Foto: I.N., Árbol que abre la verja, Londres, 2012
La lluvia de recortes, negativas, malas noticias y obstáculos es tan fuerte y tan persistente que cuesta mucho no decaer. A pesar de la hospitalidad alegre de la Belle Elaine, de las apariciones entusiastas y protectoras de J., de la relectura de las cartas de Flaubert y George Sand y sus dificultades y su amistad, de la presencia sólida de Rufus y su condición de gato contemporáneo que cree en las imágenes sin olfato de la pantalla (hoy era un documental de leones marinos; eran demasiado grandes para osar ir a la pantalla a cazarlos, pero estaba a mi lado en el sofá tenso y expectante sin quitar los ojos de la pantalla, con las orejas alerta y la expresión de "algo increíble está pasando aquí", era una maravilla verlo, daban ganas de llevarle al cine, aunque en cuanto dejan de aparecer animales pierde interés y vuelve a sus abluciones y su ensoñación de gato), a pesar de todo, qué difícil resulta a veces todo.
Ayer por la tarde mi malaise digestivo se aceleró por la preocupación. Iba andando hacia una cita y me sentía morir. La cena me sentó mal, era un japonés que antes estuvo bien y ya no es lo que era y sobre todo, el olor a fritanga se me quedó en la ropa (mágicamente mi mantita se salvó, pero el abrigo ha pasado la noche en la terraza, esperando que el aire sustituya la función del tinte, pues ahora no hay presupuesto para eso). Y es que, de pronto, un amigo generoso y hospitalario, ingenioso y lleno de talento, con quien he pasado momentos gloriosos y que ha sido a veces un gran lector de mis cuentos, me habló como si hablase a otra persona y lo que dijo me pareció terrible: yo sabía que se estaba confundiendo y que él mismo se daría cuenta, como luego ocurrió. Me hablaba como si yo fuese un estereotipo de mujer que yo sé que existe y que él conoce bien, pero que nada tiene que ver conmigo. Ni siquiera tengo ni creo haber tenido ninguna amiga así. Es terrible cuando alguien nos confunde, cuando nos dicen cosas que nada tienen que ver con nosotros, es una pesadilla, vuelve el Castillo de Kafka, vuelve la sensación de: "Esto no puede ser verdad, no puede estar ocurriendo". Y aunque él se diera cuenta más tarde y me dijera: "Ya sé que tú no eres así", me pilló en un momento de vulnerabilidad tras toda una semana espantosa y me dejó un dolor exasperante, porque se unió a esa costra de mugre que es ahora la vida laboral, tan llena de mezquindad y de presuposiciones erróneas sobre los demás. Yo sé que estoy en esa franja por error y que saldré en algún momento, pero a veces, como ayer, siento que vivo por completo en 1984, que soy Winston Smith o aquella chica con la que se encontraba en una casa escondida.
Cómo duele pasar junto al pobre azufaifo con ese edificio carcelario que lo constriñe e impide que sus raíces respiren, y esa pared ridículamente pintada para su cadalso, qué feo es lo que construyen estos arquitectos que se prestan a todo, no saben nada de la belleza ni de la armonía ni de la joie paradoxale malgré le monde. Sólo son barrigas llenas de monedas como el lobo con las piedras de los cabritillos. Son mutantes que creen no necesitar oxígeno ni árboles ni luz para vivir.
Y esta tarde, de vuelta de un aperitivo con unos amigos radiantes, que no me confundirían nunca con ese estereotipo del siglo XIX, ya en casa, no lograba ponerme a trabajar, cuando de pronto se me ha ocurrido una idea luminosa para salir del brete en el que estoy; no sé si saldrá, si será aún técnicamente posible, pero ahora casi no puedo esperar hasta el lunes para saber cuánto tardaría en resolverse y si llegaría a tiempo.
Es verdad que mientras, mi libro de la ciudad se acerca a su salida. Por dentro ha quedado precioso, temo haber dicho algo que no quisiera, como siempre, pero qué bonitas se ven las imágenes y el prólogo de Mariscal y sus preciosos mapas... Me falta ver la portada y verlo convertido en objeto libro. La idea es que podamos presentarlo a principios de abril, antes de la avalancha de Sant Jordi (por cierto que mañana sabremos si Hollywood se porta bien con la película de mi prologuista de excepción). Y que también en esta semana hubo un momento en que G. me dijo una de esas frases suyas que me hacen feliz y que guardo enmarcadas en una suite de mi memoria, para alegrarme el espíritu. Y que puse un aullido de socorro en facebook y vinieron muchos amigos, cercanos y lejanos, a ofrecerme ayuda sin saber de qué se trataba. Y otros se preocuparon y me llamaron para asegurarse de que estaba bien. Y dos amigas me han ofrecido hoy ayudarme si el momento llega, aunque ojalá no haga falta. También escribí una reseña sobre una buena novela escrita por una amiga, una novela que me ayudó a escapar de lo peor durante todo un día de mugre, tras un estúpido conflicto bancario que presenció casualmente un amigo y que, a pesar de su pequeñez y de su fugacidad, contribuyó a la sensación de mugre.
Me siento ya mucho mejor de mi malaise físico, que se ha prolongado hasta esta tarde (he estado un momento en el Floral Café y me sentía mal a pesar de la buena atmósfera del lugar...). A veces pienso lo peor, recuerdo todas las amenazas vitales, pero luego se me pasa y al verme en el espejo pienso que no tengo cara de estarme muriendo). Una vez más me encomiendo a mis espíritus de escritores para que me ayuden, junto con los árboles de las ciudades que adoro, para que me protejan y me permitan mantenerme en la superficie, nadar como los leones marinos que impresionaban a Rufus y volver a escribir como antes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario