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lunes, 6 de septiembre de 2010

Rentrée

Foto: I.N., Rufus, con la sombra de una antigua prisión, como en el cuento de Grace Paley ("A Subject of Childhood"), o como en el poema del Romancero que una vez canté a los presos de Quatre Camins, 2010
Yo sé de la rentrée por el concierto de sollozos (¡y aullidos!) del colegio que queda junto a mi casa. Es el signo de septiembre. El pistoletazo de salida. Pero no crean que dura unos días, no, se prolonga durante todo el mes y en octubre aún colea, aunque en general no es tan insistente. Ahora lloran a matar, todos a una, como Fuenteovejuna. Lloran y lloran con tal rabia y desesperación que cuesta no contagiarse. Sobre todo, si me acuerdo de los periódicos. Tengo una amiga que teme no poder volver mañana de los Encontres de la Photo de Arles, porque en el país vecino, mientras aquí se bajan los pantalones y deciden tragar como tontos, como siempre, todos los abusos y medidas del latrocinio y apoyo a los Bancos, allí se arman y van a la huelga en todo el sector público. Y cuando allí dicen huelga, no suele ser broma, es de verdad y los franceses lo aceptan, aunque eso suponga ir andando al trabajo, si uno no está en el sector público y no le afecta. Pero se me ha cruzado un tema de Polis...
Para compensar, escucho a Cecilia Bartoli cantando las arias de Gluck, incluso canto bajo su voz... Hace mucho calor. Rufus se esconde entre las macetas. A ratos parece completamente integrado en este paisaje, ya recorre y explora todo, a veces me pide que le acompañe a algunos sitios, otras veces le descubro investigando o dormita en el sofá o sus rincones preferidos de la terracita. Ya no hay lugares de la casa que tema como si viera fantasmas. Pero antes, cuando me ha visto correr hacia la puerta, se ha asustado y se ha escondido, pensando que le perseguía, y nos ha costado muchísimo convencerle de que saliera. También ayer, G. hizo un gesto brusco para proteger su cena y el pobre Rufus se agachó y escondió, pensando que le iba a pegar. Esos gestos cuentan de la crueldad y la tristeza históricas, de una vieja violencia. En esos casos le acariciamos como al snark carrolliano, intentamos demostrarle que eso no le pasará nunca más, que nosotros no queremos hacerle daño, sino intentar que sea feliz en esta casa. Es tan guapo... tiene las rayas y las manchas atigradas en los lugares perfectos e incluso sus torpezas por el peso de su barriga (también sutilmente atigrada) participan de su encanto, como su cola vencida, donde debieron hacerle daño alguna vez con mucha violencia. Me dijo la comunicadora de animales que Rufus temía sobre todo su propia tendencia a la sumisión, pero que pronto se daría cuenta de que estaba en el lugar perfecto. Pero el sábado, yo estaba agotada tras una noche sin sueño. Sentada en el sofá, le vi mirarme en la terraza y sentí cómo me llegaba una ola de su tristeza y dudé, me puse a preguntarme si yo, con mi historial, sería la persona adecuada para rescatarle, si podría contrarrestar ese peso hacia abajo. Pero a la mañana siguiente le vi tan contento y tranquilo examinando la casa con espíritu de Sherlock felino que mis dudas me parecieron una tontería.
Rufus no para de "mullir la lana" aun sin ella, lo hace en el aire, o apresando nuestros dedos con esos almohadoncillos negros que tiene en las patas delanteras, o en cualquier superficie, en un gesto de acunarse, un gesto regresivo que le tranquiliza, como el ronroneo de todos los gatos. He estado leyendo más Steinbeck, Cannery Row (me gusta mucho ese principio; por cierto, el libro me llegó el único día en que nos visitó el cartero, tras un mes y más de vacaciones de Correos, en un día llegaron siete paquetes) me he reído con el humor de Mark Twain (qué delicioso ese librito de Navona, hay un capítulo sobre la dieta europea que asombrará a cualquier lector, y el irónico "Abelardo y Eloísa" no tiene desperdicio, o la melancolía autoburlona e hilarante de "Un auténtico penco mexicano"...), y ahora me toca seguir traduciendo, antes de que lleguen las mareas del museo y de preparar un poco mis cursos de esta rentrée. Aunque a veces me entren ganas de esconderme como Rufus entre las macetas o de unirme al concierto de llantos desesperados (creo que deberíamos hacer una gran manifestación llorando a gritos por este pobre país y sus desastrosos políticos y sobre todo, por esa terrible tendencia a la sumisión que parece dominarlo todo). Y sigo escribiendo extrañamente, contra lo esperado y la planificación, a ciegas, sin saber nada, con la sensación de que tengo que hacerlo, de que luego vendrá una fase más clara y luminosa, de que, como dijo mi amigo serbio, mientras escribo, algo ocurrirá... Por cierto, le escribí a EVM contándole de ese cambio inesperado en mi espíritu que ahora sí me permite seguir su consejo y seguir simplemente adelante sin pensar tanto en la invisibilidad o el no-reconocimiento y me gustó su respuesta, ingeniosa y atinada.
Vi Bright Star, que me gustó y me disgustó, casi a partes iguales. Había algo impostado, que me irritaba, como el vestuario rígido y encorsetado y demasiado nuevo de la protagonista, que estropeaba su belleza y su asombrosa tersura. Me gustaba mucho la voz del actor que hace de Keats y oírle esos poemas que son familiares,´escuchárselos con esa voz, qué deseo de volver a todos mis poetas ingleses favoritos, no sólo los románticos! Esos poetas que sintetizaron cosas grandes que inspiraron a los narradores y cineastas, como el Splendor in the Grass de Wordsworth o el Tender is the night o los Magic Casements de Keats, por no hablar de Coleridge, de Christina Rossetti y de los que vinieron después, Yeats, T.S. Eliot, Auden... Ah, qué deseo de volver con ellos... Cómo comprendo en este momento a ese abogado que sólo lee y relee a los poetas ingleses...

