viernes, 7 de diciembre de 2007

Gaspar

Johan Christian Clausen Dahl, Blitzstudie. Am Golf von Neapel (Estudio de un relámpago en el golfo de Nápoles, 1820).

El 2 de diciembre fue el IX aniversario de la muerte de mi padre. Como otros años, hemos ido a Cadaqués, al Perefet, muy cerca de donde echamos sus cenizas al mar un día de sol y tramontana, y hemos sembrado el mar de pétalos de flores frescas y yo he leído lo que había escrito, que ahora copio aquí. La presencia familiar es un parapeto para mí y allí no sentía nada; sólo ahora, al volver, me doy cuenta de que el dolor de mis palabras está también en mi cuerpo.

A mí me gustaba su nombre, me gustaba la idea de que fuese uno de los tres magos y celebrase su santo el día de reyes. No costaba mucho imaginarle como los personajes de los camellos, con oro, incienso y mirra. Era un nombre germánico o anglosajón, literario, insólito, o del Gaspar de la sopa, aquel cuento alemán de un niño que no comía e iba disminuyendo hasta desaparecer. Una vez le vi así, en el distribuidor de su casa, junto a las bombonas de oxígeno, tan delgado e inconsistente como el niño del cuento.
Dos noches después de su muerte, me despertó el sonido de mi móvil en la sala. Habituada a la urgencia de aquellos meses de su enfermedad, me levanté de la cama y me abalancé a cogerlo.
“¿Gaspar?” preguntó una voz dubitativa. Y repitió: “¡Gaspar!”
Tardé un tiempo en contestar. No comprendía. “Gaspar se ha muerto”, pensé en silencio, con ganas de decirlo a gritos. Pero no podía ser. Aquella voz no podía saber…
“No”, contesté al fin. “Se equivoca”.

Tiempo después, soñé que Gaspar me llamaba por teléfono.
Parecía contento, no sé qué me contaba, pero hablaba como si nunca se hubiera ido.
“¿Pero oye”, le dije, interrumpiéndole, “¿tú dónde estás?”
Él emitió una de aquellas risitas suyas de los momentos embarazosos.
“Je…bueno…, adiós”, y colgó.

Y más tarde, cuando Marisa (mi madre) estaba en el hospital, Gaspar volvió a llamarme por teléfono en sueños.
“Hola…”, dijo, agobiado, con el tono trémulo y titubeante que usaba cuando algo le incomodaba. “Oye, ¿cómo está tu madre…?”
Le dije que estaba mejor, recuperándose.
Al día siguiente se lo conté a ella, cuando fui a verla al hospital. No le sorprendió. Ella tiene su forma particular de ver esas cosas.
“Me alegro de que todavía se preocupe de mí, esté donde esté”, dijo, con toda naturalidad.

Hace ya nueve años que murió, pero como las cicatrices que duelen al cambiar el tiempo, algunas fechas dejan una marca invisible en el inconsciente, de manera que cuando se acercan, la memoria empieza a intensificar sus señales, como si el cuerpo se hubiera acostumbrado a identificar el frío y las luces prenavideñas asociándolos a algo que ocurrió a principios de diciembre, y que transformaría nuestras navidades para siempre. Y en cuanto se acerca, antes de que pueda acordarme de forma consciente, se me repite esa jugarreta de la memoria en la que por un momento, pienso en contarle o preguntarle algo a Gaspar, y durante esa milésima de segundo no me doy cuenta de que es imposible, y enseguida cae dolorosamente, como un pedrusco sobre la conciencia, el recuerdo de que no está, y ya no podré verle, contarle ni preguntarle más.
Y pienso entonces que tal vez más dura que la pérdida real sea la pérdida de lo que no pudo ser, la constatación de todo lo que no hubo tiempo de corregir, lo que él no supo o no pudo darme, todo lo que ahora sí podría decirle y entonces no era capaz, todo lo que con el tiempo he podido entender.
Pero al final, pienso en aquel a-dieu que Derrida escribió en la muerte de Lévinas, donde, para que la muerte no tenga la última palabra, explica que la muerte no es la nada, ni es la anulación del que se va, sino que implica un compromiso, incluso una obligación: a partir de su muerte, Gaspar ya no puede decir y somos nosotros los que tenemos la responsabilidad de expresarle.

Cadaqués, diciembre 2007

12 comentarios:

Dante Bertini dijo...

la muerte es artera, tanto como la vida; va a su aire sin preocuparse por nosotros.
hoy mismo me decía con una especie de ternura muy comprimida que es una pena envejecer ahora, cuando sé, como nunca antes, muchas cosas que esperaba saber algún día.

