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domingo, 25 de octubre de 2009

Ayer fue un día perdido

Foto: I.N., Este verano, cerca de Palamós, 2009
Me encontré mal durante todo el día. Fui a ver a M., que no supo contestar ni a las preguntas más básicas de J. y se excusó diciendo: "Tú no sabes lo que es tener la cabeza así, sin memoria..." La veía tan pequeña y perdida, con esa media vida prolongada. Le pido a J. que me acompañe porque para mí es un escudo, y porque a ella le alegra particularmente la presencia masculina. No recuerda quién es ni de qué lo conocía, ni recuerda seguramente lo mal que se llevaba con él, sólo le importa su belleza (tal vez cuanto más viejo sea uno más importante sea la contemplación de la belleza en los otros, que se ve magnificada, como la vida que se fue) y su actitud alegre y bromista. Yo busqué unas fotos desaparecidas (busco en las fotos su memoria perdida) y vi el desorden asombroso de sus armarios, donde los objetos más dispares e inútiles se mezclan con papeles, carpetas, fotos, trapos... La visión me produjo un vértigo (mi propio desorden multiplicado por mil) y la visita tuvo para mí su peaje, que se ha extendido por la noche como una inundación triste. Para colmo, había olvidado la cámara y no pude fotografiar los lugares que vi para mi libro semiabandonado. Fragmentos de la historia y la belleza de casas que siguen destruyendo en Hereuville, escondidas tras barreras de feos edificios inmensos y de fealdad sin sentido, mala arquitectura mediocre. Tendré que volver sola. No pude trabajar ni avanzar en mis lecturas urgentes porque la cabeza me burbujeaba con la tensión descompensada.
Al llegar me encontré a G., que estaba dormitando en el sofá, agotado de su surf matinal, tras su nuit blanche del viernes. Por la noche descubrí su mensaje de la pizarra en la cocina. Waves! decía.
Vi dos películas de Chantal Akerman, contagiada por el blogger perdido en Marienbad y su definición de la belgitud como actitud cultural de unos cuantos creadores, buscaba un documental (Là-bas) que aún no existe en dvd, y me consolé con Nuit et Jour (por la mañana, tan lejos, pero se veía bien, era un cuento parisino) y La Captive y no caí: de haber sabido que estaba basada en la proustiana prisionera Albertine me habría abstenido, aunque la película estaba muy bien contada y me gustaban las imágenes, la expresión de los actores, la sucesión de imágenes con que narraba era esplendorosa -eso no se aprecia en youtube-, pero esa obsesión que tanto me gustó leída me irritaba ahora vista, con el burbujeo sanguíneo en mi cabeza, tras la visita a esa otra prisionera que es M., y el recuerdo obsesivo de una frase y un gesto...)
He soñado que estaba con G. en Comarruga (donde nunca estuvimos juntos y que ya no existe como yo lo conocí) y unas avionetas con megáfono avisaban desde muy cerca que había que vacunarse obligatoriamente, la casa de Comarruga estaba llena de hileras de lavabos, yo intentaba cambiarme del bañador a la ropa en uno de aquellos compartimentos, pero no tenía luz, no encontraba sitio y los de la avioneta habían llegado a la casa vestidos como blancos astronautas de laboratorio, dispuestos a pincharnos. Y nosotros nos íbamos, cogíamos un avión a Nueva York (¡venir precisamente aquí!, pensaba yo demasiado tarde) y allí nos perseguían con la misma obsesión. Yo le decía a G: "Tenemos que encontrar a un médico razonable que nos ayude" (con un certificado de vacunación falso), pero agotada pensaba que me acabaría vacunando para no ser detenida y renunciando a todo lo que había protestado y que tendría que decir a la gente que no había tenido más remedio, y en ese momento notaba el peso del cuerpo dormido y me asaltaba la pregunta: "¿Y si te da parálisis? ¿Y si no puedes volver a andar por la maldita vacuna?" Y entonces G. me decía: "He encontrado un médico", y nos daba el certificado, pero tenía yo que hacer unos disimulos con unas neveras llenas de vacunas y no sé qué, y cogíamos el avión de vuelta y al salir teníamos que atravesar unas cámaras blancas selladas que parecían las de los submarinos, pero G. encontraba siempre muy deprisa la salida y yo le decía: "Se nota que de pequeño jugaste a tantos videojuegos de lara croft y esos personajes, porque encuentras todas las salidas; es una suerte haber venido contigo", y él se reía. Y luego he soñado que le contaba el sueño.
Está saliendo el sol, han cambiado la hora, me tomo gloriosamente mi té. Hoy tengo visitantes madrileños, pero espero que tendré unas horas en las que podré leer, podar mi conferencia, avanzar.
Cada hora aparece alguien que solicita ser "amigo" en facebook, con 50 o 100 "amigos comunes", que son sólo nombres, desconocidos, algunas editoriales o librerías y nada más. Lo mismo me da aceptar que rechazar y ellos sin duda sólo quieren aumentar ese número de "amigos" desconocidos con otro nombre y ser vistos en sus actividades. Siempre me pregunto si debería borrarme, si se encontrará algún lector de mis libros por ese medio...
Espero que esta semana salgan mis cuentos, aunque será una semana complicada. On verra bien...

