Yo sé de la rentrée por el concierto de sollozos (¡y aullidos!) del colegio que queda junto a mi casa. Es el signo de septiembre. El pistoletazo de salida. Pero no crean que dura unos días, no, se prolonga durante todo el mes y en octubre aún colea, aunque en general no es tan insistente. Ahora lloran a matar, todos a una, como Fuenteovejuna. Lloran y lloran con tal rabia y desesperación que cuesta no contagiarse. Sobre todo, si me acuerdo de los periódicos. Tengo una amiga que teme no poder volver mañana de los Encontres de la Photo de Arles, porque en el país vecino, mientras aquí se bajan los pantalones y deciden tragar como tontos, como siempre, todos los abusos y medidas del latrocinio y apoyo a los Bancos, allí se arman y van a la huelga en todo el sector público. Y cuando allí dicen huelga, no suele ser broma, es de verdad y los franceses lo aceptan, aunque eso suponga ir andando al trabajo, si uno no está en el sector público y no le afecta. Pero se me ha cruzado un tema de Polis...
Para compensar, escucho a Cecilia Bartoli cantando las arias de Gluck, incluso canto bajo su voz... Hace mucho calor. Rufus se esconde entre las macetas. A ratos parece completamente integrado en este paisaje, ya recorre y explora todo, a veces me pide que le acompañe a algunos sitios, otras veces le descubro investigando o dormita en el sofá o sus rincones preferidos de la terracita. Ya no hay lugares de la casa que tema como si viera fantasmas. Pero antes, cuando me ha visto correr hacia la puerta, se ha asustado y se ha escondido, pensando que le perseguía, y nos ha costado muchísimo convencerle de que saliera. También ayer, G. hizo un gesto brusco para proteger su cena y el pobre Rufus se agachó y escondió, pensando que le iba a pegar. Esos gestos cuentan de la crueldad y la tristeza históricas, de una vieja violencia. En esos casos le acariciamos como al snark carrolliano, intentamos demostrarle que eso no le pasará nunca más, que nosotros no queremos hacerle daño, sino intentar que sea feliz en esta casa. Es tan guapo... tiene las rayas y las manchas atigradas en los lugares perfectos e incluso sus torpezas por el peso de su barriga (también sutilmente atigrada) participan de su encanto, como su cola vencida, donde debieron hacerle daño alguna vez con mucha violencia.
Me dijo la comunicadora de animales que Rufus temía sobre todo su propia tendencia a la sumisión, pero que pronto se daría cuenta de que estaba en el lugar perfecto. Pero el sábado, yo estaba agotada tras una noche sin sueño. Sentada en el sofá, le vi mirarme en la terraza y sentí cómo me llegaba una ola de su tristeza y dudé, me puse a preguntarme si yo, con mi historial, sería la persona adecuada para rescatarle, si podría contrarrestar ese peso hacia abajo. Pero a la mañana siguiente le vi tan contento y tranquilo examinando la casa con espíritu de Sherlock felino que mis dudas me parecieron una tontería.
Rufus no para de "mullir la lana" aun sin ella, lo hace en el aire, o apresando nuestros dedos con esos almohadoncillos negros que tiene en las patas delanteras, o en cualquier superficie, en un gesto de acunarse, un gesto regresivo que le tranquiliza, como el ronroneo de todos los gatos.
He estado leyendo más Steinbeck, Cannery Row (me gusta mucho ese principio; por cierto, el libro me llegó el único día en que nos visitó el cartero, tras un mes y más de vacaciones de Correos, en un día llegaron siete paquetes) me he reído con el humor de Mark Twain (qué delicioso ese librito de Navona, hay un capítulo sobre la dieta europea que asombrará a cualquier lector, y el irónico "Abelardo y Eloísa" no tiene desperdicio, o la melancolía autoburlona e hilarante de "Un auténtico penco mexicano"...), y ahora me toca seguir traduciendo, antes de que lleguen las mareas del museo y de preparar un poco mis cursos de esta rentrée. Aunque a veces me entren ganas de esconderme como Rufus entre las macetas o de unirme al concierto de llantos desesperados (creo que deberíamos hacer una gran manifestación llorando a gritos por este pobre país y sus desastrosos políticos y sobre todo, por esa terrible tendencia a la sumisión que parece dominarlo todo). Y sigo escribiendo extrañamente, contra lo esperado y la planificación, a ciegas, sin saber nada, con la sensación de que tengo que hacerlo, de que luego vendrá una fase más clara y luminosa, de que, como dijo mi amigo serbio, mientras escribo, algo ocurrirá... Por cierto, le escribí a EVM contándole de ese cambio inesperado en mi espíritu que ahora sí me permite seguir su consejo y seguir simplemente adelante sin pensar tanto en la invisibilidad o el no-reconocimiento y me gustó su respuesta, ingeniosa y atinada.
Vi Bright Star, que me gustó y me disgustó, casi a partes iguales. Había algo impostado, que me irritaba, como el vestuario rígido y encorsetado y demasiado nuevo de la protagonista, que estropeaba su belleza y su asombrosa tersura. Me gustaba mucho la voz del actor que hace de Keats y oírle esos poemas que son familiares,´escuchárselos con esa voz, qué deseo de volver a todos mis poetas ingleses favoritos, no sólo los románticos! Esos poetas que sintetizaron cosas grandes que inspiraron a los narradores y cineastas, como el Splendor in the Grass de Wordsworth o el Tender is the night o los Magic Casements de Keats, por no hablar de Coleridge, de Christina Rossetti y de los que vinieron después, Yeats, T.S. Eliot, Auden... Ah, qué deseo de volver con ellos... Cómo comprendo en este momento a ese abogado que sólo lee y relee a los poetas ingleses...