Foto: I.N. Flores amigas, 2012.
Yo vivo esta época extraña rodeada de un entorno muy agradable, de gente que me entiende y quiere apoyarme y me cuida, escribe o visita, hace recados, cocina para mí, me manda libros maravillosos, me da ideas de cómo ver películas rescatadas, me regala la suscripción a a una web de cine y me busca cables para que pueda ver las películas en la pantalla de mi tv, me acompaña a ver al hombre que escucha (¡he vuelto!), me llama y anima.
También me llegan cosas que me resultan incomprensibles. Un amigo me escribe diciéndome que mi blog proyecta una gran desolación y que no sabe qué decirme, y me sorprende. Yo no me siento en la desolación. Y los lectores de mi blog en fb suelen escribir que les inspiro, que les animo, que les alegran mis noticias de mejora, que les gustan mis notas de lecturas, o me animan a escribir.
Un poeta que nunca me entendió me dice "que se acabe pronto esa época tan fea que te ha tocado", también me extraña, yo no veo fealdad ninguna en esta luz llena de pájaros, en mis ensoñaciones, en los libros que leo, veo otras cosas. Feo, él, dice mi amiga china. Es una proyección suya. Y luego aparece de vez en cuando alguien mesiánico que prácticamente me conmina a cambiar de rumbo, y no hablo de algunos que amablemente me sugieren a algún profesional que les ayudó o que pudiera ser una opción interesante, sino a gente decidida a que sólo vaya a sus médicos, que haga sólo lo que han hecho otros, que me someta a sus protocolos, que vuelva al recto camino. Con un tono perentorio, autoritario, a veces. Es curioso. Seguramente esas personas nunca se atreverían a decirme que cogiera tal o cual trabajo o que me casara o abandonase a alguien, pero me llaman con gran vehemencia y decisión decididas a corregirme. Como si no fuese yo adulta y no pudiese tomar las opciones que quiera respecto a mi salud, como si no tuviese derecho incluso a descarriarme, como si todos tuviéramos que ser iguales en ese ámbito de pensamiento único, como si todo lo que suene poco ortodoxo fuese un peligro.
Sin embargo, lo que a mí me han ofrecido en ese territorio adonde ellos quieren llevarme es prácticamente nada, y en cambio, donde estoy, intentan curarme y se habla de curación. Cada uno tiene que hacer lo que cree que tiene que hacer.
Justamente hace unos días fui a ver a un cirujano y más que un médico me pareció un cafre (palabra históricamente mal utilizada que se le ajusta a la perfección). Él me proponía una solución radical que otros médicos, incluyendo a un famoso internista de origen esloveno, habían desaconsejado en mi caso. Yo quería saber si estaría dispuesto a optar por la solución que los demás aconsejaban. Él me contestó como un militar, sin argumentar nada, sólo con su supuesta autoridad incontestable. Cuando le dije que no quería morir dolorosamente en un postoperatorio me dijo que para eso estaba el Pades, es decir, que ya me darían algo para morir sin dolor. Y luego, si sobrevivía a esa operación salvaje que no argumentó en ningún momento, me ofrecía de dos a tres años de vida. Tampoco sacó ninguna estadística ni dijo en qué se basaba, olvidando que hay gente a quien nunca se le reproduce y que yo podía ser una de ellos. El desprecio con que me hablaba, la falta absoluta de empatía, la agresividad con que utilizaba su supuesto "saber", mientras afirmaba lo contrario que otros médicos tan ortodoxos como él... Fue una experiencia inolvidable. ¿Es eso la medicina?
De modo que yo sigo en el lugar donde comprendo lo que me dicen y la manera de abordar la salud. Por sentido común y sentido íntimo, por pragmatismo, porque así no he hecho más que mejorar y he pasado del dolor, las noches insomnes y la imposibilidad de comer a unas noches tranquilas, la calma y volver a sentir hambre y a digerir. Aunque sea lento, una prueba para mi paciencia y una inversión. Tal vez me equivoque, por supuesto, pero al menos habré vivido sin someterme a todo aquello en lo que no creo, a la brutalidad, al dolor, a unos riesgos y unos efectos secundarios desproporcionados y a la falta absoluta de respeto por lo humano e individual. Y espero que me curaré. Y no me siento en la desolación ni en la fealdad, sino en un territorio extraño, distinto, una especie de valle perdido e insólito donde leo como nunca había podido leer, pienso, contemplo la luz y los pájaros y corrijo un libro acabado para no desconectar de la escritura y poder tal vez luego reunir fuerzas para encontrar el tono y escribir esa novela que sólo está vagamente en mi mente y que aún no sé si deseo o no escribir. La belleza no ha desaparecido, sino que sigue por aquí cerca, en múltiples formas. Y no sólo las películas, sino los libros, que fueron mis primeros compañeros en una infancia donde la soledad era completa (excepto por el paisaje y la belleza y los pájaros), siguen conmigo generosamente, hablándome desde todos los tiempos.
Así que sigo leyendo. Leo esas Complete Stories de Henry James en dos volúmenes (aún bajo los ecos de "Owen Wingrave", ese cuento extraordinario que leí ayer), con la suerte de saltarme las dudosas traducciones que de él se han hecho por estos lares y es que no es fácil traducirle (lo hizo espléndidamente Marcelo Cohen con sus Cuadernos de Notas y hace años, en aquella colección de Siruela dirigida por Borges, Los amigos de los amigos, y poco más) pero a ratos le traiciono con un deliciosamente irónico e histórico Eça de Queiroz que me trajo J., Ecos de París, muy divertido. Eça de Queirós, de quien siempre me fascinó El misterio de la carretera de Sintra, que leí hace muchos años en una edición preciosa y ya inexistente y que escribió junto con Ramalho Ortigao, es autor además de la novelaza (mítica para J.) Los Maia. J. me la regaló, está en mi estantería, la distingo desde este sofá donde hoy escribo, pero no me he decidido a leerla por falta de un atril de cama, por lo que pesa, y J. está dispuesto a buscarme el atril para que la lea. Es verdad que J. y yo no siempre coincidimos en nuestros gustos literarios y yo siempre le reprocho que nunca se leyó tres libros extraordinarios que le regalé hace dos cumpleaños, y que leyeron otros, pero sí coincidimos en algunos libros míticos comunes (como Melmoth The Wanderer, que fue doloroso objeto de discusión cuando nos separamos y que yo me acabé comprando en inglés porque no podía resistir separarme de ese libro, que era suyo, y tantísimos otros de antes y después... pero no todos). Y la verdad es que estoy deseando leer Los Maia, aunque sea sobre un almohadón.
Acaba de marcharse una amiga muy lectora y a veces escritora, aunque procede de un mundo matemático y científico, que me ha traído una plantita de albahaca y dos limones de un jardín familiar, además de su conversación inteligente. Ha reaparecido virtualmente un músico ingenioso con quien había un malentendido y hemos podido borrarlo felizmente. Ahora vendrá G. Se oye a lo lejos un concierto de piano, diría que el Nocturno de Chopin. Y pájaros. Rufus sigue ovillado, ronroneando. Corre una brisa maravillosa.