Foto: I.N. Mis pies en la playa, 2011
Ayer volví a la playa secreta. Hacía un viento fresquísimo y la luz del agua, que se revolvía y giraba en multitud de olas asimétricas, me devolvió a mi preadolescencia en otras playas arenosas, con la misma estructura, de esas en las que hay que andar mucho para que el agua te cubra. También la sombra rápida de un avión sobre la arena, recorriéndome en un segundo como una caricia burlona me restituyó en un relámpago mnémico aquel lugar: Coma-ruga. Y esa extraña alegría de la inocencia perdida que nos engaña, como si quisiéramos volver, cuando como en mi caso, no querríamos en ningún caso. Esa nostalgia de un yo inocente de la que hablaba Chantal Maillard en su espléndido Bélgica. Ayer no me di cuenta, confusa por el viento o la conversación, y no me protegí por completo, así que cuando cayó la noche y la Belle Elaine vino a mi casa cargada con unas cuantas películas de Kiarostami -Close Up, sobre otra falsificación de identidad, y unos cortos de niños en Irán que habían puesto en la Rai- algunos fragmentos de mi piel tenían una tonalidad volcánica. Y la Belle Elaine y yo estuvimos hablando de películas y de la familia como institución maldita.
Yo había estado leyendo Je suis né, de Georges Perec, donde un Perec pequeño, de pantalón corto, huía de casa de sus tíos y recorría los metros de París consumiendo el dinero que le quedaba y aterrizando en la comisaría, donde le dieron un bocadillo demasiado grande como para morderlo y un cuenco de cerámica blanca, con grietas grises, lleno de agua. Era como si él hubiera hecho lo que yo quise hacer entonces, sólo que no me atreví. Temía la cólera y la violencia que seguirían a ese paso por la comisaría. Je suis né es un libro fragmentario, que da vueltas alrededor de su voluntad autobiográfica. Me está gustando más que W. y me han dado ganas de volver a L'homme qui dort, pero no sé dónde lo tengo (el caos me asalta; mi casa en "modo verano", como decía H.C.). Unos capítulos después, Perec cuenta, en una reunión para una nueva revista, su experiencia como paracaidista en el ejército y disiente de Clara Malraux en que esa experiencia sea análoga al psicoanálisis (él dice que su análisis fue muy distinto de su experiencia paracaidista), para decirles (porque ha bebido) que a veces hay que saltar, como sea, al vacío. Y luego cuenta cómo escribió algunos de sus libros y es maravilloso lo que dice de esos intentos autobiográficos fragmentarios y détournés, como su libro de sueños. Y lo que dice de su vida nocturna de soñante y de cómo sus sueños recogidos y escritos no le sirvieron en el análisis -hasta separarse de ellos y recobrar unos sueños balbuceantes, menos estructurados, menos escritos- y de "ce quelque chose à la fois flou et tenace, impalpable et immédiat, tournoyant et immobile, ces glissements des espaces, ces transformations à vue, ces architectures improbables".