sábado, 12 de abril de 2008

Los encuentros con la otredad, la escritura del siglo XXI, los caminos difíciles


Foto: I.N., Autorretrato borroso, mayo 2007

Ayer estuve en el Ateneu, en una de las actividades del Espai Freud, "Los unos y los otros. El encuentro con las diferencias. Subjetividad y pensamiento contemporáneo." La interesante combinación de los ponentes -Rithée Cevasco, psicoanalista, Julieta Piastro, historiadora, Jordi Borja, urbanista, y como presentadora y moderadora la psicoanalista Marta Rodrigo- permitió situar el tema de la inmigración y la alteridad en unos parámetros avanzados, más allá de los estereotipos y las discusiones sabidas. Marta Rodrigo hizo una presentación muy crítica, inteligente e ideológicamente muy clara, con ese viejo espíritu de la izquierda de verdad que tanto echamos algunos en falta. Luego Julieta Piastro mostró su insight capaz de entender esa alteridad gracias a sus reflexiones y práctica en las diferencias y cuestiones de género, apoyándose muy bien en análisis de Agambem, Vattimo, Heidegger, definiendo las distintas posiciones y el significado del multiculturalismo, etc., le siguió Rithée Cevasco, que iluminó con un análisis sintético y brillante, pasando desde lo analítico -del goce y la pulsión de muerte- a lo histórico y sociológico, basándose en la realidad francesa, la explosión de la segunda y tercera generación de inmigrantes (no de la primera, y no de la primera viene el arraigo religioso, como defensa, pues entonces funcionaba el ascensor social), profundizando sin necesidad de extenderse, y preguntándose si este país nuestro sabría superar los retos que allí no se habían superado (lástima que en algunos momentos bajaba la voz y yo, en un extremo, no lograba oírla), y acabó Jordi Borja, que tras bromear sobre su posición como el otro y su distinto nivel teórico, y de mostrarse crítico con la política del ayuntamiento y la del gobierno (ley de extranjería, regulación urbana sobre el civismo), situó las cosas en la ciudad, desmitificó la idea de los guetos, condicionó la integración a otros factores (de nuevo el ascensor social; o la ciudad compacta, ideas que personalmente me habría gustado pedirle que elaborase con más detalle, pero no pude quedarme al debate posterior y no sé si si entonces se desarrollaron más). En conjunto, una vez más, un tema tan importante y ubicuo en los medios y en las conversaciones diarias, abordado más allá de la hipócrita "cultura de las mentiras", incluyendo felizmente la perspectiva del psicoanálisis y la filosofía, y a la vez situado en su entorno natural más obvio, la ciudad. Por allí andaba el verdadero factótum de todas estas iniciativas, el librero de la calle Berlinès.