Belnu dijo...

Si la jeunesse savait, si la viellesse pouvait... dicen en el pays gabache.
Artera! Palabra certera, amigo Cacho.

el objeto a dijo...

uy, ya te lo dije pero me gusta poder ESCRIBIRLO, me ha gustado mucho esa idea de la rseponsabilidad de expresar a quien ya no está, o simplemente a quien amamos, en quien pensamos, quien de alguna manera también da forma a nuestro deseo. Y ese desafío a que la muerte no tenga la última palabra. Es bellísimo.

y luego me he dado cuenta del paso del tiempo. Antes ese "lo que podía haber sido" no existía, era un cuento, y es cierto que ahora existe, que es un sentimiento cierto y legítimo, y tal vez eso me devuelva a lo primero, a nuestra responsabilidad de expresar todo aquello o aquellos que descansan en nuestro deseo

divertida historia de los teléfonos

Anónimo dijo...

Oye, qué texto más bonito, es emocionante y en ciertos momentos expresas lo mismo que siento yo con la pérdida del mio, eso que ya no puedo hablar con él, comentarle, consultarle, que siempre que lo necesitaba estaba ahí y yo lo sabía y eso me daba fuerza y cuando se fue y aún hoy me falta. y también lo que nunca le dije, como dices tú, por falta de tiempo, por no atreverme en ese momento y que ahora sí podría, etc.
gracias por mandármelo.
L.

Anónimo dijo...

Un familiar que perdió a su marido hace ya más de diez años cuenta que sueña todas las noches con él y cuando quiere abrazarlo, él la rechaza. Ella, anciana ya pero muy niña, se levanta enfurruñada. ¡Pero por qué no quiere que lo abrace! Le dije que el día que lo abrace se morirá ella, y que es lo que él no quiere. No sé, pareció consolarla.
Como bien decís, que la muerte no gane.

Belnu dijo...

Me gusta esa historia y tu interpretación; no me extraña que la consolara!
Qué difícil parece todo a veces, o qué agotador.

nomesploraria dijo...

"Y pienso entonces que tal vez más dura que la pérdida real sea la pérdida de lo que no pudo ser, la constatación de todo lo que no hubo tiempo de corregir, lo que él no supo o no pudo darme, todo lo que ahora sí podría decirle y entonces no era capaz, todo lo que con el tiempo he podido entender."

A mi m'ha impressionat el text. Especialmet aquest paràgraf.

Belnu dijo...

Gràcies, Nmp, sempre alegra pensar que a un lector intel·ligent li pugui servir un pensament meu.

Miroslav Panciutti dijo...

Dices “la presencia familiar es un parapeto para mí y allí no sentía nada” y esas palabras tuyas me golpean, me incumben. Puede que hable de cosas distintas, pero aprovecho para decirlas. Mi padre murió también por estas fechas (8 de diciembre) hace ahora siete años. Su muerte fue vivida familiarmente y mi familia, empezando por mi madre, sobre todo, pero también mis cinco hermanos, no es sólo un parapeto, es un tremendo muro de contención entre mi dolor (mis emociones, en general) y la percepción del mismo, no digamos su expresión hacia afuera.

Este sábado, séptimo aniversario de su muerte, me acordé de él mientras conducía volviendo de tres días de escapada. No quise decir nada a quien conmigo iba, pero me anoté llamar a mi madre al llegar a casa. Y, sin embargo, no lo hice, no quise, sentía un rechazo a hablar con mi madre, como si eso fuera traicionar lo que siento hacia mi padre y que con ella no soy capaz de expresar. Leo en tus últimas palabras lo que tantas veces he pensado respecto a mi padre y que, con más dificultad aun, sigue ocurriendo con mi madre. Pero ni modo, que dirían los mexicanos. No soy capaz de derribar mis muros delante de ella. Cuánto la quiero y, a la vez, cuán equivocada y distante me parece. Un beso.

Belnu dijo...

Lo comprendo, Miroslav. En mi caso, he logrado tener una relación cordial y distante con lo que queda de mi familia. Ya es mucho!!! La familia puede ser un infierno, una institución maléfica. Por suerte, yo pude cambiar ese horrible sino con mi hijo...

iluminaciones dijo...

me ha gustado más la segunda parte, que la primera, de tu reflexión. Hermoso recuerdo.

Belnu dijo...

En realidad, la segunda parte era la reflexión, la primera eran otras cosas...