jueves, 1 de octubre de 2009

Deprisa, deprisa

Foto: I. N. o Josep Liz?, Gorges du Tarn, 2009
Han pasado 40 años desde que empezó Anagrama y ayer se reunió todo el mundo editorial en el Principal, con las estrellas: Claudio Magris, Martin Amis, Roberto Calasso, Alessandro Baricco, Isabel Fonseca, Álvaro Pombo, Ian McEwan y tantos otros, algunos traductores, agentes, editores, Pasqual Maragall, muchos más escritores, periodistas y amigos de la editorial, con buen jamón y un entorno brillante.
Yo siempre voy a esos encuentros editoriales con el espíritu encogido, por un extraño sentido del deber práctico conmigo misma, y suelo ir sola, saludar a unos pocos que sí me aprecian a pesar de mi condición de no-estar-en-el-mundo*, confirmar la indiferencia y desdén de muchos otros, y retirarme deprisa (en realidad procuro ir a muy pocos y distanciados, porque si no, esa antihospitalidad me recuerda a mi infancia y pesa en mi ánimo, aun sabiendo que la antipatía es en muchos sólo torpe timidez barcelonesa, que sólo vencen cuando hay un interés material o de poder por medio). Dos amigos me habían ofrecido acompañarme, pero no había razón para hacerles ir, y en cambio, acepté un encuentro posterior en el Belvedere para hablar reposadamente con un amigo y desintoxicarme. Mientras le escuchaba, pensé que había algo en sus ojos que me parecía muy familiar, una luz que yo conozco ya... Y esta mañana en su mensaje me decía también: "Me da la impresión de conocerte desde hace mucho tiempo. Y eso me alegra."
Tuve la suerte asombrosa de hablar con Claudio Magris de Von Doderer, me contó que le había conocido, hablamos del pasado oscuro de ese autor, me contó que VD escribía sus manuscritos en distintos colores según cada registro distinto, y el propio Magris dijo (casi como yo escribí en mi reseña) que "su lentitud era maravillosa" y yo le conté cómo me había alegrado coincidir también en la objeción, la pregunta "¿dónde están los demonios?" (Por otra parte, el editor de Von Doderer tuvo ayer muy buenas palabras para mi artículo sobre ese autor en La Vanguardia).
Magris tiene la sencillez de los grandes, y su actitud ( "The only wisdom we can hope to acquire is the wisdom of humility: humility is endless") contrastaba con la arrogancia característica del mundillo editorial barcelonés, donde incluso algún traductor (maltratado como está ese oficio por estos lares) me habla desde supuestas alturas, pero tal vez se debía a que ayer era San Jerónimo, traductor de la Biblia y patrono de los traductores. ¿De dónde sacarán algunos tanto orgullo y esa idea tan elevada de sí mismos? Justamente ayer me decía G. que entre los estudiantes que conoce, hay muchos que creen saberlo todo...
A mí, hormiga de Figueres, me alegró que Magris me acogiera y me diera su dirección triestina para mandarle mi reseña de Von Doderer y mi libro balcánico. Le dejé hablando con Valeria Bergalli, porque el ruido general me impedía seguir ya la conversación.
Hoy no podré ir a escucharles a él y a Calasso en La Central, porque me han llamado de Ràdio 4 (Cel obert a la cultura) para entrevistarme 5 minutos telefónicos a las 20.30, en directo, para hablar justamente de Si un árbol cae.
Por cierto que ayer en cierto momento me crucé con un McEwan momentáneamente aburrido y solitario y mi espíritu de hormiga-del-pasado (aquel pasado en que le leía y admiraba) sintió cierto impulso de decirle algo, pero yo, que escribí una columna contra la misoginia de su novela Atonement (Expiación, qué título magnífico para una novela que me decepcionó) y leí con disgusto sus declaraciones sobre Irak, no podía ya, así que me abstuve... Sí abordé a Oriol Bohigas, y hablamos del azufaifo y de los planes arboricidas contra los hermosos plátanos de Barcelona.