Esta mañana, una amiga poeta que lee mi blog me decía: "Has encontrado la escritura del siglo XXI, el formato, los enlaces, la periodicidad... ya llegará la manera de financiarte o de que se reconozca para que puedas vivir de eso..." (anoche hablé con un famoso blogger, últimamente foucaultiano, rortyano y judithbutleriano, que vive en otro mundo, mucho más receptivo y supportive y a quien The Guardian ha acogido a raíz de su actividad de blogueo) y una vez más, preguntándome si eso llegará, si no habrá sido un error entregarme a esta desvalorizante gratuidad en un país desértico, este abandono antipragmático, esta exposición exagerada que atrae no sólo a mis lectores favoritos, sino también indeseables, me acuerdo de la frase de mi padre: "Elegís caminos tan difíciles...y luego os extrañáis..." Yo le pregunté entonces a quién más se refería, aparte de mí, o en qué grupo me estaba incluyendo, y él soltó su risita de circunstancias, y concluí que me había puesto el plural para no ser tan directo. Y ahora al cabo de los años, si estuviera, podría decirle que sí, que en lo difícil, lo sesgado, lo lateral, los márgenes y meandros he encontrado casi siempre lo que me interesa o mi mismidad o simplemente me he encontrado ahí, por temor a dejar de ser libre, por afinidad con el espíritu del que habla Li Bai o por una inclinación no-sabida. Pero él no está para seguir la conversación, y eso es la muerte y la pérdida, una conversación interrumpida.

Voy a seguir con mi escritura interrupta, antes de que llegue la hora de las celebraciones.

lunes, 18 de febrero de 2008

Acabar, acercarse


Foto: I.N. Flores radiantes en mi caos, 2008
He acabado mi libro balcánico, Conversaciones en torno a la guerra. Lo he impreso para llevárselo mañana a la primera editora que quiso leerlo, cuando lo empecé, en 2003 y le dije por azar que le estaba escribiendo desde un cyber de Sarajevo. Voy a dárselo a 5 editores que dicen que quieren leerlo. Me he pasado unos días corrigiéndolo y podándolo. Tal vez mientras lo leen, sienta deseos de podar alguna ramita más. Pero lo he acabado. Cinco años de viajes, de abandonar, de reemprender, de leer y escuchar a mis escritores balcánicos sus historias de la guerra. Algunos de esos escritores son amigos, o al menos, había cierta intensidad en los temas de los que hablábamos y eso generó una corriente afectiva. Haberles escuchado no es cualquier cosa. (Hoy me han escrito sus respuestas algunos kosovares -lo he contado en Polis-, entre la esperanza y cierta inquietud). Acabar este libro me produce una felicidad expansiva y fácil de explicar, pero complicada, porque también me asusta acercarme al borde de esa piscina, en la misma medida que me atrae nadar. On verra bien. Y al mismo tiempo, me hace gracia haberlo acabado justo cuando llega Slavenka Drakulic a presentar su libro, que tiene una intersección con el mío, pues yo la entrevisté en Berlín y leí su libro y logré que se publicara aquí y lo traduje y prologué, porque estoy convencida de que es un libro valiente y necesario. Y al mismo tiempo que la celebración de la independencia de Kosovo (la anulación de su autonomía estuvo en el origen de esa guerra).
Hoy he tenido que trabajar refugiada en casa prestada, ya que cortaban la luz de 8 a 18h en todo el edificio. Ha sido muy agradable y he podido cumplir mi misión. Mis hospitalarios anfitriones me han hecho una comida deliciosa. Al llegar aquí sólo me faltaba incorporar una cita más de Hannah Arendt que recordaba vagamente, y poner a la impresora a trabajar.
Ayer fui a ver una película japonesa que me encantó, El bosque del luto, Mogari no Mori. Es una película sobre la pérdida y el duelo. Se hablaba poco y se escuchaba el rumor del viento en los árboles y la hierba. Era un bosque maravilloso, con esos árboles inmensos con las raíces gigantescas por fuera, como fuerzas de la naturaleza, casi tropical. Íbamos cuatro amigos, uno se durmió y las otras tres llorábamos en silencio. En una cabaña, con un maestro zen, unos cuantos viejuzos y dos chicas jóvenes intentaban hacer su propio e improvisado proceso de duelo. Había un largo paseo extraviado por el bosque donde dos de ellos lo lograban al fin, en un parcours performativo. Salí de allí con una sensación extraña, me despedí de los otros y fui a reunirme con otros dos amigos a un restaurante hindú, donde comí unas magníficas berenjenas picantes y sobre todo les escuché hablar de foto. En cierto momento le conté a mi amigo fotógrafo cómo era aquel bosque japonés y me dijo: "Vayamos, yo haré las fotos, tú escribes un cuento, busquemos un billete barato..." Qué deseo de estar allí...
Pensaba que, de pequeña, después de llorar siempre me veía los ojos brillantes, como si me los hubiera lavado en el nacimiento de un río. Es cierto que me siento más vieja, no sé por qué, desde que me despedí de la casa de mi infancia. Algunos han intentado (en vano, pero dulcemente) convencerme de que no es así. He hablado con mi madre, que parece haberse adaptado enseguida a su nueva casa pequeña, sin su galería de objetos. Tiene unos ventanales grandes y de noche, ve pasar lluvias de luces de coches silenciosos y esa visión la hace sentirse acompañada. Es tan extraño cómo funciona la maquinaria interna. Todo lo que suscita acabar, acercarse a lo que se desea... y dejar atrás un trozo de la propia historia, aunque sea liberador.
Last Minute News:
Hoy MIÉRCOLES 20 presentamos el libro de Slavenka Drakulic a las 7.30 pm en el IDEC/UPF
Y en cuanto a la salvación del falso pimentero, id a Polis...

