domingo, 14 de octubre de 2012

Nubes


Foto: I.N., Nubes y chimenea, ayer por la tarde, 2012
Llevo tanto tiempo viviendo prisionera en un cuerpo convertido en una jaula dolorosa que me cuesta creer que podré salir de él, y sin embargo, sarinagara, todas mis esperanzas se centran en una intervención para la que siguen sin darme fecha, y pasan los días y yo contemplo el cielo: de día registro los cambios de las nubes con fotografías, de noche sólo me quedo estupefacta ante la interpelación de las estrellas. Una poeta y escritora que me encanta, Isabel Mercadé, aunque se prodigue menos de lo que algunos quisiéramos, publicaba hace poco un poema como una oración, titulado "Arrancando belleza"

Un poco de belleza
no resignarse
arrancarla
bajo los andamios
o sobre el ruido
danos un poco
                                     Dios
entre el miedo y la sombra
y la luz.


A mí, esa plegaria me fue concedida, tal vez porque, de pequeña, aprendí a buscar en el paisaje lo que me faltaba en mi vida, la hospitalidad que no tenía. Sentía que los pájaros cantaban para mí y atribuía a aquella esplendorosa belleza que entonces me rodeaba promesas de felicidad futura, mensajes del universo de que había algo más para mí en el mundo, otro lugar (y era verdad, o lo fue, quién sabe).
Ante mi malaise, he recuperado la visión de ese espectáculo que, según escribía Virginia Woolf en On Being Ill, la Naturaleza despliega aunque no la miremos y a veces sólo los enfermos tienen el privilegio de contemplar. Eso no significa que no sienta a momentos furia y desesperación, cuando no ataques de melancolía, como ayer por la tarde, cuando volví a empeorar después de dos días de franca mejora, y en esos momentos, mientras además resisto que no me den fecha para la operación y pasen las semanas, no soporto que algunos, que me preguntan cuándo me operan, ante mi respuesta de que no lo sé, me aconsejen "paciencia". Esa palabra venenosa, aunque sea bienintencionada, con su aire de suficiencia monacal, me exaspera. ¿Qué creen que he ejercido desde abril hasta ahora? ¿Acaso saben si ellos resistirían con paciencia vivir sin poder dormir noches enteras durante meses, sin poder respirar hondo, ni andar, ni entregarse apenas a ningún goce físico, intentando olvidar el cuerpo que me aprisiona para poder leer, escribir o soñar, sin poder viajar ni bañarse en el mar ni adentrarse en un bosque, añorando la vieja relación con el propio cuerpo? Me gustan los amigos que me dicen: "qué putada", "es una pesadilla", no te preocupes, verás cómo pronto se acaba", "conozco a tal que se recuperó de lo mismo" o simplemente procuran hablarme de libros y escritura, música y cine, y escuchan mis quejas con un empático silencio. Pero a aquellos que me escriben "paciencia" no los comprendo, aunque sé que tienen buena intención y que es casi algo aprendido, y yo no pueda evitar que me suene tan despiadadamente católico.
Vi una película que me encantó, Les amants réguliers de Philippe Garrel, me la prestó un amigo cineasta a quien mis cuentos más "políticos" ("El día en que mataron a Puig Antich" y "El día que murió Franco") le habían recordado a ella. No había visto yo nunca tan bien contado no sólo el espíritu rebelde del 68 (yo sólo conocí el de los setenta y fu), sino esa mezcla de vitalidad, deseo, rebelión y melancolía de los jóvenes, que aún en su desesperación se muestran con toda esa belleza y energía física desbordante, de la que no son conscientes, y la gestualidad de esos actores es magnífica, y ese París blanco y negro y esas asociaciones a la pintura y la poesía, a la tradición romántica encajada en su contemporaneidad, y los tiempos reales de la espera, en las barricadas, a diferencia de las tramposas narrativas de acción de las películas estándard, y los silencios y la música, todo eso sigue aún conmigo. 
Me hizo gracia que alguien me "acusara" de falta de romanticismo o de emociones en mis cuentos, como si hubiera algo despiadado en Algunos hombres... y otras mujeres, aunque no dijo que le desagradara. Por cierto que le envié a ese alguien el primer capítulo grabado en audio de mi novela, la que está a la espera de salir, y al verlo en el email enviado volví a escucharlo: aunque estaba leído a toda velocidad, al acabar pensé que había algo poderoso en mi escritura de esa historia, me acordé de las opiniones de mis interlocutores y me fui a dormir contenta pese a mis miserias.
J. sigue trayéndome más suplementos literarios extranjeros de los que me da tiempo a leer y además de un luminoso especial Queneau en el Magazine Littéraire, anoche leía en Le Monde des livres un artículo sobre la biografía del cineasta Renoir que descubría tal vez demasiado sus flaquezas, o eso me pareció a mí, pero que sentí curiosidad por leer. 
Leo para La Vanguardia dos Julien Green y un Baudelaire. He tenido que abandonar por ellos a Segimon Serrallonga, el Barcelona de Josep Pla y tantas otras cosas empezadas (unos cuentos de Ingeborg Bachmann) que me traían los amigos o me mandaban editores, incluyendo un Laocoonte salvaje de J. Ribalda que sobre todo me dio ganas  de buscar Luces y sombras del flamenco, de Colita y Caballero Bonald.
Gracias a Itziar González Virós, que vino a traérmelo, pude leer la magnífica "restauración" que esa valerosa y culta arquitecta-restauradora ha hecho con el Barcelona Pam a pam de Alexandre Cirici Pellicer (a quien tanto admiré y cuya figura aquí insólita y heterodoxa, de defensor apasionado del patrimonio y a la vez pionero impulsor de las vanguardias, con su erudita cultura visual y sus excentricidades (arquitecto aunque no quisieran darle el título, historiador del arte, escritor, ilustrador de los diccionarios de latín, diseñador de los cabezudos de la Mercè, publicista moderno, etc), añadiéndole el Per no perdre peu, que es una mirada crítica y a la vez ecuánime e inteligente sobre la ciudad, con la misma pasión barcelonesa de Cirici. Una gozada. Hay que correr a comprárselo, si uno aprecia esta pobre y maltratada ciudad. Itziar González Virós es alguien que yo siempre quise conocer, porque en este país y en esta ciudad hacen mucha falta personajes como ella. Verla fue una alegría, no sólo porque me considera heredera del espíritu de Cirici (esa idea me encantó, ojalá que así fuese) y porque quiso traerme el libro personalmente y me escribió una dedicatoria generosa, sino porque además, su personalidad va mucho más allá de todo lo que ha hecho y está llena de matices insospechados y capaces de iluminar una tarde, ahora que anochece tan deprisa.
Esta mañana, en el intervalo de melancolía que me quedaba como resaca de ayer, ha venido J. y ha tenido que escuchar mi desesperación y se le ha ocurrido hablarme de Rufus, de cómo me ha acompañado en esta época de enfermedad... Y yo he pensado en cómo su compañía ha hecho todo mucho más suave y lleno de belleza (por mi plegaria atendida, porque aprendí a buscarla para escapar del dolor), con sus ronroneos y su proximidad empática, con esa independencia de los gatos, que no exigen atención porque ven lo invisible y están siempre pendientes de otras cosas (a veces Rufus duerme en la habitación de invitados de cara al espejo, como si su imagen le acompañara, pero viene enseguida a reunirse conmigo cuando me oye levantarme en mitad de la noche). Y a veces, llora suavemente porque no puede reunirse con la preciosa gatita del piso de arriba, que se asoma a mirarle desde sus dos terrazas, e intenta escaparse escaleras arriba cuando abro, para maullar a la puerta de encima. "¿Pero no está operado?" me preguntó alguien. "Sí", le contesté yo, "pero es un gato romántico". Por cierto, que hace unos días descubrí que una inteligente y preciosa lagartija vive oculta entre unas tablas en la terracita sur, justamente la que más frecuenta Rufus. Ojalá nunca la encuentre.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Como siempr, un gustazo leerla. Y tiene razón, vaya putada, vaya una putada estar mal, y también que los médicos se crean seres que desparraman curaciones esgrimiendo escalpelos. Le deseo prontas noticias y que su cuerpo la encuentre a usted porque usted siempre ha estado donde debía.

