domingo, 27 de noviembre de 2011

Hace unos días

Foto: I.N., Balcón de Rambla Catalunya, 2011
Escribí, pero no me decidí a acabarlo. Alguien me convenció de que era inútil seguir; es inevitable ser malentendida, pero me agota recibir esa clase de feed-back, además iba creciendo y creciendo todo lo que no podía escribir aquí, así que pasé unos días encerrada en mi concha.
"Yo también querría vivir en un mundo de gatos, como vino a decirme un melancólico visitante del blog hace unos días. He empezado a grabar estos posts con la idea de abandonar el blog, convertirlo en otra cosa, menos personal, donde sólo hablase de libros y películas. Incluso he pensado en despedirme del todo de las redes, pero es pronto aún para eso, aunque si logro mi objetivo lo haré también, sin duda ninguna.
Un pájaro ha venido a interrogarme en esta tarde oscurecida y silenciosa. Rufus sigue ovillado y dormido, siempre feliz. Anoche vino S. y leyó una parte de mi novela inspirada en su personaje. Yo no pensaba que pudiera leer en castellano, pero me dijo que sí y yo la releí en pantalla mientras él leía en papel, preguntándome cuál sería su reacción. Creo que le gustó. Bromeó que ahora él era un personaje de mi libro y estuvo interrogándome sobre otras reacciones. Dijo también que valoraba la escritura y que sabía del riesgo de acercarse a cualquier escritor, puesto que él también escribe. Me contó que se levanta al alba y se baña en el mar solitario todas las mañanas y yo pensé que tal vez esa experiencia suya osada y silenciosa sea responsable de la combinación de fuerza y luminosidad que irradia. Aunque lo demás no sea fácil para él en este momento. Luego, justo antes de irse, dijo algo que me hizo preocuparme de verdad. Más tarde, leyendo A quelle heure passe le train? No podía evitar pensar en su última frase y en el mensaje que recibí después. L'étonnement.
En mi sueño de ayer volvía la amenaza colectiva. El cielo junto al solar del azufaifo (que en el sueño no estaba invadido por esa horrible estructura siniestra y gigante) se llenaba de helicópteros, aviones militares y extrañas naves y yo se lo decía por teléfono al librero de la calle Berlinès, pero me daba cuenta de que él no me creía. Estaban haciendo extrañas maniobras preparatorias para caer sobre el mundo.
Traduzco sobre una exposición rusa para Santa Mònica, donde se habla de viviendas construidas con basura, detritos y materiales de desecho. Traduzco a Maeve Brennan, que enseña cómo se puede llegar más allá de lo triste y tedioso sin esperanza y encontrar ahí un resplandor. Sigo corrigiendo mi novela, aunque sea tarde, pensando en Courbet y sus pinceles en el bolsillo, retocando sus cuadros en el Louvre. Sigo leyendo a la maravillosa Alice Munro: ella sí que merecería el Nobel. Por cierto, qué alegría que Selma Ancira haya recibido el Premio Nacional de Traducción por su trayectoria (yo siento como si hubiese contribuido, pues la propuse hace dos años cuando fui miembro de ese Jurado, a ella y a Anne-Hélène Suárez, que ya recibió el Stendhal y tendría que recibir pronto el Nacional) y Olivia de Miguel por la obra poética de Marianne Moore. La Belle Elaine y yo comentamos el extraño hecho de que por una vez los dos premios hubieran recaído en conocidas nuestras y fuesen tan merecidos. Selma vive literalmente en la Rusia de Marina Tsvietaieva, de Tolstoi, de Pasternak... Ya recibió el Premio Ángel Crespo, pero su pasión rusa y su transferencia casi mágica al castellano tenía que celebrarse por todo lo alto.
Estuve en el Hipermercart, visitando las composiciones de azules, grises y rosáceos de Jean Marc Hild. También estuve en casa de otro amigo escritor y hablamos de la novela familiar y de esos espacios de reflexión como el del hombre que escucha. Y también me preguntó de mis ideas sobre lo que está ocurriendo entre big pharma y los hospitales y sus protocolos. Mi amigo seráfico se fue a París y me traerá mi té chino de una de mis tiendas favoritas del Marais. Yo también me muero por ir a París, pero no puedo. O a la pérfida Albión. Son sueños. Me consuelo con cine y lecturas. Hoy voy a ver ese Freud de Cronenberg. Temo que sea demasiado mixtificado y menos psicoanalítico que su Spider, por ejemplo. Veremos."