sábado, 20 de octubre de 2007

Magdalenas



Foto: Toni Riera. Yo, a los veintifú, desde un mal ángulo y con un colocón considerable, en la inauguración del Studio 54, con las botas de Francis Montesinos, la falda de gamuza y un chaleco que encontré no sé dónde. Ah, y unos posavasos de piel de vaca como pendientes. A mi lado estaba una de mis hermanas, escultural y mucho más fotogénica que yo, pero no he querido incluirla sin su autorización. En la revista del Studio 54, el pie de foto de Carlos Bosch nos calificaba de "sabrosas"con nuestros nombres y apellidos, lo que entonces me pareció indignante y ahora me da risa.


Yo procuro hablar de Proust lo menos posible porque mi pasión por todo lo que escribió es uno de los escasos territorios que suscitan mi posesividad (con Baudelaire o con Maeve Brennan), y nunca querría compartirlo. Me costó mucho soportar que otros lo leyeran y me hablasen de él, para mí era algo secretamente mío y casi me consolaba que la gente dijera: "Oh, nunca pude con la Recherche..." Conozco a alguien que siempre quiere que todos lean lo que le ha gustado. Aunque últimamente nunca cumple sus amenazas de regalarme sus libros favoritos, ¿será que también se ha vuelto posesivo en ese terreno que le faltaba?


La cuestión es que hay desencadenantes de la memoria que producen una emoción incompartible y es inevitable pensar en la madeleine, pero la que se mojaba en la infusión de tila, y no la de Merimée.


Por ejemplo, un olor levemente dulce y ferruginoso que alguien me ayudó a identificar como la grasa de ascensores antiguos se encuentra en cada vez menos portales y a mí me aceleraba las pulsaciones y me trasladaba inmediatamente a la casa de mi abuela paterna (la materna nunca simpatizó conmigo, sino que más bien apoyó mi maltrato a manos de la Bruja de mi infancia), Maria Luisa, especie de princesa andaluza (cordobesa) siempre vestida de seda (todo lo demás le picaba), en invierno y verano, y preferiblemente de lunares, ella contándonos con su acento maravilloso el cuento de "Las tres monas" y enseñándonos sus aguamarinas, hasta que se retiraba a ordenar su mítico armario. Mi padre me dijo una vez que su madre parecía guardar algo muy interesante y misterioso con su armario, objeto de ocupaciones ocultas. "Bueno, os tengo que dejar, porque no podéis imaginar cómo tengo el armario..." Y su tono anticipaba un placer indescriptible, un entretenimiento lleno de contenidos interesantes, todos guardados en los estantes de aquel armario suyo.

También me recordaba a mi abuela el acento de Ocaña y su manera de contarme cosas del sur, y las yemas de Santa Teresa, que a mi abuela le perdían. De hecho, con su estilo dulce y aniñado, se murió después de un atracón. Dijo: "Ay, he comido demasiados dulces", se fue a echarse la siesta y ya no se levantó. Durante años, cada vez que iba a Madrid notaba el vacío al no poder ir a verla. También al pasar por la calle de Ayala, donde estaba su antigua casa, que ya no existe, la del portal con ascensor de hierro que olía dulce y fresco.