Belnu dijo...

Gracias, Anónimo! En este caso he encontrado un cirujano que ni me amenaza ni sentencia y parece humano, contrariamente a los brutos que me habían tocado!

Anónimo dijo...

¿Quien no querría encontrar la palabra adecuada para serte un poco útil? Visto el cariño que se te profesa, me extrañaría que quien recurrió a la socorrida paciencia no lo hiciese con la frustración de todos los que rabiamos de impotencia por no poder arrancarte a la enfermedad. Pero tu don para hacer hablar a las palabras es sólo tuyo, Bel. Por eso escribes como escribes.

A veces pienso, además, que, pese a estar rodeada de amigos y cariño, forzosamente has de sentirte sola en este padecer. No es sólo que no podamos librarte del dolor, es que ni siquiera somos capaces de acompañarte en este mal trance. Oajlá supiésemos.

Quizás sea este pensamiento el que ha hecho que tu post me hiciese recordar un poema de Jacques Reda que siempre me emociona, “L’habitante et le lieu” (de Amen).

L’âme semble un couloir où des pas hésitants résonnent,
Mais personne jamais ne vient. Dehors, l’ombre qui tremble
Dans les encoignures de porte et sous les escaliers,
C’est l’âme encore, quand la nuit fige le long des murs
Les flots d’eau pâle et froide où l’on est heureux de descendre.
Et qui donc parlait de salut ou de perte pour l’âme,
Alors qu’elle est blottie en son frisson et cependant
Toujours plus dénudée au vent qui souffle en ce couloir ?
Qu’elle se cache ou rôde, écoute : elle s’égare, étant
L’habitante et le lieu d’une solitude sans nom.

¡Ojalá te llamen mañana para darte fecha de una vez!

Anna

Belnu dijo...

Gracias, Anna, por tus palabras y por el precioso poema, pero te equivocas, no me siento sola (de hecho sólo me he sentido sola en mi vida estando en pareja y sintiéndome no-comprendida, es la única vez que me pesó la soledad) y ahora menos que nunca, rodeada de tanto afecto y tantos lectores que me desean lo mejor. No, yo sólo siento y sólo me pesa este cuerpo doloroso que me aprisiona, no tiene nada que ver con la soledad, excepto que la responsabilidad de resistir sea sólo mía, pero eso...

Anónimo dijo...

No sabes cuánto me alegro de equivocarme. ¡Qué placer poder decir esto! Anna

PilarFernandezRey dijo...

PIEDRITAS EN LA VENTANA

De vez en cuando la alegría
tira piedritas contra mi ventana
quiere avisarme que esta ahí esperando
pero me siento calmo
casi diría ecuánime
voy a guardar la angustia en un escondite
y luego a tenderme la cara al techo
que es una posición gallarda y cómoda
para filtrar noticias y creerlas
quien sabe donde quedan mis próximas huellas
ni cuando mi historia va a ser computada
quien sabe que consejos voy a inventar aun
y que atajo hallare para no seguirlos
esta bien no jugare al desahucio
no tatuare el recuerdo con olvidos
mucho queda por decir y callar
y también quedan uvas para llenar la boca
esta bien me doy por persuadido
que la alegría no tire mas piedras
abriré la ventana.