Foto: I.N. Londres, justo antes de la anunciada nevada, 2012
Esperé en un aeropuerto semidesierto y luego cogí un avión maravillosamente vacío, sin nadie al lado ni delante ni detrás y con espacio para las piernas. Luego llegué a la casa de mi amigo y encontré unas ingeniosas instrucciones y sus rastros musicales y espacio en los armarios y la despensa vacía. Así que salí a un Londres oscuro y helado y anduve un buen rato maravillada aunque hambrienta, fotografiando mis árboles preferidos, árboles preservados y cuidados, marañas invernales de árboles bailarinas, árboles gigantes, desmadejados o hippies, árboles libres, protegidos por la ley y por el amor de los ingleses a la naturaleza. Aunque los ingleses no están por aquí. Dicen que todos se han ido a vivir al campo, que los precios son excesivos y que no quieren vivir en una ciudad tomada por los extranjeros. Ricos sauditas o inmigrantes de todo el mundo, y muchos, muchísimos turistas españoles: chillones, feos y sin gracia, que avergüenzan. En el avión había un grupo terrible de ellos, iban a la India y querían que todo el mundo supiera de su estupidez, uno incluso hablaba de cómo había engordado, era un gigantón y decía pesar 120 kilos, ¿pero no se daban cuenta de que nadie hablaba a un volumen audible, salvo ellos? Por suerte se fueron a la cola del avión y no los oí durante todo el vuelo. Pero aquí la belleza se mantiene y las calles son un paseo por la historia (como lo eran en Barcelona hasta que decidieron destruirlo todo). Y yo me sentía tan feliz imaginando una vida aquí y pidiéndoles ayuda a esos árboles de Londres que no me daba cuenta de lo desfallecida que estaba. Hasta que he tenido que entrar en un bistrot a tomar una ensalada en plena emergencia. He pasado por delante del Victoria and Albert Museum, adonde mañana volveré. He pasado por delante de esas calles que me recuerdan tanto a Blow Up, donde está aquel japonés que nos gustaba a G. y a mí y dos tiendas maravillosas que esta vez sólo miraré, oh sigue siendo tan bonito todo esto... Dicen que esta noche nevará y no me extraña. En Barcelona esta mañana mi termómetro marcaba cero grados, pero el sol es otra cosa... Aquí no hay sol, ni azul del cielo, oh Bataille. Por la mañana, Rufus estuvo a mi lado muy serio, y se dejó fotografiar mientras parecía sumido en el desarrollo de Lucky Luke y Jeannie Calamity en francés y seguía los pasos de Jolly Jumper.
Ayer enseñé a un grupo de japoneses cómo cocinar albóndigas en una hora y cuarto. Casi como el libro de Gombrowicz, aunque él les explicó a sus amigos la historia de la filosofía en tres horas y cuarto, un proyecto que ellos se inventaron para salvarle del suicidio. También yo procuro salvarme como puedo, pero de la ruina material. Les dije a los japoneses que era vegetariana pero eso no les sorprendió. Eran muy amables y preguntaban muchísimo y fotografíaban todo y luego quisieron ver mis libros y decían que mi casa era muy japonesa (pese al barroquismo) y enseguida advirtieron todos los rastros japoneses y los tés y un dibujo y cuando les dije que admiraba la cultura japonesa y les enumeré mis escritores y cineastas favoritos lanzaban unos ohs y ahs a coro muy admirativos. ¿Pero por qué sabe tanta literatura japonesa? "No sé tanta", protesté, sólo unos cuantos escritores maravillosos... (Kawabata, Mishima, Soseki, Kenzaburo Oe...). Hablamos de Ozu y de Naomi Kawase y ellos siempre los reordenaban a la inversa. Aprendí algunas palabras de cocina pero no pude anotarlas mientras cocinaba y las olvidé... Qué deseo de aprender al menos un poco de japonés... y de estar allí y de ir a los templos y tomar sus tés en esa cerámica... La Belle Elaine vino a filmar y no dijo una palabra, tal vez para no imponer su presencia, aunque luego se quedó conmigo para degustar la comida y olvidó uno de sus guantes. La idea de su documental es muy buena, sólo espero que cumpla su palabra y en el montaje no se me vea nunca la cara. Al final los cuatro japoneses me animaron mucho a viajar a Tokio, y si se me ocurriera un encargo o un mecenas o una beca para un proyecto, iría feliz, sobre todo para adentrarme en el bosque del duelo de Naomi Kawase (o Kawase Naomi, como dicen ellos) y ver las plantaciones de té...
Por cierto que supe que una amiga mía, que es como un hada madrina de la hostelería, monta un bar en un barrio de la ciudad que me gusta, donde dará copas y pinchos que hará ella (que es buenísima ideando comidas de toda clase). No estoy autorizada aún para revelar los detalles (el nombre me encanta) pero si ella me acepta, allí me encontrarán un día a la semana, a s'hora baixa, echando las cartas para quien le interese. Algo tengo que hacer para seguir adelante...
Yo había errado por la calle llorando lágrimas de oro como en la canción de Manu Chao, porque A. me mandó un email dolorido y yo me preguntaba una vez más qué significaba todo esto, por qué todo tenía que ser tan difícil para ella y sin que pudiéramos ayudarla, en esta época tremenda, sin recursos. Al final, en cierto momento le pregunté por what's up si hablaba con M. y con GN, si les pedía, si les preguntaba qué significaba todo esto, y ella dijo que efectivamente los tenía en su interior y podía hablar con ellos, y que no lo había pensado, y se echó a llorar. Y yo veía que a su alrededor todo el mundo niega lo que está pasando y no sabía a quién preguntar, porque en mi ciudad apenas quedan árboles gigantes a los que dirigirse. Al día siguiente, A. estaba mejor, más esperanzada y me dio mucho las gracias por ser comprensiva y supportive.
Así que necesitaba venir aquí. Sólo el paseo de hoy ya valía la pena el viaje. Mañana seguiré este post extraño y sincopado. Cuando venga mi amigo iremos a cenar. Creo que no tengo valor para salir antes otra vez... Mañana miraré a ver si abren el museo que me han recomendado el amigo de los gatos abisinios y un arquitecto afín... Pero cómo me gusta imaginar una vida aquí, en una de esas casas antiguas, entre mis árboles. Henry James me comprendería.
Me he traído la traducción de Maeve Brennan, el libro de Ossip Mandelstam Armenia en prosa y en verso en edición de Helena Vidal, Un hiver à Majorque de George Sand y las Memorias de una joven católica de Mary McCarthy para mi curso de marzo. Y aquí me compraré algún librillo, tal vez ese Kawabata que me falta leer, del rumor de la montaña, que me recomendó ayer una misteriosa facebookiana. Mañana más...
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