jueves, 26 de abril de 2012

Tal vez


Foto: I.N., Visitante, 2012
Fueron los árboles talados, arrancados, las casas destruidas, el horror constructivo que se ha extendido en estos años como los ganglions de misère et de laideur de que hablaba Camus, sans frontières d'arbres ni d'eaux, comme un cancer malheureux, lo que acabó por enfermarme. Siempre pensé que la belleza curaba y la fealdad podía enfermar. Yo lo he sentido como una derrota personal, pasar todos los días por esa tristeza alrededor de mi casa, cambiar el silencio y los pájaros por un constante fragor de obras, vivir en medio de una cantera sin futuro, donde edificios espantosos han sustituido la pequeña belleza humilde de las casitas de antes, ver prisionero, constreñido y amenazado de muerte al azufaifo.
No puedo saber si recobraré la salud, ni si sobreviviré nuevamente a esta prueba. Por alguna razón se ha borrado el score de vidas restantes de este extraño videojuego. Sí sé que, si lo consigo, escribiré una novela sobre médicos. Hace años que ese material se ha ido posando dolorosamente en mi cabeza, desde cuando mi padre estuvo enfermo y murió, y no ha parado de crecer. 
Mientras, leo e intento reponerme. He leído un libro chino maravilloso que me trajo V. por mi cumpleaños, una preciosidad poética titulada en su versión americana Eighteen Songs of a Nomad Flute. The Story of Lady Wen-Chi (es un manuscrito del siglo XIV propiedad del Metropolitan de NY). No me he cansado de leerlo ni de mirar esos dibujos en los que Wen-Chi mira a lo lejos en el desierto, secuestrada por los Han, mirando hacia su adorada tierra china, o pinchándose un dedo para escribir con sangre un mensaje que las grullas lleven a sus padres, o al contrario, cuando al fin vuelve y se ve obligada misteriosamente a separarse de un marido-secuestrador al que ya ama y de sus dos hijos, y todos lloran cubriéndose la cara con largas mangas de sus trajes, y la belleza de los caballos y las carrozas y los muebles del desierto. Como dijo V., aquí no se publican cosas así.
Y luego he leído una novela magnífica de Gonzalo Suárez, El síndrome de albatros. Me ha hecho preguntarme por qué los grandes críticos no se ocupan de él en los suplementos, por qué ese silencioso ninguneo a un escritor con un mundo personal tan rico y poderoso. La novela es deliciosa, el humor y la ironía insuflan a todo una distancia idónea, pero al mismo tiempo, la acción es trepidante y chandleriana, el narrador me recordaba a veces a un Philip Marlowe contemporáneo y de por aquí. El uso del teatro está lleno de genialidad y frescura. Y qué bien escribe. Hay ideas y frases... Con qué dominio mezcla el peso humano de las cosas, la locura delirante y surrealista de los hechos y el desfile de personajes con sus taras, la sangre, la violencia y el sexo y el juego de posibles quiebros y resoluciones abiertas entre la realidad y el sueño que le emparenta a David Lynch, pero a un David Lynch con densidad vital, con tiempo y cargas de profundidad. También entiendo que le gustara tanto a Enrique Vila-Matas porque hay entre los dos afinidades, incluso comparte con Aire de Dylan la alusión a un Hollywood pasado de vueltas, a un post-hollywood traído por las frases de los guionistas y los actores, una interrogación sobre la propiedad de una frase, tantas cosas, cada uno con su estilo. Si no se habla más y en serio de un autor como Gonzalo Suárez (que ya fue elogiado en tiempos por Max Aub y Vicente Aleixandre, luego por Suñén, Cercas y Millás), si casi sólo se le elogia en privado y en espacios pequeños y no a toda página, si no se le ha traducido ya a todas las lenguas, es sólo porque vivimos en un país cutre y sin criterio, donde pocos tienen la generosidad o la osadía de defender a alguien que no esté de moda o a quien no estén defendiendo ya todos los demás.
Ayer fue una alegría ver Mis postales de Barcelona en La Vanguardia Cultura/s. Si alguien me manda el pdf podré ponerlo aquí. Me encantó ver a mi gato manchado en la portada, y las dos páginas con fotos y fragmentos del libro.
Mientras, Rufus es mi mejor compañía, pero como siempre, hay una nube de amigos que flota en torno a mí y que me recuerda el afecto y la afinidad. No sé si lo dije aquí, pero por primera vez, la noche electoral francesa, Rufus se acercó a ver la televisión, aún sin animales. ¡Es un gato europeo! Tenía conciencia de lo que nos jugamos. Fui a firmar en Sant Jordi, en un gesto para mí casi heroico, pero tuvo sus alegrías, aunque la multitud era grande y algunos amigos nunca lograron abrirse paso. Los pájaros me siguen visitando. Ayer una elegante urraca se posó en la antena de enfrente. Para los chinos, me dijo Anne-Hélène, es un augurio de felicidad.
Y es que anteayer, justo antes de salir a enfrentarme con lo peor de lo real, tuve un momento mágico. Sentí que el dolor se aliviaba al fin por la homeopatía y luego sentí que me invadía una respiración feliz, unas viejas ganas de bailar. Estaba acariciando a Rufus y le pregunté: ¿Rufus, qué significa esta felicidad repentina? Rufus me puso la pata en la frente, en ese ritual suyo que parece transmisión del pensamiento. Y luego, mucho más tarde, lo entendí. Era el paréntesis, la suspensión de la incredulidad, lo que vendría después con las extrañas noticias médicas.
È pericoloso sporgersi?
Hace una semana que todas las mañanas despierto a una pesadilla. ¿Qué puedo decir? Me han dicho que iba a morir. Me han ofrecido sólo cinco años de vida descerebrada, sin poder andar, confundiendo tal vez para siempre sueño y realidad, sin poder escribir, trabajar, leer ni pensar, perdiendo la vista y los riñones, entre otras cosas, y he dicho que no. Me han dicho entonces que no me crea que mi muerte será fácil ni agradable. Y luego, después de todas esas agradables promesas, me han dicho que no encuentran el cuerpo del delito, las células equivocadas. Pero siguen buscando. Mañana por la tarde se acabará tal vez este paréntesis feliz y volverán las sentencias. O tal vez no, tal vez me habré salvado y entonces me emplazarán a nuevas intervenciones. Mientras, intento disfrutar de mi último día de ignorancia. Pero también pienso que se equivocan. Que apenas saben. Que su idea de la vida es muy distinta que la mía. Que hay otras maneras de curarse. Que todavía no se acabó la partida. Y tal vez, incluso si encuentran lo peor, yo logre curarme por otros medios. O tal vez no. Non possiamo saperlo.

