Foto: I.N. Gato en la ventana, Alpes Haute Provence, 2010
G. y yo hemos ido esta mañana a la protectora del Tibidabo. Estábamos a punto de irnos a buscar una gatilla a una masía del Ordal, cuando él me ha propuesto mirar antes en la de aquí. Así que hemos enfilado el camino del tramvia blau y luego por lo pedregoso, para ser recibidos por una orquesta de ladridos impresionante y unas escaleras dignas de Escher: a mí, que llevo dos semanas sin poder utilizarlas, me han descorazonado. Pobres perros enjaulados que pedían ser rescatados... Pero cuando al fin hemos accedido a la parte superior, donde viven los gatos, yo maldecía haber olvidado mi cámara. Quelle merveille! Los gatos andan sueltos por el recinto de sus jardines escalonados, con una especie de bungalows abiertos con literas y camitas, corretean por escaleras y tejados, dormitan dentro y fuera y todo el territorio es el reino de los gatos.
¡Qué espectáculo! Gatos sinuosos, siempre escultóricos y estilizados como bailarines, gatos ovillados, somnolientos y ociosos o caracoleando en escalones y tejados, gatos acicalándose, gatos peleando, gatos despectivos y arrogantes, gatos zalameros y afectuosos, gatos hedonistas, sensuales, hoscos e inasequibles, gatos risueños, orondos, desperezándose y con el único deseo de ser acariciados...
Era muy difícil elegir. Todos los que me gustaban (atigrados o negros) eran salvajes, gatos que no pueden vivir en un piso, o de carácter difícil. Había una que me tenía convencida a pesar de las recomendaciones (yo pensaba: ¡Gilda también era tigresa! Y como dijo el veterinario: "Todo gato lleva un tigre dentro". Tampoco buscaba uno de esos gatos como ositos de peluche, que se dejan hacer todo), era guapa y atigrada y no paraba de acariciarme con esa lengua seca y áspera, abrasiva, de los gatos, hasta que de pronto me ha mordido y eso parecía un signo, dos dientecillos afilados en la mano (la marca ya desapareció).
G. pensaba en su tiempo, en sus exámenes de septiembre. Yo tenía que desbeber urgentemente. Y a la pobre directora le sonaba el móvil a cada minuto. ¡Una locura! Un viejuzo con muletas y un pie muy corto sobre un zapato gigante andaba peligrosamente por allí, buscando un gato determinado, siempre a punto de atropellar a varios gatos o de caer sobre ellos.
Había gatos negros, blanquinegros, romanos, rubios, pelirrojos, grises, tricolores, pero era tan complicado. Algunos salían huyendo, otros nos perseguían, otros nos miraban lastimeros, con esas mudas peticiones de ser secuestrados. Pero no siempre coincide el deseo ni las limitaciones: yo no tengo jardín y no conduzco, quería una sola gata pequeña y ya tuve un siamés y un gato rubio pelirrojo...
Cada vez que yo preguntaba: ¿Y éste? Me decía la responsable: "Éste es un salvajito... o Ésta es una salvajita..." O también: "Este gato siempre ha vivido en jardines, no puede vivir sin jardín" (Cómo le comprendo... En realidad, yo tampoco sé vivir sin jardín).
Al fin hemos elegido una gatita pequeña, gris y blanca, que nos seguía prudentemente, sin dejar de vigilar las zarpas de algunos gatazos. G. enseguida lo ha dicho: "Tú sigue, ella vendrá detrás..." No era la gata que yo imaginaba, y la belleza para mí es importante, pero no le faltaba gracia, aparte de esas patas huesudas y grandotas de bambi que tienen todos los cachorrillos. Lástima de cámara, ni siquiera la he retratado con el móvil. Era todo tan extraño... Tantos y tantos mininos y tantas escaleras... Y una zona de suelo peligrosamente deslizante... Y por otra parte, G. y yo nos hemos quedado prendados de un gatazo gordo, atigrado, enorme, que sonreía como el gato de Cheshire y sólo quería que le acariciáramos la barriga. "Éste es un amor", decían las dos cuidadoras.
"¿Y llevarnos los dos?", me ha preguntado G. Pero yo no sé si podría coger en brazos al gatazo... "A ése habrá que llevarle en carretilla", ha dicho L. al contárselo. ¡Y qué bien quedaría en una carretilla! Su majestad felina la convertiría en una lujosa carroza de cuento. Lo cierto es que, juntos, el gatazo y la pequeña gris y blanca serían una extraña pareja. Ahora nos toca esperar los 4 o 5 días de aislamiento, análisis y cura de la gata blanca y gris y que nos certifiquen que está lista para la adopción. "Si no nos dan a la blanca y gris, nos llevamos al gatazo", le he dicho a G. en un arrebato. Y ahora, Dans ma cervelle se promène...