Por cierto, que -tal vez porque el primer cuento de ese Chet Baker de EVM me encantó con nocturnidad, esa noche soñé que ascendía por una colina, una parte alta y muy empinada de Barcelona, una zona inventada de la ciudad, mezcla de la avenida Tibidabo, unas postales antiguas de BCN que había visto la tarde antes en La Central del MUHBA y la elaboración onírica misteriosa. Yo iba andando a veces y otras en un autobús que parecía serbio, amarillo, abollado y viejísimo, y veía a EVM sentado leyendo detrás de todo del autobús desvencijado, con un traje azul marino como una vez en la feria de madrid, y unas gafas redondas estilo beat, y yo me acercaba para decirle que sus gafas me recordaban a Timothy Leary -aunque el TL real no llevaba esas gafas!-, pero un revisor me decía: "Ha pedido que no le molesten", y yo pensaba: "El revisor no sabe que yo no soy turista, que le conozco, etc., pero ya se lo diré después, cuando bajemos", y ya después yo estaba ya llegando a la cumbre y veía que estaban cerrando la puerta de los Hogares Mundet, que en el sueño era un sitio precioso con unos jardines frondosísimos y un edificio que parecía aquella iglesia de Siracusa construida sobre un templo griego, y yo sentía una gran desolación de no poder entrar, pero una voz interna me decía: "Es mejor así, porque lo que está pasando ahí dentro es terrible." Y entonces andaba con Lydia O., que me preguntaba: "¿Tú sabes dónde está el Palacio de...?" Y yo le decía: "Sí, por aquella curva", señalando a una carreterita con unas cúpulas doradas al fondo y ella me decía: "No, Isabel, no puedo mirar porque me dará vértigo", y yo le decía: "No, allí no da vértigo", y ella respondía: "Isabel, a ti no te da vértigo, pero a mí sí." Ahora todos mis sueños tienen que ver con la novela y en casi todos se plantea como re-presentación, o como las consecuencias de entrar o no entrar en esa zona antigua y doliente, en el vértigo de mostrar...
Así que le conté el sueño a EVM y me dijo que había algo inquietante porque precisamente en un artículo suyo que aparecerá mañana había escrito sobre algo cultural de los sesenta y aludía precisamente de los Hogares Mundet, un lugar que él no había mencionado en treinta años. Era la segunda vez que algo suyo se filtraba en mi sueño, pero la cosa no acabó ahí. Cuando se lo conté a la Otra Bel me dijo que había algo más asombroso y me contó de un viejo sueño suyo que le había impactado históricamente que se ajustaba a las imágenes de la Barcelona de mi sueño y que precisamente ayer, aprovechando un recado había salido en pos de esa ciudad onírica, intentando localizarla en un barrio montañoso y empinado como el de mi noche. Hoy ha aparecido Lola, que me acogió hace poco en Madrid, que está en Barcelona para uno de sus cursos, y le he sugerido que viniera a comer aquí conmigo y con Rufus, y al contarle a grandes rasgos esa cadena onírica, ella, que es junguiana y cada vez se adentra más en ese mundo, me ha dicho: "¡Claro! Es que todo eso nos viene de otro lugar, nos atraviesa, es que ahí (en los sueños) nos encontramos todos!". Y es que llevo días y semanas en las que los sueños se me escapan al despertar y recuerdo apenas una atmósfera, pero se desvanece enseguida de un modo desesperante, y al fin pude recordar ese sueño de las gafitas redondas. Naturalmente, el hombre que escucha me ayudó a ver otras cosas. Incluso las gafas redondas remitieron a una escena de mi infancia en la que yo miraba con prismáticos desde el balcón trasero de la casa de la Diagonal. Y surgió un incidente turbulento de negación que tuvo lugar el otro día como estela de un encuentro ante notario, algo que sólo la presencia alegre de G. pudo borrar (G. vino a pedirme una lectura crítica de un interesante trabajo de etnografía urbana que había hecho en un bar cercano; el trabajo me encantó, tenía destellos de genialidad antropológica o tal vez literaria, pero sobre todo me sirvió para recordar que, por suerte, yo hace mucho que ya no vivo "allí", sino lejos de aquellos personajes de mi infancia) y que al final sirvió para introducir dos nuevos matices en esa novela. Y es que, sarinagara... todo aquel mundo siniestro, una vez sobrevivido, se convirtió en materia feliz de mi escritura.