Lo bueno de alejarse de las redes, de abandonar esa larga estupefacción de las pantallas, es que permite leer mucho más. Además de dos EVM, estuve con Flann O'Obrien (qué locura de humor surrealista su invento de un aparato de fundir la nieve en un cubo, que en realidad sirve para que cuando un joven de cultura afrancesada recite suspirando el estribillo de Villon Mais où sont les neiges d'antan?, uno le pueda empujar hacia el cubo y decir: ¡Aquí, mentecato!), acabé aquel maravilloso Thomas Mann de la crisis, leí un cuentecito de gemelas de Zweig que parecía casi Isak Dinesen (por desgracia, mucho menos libre, más conservador y misógino) impecablemente traducido por Berta Vías Mahou, seguí hipnotizada por Alice Munro, con un cuento suyo (de una mujer mayor, viuda y enferma de cáncer, que es asaltada por un asesino) que la otra noche me dejó en una sima; se parecía a otro más cruel de Jean Rhys, Sleep It Off, Lady, pero qué perspicacia para entrar en esas épocas en las que creemos estar viviendo en una pesadilla. También descubrí una impensable coincidencia y afinidad en un libro de una autora sólida a la que yo abandoné por el lado fantástico de su literatura. Y empecé a preparar las lecturas necesarias para mi curso. Mi sueño de hoy no tenía que ver con las hecatombes colectivas de este mundo (J. escuchó uno de esos y me dijo, con su humor matinal: "A ver si vas a ser como uno de esos a quienes les salen las llagas de Cristo"; se lo conté a la Belle Elaine y nos reímos mucho subiendo la República Argentina con nocturnidad), aunque conservaba cierta angustia más propia. Un músico que trabaja para Hollywwod me pidió que le mandase algunos de mis sueños de catástrofes y al leerlos me ha hecho una propuesta que tiene su gracia.
Me decepcionó la película de Cronenberg. No contaba lo más interesante de Freud ni de Jung. Ese Freud de Mortensen fuma sus puros, pero apenas dice nada de sus descubrimientos y dudas, sólo los cuatro tópicos de guardián de un movimiento que ahí aparece ridiculizado. En lo que respecta a los desacuerdos de ambos, la película se basa en aquel libro de memorias de Jung que yo leí a los 23 y del que me queda un recuerdo que no quisiera deshacer releyéndolo. Parece como si Cronenberg (tan psicoanalítico en Spider o incluso en EXistenZ) hubiera pretendido sólo ganar dinero, sólo un bonito casting, imágenes sugerentes y un gran vacío; la película se estira y estira con la relación física entre Jung y su paciente (Kira Knightley y su eficaz gestualidad histérica), pero falta contenido y acabé aburriéndome. Tampoco creo que les guste a los junguianos. Eso sí, tuvimos tiempo de conversar la Belle Elaine, P.A. y yo. Tal vez por el vacío de la película, al día siguiente leí sobre esos "príncipes de la locura" psicóticos en A quelle heure passe le train
También tuve ocasión de ver un espectáculo maravilloso en el Institut del Teatre (por cierto, me sobrecogió el inmenso hoyo que el ayuntamiento ha excavado allí para crear otras 400 plazas de parking, Barcelona es ya cada vez más una tapadera de parkings, sin árboles, sólo cemento para coches, las calles hipercontaminadas y ruidosas y las aceras invadidas de motos y bicicletas que no dejan paso para transeúntes; hay motos que circulan en marcha por esas aceras y nos pitan a los peatones para que nos apartemos, y coches que aparcan a diario sobre la acera impunemente; Alguien me habla maravillado de los árboles de Londres, que yo añoro), una versión coreografiada por Moreno Bernardi de La voix humaine de Cocteau/Poulenc bailada por la actriz Mònica Almirall, bajo la tutoría de Raimon Àvila). Es un trabajo denso y sutil, muy terrestre y profundo pero no sin ironía, a veces expresionista, que conmueve; yo me preguntaba cómo lo veían esos jóvenes que no conocen a Cocteau ni la película de la Magnani, ni mucho menos a Poulenc, y es que me pareció que se reían, sin saber que había un drama, por muy tragicómico que sea a veces. 
Me gustó la película de Polanski, muy teatral, muy Yasmina Reza, eficaz en su humor judío, excepto quizás, como dijo la B.E., el papel excesivamente caricaturizado de Jodie Foster. 
Hace sol, es lo único que nos queda, aunque al salir a la calle hay demasiados coches, cemento y ruido. Yo sigo con mis búsquedas y mis interrogaciones, pero cuando ya me tentaba escribir sólo secretamente o sólo editorialmente, algunos amigos escritores en fb me piden que siga, uno de ellos dijo sólo: "Huérfanos de Crucigrama". Su frase me ha hecho volver. On verra bien

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