Ayer surgió otra de esas madeleines trempées dans le tilleul. Fui a ver a una amiga joven y embarazada que llevaba un vestido con botas marrones y sin medias. "Qué buena idea", le dije, porque en este tiempo tan inestable, donde el calor sucede al fresco o la tormenta, las medias molestan, y prefiero pasar del jersey a la seda de mi abuela, pero sin esas fibras intermedias que se pegan al cuerpo. Y los zapatos que acompañarían a mis vestidos corren peligro si de pronto arranca a llover. Ella me dijo que había descubierto esa posibilidad en una foto de Jennifer Aniston(!) Camino de casa, de pronto me di cuenta por qué me gustaba tanto la idea: no tenía que ver con un aspecto práctico, sino con mi obsesión por la memoria. De pronto surgieron, como aquella lluvia seca de ositos que caían del armario de G, o los secretos del armario de mi abuela Maria Luisa, muchas combinaciones de indumentarias de mi historia: a los 16 o 17, un vestido estampado en negro muy fino y algo hippioso, sin medias y con botas camperas; uno de seda amarilla con pájaros y flores chinas, con las mismas botas, o bien otro muy muy corto, negro, con pliegues casi monacales y manga corta abullonada que yo llevaba con unas Pielsa de caña baja (gentileza de mi tío Perico), y mucho más tarde, a los veintifú, unas botas planas de lona verde con minifalda en un avión, volviendo de Menorca con un artista conceptual con quien no recordaba haber ido nunca a Menorca, a un hotel ajardinado y solitario donde sólo había ingleses (ese recuerdo surgió también de mi amiga I. y su vestuario siempre estiloso). Y más tarde aún, en una época más punkie, las botas hasta medio muslo de imitación piel de vaca que me regaló Francis Montesinos con un trozo de gamuza atado a modo de falda, en la inauguración de la famosa discoteca neoyorquina en BCN. Y con esos atuendos, caían a la memoria las sensaciones de esas épocas donde la desesperada melancolía y la urgencia de evasión no podían separarse de los sueños atropellados y el hedonismo adolescente, y una pequeña pero honda convicción de que debía escribir, avasallada por mis sentimientos de culpa y mi baja autoestima...

Y ahora vuelvo a mis quehaceres, que he renunciado al concierto de piano de Rachmaninov matinal de mañana para preparar mi curso de posgrado de traducción en la UPF de la semana que viene, además de escribir y comprimir el texto de mi eterna conferencia madrileña y podar y espigar mi libro balcánico. Ayer leí una biografía maravillosa de la Ginzburg y se la he recomendado vivamente a una editora. On verra bien.


Por cierto, no se pierdan el vídeo freudiano-chino-sex-in-the-city que la sorprendente V ha colgado en su blog...

jueves, 29 de marzo de 2007

La memoria

Una alusión a la muerte del padre de un amigo de Mr.Ed me ha hecho acordarme del mío, mientras intentaba explicar una punzante jugarreta de la memoria y sus tempos, y es que ocho años después de su muerte, aún a veces, por una milésima de segundo, mi cerebro pensante se desconecta de una zona de la memoria o de unos archivos que él ocupa, y pienso que tengo que preguntarle o contarle algo, y en ese mismo momento llega, y cae como un pedrusco grueso, la conciencia de que no está ni estará más, de que ya no podré preguntarle ni contarle.
Así que, contra la vieja cicatriz dolorida, sigo el consejo terapéutico del poema de Vinyoli, El silenci dels morts

...No deixis de voltar-te
de les seves imatges. Cada dia
posa'ls flors al costat, per si poguessin
sentir la flaire de les roses. Què sabem de cert de llur manera d'ésser?
Preservem les coses
que van tocar, deixem-les allà on eren, quietament. I potser un dia
se't manifestaran. I si no ho fan, espera
pacientment, contemplativament, tota la vida. Viu la teva vida
mesclada amb ells.
Usa dels morts així.

... y decido hacerle un sitio aquí en este blog, con su foto de su época más feliz, cantando ópera como solía, medio en broma, en Cadaqués, y en la tarjeta que hizo mi hermana por su muerte, donde yo elegí el Soave sia il vento. Quizá también sea culpa del viento que hace hoy, tan parecido a la tramuntana del día en que cogimos el barco para tirar sus cenizas en el Perefet (y yo leí lo que había escrito la misma madrugada de su muerte, el texto del reverso de la tarjeta), para que pudiera tener una vida imaginaria parecida a la canción de Brassens, en el mar de siempre, viendo los pies de los bañistas agitándose en el azul, pasando su muerte en vacaciones.