viernes, 4 de noviembre de 2011

Otra vez

Foto: I.N., Cipreses en Girona, 2011
Llueve con la furia del cuento de Somerset Maugham, llueve en el pasado como en el poema de Borges que César CB citaba el otro día y que el Cabrero había cantado por bulerías, llueve como en el poema de Edward Thomas que citó Isabel M (Rain, midnight rain, and nothing but the wild rain), llueve con rabia, como decía G., llueve como en las películas de Manila, llueve como si no fuera Barcelona, yo acabo de decir que no a una invitación al bosque del trío cinéfilo para quedarme encerrada en galeras, aún dudo si escapar mañana, y renuncié a aceptar el préstamo de un apartamento fastuoso durante una semana en Londres porque mis arcas están demasiado vacías y no pude improvisar un billete moderado de un día para otro, y otro amigo artista que se iba para allá ayer me manda esta mañana un alegre dibujo rojo de autobús londinense.
Me ha entrado una melancolía como en la canción de Van Morrison, tan fuerte que he estado a punto de ceder a un impulso equivocado. He visto en la prensa un obituario (inexacto) de un amigo isleño y cineasta que ha muerto (espero al artículo que otro escritor isleño le dedicará el domingo). Pensé en él mientras paseaba junto a esos cipreses de Girona que parecen apoyarse en la piedra de la muralla, me acercaba al Bonestruc Sa Porta, miraba el candelabro de siete brazos y la llama eterna. Fue el martes, y estaba tan bonita la ciudad del río...
Me reconcilié con la novela. Quien la había escuchado sistemáticamente hasta un punto determinado reapareció y se ofreció a leer lo que le faltara, le envié los tres últimos capítulos, me puse a leer un artículo magnífico en el TLS de Ruth Scurr sobre Alice Munro, los sueños y el mal en sus cuentos (Don't Ask) y volví a casa en ese estado semihipnótico tan interesante, abrí el archivo de la novela, entré en el último capítulo, empecé a corregir y de pronto volví a verla como antes la veía, con su luz y sus sentidos. Saber que ella estaba leyendo esos capítulos me permitió volver a leerla de ese modo y llenarme de fruición de seguir. 
No es que sepa aún del todo lo que he escrito; no es tan fácil salir de ese lugar del no-saber en que me sitúo hasta el final, pero sé ya más de lo que sabía; se me ha ocurrido intercalar un capítulo más, no sé qué ocurrirá, pero ya estoy en otro lugar. Al día siguiente recibí la respuesta de esa lectora, que ahondó en la fuerza de irradiación de esas páginas, luego fui a comer a casa de un amigo escritor, en el Eixample, que está en el mundo y me dijo cosas para mí valiosas, y al volver andando por la Rambla de Catalunya, la ciudad parecía más plácida y luminosa.
Yo quisiera irme y no estar en quiebra. Echo de menos París y me refugio a veces conversando con amigos franceses.  EVM decía en su artículo que estaba en la librería Tschann de París y le gustaba oír los continuos "pardon", "pardon" de la gente al pasar. A mí también me reconforta la cortesía de los franceses del mismo modo que me descorazona la fea zafiedad de los españoles. Por cierto, cómo me gustó lo que decía J.A. Masoliver de Una vida absolutamente maravillosa de EVM, porque coincide con mi sensación al leerle: esa capacidad extraña de que al revisitar su mundo nos parezca siempre nuevo, aunque sea el mismo. Masoliver también hablaba de esa celebración suya tan gozosa de la literatura, esa locura de citas y lecturas que nos lleva a tantos otros libros, como el tapiz interminable que soñé una vez que era mi escritura. Se lo dije a un crítico francés vilamatiano decidido (el otro día estaba leyendo Chet Baker piensa en su arte y comentó pt'ain que c'est bon!) y me dijo que estaba completamente de acuerdo.
También me refugio en la música. No sé qué me ha pasado ni por qué estoy en esta desolladura material, ni si es transitoria o anuncia algo terrible. No puedo saber nada. Sólo espero que de verdad sea transitoria y lleguen los cambios necesarios y todo vuelva a su sitio...
Alguien en fb me ha recordado el impulso suicida tenaz de algunos pingüinos que salía en la película de Werner Herzog como un interrogante melancólico.
No pienso hablar hoy de lo que está ocurriendo en el mundo ni en este pobre país de políticos cenutrios y corruptos hasta las cejas, que nos siguen llevando al hoyo más y más. No entiendo cómo nadie puede defenderlos ni creer en ellos, cómo alguien puede creer que el candidato de un partido tan siniestro y turbio como el PP es "la luz al final del túnel", ni cómo alguien puede creer en un partido que se llama socialista pero sigue apoyando que los Bancos cobren las hipotecas a la gente después de arrebatarles la casa (algo que no ocurre en ningún lugar del mundo), o cómo alguien va a votar a quienes se llaman de izquierda pero les han apoyado en sus políticas derechistas. Sólo sueño con lograr un salvoconducto para salir huyendo.
Parece que el prólogo de mi libro de rincones de la ciudad lo hará un amigo, un artista visual, por decir sin decir. Se lo propuse el otro día y me dijo, para mi sorpresa, que le hacía mucha ilusión. Volvía de un viaje, se iba a otro y le esperaban un par más, todo era complicado, pero me dijo que sí, aunque todavía tiene que leerlo. He empezado a corregir también ese libro y a arrancar de él hierbajos, pequeñas cosas que no le pertenecen y que son del territorio de la ficción. El lunes iré a seleccionar imágenes a esa editorial de los gatos, las azoteas y el edificio modernista. Y este fin de semana debo acabar de corregir ese texto.
Y ahora vuelvo a la traducción. Me he retrasado estos días y tengo que compensar el tiempo perdido. Voy a atarme para no salir huyendo al bosque de la Belle Elaine con sus cineastas y mi pack de correspondencias. Vuelvo (y traduzco) a Somerset Maugham:  
Y el doctor Macphail contempló la lluvia. Empezaba a atacarle los nervios. No era como nuestra suave lluvia inglesa que cae amablemente sobre la tierra; era despiadada y en cierto modo terrible; se percibía en la malignidad de los poderes primitivos de la naturaleza. No llovía, manaba. Era como un diluvio del cielo y repiqueteaba en el tejado de hierro y zinc con una firme persistencia capaz de enloquecer. Parecía irradiar una furia propia. Y a veces uno sentía el impulso de gritar si no cesaba de llover, y luego de pronto se sentía impotente, como si los huesos se le hubieran vuelto blandos, y se sentía triste, miserable y sin esperanza.