Ayer me sumergí en una serie que un amigo se ha empeñado en hacerme ver, una serie muy bien hecha, bien realizada, que atrapa y convence, excepto por la inmensa misoginia que a mí me fatiga y resulta insoportable y tramposa, y a ratos me llena de melancolía. Mi amigo dice que me espere, que me equivoco, y es que a él le gusta ver el mundo a través de MM. Efectivamente, los años cincuenta americanos eran horribles y opresivos para las mujeres, que en los sesenta se liberarían de todo eso, pero el ángulo sigue siendo misógino al mostrarlo (It reinforces mysogyny!, dice mi amiga americana, y yo estoy de acuerdo, por más que enganche, ¿por qué ponerse las gafas masculinas de los cincuenta para contarlos?), los personajes femeninos son despreciables, rastreros y sucios o bien de una imbecilidad infantil que acaba en violenta locura. Y esa oleaginosa complacencia de las housewives que recuerda a los consejos de la sección femenina a las mujeres, auqnue en un setting más elegante. Et le génie feminin? Mientras, tuve noticias del genio -femenino y muchas otras cosas- de mi admirada Heddy Honigmann y de que en noviembre saldrá un coffret suyo con todos sus documentales. Y que si salud se lo permite filmará pronto una película arbórea. Le voy a mandar La plaza del azufaifo y Si un árbol cae mañana o pasado...
Volviendo a la serie y al éxito que ha tenido, al margen de su gran eficacia narrativa, dramática y sobre todo al reparto, me hizo pensar en ese sueño de los hombres, de un mundo en el que las mujeres fueran sólo cuerpos, estuvieran dispuestas a todo con tal de conseguir sus objetivos materiales y además fueran incapaces no sólo de pensar, sino además de tener ninguna amistad entre ellas. Aunque parezca aburrido, eso consuela a algunos hombres de esa tremenda herida con la madre, edípica o whatever, esa necesidad de venganza se realiza así, intentando reducirlas a eso, en lo real y si no, al menos, en la narrativa. Y esto encaja con el planteamiento del lúcido análisis de Christiane Olivié en Les enfants de Yocaste, que por cierto han traducido.
Otro sueño es el del amigo que me la prestó, que habla como si la subjetividad no existiera, como algunos críticos, en esa ilusión de que hubiera un buen gusto universal -el suyo- y los demás, si no coincidimos, es que estamos equivocados. Aunque él -y seguramente todos- sabe que eso es falso, se obstina con tenacidad y con humor de niño que juega en hacer como si. Y es que seguramente hay algún encantamiento en eso, alguna consolación.
También estuve leyendo Rusia con Rainer, un libro maravilloso de Lou Andreas Salomé (¿lo dije aquí? qué maravilla la escena del encuentro con Tolstói, su descripción del personaje), y le hice una consulta a Selma Ancira sobre una expresión que cita Lou y que me encantó, habla de los "russkie neudachnie, rusos desdichados, es decir, los criminales". La idea que llamar desdichados a los delincuentes me pareció de un humanismo poético muy interesante. Per Selma no encuentra el término en esa época. Sin embargo, la traducción y la edición parecen impecables. Es una gozada de libro.
Y ahora tengo que instalar la impresora, qué pereza dan los aparatos y sus instrucciones, para imprimir el texto que leeré pasado mañana en Laie, a las 19.30, en honor de la poeta canadiense Denise Desautels y la exquisita traducción al catalán que Antoni Clapés ha hecho de su Tomba de Lou. Para mí ha sido importante escribir ese texto, que se presentará también mañana en catalán y en francés, a modo de plaquette (¡ha quedado preciosa en francés!). Y estoy llena de mi característico miedo escénico de leerlo allí (no sólo eso, cuando se lo leí la primera vez a la Otra Bel, que lo calificó de hipnótico, pensé que si leía ciertas frases de ese texto me moriría... Luego eso pasó, pero a esa fantasía negra la sustituyeron otras ansiedades más de rez-de-chaussée que no contaré aquí). ¿Vendrá alguno de mis lectores silenciosos? Dos días después, el texto aparecerá también en castellano en Frontera D. Les dejo ya. Rufus duerme profundamente y siento deseos de sumergirme con él en ese sueño donde, según Lola y los junguianos, nos encontraríamos todos.
2 comentarios:
Seguro que será una presentación maravillosa, pero no te preocupes, aún tienes algo de tiempo, es pasado mañana,no mañana ;)
Sí, todo el tiempo pienso que mañana es lunes, estas fiestas añadidas me confunden... Gracias!
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