6 comentarios:

Anne-Hélène dijo...

¡Bravo, Isabel! El paréntesis feliz durará o, mejor dicho, se abrirá a otra etapa liberada de miedos impuestos y de lastres de todo tipo. Escribes como el viento, fluido y enriquecedor, que dispersa semillas que se posan, arraigan, florecen y atraen a pájaros, mariposas y todo un mundo que maravilla al que lo descubre. Entretanto, el paso es duro, pero también tiene aspectos de los que puedes aprender e incluso disfrutar. Por eso ves urracas y abubillas.

Belnu dijo...

Oh gracias, Anne-Hélène! Ojalá sea como dices. A veces, aún fragilizada por las heridas, siento que me falta fuerza... Y otras veces siento que todo saldrá bien en una vibración del aire.

Dante Bertini dijo...

coincido con Anne-Hélène en cuanto a la calidad eólica (vaya palabra) de tu escritura: una brisa suave, casi tímida, que de pronto se convierte en viento huracanado para volver después a su estado primero, aunque ya despojada de toda timidez...
LLevo una semana larga de estornudos, insomnios y toses, así que entiendo muy bien tu desazón. Me acompañan Federico, el gato, y un mirlo que canta hasta que abro la ventana y contesto a su llamado. Por suerte no estoy sordo. Ojalá sea la felicidad.

Belnu dijo...

Gracias, Dante! Por esas metáforas sobre mi escritura. Lo de los mirlos es verdad, doy fe, vienen a verte y dura lo que dura el buen tiempo. En cuanto al malestar primaveral, se pasará pronto. Ojalá el mío hubiera sido también de temporada. Pronto lo sabré y estoy temblando...

Anne-Hélène dijo...

No tiembles más, Isabel, ya está. Y el mal rato pasado, reconvertido en furia primero, se irá también; quedarás desintoxicada del sadismo abyecto de ciertos médicos y preparada para seguir adelante y con paso firme muchos años, con una visión renovada de las cosas y mucho, muchísimo que escribir. ¡Vamos allá!

Belnu dijo...

Sí, Anne-Hélène, así tendrá que ser. Escapar de esos seres de la fuerza oscura y aprisionarlos en un libro, como a aquellos malos del Superman de Lester que encerraban en una especie de cd y lanzaban al espacio. Y curarme autrement, con el apoyo de Rufus y los pájaros! Mil gracias por tu lenguaje celeste