6 comentarios:

´´ dijo...

Llueve un montón, he descubierto un libro que creo que se tendría que reeditar, ahora ya esta descatalogado y lo veo perfecto para la editorial Minúscula:

Te dejo lo poco que he encontrado por internet en castellano:

Diario sin fechas, un curioso libro cuyo título coincide también con su debut en la pantalla grande (Diario senza date, 1995), y en el que a través de un complejo juego de imágenes y palabras, ficciones y recuerdos ensamblados como en un sistema de cajas chinas, ofrece un personalísimo paisaje de Palermo, la capital de Sicilia. España, este título vio la luz en las Edicions Alfons el Magnànim, hoy completamente descatalogado y casi una obra secreta.

http://www.mediterraneosur.es/prensa/ando_roberto.html
.......

Yo lo he encontrado en una biblioteca, habla entre otras cosas del poeta Lucio Piccolo.

http://www.letraslibres.com/revista/letrillas/lucio-piccolo-un-caso-siciliano

José Antonio dijo...

Llueve como si lo fueran a prohibir: lo dicen mis amigos del DF...

Belnu dijo...

Gracias, Francis, pinta muy bien ese libro, deberías decírselo a la editora de Minúscula, efectivamente...

Belnu dijo...

Muy bueno el comentario de los mexicanos del DF, José Antonio

Belnu dijo...

Pero si eres tú, Millán!!!! Soyez le bienvenu

Belnu dijo...

Si alguien quiere dejar un comentario, que firme con su nombre, por favor. Los anónimos son ilegales por correo y debieran serlo también por internet. En Inglaterra hay una figura tipificada para los que entran en blogs y webs a ofender e insultar amparándose en el anonimato: allí la policía localiza la tcp-ip del troll y le multa. Aquí la justicia suele apoyar siempre al agresor, así que las cosas son más complicadas. Pero por suerte, podemos reservar el derecho de admisión. En cualquier caso, los que sólo se atreven a decir sin firmar son simplemente cobardes