sicilia y que yo compré allí; pensé muchas cosas porque ese libro pregunta e interpela y lleva a asociar rápidamente y suscita un loco deseo de escribir siguiendo algunos de los hilos) y empecé enseguida Una vida absolutamente maravillosa. Al mismo tiempo leo a pequeños fragmentos (cuando paso por esa habitación) esa deliciosa nouvelle de crisis de Thomas Mann, Desorden y dolor precoz. Los libros llegan a casa como en una lluvia, como si los editores se pusieran de acuerdo en sus ráfagas: los dos primeros títulos de la nueva editorial Pendragón (Cardumen de Rexina Vega e Impresiones de un tal Teofrasto de George Eliot; ¡se merece toda la suerte!), Los zapatos rojos de Andersen ilustrado en Impedimenta, un pequeño Giono dibujado por Frederic Amat y un estudio de Anna Frank de Francine Prose en Duomo, La noche de Guy de Maupassant también ilustrado en Nórdica, el exquisito y procaz segundo volumen de Jin Ping Mei en Atalanta... Y unos cuentos infantiles de una recién ex ministra que pintan muy bien y que me recomendó un editor en facebook. Si pudiera, si tuviera más espacio donde escribir y más recursos, pasaría los días en el sofá...
MC me dice que ya no puede leer mi blog porque el texto se ve ilegible; he intentado averiguar, pero el misterio persiste. A empezó a mandarme mensajes aterrados una noche y me contestaba como si yo fuera otra persona, como si le estuviera diciendo lo contrario a lo que pienso. No entendí si quería decirme a mí lo que no había osado decirle a otro y me enviaba su irritación y su angustia porque no sabía qué hacer con ellas. Al final aludió a su cansancio y ahí acabó todo. Le conté uno de mis sueños al hombre que escucha: "atacarán pero bailaremos", me dijo como conclusión. Y era verdad, aunque en el siguiente la oscuridad había crecido desproporcionadamente y ahora pienso en aquellos sueños que Adorno tenía durante la Shoah.
Un amigo artista y viajero está escribiendo un alocado prólogo con dibujos para mi libro de Barcelona, el prólogo se va forjando con su barroquismo particular vital e inesperado entre sus viajes y sus momentos paternos y me va mandando ilustraciones y fragmentos. G recién vuelve de Ámsterdam, donde hacía mucho frío y viento y lluvia, pero circulaban en esas bicis sin frenos en el manillar; yo le dije: "Podrías quedarte allí, en un país rico, a salvo", y él se rió. 
En cuanto a mi novela, la considero acabada (aunque a veces siento la tentación de añadir una frase, una pincelada, al estilo de Courbet -¿era Courbet?-, a quien pescaban en el Louvre con los pinceles en el bolsillo, retocando sus cuadros) y a veces me siento feliz, aunque ahora viene ese extraño proceso de desprenderme de ella que esta vez tanto me cuesta. ¿Tendrán que arrancármela, como Diana Athill a Jean Rhys? Fuimos a ver La maleta mexicana la mañana del domingo electoral y no podía evitar pensar con tristeza en qué otro país mejor habría sido éste de haber ganado la guerra. Yo quería volver a ver Miró, necesitaba sus azules, sus payeses, su ironía telúrica, pero había una larga cola en la entrada, así que volveré a una hora más extraña, si puedo. Pero qué luminosa se veía la ciudad desde allí... Apareció Jacqueline, con un amigo que nunca había estado allí arriba y no tenía esa perspectiva de Barcino. ASD me escribió de pronto desde el museo donde nos conocimos y luego encontré un gracioso mensaje suyo en mi teléfono fijo. Y sin embargo, nagara sarinagara... También vi la película -teatral, autoirónica- de Polanski, muy Yasmina Reza, muy de humor judío, muy graciosa, con personajes muy afinados, excepto la excesivamente caricaturesca mujer que interpretaba Jodie Foster. Yo conservaba los ecos más metafísicos, más densos, de Melancholia, de Lars von Trier, es curioso cómo su fin del mundo pudo consolarme de mis visiones negras, pensé que él conocía muy bien la depresión, que sus metáforas -la especie de hojas cayendo, esas lluvias secas, las cuerdas carnosas de grisura que tiran para atrás y obligan a la protagonista a un esfuerzo brutal para avanzar, el abandono y la orfandad, la solitariedad de esa tristeza interna, densa, que encontrará su reflejo en el planeta responsable del fin... Y es que necesito mucho cine y mucha literatura para seguir adelante, para protegerme también. Anoche alguien me consoló sin saberlo, con su pura vitalidad, de las banderas y el estilo rancio que iba llenando la pantalla. 
Traduzco esos cuentos de inmersión en la tristeza irlandesa de Maeve Brennan (para Alfabia), que brillan oscuramente, como joyas palpitantes, y trato de acabar el libro para diciembre. En la calle me he encontrado a un abogado bajo la lluvia, yo buscaba un paraguas para sustituir el mío, roto. Él buscaba un libro de Wislawa Szymborska, me ha dicho que Messi y Szymborska eran ahora su refugio y de lo demás no quería hablar. Acaba de llamarme un poeta amigo de una amiga que quiere que presente su libro en diciembre, justo antes de la fecha fatídica. No sé adónde podría huir yo en Navidad, como no sea al campo cercano, chez des amis. Mi amiga americana me dice que si zozobro con el país, siempre puedo refugiarme en su casa de NY, y me imagino como aquella chica bosnia que conocí en un avión, que logró el dinero del billete en pleno asedio y se fue llevando sólo 20 dólares en el bolsillo y con su bebé en brazos, pero allí, mientras trabajaba dejando al bebé con no sé quién, se enamoró de alguien que acabaría salvándola. Son momentos muy distintos, pero la idea de que podría refugiarme allí, si lograse llegar, se convirtió en una suave coraza luminosa contra lo peor. Y sigue lloviendo y lloviendo...

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