Traduciendo el texto del catálogo de Manel Armengol y recorriendo con el autor Mark Gisbourne las imágenes islandesas de la sensible retina interior de ese fotógrafo amigo, he tenido que buscar unas citas de Ser y tiempo de Heidegger, que han aparecido enseguida, a pesar de que el autor no precisaba capítulos: brillaban en medio del texto como si quisieran atraerme a esa lectura atemporal, y mientras leía me sentía iluminada por esa ontología del Dasein y lo que para mí, hormiga ciega, es una especie de poética metafísica e inspiradora. Yo recordaba a Hannah Arendt en sus cartas y a Derrida en su biblioteca parisina, mostrando que en el altillo, al que se accedía por una escalera de caracol, y con ventana de mansarda, sólo tenía lo que él consideraba "le plus haut", y entre esos maestros estaba Heidegger. Y también le recuerdo explicando que contra la costumbre de la izquierda de quemar a los maestros (como el discutido, brillante y también dolorosamente equivocado Heidegger, sobre todo para un judío Derrida), él proponía deconstruirlos, es decir, señalar la parte dogmática en ellos y recuperar la parte vigente, que es un modo de actualizarlos...
Pero escribo deprisa, deprisa, porque en realidad, mi "estar-en-el-mundo" es ahora un frenesí excesivo de este caluroso octubre, entre conferencias, cursos, libros del Premio Nacional de Traducción, citas apretujadas, lecturas urgentes y deseos de seguir con mi novela. La acupuntura me curó de mis males físicos perentorios y ahora no tengo excusas...
Last Minute News. He ido a buscar Le bergsonisme de Gilles Deleuze y ya se estaba preparando la presentación de Magris, Calasso y Morey. Estaba Álvaro de la Rica, me ha dicho que el libro era excepcional, que a él le cambió su manera de pensar, y por esa recomendación me lo he comprado. El librero nos ha dicho a Jorge Herralde y a mí que era dificilísimo, y nos ha mostrado una nota de pie sólo apta para mentes matemáticas. Yo le he respondido que aun no entendiendo algo se capta (creo que la idea de T.S. Eliot para la poesía puede aplicarse un poco a la filosofía), aunque sea por ósmosis, algo inspira. Pero no he podido evitar pensar en aquel personaje de High Fidelity, copropietario de una tienda de discos, que prefiere no vender a cierta clase de clientes (ya ven que sigo con la resaca psicológica del encuentro social de ayer). Y en el camino he leído el prólogo maravilloso y apasionado de Miguel Morey, perfectamente inteligible. Como saben, Carlo Michelstaedter envió este texto a la Universidad como tesi di laurea a sus 23 años y luego, en un acto coherente tras su demostración, se pegó un tiro, en uno de esos suicidios lógicos. Si Nietzsche decía que "Si acaso el hombre fuera un animal de conocimiento... la verdad lo empujaría a la desesperación" y que sólo la ilusión del arte lo mantiene en vida, si Camus dice que el único problema filosófico serio es el suicidio, Carlo Michelstaedter, lector de los griegos a través de Schopenhauer, establece su versión y actúa en consecuencia. Ya sé que algunos no lo comprenderían y que mi amiga new age se escandalizaría de mis lecturas, pero para mí, esa especulación entre la vida y la muerte tiene algo fogoso, una especie de llama que no me entristece sino que me inspira. Y ahora vuelvo a mi trabajo.
Me han llamado de Radio 4: la entrevista será el viernes por la tarde, la persona que me llamó se había equivocado y así me he perdido tontamente hoy a ese terceto de estrellas filosófico-literarias. Y se ha puesto a llover con fuerza.